martes, 26 de mayo de 2020

Sir Wilfred Thesiger, Gentleman & Explorador


Por Eber Gómez Berrade

Sir Wilfred Thesiger fue -sin dudas- el último explorador inglés de la vieja escuela. Nació a principios del siglo XX y murió a principios del XXI. En su larga vida de aventuras fue cazador, expedicionario, geógrafo, militar y escritor. Fue premiado y condecorado en numerosas oportunidades, entre ellas como Caballero Comandante de la Orden del Imperio Británico. Escribió famosos best sellers, fue nombrado miembro de la Real Sociedad Geográfica de Londres, y luchó como comando en las fuerzas especiales SAS, durante la Segunda Guerra Mundial, enfrentando al Afrika Corps en el desierto del Sahara. A dieciséis años de su muerte, se lo recuerda tanto por sus safaris de caza mayor en Etiopía y en el Sudán, como por sus expediciones a través del Rub´al Khali (la Región Vacía), aquel infernal e inhumano desierto de la península arábiga, todavía hoy inexpugnable. Una de las primeras fotografías de Wilfred Thesiger de las que se tiene registro, lo muestra a la edad de tres años junto a un antílope oryx cazado por su padre en Abisinia. Otra, junto a un kudú, y otra montado a caballo en un campamento de safari. De esta forma comenzó su vida, que desde el inicio auguraba una pasión por los lugares abiertos, las culturas primitivas y las viejas tradiciones europeas. Thesiger fue un imperialista consumado. Siempre se jactó de la función civilizadora que los británicos llevaron a los confines más salvajes del planeta. Y al mismo tiempo como muchos otros colonialistas, tenía un gran respeto y admiración por aquellos pueblos originarios con los que se codeó a lo largo de sus expediciones. Siempre fue respetado por los nativos africanos y beduinos que lo veían como a uno de los suyos. Los árabes lo llamaban Mubarak ibn London (bendito hijo de Londres). Al final de sus viajes se hospedaba en casa de su madre, en el recoleto barrio de Chelsea, sobre el río Támesis, en Londres. Allí, cambiaba el turbante por el bombín negro, y el rifle por el paraguas con total naturalidad. No era fácil reconocer, en ese típico gentleman que paseaba por la mundana King´s Road o leía sentado en un banco de los pintorescos Ranelagh Gardens, al famoso explorador de las selvas de África y los desiertos de Arabia.


Entre Eton y África
Wilfred Patrick Thesiger nació en una choza de adobe y paja en Addis Abeba, Abisinia (hoy Etiopía), el 3 de junio de 1910, pero a pesar de tan humilde escenario, el joven Thesiger provenía de una familia de aristócratas. Su padre, era de hecho, el cónsul general británico en ese país africano, y su tío Frederick Thesiger, primer Vizconde de Chelmsford, sería nada menos que Virrey de la India entre los años 1916 y 1921. La vida en esos exóticos paisajes abisinios no duraría mucho, pero fue suficiente para inocular el virus de la aventura, la exploración y la caza, que lo acompañaría durante toda su vida. El traslado de su padre a Inglaterra hizo que sus días de libertad temprana se transformarán en disciplina y estudio. Fue educado en una escuela prestigiosa del condado de Sussex, y más tarde entró en el legendario Eton College. Como no podía ser de otra manera, la universidad a la que ingresó luego fue la de Oxford. Era bueno en los estudios, pero mejor en los deportes. Particularmente en boxeo, donde recibió premios durante su estadía en los claustros universitarios y fue nombrado capitán del equipo. Su otra pasión, la exploración, lo llevó a convertirse en el tesorero del Club de Exploración de Oxford, donde comenzó a vislumbrar lo que iba a ser su carrera después de recibirse. En aquellos años de juventud, Thesiger asolaba la biblioteca paterna y la de su colegio, en busca de los escritos de los exploradores más famosos. De esa manera, se interiorizó de las vidas de grandes cazadores profesionales como el legendario Frederick Courteney Selous, el escocés John Hunter, el Honorable Denis Fynch-Hatton (otro Etonian igual que él) y el decano de los White Hunters, Philip Percival. Pero también, leyó las obras de los grandes arabistas británicos como Sir Richard Francis Burton, el famoso descubridor del Lago Tanganika, traductor de “Las mil y una noches” y peregrino de las ciudades santas del islam de La Meca y Medina; de Charles Montagu Doughty, autor del clásico “Viajes en la Arabia Deserta”, y por su puesto de su coetáneo Thomas Edward Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia, quien hacía poco, había publicado su obra magna “Los siete pilares de la sabiduría”, relatando magistralmente la revuelta árabe durante la Primera Guerra Mundial. Todos estos libros, inflamaron aún más el espíritu andariego de Thesiger, así que cuando en 1930 recibió una invitación del Emperador de Etiopía, Halie Selassie, para su coronación, no lo pensó dos veces. Selassie, el último monarca en ocupar ese trono de larga tradición cristiana, iba a ser coronado en Addis Abeba, y quería que Thesiger, -a quien conocía de pequeño- asistiera a ese evento. Fue la gran oportunidad para volver a su amada África, y a partir de allí, se convertiría en un destino habitual en sus viajes. Sus contactos con el establishment y su vinculación con el club de exploradores de la universidad, lograron que la Real Sociedad Geográfica de Londres, lo enviara a Etiopía en 1933, como líder de expedición para explorar el río Awash, uno de los cursos de agua más importantes de ese país. Thesiger naturalmente cumplió cabalmente su cometido, recorriendo el río y cartografiando la zona hasta llegar al lago Abbe, pero además tuvo tiempo para convertirse en uno de los primeros europeos en entrar al Sultanato de Aussa, en la región Afar, en el este de Etiopía. Luego de esta experiencia, la suerte estaba echada. Aplicó y obtuvo un puesto en el Servicio Político de Sudán, y se estableció en Darfur y en el Alto Nilo. Allí con trabajo asegurado y en el lugar de sus sueños, se dedicó a la caza mayor. No tanto como buscador de trofeos, sino para eliminar animales cebados y problemáticos, y para proveerse el sustento diario de carne silvestre. Pero esta vida despreocupada de safaris no iba a durar mucho. El estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939, se hizo escuchar en África y todo cambió para Thesiger.


