jueves, 25 de septiembre de 2008

Books with published works of Eber Gómez Berrade






Books with published works of Eber Gómez Berrade



























Grandes Cazadores y Conservacionistas

Pedro Olegario Luro


Por Eber Gómez Berrade


Pocas cosas son tan gratamente estremecedoras para el cazador, como el escuchar los bramidos del colorado, una fresca mañana de Marzo en lo profundo del monte.
Sin dudas, para los que vivimos en esta parte del mundo, el ciervo colorado es el trofeo de caza mayor más espléndido al que se puede acceder. Su alzada y cornamenta, al igual que sus esquivos vagabundeos decoran nuestras pampas y bosques. Pero esto no hubiera sido posible sin la visión de un hombre que además de ser cazador y conservacionista, fue un visionario y por sobre todas las cosas, un hombre de acción. Me estoy refiriendo al Dr. Pedro Olegario Luro.
Luro fue un digno representante de su época, o por lo menos de lo que ella representaba. Al calor de la reciente Constitución Nacional, surgió una generación de hombres con un gran interés en diversas actividades, tanto políticas, como culturales y sociales. Esta Generación del 80 se caracterizó por contar entre sus miembros a hombres con un brillante nivel intelectual y una gran capacidad ejecutiva, pero además todos compartían un objetivo fundamental, el progreso de la Nación.
Parte de ese progreso, provenía de incorporar las ideas imperantes en el viejo continente. La Constitución convocaba a la inmigración europea, descartando implícitamente la de cualquier otro origen. El modelo cultural de esa generación fue la aristocracia europea a la que se trató de imitar hasta en sus menores detalles, incluyendo su pasión cinegética. En un país inmerso en un proyecto de cambio total, se prefería complementar lo autóctono con lo extranjero.
Este bonaerense nacido en el año 1860, era un amante de la naturaleza y un avezado cazador deportivo. Fue pionero en el conservacionismo y el responsable de la primera introducción de animales europeos en nuestro territorio.
La idea de traer especies provenientes de Europa, tal vez haya surgido después que su amigo francés el Duque de Montpensier, cazador habituado a enfrentarse con elefantes y tigres de Bengala, decidiera venir a estas tierras en busca del puma criollo. Esta cacería no resultó espectacular, pero sirvió para corroborar las cualidades cinegéticas de su amigo, y despertar el entusiasmo de Luro por tener un lugar propio destinado a estas excursiones.
En el año 1906 decide traer al país algunas de las más importantes especies animales con que cuenta nuestra geografía en la actualidad.
Las especies que se introdujeron fueron dos razas diferentes de ciervos colorados, la oriental llamada protociervo, proveniente de latifundios Cárpato Húngaros, y la occidental llamada ciervo de los Alpes de la zona montañosa austriaca, además de jabalíes europeos provenientes de Francia, ciervo axis o chital de la India, ciervo dama y faisán.
El traslado de los animales se realizó mediante la compañía alemana Julius Mohr de Baviera. Primero se intentó depositar las especies en la Isla del Vizcaíno que posteriormente fue arrasada por las aguas en una gran creciente del río Paraná. Finalmente los animales fueron depositados en la estancia San Huberto, propiedad de Luro, que había heredado de su suegro Ataliva Roca, hermano del presidente General Julio A. Roca.
El establecimiento situado a 25 Km al sudeste de la ciudad de Santa Rosa, provincia de La Pampa poseía un predio alambrado de 800 hectáreas en una región cubierta por monte de caldenes y se convirtió en el primer coto de caza del país.
El casco de la estancia San Huberto merece un capítulo aparte en esta narración, ya que era un lujoso chalet para alojamiento de los invitados que fue construido entre los años 1910 y 1911, fue denominado El Castillo. Por él desfiló una nutrida concurrencia que incluía nobles europeos y magnates de todo el mundo. Al llegar a Santa Rosa, los visitantes subían a un tren privado de trocha angosta que los llevaba hasta el lujoso establecimiento estilo Luis XVI, de apariencia señorial que transmitía una brillante nota estética y el espíritu culto de su propietario. Todo en su interior era estilizado y elegante. En el amplio comedor había cuadros que mostraban escenas de caza pintadas por artistas famosos, una biblioteca con obras en diversos idiomas, una sala de billar y un reloj con mil días de cuerda, jarrones y esculturas, y la gran chimenea, donde un tallista parisién puso sus habilidades en una serie de bajorrelieves artísticos de mucha calidad. La leyenda dice que Luro compró el café de París en que estaba esa chimenea porque no la quisieron vender sin el edificio completo.
