lunes, 29 de octubre de 2018

Los riesgos de una profesión peligrosa



Por Eber Gómez Berrade

En los últimos dos meses, dos cazadores profesionales perdieron su vida en Zimbabwe por ataques de fauna peligrosa. Los accidentes y muertes en los safaris no son nuevos, pero ponen de manifiesto los riesgos que esta actividad conlleva. En ambos casos, ningún cliente resultó herido y se cumplió la vieja regla de los guías de montaña, que dice que si alguien tiene que bajar con vida de la cima, ese indudablemente deberá ser el cliente.
 
Siempre recuerdo una escena de “Las Minas del Rey Salomón”, una película de los años 50, basada muy libremente, en la novela homónima del escritor inglés Henry Rider Haggard. Allí, Allan Quatermain, -el legendario cazador blanco-, le dice a la bella rubia que fue a contratarlo para un safari, que no tenía muchas expectativas de salir con vida de la aventura que estaban por iniciar. Sin embargo, era un riesgo que aceptaba tomar. Él ya había vivido suficiente -decía-, si se tenía en cuenta que el promedio de edad de un cazador blanco, rondaba los 40 años. Más temprano que tarde, una enfermedad tropical, una tribu de nativos hostiles o una fiera herida, terminaría con su vida. Lo cierto es que los riesgos de la profesión aún se mantienen, y como se dice en el mundo de la tauromaquia: para el torero una tarde de suerte, es salir con vida del ruedo. Para el cazador profesional, un día de suerte, es -muchas veces- volver con vida al campamento. 

Elefantes y cocodrilos
Hace un par de meses, Theunis Botha, una cazador profesional de Sudáfrica de 51 años de edad, estaba guiando a un grupo de clientes en el parque Nacional Hwange, en Zimbabwe. De repente, el grupo se topó con una manda de elefantes, en las que había crías, hembras y machos jóvenes. De ahí en adelante, la información no es muy precisa, pero según trascendió, el grupo se vio envuelto en una especie de estampida, que provocó que Botha disparara a tres crías. En ese momento, recibió la carga de una hembra, que fue muerta por uno de los clientes, con tal mala suerte, que cayó sobre el propio Botha, matándolo de inmediato.
Nunca conocí a Botha, no escuché hablar de él, pero según dicen, se especializaba en cacería de leopardos y leones con perros. Es muy difícil abrir juicio, desconociendo efectivamente lo que sucedió realmente ese fatídico día, sin embargo, confirma la regla de que el 90% de las cargas, y eventuales “accidentes”, son el resultado directo de una falla humana, de un error de cálculo, que en el último instante, se torna en contra del profesional y desata el infierno.
En el mes de Abril pasado, Scott van Zyl, otro cazador profesional perdió la vida en Zimbabwe, más precisamente a orillas del fronterizo río Limpopo. A Scott sí lo conocí, y en algún momento su compañía SS Pro Safaris, tuvo contactos comerciales con la mía, Executive Safari Consultants. Era como Botha, de nacionalidad sudafricano, tenía 44 años de edad, y también dejó detrás suyo una hermosa familia. En esa oportunidad, Scott estaba cazando del otro lado del río, en Zimbabwe, con un guía nativo y un par de perros. Los dos hombres habían partido en direcciones distintas al abandonar su vehículo durante la cacería, pero sólo el acompañante de van Zyl regresó al campamento. Nunca más se supo nada de él.
Desde ese instante, se puso en marcha un gran operativo de búsqueda que incluyó la participación de asociaciones de cazadores, servicios de emergencias, organizaciones conservacionistas, fuerzas armadas de Zimbabwe y policía de Sudáfrica. En un momento, se barajó la posibilidad de un secuestro o un homicidio, dada las condiciones de seguridad que existen en ese país. Finalmente, miembros del equipo de búsqueda, avistaron desde un helicóptero la mochila de Scott a la vera del Limpopo. Al llegar a esa zona por tierra, comenzaron a pensar que podría haber sido víctima del ataque de un cocodrilo. Recorriendo esa parte del río, encontraron un par bastante grandes. Los mataron y al abrir uno de ellos, encontraron restos humanos. Luego de los análisis de ADN, se confirmó lo peor. Los restos eran de Scott van Zyl. Aún se desconoce las circunstancias de ese ataque.

