Por
Eber Gómez Berrade
La
región de Etosha - Kunene en la república de Namibia es famosa por la cantidad
y calidad de sus leones. Allí, las manadas que se mueven libremente, son sujeto
de estudio en un proyecto de investigación, llevado a cabo en reservas de caza
y de manera conjunta por científicos europeos y cazadores. Un ejemplo más que
elocuente, de la utilidad de la caza deportiva como herramienta fundamental en
la conservación sustentable de este emblemático felino africano.
Recientemente
en mi último safari en África, tuve la oportunidad de participar como
observador en el proyecto de investigación de leones, denominado “Etosha Rand
Lion Conservation Project”. Este estudio llevado a cabo por científicos
austríacos y alemanes, se realiza en una reserva de caza free range de más de 70.000 hectáreas, en el área de Etosha - Kunene,
que incluye al Parque Nacional Etosha, uno de los más grandes del continente.
Este programa tiene la particularidad además, de que cuenta con el apoyo de
miembros de la comunidad de cazadores deportivos de ese país.
Con
el aval del Ministerio de Ambiente y Turismo del gobierno de Namibia y la
participación de universidades sudafricanas, los investigadores intentan
conocer más sobre los felinos que habitan la región, desarrollar nuevos métodos
de conservación, y protegerlos de la amenaza que representan los productores
ganaderos ubicados en las proximidades del Parque Nacional Etosha, que matan indiscriminadamente
los leones que entran a sus propiedades para proteger su ganado. Una lamentable
situación de competencia en la coexistencia entre el hombre y la fauna
silvestre que se observa en diversas partes del mundo y con diferentes especies
de predadores.
En
la actualidad los leones están atravesando un momento crítico, y las
poblaciones en libertad se encuentran en estado de vulnerabilidad ecológica en
todo el continente negro. Lejos de lo que pueda creer la opinión pública no
especializada, la caza deportiva legal no sólo no es una amenaza, sino que por
el contrario, se ha convertido en uno de los mejores instrumentos para la protección
y conservación de fauna silvestre en general y de los leones en particular. Las
causas reales del decrecimiento poblacional se deben, por cierto, a la pérdida
de hábitats naturales, y a la competencia con comunidades rurales dedicadas a
la explotación ganadera.
El
proyecto de conservación Etosha Rand Lion, es una iniciativa del programa
internacional “Chances for Nature”, que promueve la coexistencia armónica entre
la naturaleza y el hombre en diversos países del mundo. Participan de él,
instituciones científicas como la Universidad de KwaZulu Natal de Sudáfrica y
el Centro de Primates de Alemania, y por parte de la comunidad cinegética, la
reserva Etosha Heights Game Safaris.
La
líder del proyecto es la Dra. Martina Trinkel, una zoóloga austríaca,
investigadora de la Universidad de KwaZulu-Natal, con sede en la ciudad de
Durban, Sudáfrica. Ella y el Profesor Keith Hodges, de Alemania iniciaron esta
investigación hace unos años. La Dra. Trinkel tiene una gran experiencia en
investigación de carnívoros en África, especialmente en el Parque Nacional
Etosha, como así también en varias reservas de fauna silvestre de Sudáfrica. Es
conocida en la comunidad científica europea por sus publicaciones en diversas
revistas especializadas en zoología de predadores.
Según
explica Trinkel, el proyecto se enfoca en proveer bases científicas para
mejorar el manejo de los leones africanos en una interface entre áreas
protegidas y libres. En este segmento ecológico es donde los leones encuentran
su más alto grado de conflictividad con los humanos.
El
objetivo del proyecto -afirma-, es establecer lineamientos básicos sobre
dinámica poblacional en una reserva permeable, y contribuir con una
aproximación novedosa para el manejo de leones no protegidos en áreas abiertas
o free range. “El otro objetivo de nuestro trabajo, agrega, es reducir la tasa
de muerte indiscriminada, mejorando la coexistencia con productores ganaderos
de las áreas lindantes al parque nacional”.
Leones bajo amenaza
De
acuerdo a la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza), el
león africano se encuentra en una categoría de vulnerabilidad, por lo que esta
organización lo ha incluido en su Lista Roja. Por su parte, el CITES
(Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y
Flora Silvestres), lo ha agregado a su Apéndice I como especie amenazada.
Si
bien históricamente, este felino ha sido uno de los predadores con mayor
adaptabilidad al medio y de amplia distribución demográfica, hoy en día se los encuentra
en 28 países africanos, pero solo en 7 de ellos hay poblaciones que exceden los
1.000 ejemplares. Se estima que hace un siglo había unos 200.000 leones en todo
el continente. Actualmente y de acuerdo a censos llevados a cabo en diversos
países, se calcula una población total de 30.000 viviendo en ambientes de absoluta
libertad, lo que implica una pérdida del 70%. Un alto porcentaje que marca una
tendencia alarmante.
La
prohibición de la caza deportiva, ha probado ser totalmente ineficaz para
revertir este proceso degradativo. Sin ir más lejos, en Kenia se matan actualmente
unos 100 leones por año, de una población de 2000. De continuar esta tasa de
mortalidad, ya no existirán leones en ese país para el año 2030. Una aclaración
para los desprevenidos. La cacería deportiva se prohibió en Kenia en 1977. Más
claro imposible.
En
Namibia, en cambio, donde la caza mayor se desarrolla con singular éxito, tanto
en especies de planicie como de caza peligrosa, los leones tienen una mejor
perspectiva ecológica, aunque no escapan al riesgo de la coexistencia con
humanos. En los últimos veinte años los productores ganaderos de este país, mataron
más de mil leones que traspasaron sus propiedades amenazando sus rodeos.