Había también un jardín tipo Versalles y una inmensa pajarera de varias hectáreas de extensión llena de faisanes que se soltaban para la caza menor. En definitiva El Castillo era un extraño oasis de civilización en medio del agreste paisaje de La Pampa.
Allí los esperaba Ernesto Mutti, un mecánico piamontés que había inmigrado, como tantos otros para hacer la América, quién colaboraba infatigablemente en las tareas de la administración de la estancia y del cuidado de los valiosos perros y faisanes. Este italiano baqueano, había adquirido el gusto por el campo cazando lobos y zorros para el Marqués de Malaspina.
Luro se endeudó para construir su castillo y cuando estaba pagando sus créditos con la llegada de sus clientes, se declaró la Primera Guerra Mundial. En esa época el viaje se hacía en grandes transatlánticos, que eran presa fácil de los barcos de guerra enemigos, por lo cual se interrumpieron los viajes de placer.
Nobles y aristócratas europeos dejaron de visitarlo para cazar en La Pampa mientras que él tenía que seguir afrontando las cuotas de sus créditos. Como era previsible se fundió. En 1922 la estancia fue vendida por problemas económicos por el Banco Hipotecario Nacional.
En ese momento el alambrado original fue abatido y los animales terminaron de extender su hábitat por una vasta zona de la provincia.
El nuevo comprador de la estancia fue Miguel Maura, que con el correr del tiempo, dotó al establecimiento de un amplio y remodelado palacio, continuando con la recepción de grandes personalidades de la época. Se comenta que tras la caída del rey Alfonso XIII de España, este casco le fue ofrecido al monarca destronado como residencia y coto de caza en su destierro.
En el momento de ser abatido el alambrado en 1922, Roberto Hossmann, otro fuerte estanciero de la época, hizo capturar 18 ciervos colorados, llevándolos a su establecimiento Collún Co, en San Martín de los Andes, provincia de Neuquén. El clima húmedo, la abundancia de agua, los bosques de lenga y buenos pastos brindaron a los ciervos un ambiente propicio para su desarrollo. La dispersión de los animales continuó cuando en el año 1927, un incendio destruyó el alambrado y los diseminó por gran parte de la provincia de La Pampa y San Luis. En cuanto al ciervo axis o chital, fue distribuido en la provincia de Buenos Aires en los partidos de Balcarce y Gral. Pueyrredón.
Una de las características de los hombres como Luro, era la amplitud de intereses y de actividades a las que se dedicaban, confirman mis palabras los cargos que ocupó a lo largo de su carrera en la administración pública. El Dr. Luro, además de ocupar una banca de Diputado Nacional en dos oportunidades, primero durante la presidencia de José Evaristo Uriburu y luego de Manuel Quintana, tuvo a su cargo la Dirección del Banco de la Provincia de Buenos Aires y la presidencia de la Comisión de Hacienda, donde fomentó la introducción de las carnes argentinas en Francia, para lo que realizó un viaje a Europa por el año 1887.
Entre 1898 y 1912 fue integrante de la Comisión Directiva del Jockey Club, además fue impulsor de la Ley de creación del puerto de Mar del Plata en el año 1909 y luchó incansablemente por la provincialización del territorio de La Pampa. Todas estas actividades no le restaron tiempo para escribir, entre otras obras el libro “Silos y Ensilajes. La agricultura como fuente de riquezas ganaderas”.
A los 67 años falleció un 14 de Marzo de 1927 en la ciudad de Mar del Plata, el lugar que él había elegido para presenciar sus últimos atardeceres. Hoy queda poco de aquella época, los visitantes aristócratas ya no recorren las picadas pero el campo donde los primeros ciervos colorados encontraron el interminable sabor de la pampa y la brama llega puntual con el otoño permanece inalterable como parque provincial.
Grandes Cazadores y Conservacionistas
Theodore Roosevelt


