domingo, 10 de agosto de 2014

Eduardo Barros Prado - Un cazador entre las Amazonas


Por Eber Gómez Berrade

Si hubiera que definir a Eduardo Barros Prado con una sola palabra sería la de aventurero. Este brasileño, amante de la caza mayor, la antropología y la exploración, alcanzó fama internacional a mediados del siglo XX gracias a los libros que escribió sobre su expediciones en las selvas del Amazonas y en las planicies de Africa. Sus trabajos fueron escritos originalmente en idioma español y publicados en Argentina, casi todos por la vieja Editorial Peuser de Buenos Aires. Con una pluma fluida y un tanto ornamentada, sabía capturar el interés del lector y trasladarlo a los lugares exóticos y salvajes por donde él mismo había andado. 
Barros Prado fue, entre otras cosas, capitán del Ejército en el arma de Caballería, profesor de equitación, corresponsal de guerra, etnógrafo, explorador, escritor y cazador.
Dueño de una personalidad cultivada y renacentista, fue también controvertido y polémico, lo que lo convirtió en blanco de críticas que ponían en duda la veracidad de sus hazañas en más de una oportunidad.
La primera vez que tomé contacto con la obra de Barros Prado fue hace muchos años, cuando me encontraba organizando una expedición en solitario a la selva amazónica. En aquel momento sus libros fueron para mí de gran inspiración y una fuente de conocimiento que resultarían de mucha utilidad en el terreno. Los años pasaron y en una visita a la ciudad de Río de Janeiro, encontré en plena avenida Visconde de Pirajá, en el coqueto barrio de Ipanema, la primera edición de un viejo ejemplar de su libro inicial: “Yo vi el Amazonas”. Era una traducción al portugués, realizada en 1952 por el Consejo Nacional de Protección de los Indios a pedido del famoso mariscal Rondón para el gobierno de la República de Brasil. La obra está prologada por el coronel Amilcar Botelho de Magalhaes, asistente personal de Rondón y miembro del Consejo de Protección de los Indios. El ejemplar en cuestión, además estaba firmado de puño y letra por el mismo Botelho de Magalhaes. Una grata sorpresa extra para mi curiosa e inquieta pasión bibliófila.
El hecho es que el prólogo de ese libro confirma varios aspectos de la vida de Barros Prado, que de no ser por el conocimiento personal que este funcionario brasileño tenía con el autor, parecería la descripción de un personaje de ficción típico de una novela victoriana.


UN HOMBRE DE MUNDO
La inquieta vocación viajera de Barros Prado y el haber nacido a la par del siglo XX le brindaron la posibilidad de conocer a personalidades de reconocida trayectoria de nivel mundial. En sus obras se menciona la amistad que trabó con Ernest Hemingway, a quien conoció en España durante la Guerra Civil y a quien luego acompañó en algunos de sus safaris por el continente africano. Se dice que en El Cairo tomó contacto con el coronel T.E. Lawrence (Lawrence de Arabia) y en Bombay con el mismísimo Mahatma Ghandi. En sus viajes por Africa también conoció a Sir Baden Powell, creador del movimiento Scout; al Dr. Albert Schweitzer, a quien visitó en su misión de Lambarené; a Halie Selassie, el Rastafari y último emperador de Abisinia, y a Donald Kerr, cazador profesional y propietario de la famosa compañía de safaris Kerr & Downey de Nairobi. En Argentina, además conoció a Pedro Luro y Antonio Maura, pioneros de la introducción del ciervo colorado en La Pampa; al escritor escocés Robert Cunnighame Graham; y al aventurero Aimé Tschiffely, quien aún hoy es recordado por la hazaña de haber recorrido el continente americano montando su dos caballos criollos, Mancha y Gato, en 1929.
Ahora, sin dudas, la amistad que lo marcó más fuerte fue la del general Cándido Mariano da Silva Rondón, mariscal y prócer brasileño llamado “el apóstol de los indios” por sus investigaciones y desarrollo de política de protección de los pueblos originarios de la cuenca amazónica.
Rondón fue el primer director de la Oficina Brasileña de Protección del Indio (FUNAI), identificó más de 200 tribus desconocidas y participó en la expedición del presidente Teddy Roosevelt al Amazonas, llamada “Expedición Roosevelt-Rondón”, en la que navegaron la totalidad del curso del Río de la Duda, descubierto por el mismo Rondón y rebautizado como Río Roosevelt a partir de esa excursión. En reconocimiento de su trabajo a favor de los indios, el gobierno de Brasil denominó un estado amazónico en su honor: Rondonia.
Que todos estos personajes se hayan cruzado en la vida de Barros Prado no es casual, ya que la exploración, la caza y la equitación fueron siempre un denominador común.