Un destino fatídico
Una mañana de abril de 2015, los que estamos relacionados con la industria de safaris, nos desayunamos con la triste noticia de la muerte de Ian Gibson, en un accidente con un elefante. Según se supo, Ian que trabajaba para Chifuti Safaris, estaba guiando a un cliente en el valle del río Zambezi, también en Zimbabwe. Tras cinco horas de caminata tras las huellas de un elefante macho con colmillos apropiados, Gibson decidió que su cliente descansara, mientras él intentaba una aproximación mayor, para evaluar el marfil del macho en cuestión. Se aproximó con su rastreador. El cliente quedó sentado bajo un árbol en compañía del guarda parque. El elefante que buscaban, resultó ser un espécimen joven que además estaba en celo. Sus sentidos de alarma y agresividad estaban en su máximo esplendor, por lo que a unos 100 metros de distancia venteó a Gibson y se le fue encima.
El profesional decidió gritar para detener la arremetida. Ahora sabemos que fue un grave error. Estando el elefante a muy corta distancia, tomó la decisión de disparar su fusil .458 Win.Mg. Impactó en la cabeza pero no fue suficiente. El elefante alcanzó al profesional y lo mató en el acto. En ese momento Gibson era muy reconocido en la comunidad de cazadores profesionales y contaba con 25 de años de experiencia en el bush, lidiando especialmente con especies de caza peligrosa, sin embargo cometió un error de valoración imperdonable. Su último error. 

El factor humano
Para los animales de caza peligrosa, huir o atacar son las dos únicas alternativas posibles de comportamiento frente a una agresión. Un profesional de la caza lo sabe bien, o por lo menos, debería saberlo. Es una de las primeras cosas que se aprenden a la hora de tratar con fauna peligrosa. El comportamiento de diferentes especies ante la agresión, o también ante la violación de su espacio vital. Para ilustrar la cuestión, digamos que existen dos áreas en la percepción del riesgo de estos conflictivos animales: la de huida y la de ataque. La de huida es más amplia. Cuando alguien penetra en ese vago territorio, el animal percibe riesgo pero también percibe la posibilidad de salir de allí sin meterse en problemas. Ahora, si el intruso traspasa esa área, e ingresa al círculo de seguridad más pequeño, la percepción le dirá al animal que queda una sola cosa por hacer para salir de ese riesgo, y es atacar. Donde termina el área de huida y empieza la de ataque es la pregunta del millón. Nadie lo sabe hasta que entra en ellas. Obviamente va a depender de las diferentes especies y sus sentidos de alarma más o menos afinados, de si se trata de una hembra con cría, de un macho joven en celo, o de un viejo sobreviviente que llegó a esa edad más por astucia que por temeridad. Lo cierto es que ese conocimiento no está en los libros. Lo da la experiencia y en muchos casos el sentido común. Por esa razón, la mayoría de las veces que asistimos a accidentes con fauna peligrosa, es debido al factor humano, más o menos como pasa con los pilotos de avión. Un mal cálculo de situación o una maniobra temeraria que provocan la reacción agresiva y desencadenan la tragedia. Si la carga finaliza con el animal abatido, quedará como una anécdota para el profesional y para el cliente. Si los abatidos son algunos de ellos, la carga se convierte en noticia y es publicada en los medios de prensa. Lo que sería ideal, en esos lamentables casos, es que fuera analizada por las asociaciones de cazadores profesionales, para obtener una conclusión y una lección aprendida que pueda ayudar al resto de los profesionales en una situación similar. Exactamente lo mismo, que se hace en la industria aeronáutica.