Por Eber Gómez Berrade

Es difícil imaginarse un presidente que no acepte una reelección. Ahora ¿Qué pensarían si ese presidente fuese estadounidense y declinara su segundo período constitucional sólo por hacer un safari en Africa? Ese hombre existió y fue Theodore Roosevelt, vigésimo sexto presidente de los Estados Unidos de América.
La vida de Roosevelt fue distintiva por varios aspectos. La situación política del mundo que le tocó vivir, su carrera en la administración pública, su fascinación por la naturaleza y la inagotable energía que parecía tener en todo momento. Roosevelt nació en Nueva York en 1852, se graduó en la Universidad de Harvard y desde entonces se dedicó a pleno a la actividad política. A los 28 años fue legislador del Partido Republicano en la legislatura de su Estado, para ser luego Comisionado de Policía. Por esta época comenzó su fama de hombre duro que luchaba contra la corrupción. Eran los primeros indicios de la política del “big stick” o garrote, que emplearía luego con eficiencia en las relaciones internacionales de su país.
Poco tiempo después otro suceso iba también a predecir la futura decisión de cambiar cargos por acción. Siendo secretario de Marina durante el primer período de la presidencia de Mc Kinley, renunció a su puesto para embarcarse como teniente coronel de los “Rough Riders” a fin de combatir a España por la independencia de la isla de Cuba.
Luego de la guerra su carrera continuó como gobernador de Nueva York y vicepresidente de la Nación, hasta que el presidente Mc Kinley fue asesinado al año siguiente de asumir, convirtiéndose así en presidente de los Estados Unidos a la edad de 49 años. Corría el año 1901.
Al finalizar su mandato fue elegido nuevamente presidente y pudo haber sido reelegido en 1909, ya que si bien la Constitución estadounidense permite sólo dos períodos consecutivos en la presidencia, el primero no fue considerado por haber sido en reemplazo de Mc Kinley. Es aquí cuando decide hacer su tan ansiado safari a Africa.
Nada era tan importante como su safari, ni siquiera el Premio Nobel de la Paz que recibió por su intervención en la guerra Ruso-Japonesa. Si bien es cierto que era un hombre eminentemente político, se destacó también como naturalista, cazador y conservacionista. Roosevelt era un aventurero en el sentido literal de la palabra. Recorrió los Estados Unidos y Canadá, parte de Sudamérica y Africa cazando e investigando, incluso explorando territorios vírgenes y poniendo en riesgo su vida en más de una oportunidad.
Todas sus experiencias las registró minuciosamente en más de treinta libros, cientos de artículos en revistas, editoriales de diarios, colaboraciones y cartas. Se dice de él que había desarrollado una extensa red de amigos y contactos que mantenía por correo escribiendo alrededor de 150.000 cartas a lo largo de su vida. En una época donde la conciencia por los recursos naturales y la conservación de las especies eran sólo especulaciones de algunos teóricos, Roosevelt puso manos a la obra y llevó adelante numerosos proyectos ecologistas, conjugando su conocimiento de la naturaleza con el poder que sus cargos en la administración pública le brindaban.
Entre las obras que realizó se encuentran la creación de cincuenta y cinco refugios de vida silvestre, la expansión de los Parques Nacionales de los Estados Unidos y la organización de numerosas conferencias sobre conservacionismo. Además, solicitó que el Gran Cañón en Colorado estuviera siempre libre de desarrollo urbano, multiplicó la forestación del territorio y creó el Servicio Forestal de los Estados Unidos. Todo esto contribuyó a popularizar el respeto por la naturaleza y la conciencia por el medio ambiente que hoy, casi cien años después, es moneda corriente entre los cazadores y las sociedades en su conjunto.
Su safari a Africa fue organizado como una operación militar con el mismo celo que años antes había organizado su incursión a Panamá por la cuestión del Canal. Para tener una idea de la magnitud de esta aventura digamos que, después de un largo intercambio epistolar, invitó a la Casa Blanca a expertos en el tema como Frederick Selous ya conocido por nosotros, Carl Akeley famoso cazador y fotógrafo americano, Rider Haggard, escritor inglés y autor de “Las minas del Rey Salomón” y al coronel J. H. Paterson autor del libro “The Man Eaters of Tsavo”, quién vivió la experiencia de lidiar con dos leones cebados con carne humana mientras se realizaba la construcción de la vía férrea que unía Mombasa y Uganda.
Todo fue cuidadosamente dispuesto. Nada quedó librado al azar. Los fondos para financiar la campaña provendrían del “Smithsonian Institute” y de lo que cobrarían él y su hijo Kermit, que lo acompañaba en el viaje, por escribir varios artículos periodísticos en la revista “Scribner's”, que posteriormente tomaron la forma del famoso libro “African Game Trails”, un clásico para los amantes del género de la africana, y considerado en 1910 Libro del Año por el “Herald Tribune”.
Las armas merecen un capítulo aparte. Roosevelt era aficionado al americanísimo Winchester y agregó a su equipaje, su favorito Springfield Sporter calibre 30 hecho a pedido, pero no ocultó su satisfacción cuando recibió de manos de cincuenta y cinco naturalistas y deportistas ingleses un doble Holland & Holland Royal Grade calibre 500/450 Nitro Express, en reconocimiento por sus servicios en la preservación de las especies.