Comando en las Fuerzas Especiales
Sin pensarlo dos veces, Thesiger se unió a las Fuerzas de Defensa de Sudán en 1940, como miembro de la legendaria Gideon Force, al mando del coronel Orde Wingate. Un grupo de operaciones especiales de elite, que tuvo la misión de combatir a los italianos de Il Duce, y de paso, volver a poner en el trono al depuesto emperador de Abisinia: su amigo Halie Selassie, el Ras Tafari, Negus de Absinia, Rey de Reyes y unos cuarenta títulos más. Su imperio duró hasta 1974, cuando fue depuesto nuevamente, y asesinado al año siguiente. Para Thesiger la campaña militar etíope tuvo algunos contratiempos, pero el saldo no pudo haber sido mejor. Logró junto a sus hombres, la rendición de 12.000 efectivos italianos, y se dirigió triunfante a la capital, Addis Abeba, su lugar de nacimiento. Por esa tarea, fue condecorado con la Orden de Servicios Distinguidos. Siempre dijo que, para él, la operación en Etiopía tuvo un carácter muy particular, porque la consideraba una especie de cruzada, de la cual estuvo siempre muy orgulloso. La continuidad de la guerra le permitió conocer el otro escenario donde se iba a sentir pleno, además de la sabana africana: el desierto árabe. Ingresó al grupo Special Operations Executive, que se encargaba de operaciones de espionaje, sabotaje y reconocimiento, y fue desplegado al teatro de operaciones de Siria. Más tarde, pasó a los legendarios comandos SAS (Special Air Service) para combatir en el norte de África, donde alcanzó el rango de Mayor. Allí patrulló el desierto, fue ametrallado por aviones alemanes, combatió a punta de bayoneta calada, minó y desminó caminos, dinamitó postes de telégrafos, se lanzó en paracaídas tras las líneas enemigas y se convirtió en una pesadilla para el África Korps del Mariscal Rommel.




