domingo, 29 de agosto de 2010

Diez errores comunes en el safari africano



Por Eber Gómez Berrade

La realización de un safari en África requiere de una gran inversión en tiempo, dinero, estudio, preparación y entrenamiento. Además, muchas expectativas se ponen en juego, por lo que la correcta organización y planificación de la cacería es sencillamente una obligación.
Varios son los errores que pueden cometerse en un viaje de estas características. Ya sea por fallas propias, del profesional, o simple mala suerte, el resultado será siempre similar, y se traducirá en la pérdida de dinero, tiempo, seguridad o confort.
Aquí encontrará diez de esos errores que suelen cometerse en una expedición de caza y que, por otra parte, son fácilmente rectificables con sentido común y algo de experiencia.

Los 10 errores

1.- Regular el fusil con munición diferente a la que se usará en la cacería
En general, esto sucede cuando se trata de llevar un rifle de grueso calibre al safari. El “grueso calibre”, suele tener dos desventajas: un fuerte retroceso y la munición siempre es cara. Por cualquiera de estos motivos, muchas veces se recurre a recargas más suaves para regular o practicar en el polígono antes del viaje. Simplemente no lo haga y evite sorpresas experimentando en la cacería. Por más que le cueste (en términos de patada o bolsillo), recuerde siempre que en caso de enfrentar la carga de un animal peligroso, su arma será la última línea de defensa y el seguro más efectivo y barato para evitar cualquier accidente. Por esta razón, es aconsejable que antes de emprender el viaje, esté totalmente familiarizado con las condiciones y comportamiento balístico de la misma munición que usará en la cacería. La sabana africana es un lugar caro y peligroso para experimentar.

2.- Empezar el safari sin probar adecuadamente el fusil en el campo
Aquí se debería definir la palabra “adecuadamente”. Es usual que al iniciar el safari, el profesional lo lleve a hacer unos tiros de prueba. Esta costumbre es muy saludable, ya sea que lleve su propio fusil o alquile uno a la compañía outfitter. Si el rifle es suyo, la prueba servirá para verificar que la mira siga correctamente alineada, o regularla en caso de que haya recibido un golpe en el viaje. Si el arma es alquilada, servirá para conocer como pega y acostumbrarse al disparo (retroceso, presión de la cola del disparador, etc.). Ahora bien, trate de evitar por todos los medios que esta práctica esencial se haga de manera improvisada. No tire a piedras, ramas o cajas puestas más o menos lejos. Una prueba adecuada es disparar el rifle desde un banco de tiro, (muchas veces construido para tal fin), a una distancia cierta, medida con telémetro (range finder) y a un blanco de reglaje marcado en pulgadas. Sólo de esta manera, podrá obtener del fusil la información correcta, o podrá regularlo si es necesario para poder disparar luego con confianza y precisión.
Naturalmente esta infraestructura dependerá siempre de la operación en donde esté cazando, pero por las dudas es buena idea llevar su propio blanco de reglaje y, de no existir un bastidor fijo, usar su telémetro para colocarlo a la distancia requerida.

3.- Dejar que le lleven su arma
Muchas veces dentro del personal que asiste al cazador y al profesional en un safari africano, junto con el pistero o “tracker”, se encuentra la figura del porteador del arma. En inglés se lo conoce como “gun bearer” que significa exactamente eso, el que lleva el rifle. En general, va detrás del cliente, y además de alcanzarle el arma, ayuda también a colocar en posición el trípode al momento de efectuar el disparo.
En general, este personaje aparece en safaris donde se deba caminar mucho (como la cacería del elefante), cuando el ambiente dificulte los movimientos (como la cacería en la selva), o si se está en busca de algunos de los cinco grandes cargando un rifle doble. Fuera de estas circunstancias, no es recomendable dejar que un tercero lleve el arma, ya que cuando menos se espera, salta la liebre, … un kudú, o lo que sea que pueda interesar al cazador, y al no tener el arma en la mano, pierda una oportunidad única. Lo que si se tiene en cuenta el esfuerzo que demanda un safari en África, más que un error, es casi un pecado.