El 21 de abril de 1909 Roosevelt finalmente desembarcó en Mombasa, donde una comitiva del Protectorado del Africa Oriental Británica lo estaba esperando para darle una bienvenida digna de un primer mandatario en actividad, cosa que también le sucedería algunos años después al llegar a Buenos Aires. Llegó a Nairobi por vía férrea desde Mombasa acompañado por su amigo Selous, sentados ambos en el frente de la locomotora del tren, en medio de los aplausos de los que lo esperaban en el andén.
El safari no estuvo exento de zozobras, especialmente financieras, que finalmente se resolvieron gracias a los contactos del ex-presidente. En cuanto a los guías que lo acompañaron se encontraba lo mejor de la época: Phil Percival, los hermanos Hill, Lord Delamere, Quentin Grogan y Berkley Cole entre otros, además de tener el apoyo de su viejo amigo Frederick Selous.
El viaje lo llevó por diversos lugares de Kenya y Uganda, atravesando territorios Masai, Wakamba, Kikuyu, N-dorobo y Nandi. Recolectó alrededor de 4.900 mamíferos, que incluyeron los “Big Five”, 4.000 aves, 500 peces y 2.000 reptiles que fueron enviados al Museo Smithsoniano donde fueron embalsamados y estudiados por naturalistas y ornitólogos. El acuerdo que tenía era de cazar una pareja de cada especie para el Museo y poder guardarse otra pareja para él.
Los críticos aducen que Roosevelt cometió algunos excesos en cuanto a la caza de especies. Es verdad, los números lo demuestran, así como algunas actitudes reprochables que protagonizó a lo largo de su safari, como la de cazar nueve rinocerontes blancos en el Enclave de Lado, sabiendo que era una especie casi extinguida en esos momentos en Africa. Por otra parte, el ex-presidente tenía muy mala puntería debido a una hemorragia en su retina izquierda provocada por un accidente de boxeo en la Casa Blanca. A pesar de esto insistía en realizar disparos a larga distancia, causando que muchos animales huyeran heridos. Los cazadores profesionales que lo acompañaban, en su mayoría ingleses estrictos de las normas de caza, fueron en muchas ocasiones indulgentes con su ilustre cliente.
De todas maneras, al concluir el viaje “Teddy” había logrado su sueño del safari. Había contribuido con los museos de historia natural de su país y había seducido a la colonia inglesa como no lo había hecho el mismo Príncipe de Gales.
Sus expediciones no culminaron con la experiencia africana. En 1913 arribó al puerto de Buenos Aires, donde fue recibido con los honores dignos de un presidente en funciones. Victorino de la Plaza, vicepresidente a cargo de la Presidencia de la República hizo de anfitrión del popular norteamericano. Conoció a Estanislao Zeballos, Julio A. Roca, Joaquín V. González, Angel Gallardo, así como a Clemente Onelli, entonces director de Jardín Zoológico y el perito Francisco Moreno, quienes además compartieron su viaje a la Patagonia.
Luego de recibir infinidad de homenajes en Buenos Aires y La Plata, visitó Rosario, Tucumán, Córdoba, Mendoza, cruzó la cordillera y recorrió Santiago de Chile, Valparaíso, Temuco y Puerto Montt, terminando su itinerario patagónico en Bariloche. De vuelta en Buenos Aires, estuvo sólo el tiempo necesario para partir nuevamente hacia Posadas desde donde comenzó su última gran expedición. Internarse en la Amazonia brasileña.
Lo hizo atravesando el Paraguay hasta llegar a Corumbá en pleno Matto Grosso brasileño. Desde allí siempre con rumbo norte hasta Manaos, unos 2.000 km de pantanos y selva tropical. En esta ocasión la expedición también fue cuidadosamente organizada y contó con el apoyo de las autoridades brasileñas. El famoso mariscal Rondón fue el encargado de acompañar al aventurero de la Casa Blanca. Por supuesto esta fue una inmejorable oportunidad para cazar especies sudamericanas: yaguaretés, tapires, carpinchos (capybara), ciervos, etcétera. Todos cayeron bajo la mira de su Winchester. Pero además, la expedición recorrió el inexplorado río da Dúvida, hoy conocido como río Roosevelt en su homenaje.
Los infortunios estuvieron a la orden del día, se perdió el rastro del grupo, pasaban los días sin tener noticias del ex-presidente. Aparecieron algunos grupos que se habían separado y habían decidido remontar diferentes cauces. Los temores crecían y se pensaba en enfermedades, naufragios y ataques de aborígenes. Hasta que por fin, el aviso Ciudad de Manaos salió en su busca y logró hallarlo el 1º de mayo de 1913. El grupo estaba maltrecho, incluso murió un miembro de su expedición. La salud de Roosevelt estaba resentida. Este fue su último gran safari.Murió cinco años más tarde a los 68 años de edad, muchos dicen que nunca se recuperó de las secuelas provocadas por su aventura amazónica. Teddy Roosevelt fue un hombre contradictorio, aún hoy es recordado tanto por el garrote como por el “Teddy Bear” con que juegan los chicos (establecido como el símbolo del guía en los parques nacionales), por su intervención en Panamá como por el Premio Nobel de la Paz. Fue capaz de cazar en exceso, así como de promover los parques nacionales de su país. Pero por sobre todas las cosas, fue pionero del conservacionismo e impulsor de la conciencia pública en el cuidado del medio ambiente. Fue un verdadero adelantado de la ecología bien entendida.