Hacia el infernal Rub´al Khali
Luego de la guerra, Thesiger se dedicó a la exploración a tiempo completo. Viajó por Irak, Irán, Kurdistán y Pakistán. En 1945 fue contratado por la Unidad de lucha contra la langosta en Medio Oriente, para localizar zonas de reproducción de esta plaga en el sur de Arabia. No es que ese trabajo lo entusiasmara mucho, pero le daba sí, la oportunidad de recorrer los lugares por donde habían andado sus admirados Burton, Doughty y Lawerence. Fue en esta época que condujo dos expediciones trascendentales: el cruce en dos oportunidades del gran desierto de Rub´al Khali, el infame Empty Quarter (Región Vacía). Con una extensión de más de 650 mil kilómetros cuadrados, es uno de los mayores desiertos de arena, y una de las zonas más inhóspitas del planeta. Hasta ese momento solo dos exploradores se habían arriesgado a cruzarlo: los británicos Bertram Thomas en 1931, y Harry Saint John Philby en 1932. Thesiger tomó otras rutas, pero además como odiaba la tecnología moderna, realizó sus expediciones caminando o montado en camellos, con la sola compañía de nativos beduinos. La primera vez que cruzó el desierto fue en 1946, desde Salalah en la provincia de Dhofar, en Omán, y se dirigió hacia el oasis de Mughshin. Luego pasó por el oasis de Liwa, en el Emirato de Abu Dhabi, cruzó a Omán y regresó a Salalah al año siguiente. La segunda vez, en 1947, arrancó por el pozo de Manwakh en Yemen, pero fue encarcelado por un breve periodo por el rey de Arabia Saudita. Una vez liberado, mediante algunos trámites del gobierno británico, siguió por Sulayil y volvió a la ciudad de Abu Dhabi en 1948. Estas expediciones fueron en parte financiadas por la empresa Petroleum Development Oman, quienes requerían de Thesiger, no solo cartografía de la zona, sino un informe completo con miras a la explotación petrolera de la región. Lo cierto es que el explorador, contrario a la tecnología moderna y amante de las viejas tradiciones, detestaba la sola idea de ver convertido su querido desierto y a sus beduinos, en un parque tecnológico de explotación industrial. Pero es cierto que, así como el estudio de langostas lo ayudó a recorrer Arabia, el petróleo lo ayudaba a financiar sus escapadas nómades.

Explorador de renombre
Luego de sus dos cruces al Rub´al Khali, la fama de Thesiger se extendió por todo el mundo. Pasaba sus días entre viajes a Londres, a Siria y a Irak. En el desierto aprovechaba para desarrollar su gusto por la caza, con un venerable Rigby .275, calibre suficiente para las gacelas y antílopes de la región. Esta nueva conexión con la caza, lo impulsó nuevamente a cambiar de lugar de residencia, y se mudó a Kenia. Allí se dedicó de lleno a la caza mayor, y a recorrer territorios turkanas y samburus. Cazó elefantes, búfalos y leones, así como innumerables especies de planicie al pie del Kilimanjaro. Al mismo tiempo, organizaba lo que serían sus futuros viajes a India, Pakistán y Afganistán. Las décadas de 1950 y 1960, lo vieron recorrer infinidad de lugares, escribir mucho y recibir premios. La Real Sociedad Geográfica de Londres le otorgó la prestigiosa Founder´s Medal; la Real Sociedad para Asuntos Asiáticos, la Lawrence of Arabia Medal; la Real Sociedad Geográfica de Escocia, la Livingstone Medal; la Real Sociedad Asiática, la Burton Memorial Medal; la Reina Elizabeth II, lo condecoró en 1966 como Comandante de la Orden del Imperio Británico, y en 1995, lo ascendería a Caballero Comandante de la Orden del Imperio Británico. Thesiger recibió además numerosos galardones literarios, como el ser elegido miembro de la Real Sociedad de Literatura y miembro honorario de la Academia Británica, entre otras distinciones universitarias. Aunque nunca tuvo el objetivo de ser un escritor de viajes, sus amigos, lo convencieron para que, de a poco, ponga en orden sus apuntes, y le dé forma de libro. Así lo hizo y en esto también le fue muy bien. Su obra más conocida fue “Arabian Sands”, que publicó en 1959. Allí relata con una pluma digna y sobria, sus exploraciones por el Rub´al Khali. En 1964, publicó “The marsh Arabs”, donde se explaya sobre las tribus de las marismas del sur de Irak, en un relato entre antropológico y de aventuras. Luego de sus dos grandes best sellers, siguió publicando, entre otros títulos: “The last nomad”; una autobiografía titulada “The life of my choice”; “My Kenya days”, “The Danakil diary”; una antología llamada “My life and travels” y una colección de fotografías titulada “A vanished world”.