La misma vieja historia
Los ataques de animales de caza peligrosa a profesionales son tan viejos como la actividad misma. En la historia de los safaris africanos hay una gran cantidad de encuentros mano a mano con la fauna que terminaron mal. Algunos, muy mal. Un caso emblemático, fue la muerte del legendario cazador blanco Fritz Schindelar, quien fue derribado de su yegua de polo por un león herido en 1914, muriendo unos días más tarde de dolorisimas heridas en un hospital de Nairobi. Algunos años después de aquella tragedia, la novia del cazador blanco Donald Seth-Smith, también en Kenia, sería atacada por un rinoceronte en pleno safari, que la hirió con su cuerno en la cabeza. Ella sí sobrevivió al ataque, y siguió cazando junto al que sería su esposo por muchos años. A mediados de la década del 70, Mike Prettejohn, un experto en cacería de selva, que operó durante años en los Aberdares y las montañas Cherengani en Kenia, así como en Camerún y Congo, tuvo también un desagradable encuentro con un león herido. Claro que, como la de muchos profesionales, su vida estuvo signada por la aventura desde temprana edad. Comenzó cazando animales peligrosos a los dieciséis años con el hijo de Bunny Allen y Tony Archer. Todos convertidos luego en legendarios personajes de la caza en el África Oriental. Prettejohn, fue además comandante del regimiento de Home Guards durante la Emergencia Mau Mau que asoló Kenia en la década del 50, y tuvo su propia empresa de safaris. Si había alguien con experiencia en el bush, era él. Sin embargo, una noche, no le quedó más remedio que internarse en pleno monte para rematar un león herido por uno de sus clientes. La historia es corta. El león apareció desde el pastizal cargando a toda velocidad derribándolo de inmediato. Hay una instantánea tomada con flash de ese momento, en donde el león imprimía sus dentelladas en la pierna del profesional. Afortunadamente, pudo matar a la fiera y sobrevivir al ataque.   

Asesinos microscópicos
Cuando pensamos en los riesgos de la profesión de cazador profesional, naturalmente nuestra mente imagina el enfrentamiento con grandes y agresivos predadores. Sin embargo, muchas veces, el homicida es microscópico y tan letal, como el más enojado de los elefantes. La historia de los safaris, dan cuenta de varios de estos casos. En el año 1925, Reginald Berkeley Cole, uno de los fundadores del famosos Club Muthaiga de Nairobi, gran amigo de los cazadores blancos Dennis Finch-Hatton y el barón sueco Bror von Blixen-Finecke, y de la escritora danesa Karen Blixen, moría víctima de malaria adquirida en la sabana del este de África. Si bien Cole nunca se dedicó profesionalmente a la caza, sí era un consumado deportista, administrador colonial y capitán en tiempos de la Primera Guerra Mundial. Estuvo a cargo de tropas de infantería montada somalíes: los Scout de Cole. Los mismos que pintaban con rayas a sus caballos para camuflarlos como cebras a los ojos de las fuerzas alemanas estacionadas en la Tanganica. 
Pocos años más tarde de la muerte de Cole, le siguió la de su amigo Finch-Hatton, cuando se estrelló con su avión de Havilland Gypsy Moth biplano, en el Parque Nacional Tsavo, en Kenia. Podemos decir, también que debido a los riesgos de su profesión.
Otro piloto y cazador blanco que perdió su vida, haciendo su trabajo y víctima de estos diminutos enemigos, fue el conde austrohúngaro Laszlo Almasy, aquel personaje pintoresco del que también hemos hablado en estas páginas, que fuera tomado de modelo para la novela y posterior película “El paciente inglés”. Hacia fines del año 1951, Almasy cayó enfermo en una visita a la ciudad de Salzburgo. Allí le diagnosticaron disentería. La había contraído el año anterior, guiando un safari en Mozambique. Jamás se recuperó. Lo que no pudieron los accidentes aéreos, el desierto africano, animales de caza peligrosa, el fuego de artillería británico ni los espías soviéticos, lo pudo una microscópica enterobacteria letal.   
Más cercano en el tiempo, hace unos tres años, un colega y amigo mío de Namibia, Jaco Alberts, estaba cazando especies de planicie con un cliente, cuando de repente comenzó a sentirse mal. En ese momento, no sabía que era lo que pasaba. No había dolores, pero algo andaba mal. Decidió sentarse a descansar un momento, para luego proseguir con la caminata. A medida que pasaban los minutos, una sensación de debilidad extrema lo embargaba. No era agotamiento, ni insolación. Decidió llamar por radio a su esposa para que los recogiera. Media hora más tarde subió a la camioneta por sus propios medios y bajó en una ambulancia en la ciudad de Otjiwarongo sin poder mover un solo músculo de su cuerpo. No se supo a ciencia cierta la causa, si fue una miastenia grave generada por una falla en su sistema autoinmune, o un síndrome adquirido en el bush africano. Sin embargo, luego de un par de años de convalecencia, Jaco se recuperó y volvió al bush y a la profesión que lo apasiona.