Grandes Cazadores y Conservacionistas
Frederick Courteney Selous

Por Eber Gómez Berrade


Intentaré compartir con ustedes un paseo por la historia de la cacería, deteniéndome por unos momentos en la vida de aquellos grandes cazadores, que se internaban en tierras extrañas, con un arma y un irrefrenable deseo de libertad, cuando aún quedaban espacios en blanco en los mapas. Estos hombres compartían un profundo amor por la naturaleza y marcaron el camino del conservacionismo y la caza deportiva tal como la conocemos hoy en día.
Sin duda alguna, todos nosotros hemos escuchado alguna vez el nombre de Frederick Courteney Selous. Ya sea leyendo sobre historia de los safaris africanos, hojeando alguno de sus propios libros o mirando algún mapa donde aparece la Selous Game Reserve en lo que hoy se conoce como Tanzania.
De todas maneras, el nombre de Selous es famoso desde hace mucho tiempo. Su vida pudo haber sido extractada de una novela victoriana, ya que él mismo era el resultado de esa época. Nacido en Londres el último día de 1851 de una familia de intelectuales, cultivó desde chico el gusto por la naturaleza.
Luego de estudiar en Tottenham, fue enviado al “Rugby School” a la edad de catorce años, donde además de completar su educación formal, matizaba sus exploraciones naturalistas con lecturas de exploradores africanos.
Por ese entonces era ya un ávido lector del doctor David Livingstone, famoso misionero y explorador, y su ambición era seguir sus pasos por el continente negro. Es en ésta época donde decidió su futuro, ser cazador en Africa.
Y lo hizo. Con algunas libras en el bolsillo y diecinueve años de edad, desembarcó en Algoa Bay, (Port Elizabeth / Sudáfrica) el 4 de septiembre de 1871.
Es allí donde comenzaron sus aventuras, dirigiéndose a las minas de diamantes de Kimberley, cruzando el río Vaal y luego hacia los ríos Limpopo y Zambezi en busca de marfil. Se adentró en la tierra de los Matabele, conoció al poderoso rey Lobengula, y cazó en ese viaje numerosas especies y alrededor de setenta y ocho elefantes Siendo aún muy joven y sin mucha experiencia en caza mayor, compartió expediciones con diversos compañeros, entre ellos un hotentote llamado Cigar, quién lo inició en la forma de cazar elefantes como se hacía por aquel entonces: a pie, con un pesado Vaughan doble y algo de café y tabaco por todo lujo.
Creo importante comentar aquí, que los safaris de aquellas épocas distaban mucho de los que vinieron luego, en la primera mitad del siglo XX. Las condiciones eran realmente duras y la vida del cazador estaba en constante peligro debido a las fiebres, el hambre y la sed, sin contar que para cazar había que aproximarse mucho a la presa, de manera que la munición resultara eficaz. Esto era bien conocido por Selous, que en una oportunidad cazando a caballo cerca del río Umfuli, terminó desarmado y bajo el cuerpo de un elefante herido, salvándose milagrosamente.
Este primer viaje al Africa le sirvió para adquirir la experiencia necesaria que lo convertiría luego en uno de los más famosos cazadores africanos. Sus safaris, recechos y observaciones figuran en su libro “A Hunter's Wanderings in Africa”, publicado en 1881 y el primero de una serie que testimonian sus experiencias de caza en diversos lugares del mundo y lo convirtieron en un autor famoso entre sus compatriotas británicos. Según cuentan, el novelista Rider Haggard lo tomó de
modelo para su Allan Quatermain en “Las Minas del Rey Salomón”.
Selous se destacó no sólo como cazador, sino como guía, explorador y geógrafo, recibiendo por sus exploraciones la Medalla de Oro de la Real Sociedad Geográfica de Londres.