Los
censos poblacionales indican que la mayor densidad demográfica de estos felinos
se encuentra en dos áreas: la región Etosha - Kunene, donde se estima que hay
una población de 455 leones, dispersos en un área de 125.000 km2; y la región
en Khaudum - Caprivi, donde se calcula que hay alrededor de 150 ejemplares en
un área de 95.000km2.
Etapas del proyecto
Junto
a la Dra. Trinkel se encuentra también Monika Menzinger, una joven estudiante
austríaca que realiza una pasantía universitaria realizando trabajos de campo. Con
Monika salimos a recorrer el área, y participamos en la captura de leonas para
la colocación de collares de rastreo.
Ella me cuenta que el proyecto se divide en dos partes. La primera se
compone de un trabajo de dos años de duración, con seis meses de investigación
en el campo. En esa etapa se obtiene datos sistemáticos como el tamaño de las
poblaciones, su estructura, distribución y movimiento en la reserva de caza. Aquí
es cuando se genera la información relevante sobre el manejo de fauna y algunos
parámetros, como el ratio entre el número total de la población y los
ejemplares que son residentes temporales. Se identifican además, los patrones
de movimiento y migración, y se registra la relación entre la distribución de
las presas y su densidad poblacional. Por último, se analiza la capacidad de
carga y estructura demográfica en la reserva de caza y se las compara con las
del parque nacional.
La
segunda parte del proyecto que se desarrolla entre el tercer y el quinto año,
continúa con la recolección de datos para obtener información sobre la dinámica
poblacional y los cambios que se registran a largo plazo, que se verán modificados por la frecuencia de las
estaciones de lluvia y la densidad y distribución de las presas (alimento).
Es
en esta etapa, en la que el proyecto prevé comenzar con la implementación y
asesoramiento de políticas de manejo de leones, en función de los resultados
que se vayan obteniendo. “Lo ideal -agrega Monika- sería distribuir la información
que vamos obteniendo y crear nuevos patrones de trabajo para las comunidades de
granjeros que están establecidas dentro del hábitat natural de los leones”. ¿Y
como lo harían?, “bueno, para eso ya estamos trabajando en la creación de
workshops y seminarios de entrenamiento para estudiantes de biología locales,
en donde podamos enseñarles técnicas de monitoreo de carnívoros, en lo que nosotros
llamamos áreas de transición. Es decir, en lugares con fronteras permeables y
semi permeables lindantes con los grandes parques nacionales”, explica
entusiasmada.
La metodología de
investigación
Como
en toda investigación científica, el trabajo de campo es fundamental y debe ser
llevado a cabo de manera minuciosa y prolija. Son de la partida en el terreno,
además de Monika, los veterinarios, el personal de la reserva, y André Burger, quien
tiene a cargo la operación de caza mayor. Burger es un ex oficial del servicio
de parques nacionales y un reconocido cazador profesional en África. Parte del
trabajo de André y Monika es recorrer las áreas de estudio y verificar el
funcionamiento de las treinta y cinco TrailCams con que cuenta el equipo de investigación.
Estas cámaras trampa están ubicadas en veintitrés aguadas, de manera que puedan
capturar el movimiento de los animales diariamente, incluso con lentes infra
rojos para tomas nocturnas. Cada uno de estos aparatos es colocado sobre un
árbol a un metro y medio de altura, y a dos o tres metros del charco. En el
caso de grandes aguadas, se ubican dos cámaras, una a cada lado para tener una
visión total de la actividad.
Las
fotos y los datos aportados por las cámaras trampa, son bajados a una
computadora cada cuatro o cinco días, y usados para identificar áreas donde se
mueven los leones. En aquellos lugares de mayor actividad, se establecen
apostaderos para una observación directa.
Según
me aclara Monika, la manada de leones constituye una sociedad de “fusión-fisión”,
es decir que las parejas macho - hembra, no están juntas pero se reúnen
regularmente. En este proceso de observación directa, donde hay mayor
concentración de ejemplares, se los identifica por sus características físicas
y edad. Además se registra la fecha y la hora en que fueron tomadas las fotos,
la identidad del león, condición y estado físico, el número que lo identifica, la
identidad del resto de la manada, el estado reproductivo de las hembras, y las
interacciones con otros leones. Todos esos datos van a una planilla de Excel y
son catalogados con fotografías digitales.
Los
movimientos se monitorean gracias a un collar de rastreo con GPS que se coloca
a las hembras, que son el corazón de la manada (no los machos como en general
se cree). Para la colocación del collar, el cazador profesional le dispara un
dardo con anestesia preparado por el veterinario. “En ese proceso, -me dice- el
animal escucha todo a su alrededor pero no puede moverse, por esa razón les
colocamos un trapo en la cabeza, para que no pueda ver y de esa forma baje un
poco el estrés que esta maniobra obviamente le provoca”. La información
obtenida por el GPS es transferida a un sistema de información geográfica,
permitiendo el análisis de patrones de movimiento y determinación de áreas.
“Con todos estos datos, ya estamos listos para hacer nuestro trabajo en el
escritorio”, concluye.
Tener
la posibilidad de participar en un proyecto científico de este tipo en un
safari de caza mayor es una experiencia única y muy interesante, especialmente
en estos tiempos que corren, donde la caza y la conservación parecen, -a ojos
profanos-, dos acérrimos antagonistas. Las charlas de cada noche alrededor del fogón
del campamento, entre biólogos, veterinarios y cazadores, whisky de por medio, hablando
del futuro de los leones en África y escuchando sus rugidos, desmienten
categóricamente esta visión sesgada y maniquea. En el mundo real, la cosa es
bien distinta.
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