PRIMERAS AVENTURAS
Barros Prado nació en San Pablo en 1900, hijo de una familia descendiente de fundadores de esa ciudad brasileña y de la ciudad amazónica de Santarem. Su padre fue jefe de ingenieros en un regimiento del Brasil y participó en parte de la construcción del gran Teatro Amazonas, conocido como la Opera de Manaos, en pleno boom cauchero.
Siendo pequeño, sus padres se mudaron a una fazenda en Manaos, donde comenzó su educación inicial de la mano, primero, de un misionero cristiano, y luego de un tutor irlandés, que había pertenecido a los famosos regimientos de Lanceros de Bengala, que los británicos desplegaban en aquel entonces en la India imperial. Desde muy joven se sintió atraído por los idiomas, y a temprana edad fue contratado como guía e intérprete de dialectos indígenas en la expedición amazónica de Sir Alexander Hamilton Rice, patrocinada por la Royal Geographical Society.
Una vez abandonada la casa paterna, Barros Prado comenzaría un interminable peregrinar por el mundo entero. Estudió en los Estados Unidos y se graduó como médico veterinario en la Universidad de Iowa.
En 1932, de vuelta en Brasil, tomó parte de una revuelta militar en San Pablo, conocida como Revolución Constitucionalista, entrando en combate en las localidades de Fundao, Ponte Brizola, Fazenda Candoca hasta la retirada del grupo sedicioso en la localidad de Sorocaba. Luego de la derrota, se vio forzado a exiliarse, y aceptó una invitación del general Estigarribia, de Paraguay, para unirse al ejército de ese país como voluntario en la Guerra del Chaco que mantenía con Bolivia. Allí llegó a comandar un escuadrón de caballería compuesto mayormente por voluntarios extranjeros. Fue herido, y convaleciente en el hospital recibió una condecoración junto al grado de capitán de caballería.
Un nuevo viaje a los Estados Unidos lo encuentra trabajando en diversas actividades: en astilleros en Nueva Orleans, como vareador de caballos en Kentucky, empleado en la fábrica Good Year y como doble de riesgo en Hollywood, en donde ocupó el papel de Errol Flyn en algunas de las escenas ecuestres en la película “La carga de la brigada ligera”.



GUERRAS, SAFARIS Y CABALLOS
Luego de estas variopintas experiencias de vida, viajó a Africa y cubrió la invasión de las tropas de Mussolini en Abisinia como corresponsal de guerra. Después de la derrota de los fascistas a manos del emperador Halie Selassie en 1941, abandonó Abisinia y se dedicó a viajar y a trabajar como cazador profesional en el Congo Belga, Kenia, Angola, Rhodesia del Sur y Ruanda.
Al finalizar su periplo, se embarcó hacia el puerto de Santos, en Brasil, donde pasó unos ocho meses en Sao Borja, y luego siguió su derrotero hasta Buenos Aires, donde se dedicó al polo y la equitación. Según asegura Magalhaes en el prólogo de “Yo vi el Amazonas”, en esa época Barros Prado colaboró en su tiempo libre en dos revistas literarias y una dedicada a asuntos de equitación. Y luego de una temporada en la ciudad de Buenos Aires, se instala en la localidad de San Miguel donde se desempeñó como profesor de equitación y polo en el Campo Hípico “El Tato”.
En la década del 50 volvió a los Estados Unidos y posteriormente Africa, para realizar un safari de 26 días de donde proceden sus relatos del libro “El último safari”. Allí narra diversas cacerías de leonas, rinocerontes y búfalos, y lleva una cuenta pormenorizada de los personajes con los que se cruza en su camino.