Además de cazar, Thesiger tomaba muchas fotos, y al final de sus días donó su colección de más de 38 mil negativos al museo Pitt Rivers de la Universidad de Oxford. En 1990 se radicó definitivamente en Inglaterra. Su estado de salud, ya no le permitía continuar sus excursiones, solo le quedaba pelearle al mal de Parkinson, en un ambiente más civilizado. De la casa de su madre, paso a una casa de retiros, en la que llevaba una vida monástica y digna. Thesiger nunca se casó, ni tuvo hijos naturales. Sí muchos amigos nativos, a los cuales veía como sus descendientes. Su larga vida le permitió ser testigo de las consecuencias de la revuelta árabe iniciada por Lawrence de Arabia, hasta el atentado a las Torres Gemelas, perpetrado por Bin Laden y sus secuaces en 2001. Siempre estuvo en contra de la Guerra del Golfo, a la que calificó de locura criminal. Hasta sus últimos días, rezongó de la modernidad. Él era un gentleman de la vieja escuela, un explorador victoriano con todas las letras, aunque hubiera nacido nueve años después de la muerte de Victoria. Un veraniego 24 de agosto de 2003, partió por última vez al Valhala de los exploradores y cazadores. Tenía 93 años, dejando en sus libros y fotografías un legado indeleble para los amantes de la épica aventurera.

martes, 5 de mayo de 2020

Nicholas Roerich, un artista visionario, pacifista y cazador




Por Eber Gómez Berrade

El pintor ruso Nicholas Roerich ha sido sin lugar a dudas, uno de los personajes más fascinantes que dio la humanidad en el siglo XX. Entre su múltiples e increíbles facetas de artista, explorador, arqueólogo, naturalista, místico, escritor y pacifista, la de cazador es tal vez, la menos conocida. Sin embargo, la caza fue para él una pasión en sus años jóvenes, que lo llevó, no solo a practicarla, sino a escribir sobre ella en revistas rusas y luego a retratarla en lienzos con exquisitas escenas cinegéticas en las estepas de Siberia, en las montañas del Himalaya y en los desiertos de la legendaria Mongolia.

Definir la versatilidad de un personaje como Roerich en un artículo como este, es una tarea cercana a lo imposible. Para entrar en tema, digamos que como artista plástico pintó más de 7.500 cuadros a lo largo de su vida. Participó como escenógrafo en diversas operas en viarios teatros de Europa. Se recibió de abogado y al mismo tiempo se destacó como naturalista, arqueólogo y luego explorador en Asia Central. Junto con su esposa Helena, fue uno de los grandes místicos de principios de siglo XX, siendo un activo rosacruz, teósofo y fundador de la Sociedad Agni Yoga. Escribió casi 30 libros de viajes, esoterismo y poesía. Como pacifista, creó el Pacto Roerich para la protección de monumentos culturales en tiempos de guerra e ideó la Bandera de la Paz, lo que lo llevó a ser candidato al Premio Nobel de la Paz en dos oportunidades. Fue amigo de personalidades como el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt, Albert Einstein, Ernest Hemingway, Rabindranath Tagore, Nehru, Indira Gandhi, y un extenso etcétera. Colaboró en el diseño del billete actual de un dólar de los Estados Unidos. Y como si todo esto fuera poco, en su honor hay una montaña Roerich en la cordillera Altai en Asia, y un planeta Roerich orbitando en nuestro sistema solar.