4.- Complicarse con equipo sofisticado
No caben dudas que la tecnología ayuda muchísimo al cazador. Es un hecho que cada día aparecen aparatos más y más sofisticados. Miras telescópicas que calculan distancias, diagraman trayectorias, marcan temperaturas, y hasta graban el disparo en video. Telémetros que calculan modelos de trayectorias balísticas (True Ballistic Range) acordes a la munición que se dispara, ya sea que se trate de un.270 con 130 grains de punta o de una flecha en un arco de poleas. Cada día estas maravillas de la ciencia, se hacen más compactas y se combinan en un mismo aparato. La contra cara de esto, es que suelen complicar al neófito más que ayudarlo. Con estas virtuales computadoras montadas sobre el rifle, el atribulado deportista deberá apuntar, adecuar la distancia focal, corregir el paralaje, activar el telémetro, adecuar el punto de mira a la distancia, todo esto además de la tradicional identificación del animal y elección del punto de impacto. Conociendo la fauna africana de planicie, es muy probable que para el momento del disparo, el elusivo antílope elegido se haya dado a la fuga. Lo ideal entonces es no complicarse y llevar un equipo simple, preciso y efectivo, evitando además exponer instrumentos frágiles y caros a las duras condiciones de un safari africano.

5.- No decidir si quiere que el profesional lo secunde con un tiro de back up en caso de herir un animal
En el safari hay dos oportunidades donde el cazador profesional puede disparar.
La primera de ellas se da en caso de una carga de un animal peligroso. Allí no habrá nada que hablar. El profesional tiene la obligación de disparar para detener la carga, asegurando la vida de su cliente, de su equipo y de él mismo.
La segunda oportunidad en la que puede tirar el PH se da cuando el cazador hiere un animal y existe el riesgo cierto de perderlo. En ese caso, el cliente puede solicitarle al profesional que lo secunde para evitar la pérdida del trofeo que -de todas maneras-, deberá pagar. Esta decisión, que queda totalmente en manos del cliente, siempre debe tomarse antes de comenzar el safari. De esa manera, todos sabrán que hacer en caso de que una situación semejante ocurra.

6.- Tirarle a un macho “lindo”
La situación es siempre muy similar. El cazador en posición de tiro, el profesional a su lado con los binoculares evaluando el trofeo, el o los animales a una distancia conveniente, y la pregunta clave del cliente al PH: es buen trofeo?. Sí, tirelé, es un macho “lindo”. Esta aseveración no puede ser más ambigua, ya que “lindos” somos todos, pero tal vez lo que usted esté buscando sea un Orix de 40 pulgadas que naturalmente también será muy lindo.
Por suerte, para la correcta evaluación de los trofeos de caza mayor, existen los sistemas de medición tales como los desarrollados por el Safari Club Internacional o el centenario Rowland Ward, por nombrar sólo dos de los más representativos.
Estos sistemas brindan al deportista un patrón de medida que define más o menos correctamente las características que debe tener un animal para ser considerado un trofeo. Por eso, a la hora de salir a cazar, no es mala idea conocer las medidas mínimas del trofeo buscado que califican su inscripción en uno de esos libros de récords. No importa si luego lo inscribirá o no, lo esencial es darle al profesional un parámetro de lo que se está buscando, y evitar llevarse un lindo animalito de los que tienen las granjas de caza para hacer biltong (carne seca) al precio de un trofeo de caza mayor.

7.- Admirar el tiro
Muchas veces el impacto de la bala en el cuerpo de animal provoca una reacción espectacular, provocando tanto un salto sorpresivo o un derrumbe teatral. Ante esta escena, es muy difícil no reaccionar con admiración ante la espectacularidad del golpe, relajándose, bajando el arma y olvidándose de recargar. Así es como a veces, el animal se re incorpora y huye veloz en el mejor de los casos, o ataca en el peor.
Como regla de oro, cuando se dispare a un trofeo y en especial si es de caza peligrosa, duplique el tiro siempre. Si usa un doble, use los dos tiros. Si usa fusil de cerrojo, cargue y vuelva a tirar por segunda vez, aunque vea que el animal caiga al primer disparo.