JIBAROS Y AMAZONAS
La obsesión de Barros Prado por la exploración selvática y el contacto con tribus desconocidas lo llevó a seguir los pasos de Bonpland, Agazzis, Teodor Koch-Grünberg, Charles Marie de la Condamine, Spruce, Darwin y Hamilton Rice. Todos famosos exploradores amazónicos de renombre, a los que admira y no pierde oportunidad de mencionar en la mayoría de sus libros.
Entre 1949 y 1950 realiza una expedición en territorio jíbaro, donde asiste a las ceremonias de reducción de cabezas. Los fondos para financiar la travesía, según cuenta el mismo Barros Prado, provinieron de la venta de un campito de su propiedad en la localidad bonaerense de General Pacheco. Con ese dinero y sin ayuda oficial se largó hacia Iquitos, en la Amazonía peruana, para efectuar la expedición que relataría con lujo de detalles en uno de sus libros. En 1957 vuelve a la gran selva a bordo del yate Victoria, propiedad de su hermana, para recorrer el curso amazónico desde Iquitos a Manaos, esta vez más como cronista que como explorador.
La rigurosidad periodística y los datos históricos fueron los ejes centrales de sus escritos. Siempre con la selva como telón de fondo, y como protagonistas de la obra un sinnúmero de historias de vida de personajes ignotos que viven a la vera del gran río o en medio de los montes matogrocenses. Todo mezclado, claro, con relatos de caza de jaguares, panteras negra, catetos, maracayás, susuaranas, capibaras y antas. De esa etapa son los libros “La atracción de la selva” y “Yo viví con los jíbaros”.
En sus expediciones convivió con kayabíes, kalapalos, parintintín, xavantes y varias otras tribus. Pero, sin dudas, fue su estancia entre las icomiabas o amazonas la que más repercusión tuvo en su carrera de divulgador.
Barros Prado realizó tres expediciones en su búsqueda, guiado por la antigua leyenda. No la que cuenta Heródoto en su historia y que refleja la mitología griega, sino la que los conquistadores españoles del siglo XVI establecieron al descubrir una nación de mujeres guerreras en plena selva, por lo que bautizaron a ese gran río/mar como “río de las amazonas”.
En realidad, lo que Barros Prado encontró y que se cree que fue lo que vieron los españoles, no resultó otra cosa que una tribu matriarcal denominada icomiabas que habitaba las inmediaciones del río Ñamundá.