Pasión por la caza y la naturaleza
Nikolái Konstantínoviich Roerich, tal cual su nombre en ruso, nació un 9 de octubre de 1874 en la ciudad de San Petersburgo, en una familia aristocrática.
Tuvo una educación muy completa y cosmopolita. Aprendió varios idiomas europeos, y le fue transmitida la cultura de sus padres, especialmente en historia y misticismo.
Su familia tenía una casa de campo en las afueras de San Petersburgo, con un predio de 1.200 hectáreas que se llamaba Isvara. Allí Nicholas creció, amando la naturaleza, y en donde su pasión por la caza y los animales de desarrolló por completo. Deambulaba solo por los ríos, bosques y montes de la extensa propiedad, recechando todo tipo de animales, incluidos osos y ciervos. En sus años de universidad, las vacaciones las pasaba en excursiones de caza y en excavaciones arqueológicas. Para esa época comenzó a colaborar en revistas especializadas de caza como “Cazador Ruso” y “Naturaleza y Caza”. En esos medios, desplegaba habitualmente sus conocimientos referentes a la caza en culturas eslavas originales, leyendas épicas e historias donde como dice uno de sus biógrafos, Jordi Pomés: “describía las maravillas de la naturaleza, vista por el cazador a todas horas, y donde celebraba la unidad y comunión del hombre con la naturaleza”. La caza para Roerich, no era una cuestión de trofeos. Era una forma de comulgar con la Madre Tierra de manera tradicional y atávica. Siempre mantuvo una gran sensibilidad por la vida animal, y una consciencia elevada por la relación de los humanos con el medio ambiente.
Aquellos escritos iniciales de aventuras, serían el inicio de la literatura que más le gustó a Roerich, y que llegó a consagrarlo como escritor con su obra “El corazón de Asia”. En estas revistas, también publicó muchas de sus características pinturas cinegéticas. 
Sin embargo, la caza y la naturaleza no fueron los únicos pasatiempos durante esos años. El arte, la arqueología y la historia también le quitaban el sueño, y gracias a la gran biblioteca de su padre, tenía vastos conocimientos en estos temas, especialmente en lo que hace a la cultura eslava y oriental. De esta época también, son sus colaboraciones en la revista rusa “Arte y Arqueología”, donde registraba los resultados de sus excavaciones.
A la edad de decidir qué carrera seguir, tuvo que pactar con su padre. Nicholas quería ser pintor, y su padre que fuera abogado. Al final cursó las dos carreras, y se graduó en la Universidad de San Petersburgo y en la Academia Imperial de Bellas Artes en derecho y arte respectivamente. De manera paralela, siguió con sus actividades de arqueólogo, haciendo excavaciones en Novogrod, Yaroslav y Smolenks, descubriendo en 1904, estaciones neolíticas cerca del lago Piros.
Desde temprano, su activa forma de ser, hizo que entablara amistad con personajes como los compositores Rimsky-Korsakov, Stravinsky, y el escritor León Tolstoy, autor de “La Guerra y la Paz”. Su pintura en esta etapa se centra en temas históricos de la vieja Rusia, comenzando a afianzar su particular estilo, que lo identificaría en lo sucesivo. Se destacó como artista, a tal punto que, a la edad de 24 años lo nombraron asistente del director del Museo de la Sociedad Imperial para la Promoción de las Artes. Y como también escribía, y bien, lo designaron asistente del director de la revista “Las artes y la industria artística”, al tiempo que colaboraba en las revistas “La estrella” y “La ilustración del mundo”. Tres años después, se convirtió en el director de la Sociedad Imperial para la Promoción de las Artes.

Helena, una eterna compañera
Helena Roerich fue también un personaje en sí mismo. Descolló como pianista, escritora, mística y exploradora. Fue una pareja destinada a conocerse y a no separase más. La pareja se conoció en 1899, y selló su destino para siempre. Se casaron en 1901. No lo hicieron antes porque Nicholas realizó un viaje a París para perfeccionar su técnica pictórica. En 1902 nació su primer hijo Yuri, y en 1904 su segundo hijo, Svetoslav. Todo rápido. Una característica de su personalidad, era además de su gran capacidad de trabajo, su apuro para hacer todo. “Me pregunto si tendré tiempo para morirme”, solía decir con sarcasmo. Helena fue sin dudas, un puntal en su vida. Su gran compañera y cómplice en todos sus proyectos, que también descolló en todo lo que arremetió, aunque siempre se mantuvo un paso detrás de Nicholas. Fue una concertista de piano destacada -sobrina del compositor Mussorgsky-, y una gran escritora que escribió más de veinte libros sobre espiritualidad. Como teósofa, realizó la primera traducción al ruso de “La Doctrina Secreta”, la obra cumbre de la otra teósofa rusa Helena Petrovna Blavatsky, fundadora de la Sociedad Teosófica. En 1920, Helena contactó en Londres, con quien fuera su maestro espiritual, el Mahatma Morya, un adepto de la hermandad Trans-Himaláyica. A partir de entonces, fue la ideóloga del Agni Yoga. Las enseñanzas que proclamaban la ética viva y una manera espiritual de vivir en unidad con la consciencia cósmica. 
Conocer a Nicholas y viajar, fue casi lo mismo para Helena. Al nacer su segundo hijo, el matrimonio había visitado más de 40 ciudades europeas, para estudiar las raíces de la cultura rusa, y para inspirar a Nicholas en una nueva serie de obras y artículos. Luego Helena, acompañaría a su esposo en sus viajes de ultramar: Inglaterra, Estados Unidos, India y en las dos expediciones al Asia Central. Vivió ocho años más que Nicholas, y al enviudar se dedicó por completo a extender la obra mística y pacifista de su amado marido. Murió en India en 1955.

 escenógrafo y diseñador
A esta altura de la vida de Nicholas, su talento polifacético era incontrastable. A sus expediciones de caza, sus excavaciones arqueológicas, sus cuadros y artículos periodísticos, le sumaba el diseño de escenarios y vestuarios para óperas y ballets. Participó en las puestas de “La Doncella de Nieve”, “Peer Gynt”, “La princesa Malen”, “Las Valquirias”, “El príncipe Igor”, y “La consagración de la Primavera” de su amigo Stravinski. En este período que va desde inicios del siglo XX hasta la Primera Guerra Mundial, Roerich trabajó como profesor de la Escuela de la Sociedad Imperial que además dirigía. Participó en innumerables exposiciones de arte en París, Venecia, Roma, Berlín, Bruselas, Viena, Londres, y sus cuadros fueron adquiridos por importantes museos como el Nacional de Roma y el Louvre. Y es en éste período, donde comenzó a tomar forma su filosofía pacifista y anti militarista. Un período particular, si pensamos que La Gran Guerra estaba a la vuelta de la esquina.