Cecil Rhodes, el padre de la colonización británica en Africa, lo convocó para la apertura de Mashonaland para la “British South Africa Company”, diciendo luego de él que fue “el hombre al que se le debía Rhodesia para la Corona Británica”. Una de las tareas de Selous fue la creación del Selous Road, un camino que cubría desde Bechuanaland (Botswana) hasta Fort Salisbury (Harare).
Su experiencia no se agotó en el “bush” africano, otras geografías lo vieron pasar con su rifle al hombro y su sombrero ladeado. Asia Menor y Transilvania en busca de ciervo colorado. Wyoming y las Rocallosas por wapiti y ciervo mula, Canadá por moose y caribú, Noruega e Islandia para recolectar huevos de aves y el Africa Oriental Británica (Kenia) por las especies silvestres que aún no contaba en su colección. Además de su propio museo en Surrey, Selous aportó numerosas colecciones de especímenes al Museo Británico de Historia Natural.
Como escritor continuó con el éxito de su primera obra, a la que le siguieron: “Travel and Adventure in South East Africa”, “Sunshine and Storm in Rhodesia” y “Sport and Travel”, que publicó a través de su editor Rowland Ward, y donde continúa con su particular estilo objetivo,
austero y detallista, comentando tanto las características de los indios Sioux de Montana, como las de los campesinos turcos. Para ese entonces colaboraba además, con la centenaria revista británica “The Field”.
Fue gran amigo de Theodore Roosevelt, presidente de los Estados Unidos y pionero en el conservacionismo, quien le sugirió, durante una visita a la Casa Blanca, la publicación de otro libro, “African Nature Notes and Reminiscences”. En 1908 le encargó la organización de su safari a Africa previsto para el año siguiente, junto a su hijo Kermit Roosevelt. Este viaje hizo florecer la cacería deportiva e introdujo la conciencia conservacionista, permitiendo el estudio de la vida
salvaje de Africa.
Cuando los primeros vientos de guerra comenzaron a soplar en 1914, Selous con 63 años de edad y establecido como escritor y administrador de su propio museo, no dudó en alistarse y logró ingresar como oficial de inteligencia de la “Legion of Frontiersmen”, una unidad especial africana bajo el Regimiento 25 de Fusileros Reales, donde alcanzó el grado de capitán y fue condecorado con la Orden de Servicio Distinguido.
El final de la vida de Selous fue tan heroico y singular como lo había sido el resto de la misma. Su safari final ya no fue contra un elefante sino contra la Schutztruppe alemana comandada por el famoso general Paul von Lettow-Vorbeck, él también una leyenda de valentía y audacia en la guerra mundial, en el escenario del Africa Oriental Alemana. En enero de 1917 en la localidad de Beho-Beho, Selous intentó cercar a las tropas germanas, superiores en número, con su compañía de exploradores encabezándola con su característico arrojo. Su figura era tan conocida y prestigiosa dentro de las filas del enemigo que en un momento de la escaramuza al levantar sus prismáticos permitió a un francotirador hacer blanco certero con el disparo que terminó con su vida.
De nada sirvió la consternación de sus fieles seguidores que atacaron al enemigo dando muerte al francotirador y a varios oficiales y soldados que lo rodeaban. Al conocer la noticia el propio general von Lettov envió sus sentidas condolencias por la muerte de su respetado y admirado adversario.
Los restos de Selous descansan hoy en una tumba situada en el lugar del hecho sobre el río Rufiji en Tanzania en la Reserva de Caza que lleva su nombre.
El taxi dobló a la derecha y alcancé a leer el nombre de la calle: “Selous Crescent”. Confieso que sentí una extraña emoción al descubrir el nombre de Selous aquella tarde en Victoria Falls. Otro merecido homenaje para un hombre que vivió como le hubiera gustado vivir, cazando en la naturaleza.