Un cliente al rescate
En la historia de los safaris, hubo casos en los que no solo la víctima fue el cazador profesional, sino que quien lo salvó de una muerte segura fue el cliente. El caso más conocido, fue el protagonizado por el empresario argentino, Arturo Acevedo, presidente de Acindar, quien en 1965 estaba cazando en un safari con Glen Cottar en Loliondo, un extenso territorio entre el parque nacional de Serengueti en Tanzania y el Masai Mara de Kenia. Una tarde, cazando leones, Cottar le pidió a Acevedo que matara un búfalo para usar de carnada. Encontraron la pieza adecuada, y Acevedo le disparo con su doble .500/465. La bala dio en la cabeza del búfalo pero no lo mató. Disparó nuevamente, hasta que “la muerte negra”, desapareció entre el monte cerrado. Cottar en ese momento, no tenía su Rigby .500 que solía usar, sino un .458 Winchester Magnum a cerrojo. Para ir a buscar al búfalo herido, Acevedo le ofreció a Cottar su doble, que aceptó. El búfalo no estaba tan mal herido como parecía, e hizo lo que suelen hacer los viejos dagga boy, que por algo llegan a viejos. Los emboscó. De hecho, Cottar le disparó un par de veces más cuando lograba verlo, sin embargo sus tiros no eran certeros sino más bien al bulto. Un bulto negro, una sombra amenazante que se esfumaba luego de cada disparo. Fue cuestión de segundos cuando Cottar supo que su suerte estaba echada. Una explosión se escuchó a un costado suyo. Una tromba negra se materializó de repente y ya no había nada que hacer. El búfalo apareció a la carrera en carga franca y lo derribó, corneándolo en la pierna. En la desesperación, Cottar intentaba evitar que los cuernos perforen su pecho o su abdomen. En eso estaba cuando, increíblemente la fiera detuvo sus cornadas, dio media vuelta y se fue al trote de nuevo a la oscuridad del monte. Los porteadores fueron a buscar el vehículo, y entre ellos, Acevedo y sus dos hijos que acompañaban la partida, subieron al guía herido. En ese preciso instante, apareció nuevamente el búfalo a solo un par de metros de distancia. Esa vez, fue Acevedo el que disparó el .458 Win. Mag, matando de inmediato al animal. Acevedo y dos de los asistentes de Cottar condujeron la camioneta con la intención de llegar a Nairobi. En el camino, el argentino le administró morfina para el dolor y antibióticos para la infección. Sin dudas, algo de suerte le quedaba a Cottar, ya que en medio del monte, divisaron un campamento. Fueron hasta allí en busca de una radio, y se encontraron nada menos que con el famosos aviador Charles Lindbergh, quien estaba realizando un safari fotográfico junto a su esposa. Lindbergh tenía un avión pequeño con el que había viajado, y ofreció de inmediato trasladarlo a Nairobi en él. Así Cottar salvó su vida, gracias a un empresario argentino y a una leyenda de la aviación estadounidense. Dicen que estando en el hospital, Cottar dijo: “sé que Art salvó mi vida, pensando rápido y dándome morfina y antibióticos. Tiene agallas. Dios lo bendiga”. 