La Primera Guerra Mundial
El mundo cambió luego del asesinato de Sarajevo en 1914, y Roerich vislumbró las consecuencias nefastas que una guerra a gran escala tendría en los tesoros culturales de las naciones. Por eso en 1915, le presentó un informe al Zar Nicolás de Rusia, instándolo a tomar medidas serias a nivel de Estado para proteger el patrimonio cultural en todas las Rusias. Sería ese, el antecedente directo de su Pacto por la Paz, y una de sus últimos trabajos en la Rusia zarista. En 1916, por problemas de salud, se trasladó a Finlandia con su familia. Al año siguiente, cuando Lenin lideró la Revolución Bolchevique y cerró las fronteras de la ahora Unión Soviética, Roerich se quedó afuera de su Rusia, tanto física como espiritualmente.
Sus obras de esa época, reflejan la violencia que azotaba al mundo, y su preocupación por la supervivencia de los tesoros culturales. Aquí comenzó también, a interesarse por las filosofías orientales, y se zambulló de lleno en los escritos y enseñanzas de los grandes pensadores de la India, como Ramakrishna, Vivekananda y Rabindranath Tagore.


América, antesala de la India
Este estudio de las ideas orientales, provocó en el matrimonio, un intenso deseo de viajar a India, e internarse en los Himalayas, para ver y sentir in situ, lo que los yoguis y gurúes proclamaban. Pero el destino, les iba a mostrar otro camino, antes de llegar a las tierras de Krishna. En 1920, recibió una invitación del Instituto de Artes de Chicago, en la que le proponía organizar una gira con exposiciones por 30 ciudades de los Estados Unidos. Aceptó de inmediato. Era una gran oportunidad en su carrera artística, y le daría tiempo para preparar su ansiado viaje a Asia.
En Estados Unidos fundó organizaciones culturales y pictóricas que convocarían a lo más granado del mundo cultural de ese país. Solo un año después de su llegada, fundó el Instituto Maestro de Artes Unidas, con el objeto de promover un acercamiento de los pueblos a través de la cultura y el arte. El Instituto estaba emplazado en el “Edificio Maestro”, un rascacielos neoyorquino, diseñado por el propio Roerich. Allí además de enseñar todas las artes, se daban conferencia, talleres y carreras de grado. Había alojamientos económicos para artistas y estudiantes, y en el pen house, había una sala donde Nicholas y Helena, se juntaban a meditar. En 1922, Roerich fundó el Centro Cultural “Corona Mundi”, y en 1923, creó el “Museo Nikolai Roerich” de Nueva York. Además, en ese lapso, recorrió muchas ciudades americanas, exponiendo obras, dando conferencias y talleres. Su nombre se hizo muy familiar para el estadunidense medio, que veía en Roerich, a un excéntrico artista ruso, con pinta de gurú oriental, y espíritu emprendedor digno de un ejecutivo de Wall Street.
La venta de sus cuadros, los honorarios por su colaboración en publicaciones y diseño de espectáculos musicales y teatrales, y los beneficios producto de las organizaciones culturales que fundó en Estados Unidos, le permitieron tener los fondos necesarios para su viaje a India. Un viaje, que no sería turístico, sino, como todo en la vida de Roerich, tendría varios objetivos paralelos, y se convertiría en su primera expedición al Asia Central.