miércoles, 17 de septiembre de 2008



Jack O´Connor, la pluma, la palabra y la acción

Por Eber Gómez Berrade



En la historia de la caza mayor hay personajes emblemáticos cuyos nombres están indisolublemente ligados a un calibre determinado por el uso que han hecho de ellos.
Así la literatura especializada da cuenta de la relación que tenían “Karamojo” Bell y el 7 mm Rigby Mauser, “Pondoro” Taylor con su favorito 465 Nitro H&H, y Jim Corbett quien popularizó su 450/400 Nitro Express con el que cazaba tigres cebados en la India imperial.
De la misma manera, en los Estados Unidos fue legendaria la asociación entre el calibre .270 Winchester y Jack O ´Connor, uno de los escritores de armas y cacería más famosos del siglo XX.
Pero O´Connor fue mucho más que un entusiasta de ese calibre liviano, fue el referente de la caza deportiva para generaciones de cazadores que siguieron sus columnas y safaris en la famosa revista Outdoor Life por más de cuarenta años.
De todos los escritores especializados, JOC como se lo conocía popularmente, tenía la ventaja de haber sido periodista profesional y escritor, por lo que manejaba tan bien la pluma como el rifle. Era dueño de un fino sentido del humor y en algunos casos hacía gala de una sarcástica ironía con la que condimentaba sus relatos de calibres, animales y expediciones.
O´Connor nació un 22 de Enero de 1902 en Arizona cuando el recuerdo de las andanzas del Wyatt Earp y sus hermanos todavía era tema de conversación en los bares de la frontera con México. Antes de cumplir los diez años su abuelo ya le había regalado su primer arma de fuego, una escopeta calibre 20. A partir de ese momento su vida estaría ligada a las armas, la caza y la literatura.
En 1917 ingresó en el Ejército, pero fue dado de baja un mes después debido a una tuberculosis crónica. Una vez terminada la Primera Guerra Mundial volvió a intentar la carrera militar pero esta vez en la Armada. Luego de algo más de un año, decidió que lo suyo era la universidad. Se graduó en finanzas en la Universidad de Arkansas y luego hizo un Master en Periodismo en la Universidad de Missouri. Alternando sus estudios con trabajos de docencia y de reportero para el Chicago Tribune.
A los 24 años conoce a la que sería su esposa y compañera de aventuras hasta el fin de sus días, Eleanor Bradford Barry, a quien contagia la pasión por la vida al aire libre y las cacerías. Con ella tuvo cuatros hijos, dos varones y dos mujeres.
En el mundo de las letras JOC se inició en la Gran Depresión con la novela The Conquest, publicada en 1929, y enviando a su vez algunas colaboraciones sobre armas y balística a la revista Sports Afield, pero sería recién en 1934 cuando su vida comienza a tener un giro definitivo. Publica ese año su primer artículo en la revista Outdoor Life, sobre los antílopes de Arizona.
La caza siempre fue una parte importante de su vida familiar, y no hubo temporada en la que no saliera con su familia tras las huellas de antílopes, ciervos mulas, cola blanca y jabalinas (similar a nuestros pecaríes). Pero sus trofeos preferidos siempre fueron los carneros.
De hecho, a O´Connor se lo asocia tanto con el calibre .270 que impulsó fervientemente como con la caza en la montaña de Carneros Dall, Desert Bighorn, y Desert Sheep. Especies difíciles de recechar y que demandan un gran esfuerzo por parte del deportista.
Con su experiencia como cazador y como escritor, y con un incipiente currículum en su haber, viaja a Nueva York en 1936, donde firma un contrato con Outdoor Life por 18 artículos que deberían ser publicados a lo largo de un año. Ese fue el punto de inflexión. Con el dinero obtenido, (unos U$S 2.700 de aquella época) alcanza el sueño del pibe. Se toma un año sabático y se dedica a cazar y escribir. Así prepara su segunda novela Boom Town y su primer libro de caza Game in the Desert”.
Luego de aquel año de libertad, retoma su labor docente en la universidad y paralelamente continúa escribiendo para la revista, reemplazando en 1941 al Mayor Charles Askins como editor de la sección de Armas y Municiones.
Hasta ese momento JOC escribía esencialmente acerca de sus experiencias de cacería, las cuales iban desde carneros, antílopes, ciervos, jabalíes, y algunos osos negros, pero a partir de 1943, en medio de la Segunda Guerra Mundial, la revista decide que deben incluir nuevo material, y se ve obligado a viajar cada vez más lejos en busca de diferentes trofeos y anédoctas. Así comienza a escribir sus relatos sobre cacerías de alces, caribúes, osos grizzlies, bighorn, entre otros.
Aquellos duros años de la Segunda Guerra Mundial fueron para O´Connor paradójicamente de distensión, viajes y cacerías. Sin embargo, esa precisamente era su manera de participar del esfuerzo de guerra. Outdoor Life era distribuida mensualmente a los muchachos americanos desplegados en todos los teatros de operaciones de Europa, Asia y Africa, y para eso era necesario tener historias que contar.
Para ese entonces la suerte estaba echada. En 1945 renuncia a la universidad y se dedica a tiempo completo a la revista en el puesto que lo llevaría al reconocimiento internacional: editor de Outdoor Life.
Durante esos años la actividad cinegética de JOC se restringió a los Estados Unidos, México y Canadá, y no fue hasta 1953, que llevó a cabo su primer safari africano. Otro sueño se le cumplía. Así fue como llegó a Kenia y Tanganyica (hoy Tanzania) con un safari organizado nada menos que por la famosa compañía de Kerr & Downey.
Los relatos de aquellos excitantes 90 días de safari fueron transcriptos posteriormente en numerosos artículos en la revista, en libros y en colaboraciones que solía hacer en Gun Digest, un clásico anuario de armas dirigido por John Amber.