martes, 30 de enero de 2018

Coronel Percy Fawcett - El misterio de la Ciudad Perdida de Z





Por Eber Gómez Berrade

El coronel Percival Harrison Fawcett encarna al prototipo británico del explorador blanco de la era victoriana. Militar, topógrafo, cazador, arqueólogo, teósofo, ocultista, espía y explorador, realizó expediciones por Ceilán, Hong Kong, Bolivia, Perú y Brasil, pero fue  la búsqueda de una civilización perdida en medio de la selva del Amazonas, lo que lo catapultó al reconocimiento público, lo distinguió con la medalla de la Royal Geographical Society de Londres y lo empujó a su trágica desaparición en plena selva, que aún hoy, sigue siendo un enigma sin resolver.  

Precisamente este es el leit motiv de la película que se acaba de estrenar, denominada “La ciudad perdida de Z”, con la que Hollywood recrea una parte de su obsesionada vida, desde su primera expedición a Bolivia para demarcar las fronteras de ese país, hasta su desaparición en las selvas del Amazonas a mediados de la década del 20.
La vida de Fawcett estuvo signada por la aventura desde temprana edad. Se relacionó con las exploraciones desde sus inicios en la carrera militar. Su padre, que había nacido en la India, era un consuetudinario miembro de la Royal Geographical Society de Londres, y su hermano mayor, Edward Douglas, montañista, teósofo y escritor de novelas de aventuras. Como si esto fuera poco, se apasionó también por las ciencias ocultas, el espiritismo de Allan Kardec y la teosofía de Helena Petrovna Blavatsky. Fue amigo personal de los escritores Henry Rider Haggard, autor de “Las minas del Rey Salomon” y “Allan Quatermain”, y de Arthur Conan Doyle, autor de “Las Aventuras de Sherlock Holmes” y de “El mundo perdido”. Todos libros en donde se narran aventuras fantásticas en letras de molde, de civilizaciones perdidas de hombres blancos y mundos exóticos. Esta mezcla de aficiones y relaciones, no podía más que augurar a Fawcett una vida de azarosas epopeyas.

La aventura en la sangre
Percy Fawcett nació en Tourquay, Inglaterra el 18 de Agosto de 1867 en el seno de una familia proclive a las aventuras y a la exploración. No era raro que un joven inglés nacido a mitad del siglo XIX, se fascinara de muchacho con historias de cacerías y safaris, ya que el Imperio Británico se extendía rápidamente hacia todos los confines del planeta, borrando las leyendas de “terra incognita” de los mapas. Los descubrimientos geográficos se sucedían sin cesar y la literatura alimentaba las fantasías de los jóvenes en las aulas de las escuelas públicas. Abrazó la caza deportiva con fervor y las estaciones del año estaban para él, marcadas por las temporadas cinegéticas del condado de Devon donde vivía. Naturalmente descollaba también como hábil tirador y aguerrido jinete. Al finalizar su educación formal, ingresó al prestigioso Regimiento Real de Artillería, con sede en la ciudad de Woolwich. Por aquellos años, había una corriente de militares, mayormente artilleros e ingenieros, que se destacaban por la afición a la arqueología y el misticismo, como los casos del General Charles Gordon (Gordon Pasha), el Teniente General Sir Charles Warren y el Mariscal de Campo Lord Horatio Herbert Kitchener.  
A los diecinueve años  Fawcett fue enviado en misión militar a Ceilán (hoy Sri Lanka). Allí conoció a Nina Paterson con quien se casaría en 1901.