Expedición en el Asia Central.
En el año 1923, la familia Roerich partió a la India por fin. El sueño suyo, de su esposa y de sus hijos también. India iba a ser el primer paso para su primera expedición al Tíbet Trans-Himaláyico y al desierto de Gobi en la Mongolia. Nicholas estaba obsesionado por encontrar el nexo cultural entre los pueblos eslavos e indos. Pero también estaba obsesionado, por encontrar la mítica ciudad sagrada de Shambala. Esta ciudad, que aparece en la noche de los tiempos en escrituras orientales, fue El Dorado para una generación de exploradores, místicos y científicos, como Roerich en los 20´s, y el cazador alemán y miembro de las SS, Ernst Schaffer en la década del 30. Siempre pendulando entre el mito y la realidad, el consenso místico es que Shambala existe, pero en un nivel físico sino etérico, en un estado de conciencia solo accesible para aquellos que hayan evolucionado suficientemente en el plano espiritual. La obra de Roerich indica que él pudo acceder a este reino mítico, dando no sólo pistas geográficas y anécdotas sobrenaturales, sino también, transmitiendo una enseñanza de un carácter espiritual superior, casi desconocido en aquellos años.   
La ruta que los Roerich siguieron junto con una caravana de varios científicos occidentales, personal de campamento y guías nativos, se dirigió por Sikkim, Cachemira, Ladakh, Sinkiang en China, Rusia (donde aprovechó para visitar Moscú), Siberia, las montañas de Altái, la Mongolia y el Tíbet. La expedición se inició en 1925 y culminó en 1928, convirtiéndose en una de las expediciones de exploración más importantes del siglo XX. Allí se realizaron investigaciones arqueológicas, etnográficas y naturalistas. Se mapearon zonas inexploradas hasta el momento, se descubrieron manuscritos religiosos incunables de hinduismo, budismo y de la religión bon tibetana. Roerich, escribió entonces sus obras más conocidas, “El corazón de Asia” y “Altai”. Pintó más de 500 cuadros, que conforman las series conocidas como “Maitreya”, “Camino de Sikkim” y “Los Maestros de Oriente”.
La expedición no estuvo exenta de riesgos y enormes sacrificios. Las dificultades de acceso a los puertos de montaña, sin caminos ni sendas delimitadas, con la constante amenaza de salteadores y ladrones, así como las intrigas de las autoridades locales tibetanas, chinas, rusas y británicas, siempre suspicaces sobre los propósitos reales de semejante expedición, con fines tan dispares y liderada por un artista, hicieron muchas veces que el viaje se convierta en una pesadilla. Los libros de Roerich mencionan muchos de estos incidentes, como cuando la expedición fue virtualmente prisionera por cinco meses, en pleno invierno y sin acceso a vivieres, en la que murieron casi todos los animales y cinco nativos del grupo. Tuvieron enfrentamientos armados, que repelieron gracias al moderno armamento que llevaban y a las condiciones de Roerich y sus hombres como tiradores. Sufrieron mal de montaña en los pasos a más de 5.000 metros de altitud, y deshidratación en las ardientes arenas del Gobi. De todas maneras, al terminar el viaje, el material recolectado era realmente impresionante. Tanto es así, que Roerich decidió, no solo establecerse en India, sino también crear un centro de investigación científica, que iba a denominar “Instituto Urusvati de Investigaciones Trans Himaláyicas”. Y así, comenzaba, otra etapa en su vida, agregando la ciencia a todas sus pasiones anteriores.

La ciencia, su nueva pasión
La creación de este instituto científico, en el valle del Kulu, en el Himalaya Occidental, -donde además pasaría sus últimos años de vida- fue un hito en la vida de Roerich. Su hijo Yuri, ya para ese entonces, un reconocido orientalista internacional, fue nombrado director del Urusvati. En 1928, comenzaron las tareas de clasificación del material obtenido en la expedición, y al mismo tiempo se dedicaron a la investigación etnológica y lingüística, creando a su vez laboratorios de medicina, zoología, botánica y bioquímica. El Urusvati se abrió también a la colaboración e intercambio con otros organismos científicos del mundo. Entre los que colaboraron en las investigaciones se cuenta a los físicos Albert Einstein, Louis de Broglie y Robert Millikan, el explorador sueco Sven Hedin, entre otros. El trabajo científico allí fue fecundo. Se buscaron curas a distintas enfermedades como el cáncer, se estudiaron los efectos de los rayos cósmicos en la superficie terrestre, se tradujeron manuscritos sánscritos desconocidos, y naturalmente, Roerich, pintó allí innumerables lienzos. Todo iba viento en popa, hasta que el inicio de la Segunda Guerra Mundial, puso fin al financiamiento y el Urusvati, cerró sus puertas para nunca más volver a abrirlas. Hoy el edificio subsiste, convertido en museo, y en biblioteca, donde aún se atesoran las investigaciones zoológicas y botánicas de la expedición. 