8.- Disparar por segunda vez… a otro animal
Es un error muy frecuente. Especialmente cuando se está cazando animales que se mueven en mandas. Lo que sucede es más o menos esto: Luego de identificar el trofeo, de esperar que se ponga a tiro, de constatar que no haya otro detrás, que el animal que está en el retículo de la mira, sea realmente el que se vio por los binoculares, de confirmar que sea el mismo que el cazador profesional sugirió, y de apuntar a un lugar vital de su organismo, se dispara. Y ahí comienza el problema. El animal acusa el impacto, se estremece, se mezcla con la manada y todo el mundo se mueve. Como no cayó fulminado, se acciona nuevamente el cerrojo para recargar, se habla con el profesional para ver qué opina y se vuelve a apuntar. Pero, ahora cuál es el herido?
Muchas veces la propia pericia del cazador o del profesional detecta a la víctima sin dificultad, sin embargo esta es una circunstancia propicia para cometer el error de equivocar la pieza y disparar a otra. El resultado, dos animales heridos o eventualmente muertos por los que habrá que pagar su correspondiente tasa de abate.
Lo aconsejable en este tipo de casos es no quitar la vista de la mira luego del disparo. Siga el movimiento del animal herido incluso al hacer la maniobra de accionar el cerrojo. Podrá escuchar la opinión del profesional, volver a confirmar el blanco y disparar de nuevo. Pero sin sacar la vista de la mira. De esa manera, disminuirá mucho el riesgo de equivocación.

9.- Aproximarse directamente al animal “muerto”
Es innegable la excitación que produce la cacería, y el momento posterior al disparo es la culminación de una serie de sentimientos que van desde la satisfacción -hasta a veces- la euforia, por la dificultad del trofeo obtenido. Esto hace que puedan olvidarse algunas reglas básicas de la caza, como la de evitar la aproximación directa al animal caído, aunque exista la seguridad de que el tiro fue perfecto.
Independientemente de si se trata de antílopes o uno de los cinco grandes, es habitual escuchar que “en África los animales son muy duros”.
En realidad, no es que sean más “duros” que los de otro lugar, sino que hay muchos factores que hacen que la muerte pueda no ser inmediata. Un disparo mal ubicado, un tiro en la columna vertebral o en otro órgano vital (a excepción del cerebro) puede, por los efectos del gran flujo de adrenalina generado, retardar por unos momentos la muerte. Tiempo suficiente para que el animal caído hiera al cazador entusiasmado y poco precavido.
Por esa razón, siempre es aconsejable aproximarse por detrás, ya sea un búfalo o un orix, y de esa forma siempre habrá tiempo para un tiro de remate. Recién cuando se verifique la falta de reflejos oculares, se podrá asegurar que el animal está efectivamente muerto.

10.- Subirse al animal abatido para la foto
Más allá que, en mi opinión personal, es de mal gusto y hasta una falta de respeto al trofeo logrado, el “montarse” sobre el animal para sacarse una foto, hacerlo así puede traerle aparejado una severa incomodidad al cazador que se llevará de recuerdo un sinnúmero de garrapatas, pulgas y demás parásitos hospedados en los pliegues de sus pantalones.
Aquella foto de Teddy Roosevelt sentado en su búfalo es un clásico en la historia de los safaris, pero nada se dice de la limpieza y desinfección que luego, en el campamento, habrá tenido que hacer el ex presidente norteamericano.

Publicado en Revista Vida Salvaje (Octubre 2010)

sábado, 14 de agosto de 2010

Los Safaris de Hemingway


Los safaris de Hemingway

Por Eber Gómez Berrade
Pocos son los escritores que han dedicado sus obras al mundo de los safaris, y menos aún, los que influenciaron tanto a generaciones enteras de cazadores como lo hizo Ernest Hemingway. A veces ficción, a veces realidad, sus escritos exudan realismo y nostalgia, transmitiendo al lector las emociones que siente el cazador en medio de un safari en África.

Con una pluma directa, brutal a veces y siempre autorreferencial, Hemingway centró su trabajo literario -casi obsesivamente-, en torno al valor, la cobardía, la guerra, el honor, la acción, la nostalgia y siempre como factor común, la muerte.
Supo además ilustrar sus escritos con paisajes remotos, exóticos y vertiginosos que fascinaban a un público poco sofisticado como lo era el de los Estados Unidos en la primera mitad del siglo XX, quienes recién se estaban acostumbrando a su incipiente rol como potencia hegemónica.
La bohemia de los cafés parisinos, los sanfermines en Pamplona, la Cuba pre castrista y por supuesto, el África colonial, fueron los lugares donde sus personajes se enamoraban, se emborrachaban, peleaban, cazaban, pescaban o se extasiaban ante la célebre verónica del matador Juan Belmonte. La guerra también fue el escenario de sus libros. Brindaban el marco ideal para sus románticos personajes. Allí pendulaban las bajezas más extremas y las más heroicas virtudes del hombre, y consecuentemente otorgaban un material riquísimo para un escritor curioso, hábil y realista como él.
Hemingway vivía y luego escribía, creando sus personajes a su imagen y semejanza. Cuando escribía de la guerra era porque había estado allí. Si sus personajes pescaban en el Caribe, él había pescado. Si asistían a la Fiesta Brava, era porque él mismo era un consagrado aficionado a la tauromaquia, si se enfrentaban a búfalos y leones africanos, era porque él ya lo había hecho antes en sus safaris de caza mayor.