EN BUSCA DE EXPLORADORES PERDIDOS

Otro aspecto característico de la vida aventurera de Barros Prado fue su disposición para buscar exploradores perdidos en la Amazonía. Naturalmente, sus conocimientos de las selvas sudamericanas lo habilitaban para esa tarea, pero sin dudas fue una inclinación por el mito victoriano de las tribus perdidas de hombres blancos surgida de la imaginación de escritores como Sir Arthur Conan Doyle o Henry Rider Haggard, lo que lo llevó a internarse en la maraña en busca de dos aventureros franceses, desaparecidos en plena selva sin dejar rastro alguno.
Al igual que lo ocurrido con Livingstone en África a fines del siglo XIX y el coronel Percival Fawcett en el Matto Grosso a principios del siglo XX, la noticia de la pérdida de contacto de un piloto francés llamado Redfen, y del explorador y ex maquis Raymond Maufrais en la selva de Guayana, alentó las más diversas y fantásticas teorías acerca de sus destinos. Asegura Barros Prado en uno de sus libros, que la colectividad francesa en Río de Janeiro le solicitó organizar una expedición para ir en búsqueda de los desdichados compatriotas, lo cual hizo pero sin ningún éxito.
Perderse en la selva no es tarea difícil. Incluso el mismo Barros Prado extravió su rumbo en el Alto Xingú a principios de la década del 60, pasando 42 días sin provisiones y con la sola compañía de su perro Shaboo en las inmediaciones del Río das Mortes. Finalmente fue rescatado sano y salvo pero con marcados signos de desnutrición.
Barros Prado pasó sus últimos años en Buenos Aires. Según cuentan amigos que lo han conocido personalmente, tenía una personalidad agradable, estaba siempre bien dispuesto a contar historias en un portuñol bastante aporteñado, y mantenía una impresionante colección etnográfica recolectada en sus innumerables expediciones selváticas. Se desempeñó por un tiempo como funcionario del Estado argentino en temas de turismo, y hay quienes recuerdan aún su fallida participación en la organización de una cacería de ciervos colorados en la Patagonia argentina, en honor al príncipe Abdul Reza Pahlavi, hermano del Sha de Persia en la década del 70.
En noviembre de 1979, la mayor parte de su colección etnográfica se subastó en la casa Guerrico. Arcos, flechas, lanzas, cerbatanas, bordunas, tocadas de plumas, alfarería e innumerables artículos tribales fueron rematados, y comprados por un oferente bajo sobre que, dicen, se llevó todo a los Estados Unidos. Algunos años después Barros Prado fallecía en Buenos Aires.
La ausencia de material fotográfico en algunos de sus libros alimentó la suspicacia sobre la veracidad de algunas de sus hazañas y experiencias. Lo cierto es que la colección antropológica que supo recolectar y la precisión de sus relatos, descripciones y memorias en cada una de sus obras, no sólo inspiran y entretienen al lector que se acerca a sus libros, sino que lo deja con la íntima certeza de que el explorador y el cazador que escribe efectivamente ha estado allí.

SUS LIBROS
Eduardo Barros Prado publicó siete libros en idioma español, cinco de los cuales fueron editados por la casa Peuser de Buenos Aires. Sus obras también fueron traducidas al portugués, inglés, francés y alemán. Algunos de estos títulos fueron “I lived among the Amazons”, “The lure of the Amazon”, “Glückliche Jahre am grossen Stroms”, “Eu vi o Amazonas”, “J´ai vu l´Amazone” y “Aventures en Amazonie”.

“Yo vi el Amazonas” (Talleres Gráficos Dordoni 1948): Narra su temprana educación en Manaos bajo la tutela de un misionero y un militar irlandés miembro de uno de los legendarios regimientos de Lanceros de Bengala. El libro es una colección de relatos de personajes y experiencias de vida en el Amazonas.

“La atracción de la selva” (Peuser 1958): Incluye aventuras, relatos de cacerías y búsqueda de exploradores perdidos en la selvas de la Amazonia y el Matto Grosso.

“Yo viví con los jíbaros” (Peuser 1959): Es una colección de historias y personajes que el autor va encontrando en un viaje en el barco Victoria propiedad de su hermana. En cada puerto, desde Iquitos a Manaos, cuenta diferentes historias de vida que muestran su calidad como cronista y curioso escritor.

“El último safari” (Peuser 1963): Relatos de cacería y apuntes de viaje de su safari por Sudán, Congo, Sudáfrica, Kenia y Rhodesia a fines de la década del 50.

“Matto Grosso, el infierno junto al paraíso” (Peuser 1968): Raconto de sus expediciones por el Río das Mortes, exploraciones por el Alto Xingú y su encuentro con las tribus xavantes.

“Amazonas un mundo extraño” (Peuser 1968): Es la continuación de las expediciones por el Matto Grosso, con historias de vida de indígenas y exploradores, así como de algunas investigaciones antropológicas llevadas a cabo por el autor.

“Yo viví entre las Amazonas” (Nueva Senda 1973): La crónica de las exploraciones en busca de las icomiabas, que incluye un relato pormenorizado de los orígenes del mito de las amazonas en la literatura y en la historia.