Expedición a Manchuria y el legado por la Paz
A mediados de la década del 30, la pasión de Roerich por la exploración estaba intacta. En esa época, y gracias a la intervención de su amigo, Henry Wallace, secretario de agricultura y vice presidente del gobierno de Estados Unidos, bajo la presidencia de Franklin Delano Roosevelt, Roerich es convocado a realizar una expedición por Mongolia, Manchuria y China, para buscar semillas de plantas que prevengan la erosión del suelo y la sequía, un problema que asolaba a varias regiones de Estados Unidos. La expedición recorrería primeramente la cordillera de Hingán y Barginskoye, y luego los desiertos de Gobi, ordos y Holanshan. Al término de la misma, Roerich recolectó más de 300 plantas resistentes a las sequías, varias colecciones de plantas medicinales, y como no podía ser de otra manera, no faltaron los manuscritos antiguos, material arqueológico y cuadros reflejando esos exóticos paisajes de montaña.
Mientras Roerich estaba en expedición, en 1935, se firmó en Washington, el famoso Pacto Roerich. Un proyecto de Nicholas, que venía en carpeta desde antes de la Primera Guerra, donde proponía a todas las naciones del mundo, que se acordara la protección de instituciones artísticas y científicas y monumentos histórico. Una especie de Convención de Ginebra, pero para obras de arte y monumentos en tiempos de guerra. El pacto, apoyado por personalidades como Einstein, HG Wells, Rabindranath Tagore y George Bernard Shaw, entre otros, fue firmado inicialmente por todos los gobiernos de América, desde Canadá hasta Argentina. Nuestro país envió al embajador en Estados Unidos, Felipe Espil en representación del gobierno.
Para identificar aquellos lugares culturales que no deberían sufrir agresión alguna, Roerich creó el estandarte de la Paz. Una bandera blanca, con un círculo rojo (o magenta), y tres circunferencias del mismo color dentro del círculo. Este símbolo según Roerich, estaba presente en muchas culturas originales en todo el planeta. El mismo los había observado grabados en la roca en el oeste americano, en Siberia y en las estepas tibetanas. Hoy en día, esa bandera, sigue siendo un símbolo vigente de la Paz en el mundo entero. Por estas iniciativas fue nominado al Premio Nobel de la Paz en dos oportunidades.
Ese mismo año, 1935, otro hito iba a ocurrir en la increíble vida de Roerich. Gracias a una recomendación suya hecha a su amigo el vicepresidente Henry Wallace: la de modificar el diseño del billete de un dólar de Estados Unidos, agregando al Gran Sello, una pirámide truncada (como la de Keops), y el “Ojo que todo lo ve”. Wallace, que además de ser amigo, admiraba los conocimientos esotéricos de Roerich, no dudó en llevar la propuesta al presidente Roosevelt, quien la aceptó en la convicción que Estados Unidos tenía el destino manifiesto de llevar al mundo a un nivel de consciencia más elevado, bajo la Ley del Gran Arquitecto del Universo, concepto masónico para denominar a la idea de Dios. Roosevelt y Wallace eran masones, y vieron en este símbolo, una reafirmación de sus convicciones místicas. Naturalmente, Roerich fue sindicado también como masón, pero no lo era. Era rosacruz. Para despejar dudas, manifestó públicamente su pertenencia formal a la Antigua y Mística Orden de la Rosa Cruz y a la Sociedad Teosófica. Así que, gracias a esta sugerencia de un místico ruso, un símbolo esotérico se encuentra en el billete de mayor circulación de los Estados Unidos.
Casi todos los proyectos de Roerich se concretaron. Casi, pero no todos. Si bien el Pacto Roerich se firmó y se prometió cumplirlo, los estragos de la Segunda Guerra Mundial en materia de reliquias y monumentos fueron inmensos. Hoy en día, vemos salvajes islamistas destruyendo a cañonazos sitios arqueológicos de Nínive e Irak. Otro proyecto inconcluso, fue la creación de un País Budista, bajo mandato de la Unión Soviética, en territorio chino de Manchuria y dirigido por el Panchen Lama. Roerich nunca lo logró, y no solo eso, sino que este proyecto provocó la suspicacia de varias naciones, y deterioró sus estrechos vínculos con el gobierno de Estados Unidos hacia fines de los años 30 y principios de los 40.

En el año 1947, solo dos años después de la caída de Berlín y de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, y mientras India y Pakistán se separaban sangrientamente, Roerich, murió en su casa del valle de Kulu, en su amado Himalaya, con la sensación de no haber alcanzado su mayor y principal proyecto de vida: lograr la paz en el mundo. Una idea ambiciosa, utópica y casi mágica. Pero sin dudas, un ideal por el que vale la pena vivir, bajo los preceptos que él y su esposa Helena, definieron como la “ética viva”.