A esta altura la carrera de Jack parecía no tener límite. En 1957 obtuvo el prestigioso Premio Weatherby, una especie de Oscar de los cazadores, que había sido instaurado un año antes por el fabricante de rifles Roy Weatherby (y que continúa hasta hoy premiando a los mejores cazadores internacionales). Para ese entonces su colección de trofeos había alcanzado unas cuarenta especies provenientes de Norte América y Africa.
En los dos años siguientes realizó otros dos safaris consecutivos al continente negro, siempre guiado por los más reconocidos Cazadores Blancos de la época (léase Cazadores Profesionales). A la vuelta de su segundo safari, se reúne con un amigo suyo Herb Klein, un magnate petrolero y ávido cazador y se dirigen ambos a Irán para cazar los carneros uriales invitados por el Príncipe Abdorreza Pahlavi.
Siempre acompañado por su esposa, JOC continúa una gira interminable de viajes y safaris que lo llevan por distintas partes del mundo, como Escandinavia, Europa, Mozambique y hasta la India. Sí, lo que le faltaba. Un Shikar de 30 días para cazar tigre a lomo de elefante.
Claro que además de los tigres, el .270 de JOC, junto con su 30-06 y su .375 H&H Mg. dieron cuenta de varios antílopes negros, axis, nilgai, ibex y algún que otro gaur.
Los O´Connor ya disfrutaban de reconocimiento internacional en el exclusivo mundo de la caza mayor, y en su lista de “grandes amigos”, figuraban desde príncipes indios, la realeza iraní, magnates texanos, el Príncipe Rainiero y su esposa Grace, entre otras tantas celebrities del momento. En cuanto al ambiente de la caza y la literatura especializada, O´Connor fue un privilegiado que contó con la amistad de lo más granado de los cazadores profesionales africanos, como John Kingsley-Heat, Harry Manners, el Conde von Alvensleben, Volker Grellman, Peter Seymour-Smith, así como de colegas escritores de la talla de Elgin Gates, Warren Page, Townsend Whelen, y Elmer Keith.
Por aquel entonces era habitual verlo a él y a Eleanor asistir a las galas de los premios Weatherby, las reuniones de Mzuri Safari Club, o las convenciones del Game Conservation International (Game Coin). Tuvieron ambos una vida social muy activa hasta sus últimos días.
En cuanto a su trabajo literario, además de las dos novelas que escribió publicó una veintena de libros sobre armas y caza mayor, entre los cuales se destacan “The Rifle Book”, “The Big Game Rifle”, “Complete Book of Rifle and Shotguns with a Seven Lesson Rifle Shooting Course”, Jack O´Connor´s Big Game Hunts”, “Sheep and Sheep Hunting”, y “Hunting in three continents with Jack O´Connor”, obras que hoy son consideradas clásicas en su género.
Su estilo literario es directo, claro, es común encontrar alguna que otra palabra en español proveniente de sus expediciones al desierto de México, y su característica relevante es el humor. Un tipo especial de humor sajón, pero que marcó un estilo que muchos intentaron imitar como el caso de Peter Capstick, sin éxito de su parte.
Era también amigo de usar seudónimos, especialmente cuando escribía en broma. Firmaba como Bill Ryan, Jim Ryan, Carlos Ryan II, Jim Hack, Ralph William, Henry Peters, indistintamente, y en esos artículos hacía gala de un fino sarcasmo.
Todavía conservo en mi poder algunas de esas piezas humorísticas que se publicaban de vez en cuando en el Gun Digest. Recuerdo un artículo publicado en 1971, titulado “Cartas a Jim Hack”, basado tal vez en su propia experiencia como editor de revistas, en el cual transcribe algunas cartas que lectores envían al editor de la revista imaginaria Shooting & Blasting. Allí, por ejemplo, un misionero que está por viajar a Africa para llevar la palabra de Dios a los nativos de Tanzania, le pide como favor que le done una increíble batería de rifles, con especificaciones de miras y municiones. Otro lector le escribe diciendo que encontró un arma, que tiene un gatillo y pesa 10 libras, y le pregunta quién es el fabricante, y cuanto puede pedir si la vende.
Otro artículo de ese estilo escrito en 1968 y firmado por el seudónimo de Bill Ryan, es el “Krautbauer Trophy”, una parodia al Premio Weatherby, en el que cuenta la experiencias de un magnate americano de las hamburguesas desesperado por cazar todos los animales que aparecen en el libro de records para ganar el famoso Premio Krautbauer, creado por un industrial alemán millonario para honrar al mejor cazador del año. Y cuando finalmente lo gana luego de dejar una fortuna y su salud en los más oscuros lugares del planeta, muere en la ceremonia de premiación.
Jack murió hace 30 años, un 20 de Enero del 1978, dos días antes de cumplir 76 años. Sin embargo sus escritos siguen vigentes y mantienen viva la admiración de muchos amantes de las armas y la caza deportiva. Recuerdo que hace algunos años conocí a un cazador estadounidense, quien en una charla de campamento, me contó de un pacto que había hecho con una gran amiga suya. El acuerdo era así: en lugar de festejar sus propios cumpleaños, celebrarían los de sus ídolos y se enviarían los regalos correspondientes.
Así, desde aquel entonces, él le envía una caja de bombones para cada cumpleaños de Elvis Presley. Y ella le manda una botella de bourbon para celebrar el nacimiento de Jack O´Connor. Aunque me aclaró que su amiga nunca tuvo idea de quién fue su ídolo, no ha pasado un solo 22 de Enero sin que él no haya recibido su regalo, y brindado consecuentemente por la memoria del viejo JOC, una leyenda de la caza, las armas y las letras.

Publicado en la Revista Vida Salvaje