Un personaje en busca de un autor
La vida de Ernest Miller Hemingway fue sin dudas, agitada. Pasó de vender poemas por un plato de comida en el Paris de los años veintes, a ser uno de los corresponsales mejor pagos de su tiempo; de ser criticado por sus inclinaciones políticas hasta ser ganador del premio Nobel de Literatura.
Nació el 21 de julio de 1899 en Oak Park, Illinois y desde chico practicó el boxeo, y siempre que podía se escapaba a pescar y cazar, pasiones que cultivó hasta su muerte. En su adolescencia abandonó sus estudios y entró a trabajar como periodista en el periódico "Kansas City Star", empleo que dejó para alistarse como voluntario del servicio de ambulancias italiano en la Primera Guerra Mundial. Allí fue herido en una pierna, y conoció a su primer gran amor, la enfermera Agnes von Kurowsky, obtuvo su primera medalla al valor por haber rescatado a un arditi herido en el campo de batalla.
Un año después de su regreso a los Estados Unidos, se casó con Hadley Richardson, con quien tuvo un corto matrimonio abruptamente roto por sus infidelidades con la periodista Pauline Pfeiffer, quien se convirtió en su segunda esposa en 1927. Las infidelidades del escritor fueron constantes y así pasaron por su vida otras tantas esposas: la corresponsal de guerra Martha Gelhorn, Mary Welsh, y un gran amor otoñal, Adriana Ivancich.
Durante la década del 20 comenzó a escribir para el “Toronto Star Weekley” y luego enviado como corresponsal a París. Allí formó parte de lo que se conoció como la “Generación perdida”, aquellos escritores -mayormente expatriados- como John dos Passos, Scott Fitzgerald, Gertrude Stein, James Joyce, Ford Madox Ford y Ezra Pound. Todos formaban parte de una bohemia que frecuentaba los cafés de Montmartre, los altillos de los hoteles de Montparnasse y la librería Shakespeare & Co. propiedad de Sylvia Beach.
En esos días Papa, como le gustaba que le llamasen, inició formalmente su carrera como escritor de cuentos, novelas, teatro, poemas y ensayos. De esa época son las inolvidables “Fiesta” basada en sus experiencias en Francia y España, y “Adiós a las armas”, un relato autobiográfico de sus épocas en la Gran Guerra. Luego de esa experiencia pasó largos períodos en Key West, en España y en África. Cubrió la Guerra Civil como corresponsal de guerra y la Segunda Guerra Mundial como reportero del primer Ejército de Estados Unidos.
La desmovilización de tropas lo llevó a establecerse en Cuba donde vivió en su casa de Finca Vigía, hasta la revolución del 59. De ahí, en adelante, seguiría viajando con su esposa, pero ya establecido en Ketchum, Idaho.
Sus obras literarias pueden clasificarse por períodos: “Adiós a las armas” se ubica en la primera guerra mundial, “Por quién doblan las campanas”, en la Guerra Civil Española, “Hombres en Guerra” con algunos relatos de la Segunda Guerra Mundial, “El viejo y el mar”, basada en su afición a la pesca de altura y con el que ganó el premio Pulitzer en 1953 primero y el Nobel en 1954, su trilogía taurina: “Fiesta”, “Muerte en la tarde” y “Un verano peligroso”, y por su puesto sus obras africanas: “La verdes colinas de África”, “Las nieves del Kilimanjaro”, “La corta y feliz vida de Francis Macomber” y su póstumo libro “Al romper el alba”.

Los safaris de Hemingway
Hemingway hizo dos safaris en África. El primero fue en el año 1933, a la edad de treinta y cuatro años. La expedición duró dos meses y fue financiada por el tío de su segunda esposa Pauline. En esa época el escritor aún no se había consolidado económicamente pero su carrera como figura de las letras americanas ya estaba en pleno ascenso.
El cazador blanco elegido fue Philip Hope Percival. Uno de los tops del África oriental británica de ese entonces. Para la época en que guió a Hemingway, Percival ya era una leyenda entre los cazadores blancos. Había sido asistente de guía de Teddy Roosevelt en su safari presidencial de 10 meses, y estaba acostumbrado a liderar expediciones con celebridades como Gary Cooper en Tanganika, el empresario George Eastman de Eastman Kodak y los realizadores Martin y Osa Johnson en Kenia.
Al llegar a Nairobi, Hemingway se enfermó de disentería lo que lo retuvo en cama varias semanas y que le permitió conocer a otros grandes cazadores blancos de la época como el barón Blixen y Syd Downey.
Una vez recuperado, los cazadores partieron de Arusha (hoy Tanzania) en dos camiones con destino al oeste.
Como cliente, Papa Hemingway era de lo mejor que un cazador profesional puede pedir. Robusto, en buen estado físico, buen tirador incluso a la carrera, y con el valor suficiente para enfrentarse a caza peligrosa sin pensarlo dos veces. Para esa expedición se llevó un Mauser 30-06, un Mannlicher 6,5 y una escopeta del 12.
En el safari obtuvieron numerosas especies de planicie entre los cuales se contaron kudues, gazelas Thomson, Grant, sables, impalas, etc. Cazó además tres leones. Y lo hizo a pie y sin evidenciar -al decir de su profesional- la más mínima muestra de temor.
En esta experiencia, Hemingway consolidó su -a veces- exacerbado machismo, haciendo culto al sentido del valor y el coraje. Cualidades que fueron protagonizando cada vez más sus novelas, hasta el punto de convertirse en una obsesión que se mantuvo hasta el final de sus días.
Al año siguiente de su safari, publicó su primer libro de la trilogía africana, que fue además fuente de inspiración para sus otras obras.
El segundo safari lo hizo en 1953. Allí fue ya mayor, con problemas de alcoholismo y convertido en toda una celebridad popular gracias a sus escritos y a las películas que Hollywood filmaba basadas en sus libros (y no siempre fieles a los argumentos).
Esta vez lo acompañó su cuarta esposa, Mary Welsh. La condición de Papa ya no era la de antes. Su juicio y puntería estaban desapareciendo rápidamente por los devastadores efectos del alcohol, sin embargo, lograron cazar numerosas especies y esta vez, solo dos leones que habían estado merodeando una shamba nativa cayeron bajo su rifle
El safari fue extenso y estuvo lleno de vicisitudes donde no faltaron los accidentes trágicos. Cuando los Hemingway llegaron a Nairobi, estaba en pleno desarrollo la emergencia Mau Mau, el levantamiento encendido por el luego presidente Jomo Kenyatta, contra los colonos británicos. Pero las situaciones desagradables no tuvieron que ver con esto ni con cargas de leones, sino con accidentes aéreos. El primero lo tuvo al aterrizar de emergencia en un vuelo privado de Nairobi a Congo. El segundo accidente fue al caer su avión cerca de Entebbe, en Uganda. El avión se incendió por completo pero la tripulación, incluyendo a Hemingway y a su esposa, salieron heridos pero con vida. Por unos días el gran escritor fue dado por muerto, y hasta se escribieron sentidos obituarios en su memoria. Luego de esta experiencia decidieron alojarse en el cómodo y exclusivo Hotel New Stanley de Nairobi. Era hora de organizar los apuntes y darle forma al próximo libro: “Al romper el alba”. Hemingway nunca vio publicadas sus experiencias ficcionadas de este viaje. Recién, al celebrarse el centenario de su nacimiento en 1999, su hijo Patrick completó el escrito y lo editó con un notable éxito de ventas en el mundo.
El 2 de Julio de 1961, en su casa de Ketchum, la explosión de un disparo desparramó huesos, dientes, masa encefálica, pelo y sangre por toda la habitación. Los caños yuxtapuestos de su escopeta inglesa calibre 12 comprada en Abercrombie & Fitch y que usaba para el tiro al pichón, se apoyaron en su paladar y dispararon. Así será como lo haga”, les decía Papa a sus amigos en su casa de Cuba: “en el paladar, que es la parte más blanda del cráneo”. Así tenía que ser. Así, en ese instante, nacería el mito de Hemingway.