Civilizaciones perdidas y Teosofía
Su permanencia en Celián fue un punto de inflexión definitivo en su orientación por el esoterismo. Allí descubrió la arqueología, la historia y el budismo.  Se cuenta que durante una tormenta en la jungla, buscó refugio debajo de un árbol donde encontró una roca muy grande con inscripciones ininteligibles. Las copió y se las mostró a un sacerdote budista quien le confirmó que provenía de un antiguo alfabeto oriental llamado sanzar. Lo cierto es que el sanzar era un idioma de origen tibetano del cual ya no hay registros. Para algunos ocultistas, el sanzar era la lengua que se hablaba en las míticas civilizaciones de Lemuria y Atlántida. Esto llevó a Fawcett a pensar que esos textos tenían relación con las civilizaciones perdidas que luego buscaría en el Amazonas. Para ese entonces, Fawcett además conocía de memoria los diálogos de Critias y Timeo narrados por Platón donde se menciona la Atlántida.  El senzar era también el idioma de un misterioso manuscrito denominado “Las stanzas de Dzyan”. Justamente, los comentarios a esta enigmática obra, son los que conforman el monumental libro -base de la teosofía- llamado “La Doctrina Secreta”, escrito por Madame Blavatsky. 
Esta teósofa rusa revolucionó el ocultismo de fines del siglo XIX con un movimiento ecléctico que funde religiones como el cristianismo, el budismo y el hinduismo, que está directamente relacionado con movimientos esotéricos de finales del siglo XVIII como gnósticos y rosacruces. Muchos exploradores, escritores y reconocidas personalidades de la época se vieron influenciados por las enseñanzas esotéricas que provenían de Blavatsky y de la Sociedad Teosófica, que ella ayudara a fundar en 1875 en Nueva York. Fueron entusiastas de la teosofía el explorador Sir Richard Francis Burton, los escritores Henry Rider Haggard, Arthur Conan Doyle, George Bernard Shaw y Aldous Huxley, los pintores Mondrian y Gauguin, el inventor Thomas Alva Edison, etc. Incluso el hermano de Fawcett, fue una reconocida autoridad de la Sociedad Teosófica y amigo personal de Blavatsky.

Explorador y cazador en Sudamérica
Luego de Ceilán, Fawcett fue enviado al norte de África para trabajar para el servicio secreto británico. De allí pasó a Malta, donde aprendió topografía que le iba a ser fundamental para su carrera de explorador. Luego le tocaron destinos menos conflictivos como Hong Kong, Singapur, Tokio y nuevamente Ceilán -donde nació su hijo mayor Jack en 1903- y finalmente Irlanda. En 1906 fue comisionado por la Royal Geographical Society, para liderar una expedición a Bolivia con el fin de demarcar las fronteras selváticas de ese país. 
Su misión era internarse en una región selvática fronteriza entre Bolivia y Brasil, y cartografiar el área como parte mediadora en el conflicto limítrofe que existía entre ambos países. Esa sería la primera de una serie de siete expediciones que realizó en el continente sudamericano que finalizaría con la realizada en el año 1924 y que lo llevaría a visitar además de Bolivia y Brasil, Perú, Argentina y Paraguay. 
En 1908 desembarcó en Buenos Aires, de la que no tenía buenos recuerdos. Su impresión -de la que se conocía como la Paris de Sudamérica-, era de opulencia arquitectónica y económica, pero decía “parecía que en el ambiente flotaba una aureola de vicio”. Luego de pasar unos días en la ciudad, de visitar el Jockey Club, de recorrer las grandes tiendas y los paquetes cafés, se embarcó en un vapor de la línea Mihanovich con rumbo a Rosario, para luego seguir Asunción del Paraguay, y de ahí directo al Mato Grosso.
Más allá de su tarea como topógrafo, Fawcett se interesó por la fauna y la flora tropical, y aprovechaba toda oportunidad para practicar la caza. Animales no faltaban en el Matto Groso o en la cuenca del Amazonas, y muchas veces el objetivo de su actividad cinegética pendulaba en el mero deporte, la obtención de carne para el campamento o simplemente la defensa propia.
En el transcurso de su estadía en la selva, tuvo la oportunidad de ver criaturas por demás extrañas. Se cuenta que un día se topó con una anaconda gigante de casi 20 metros de largo. Se cuenta también que a su regreso a Inglaterra, fue ridiculizado por los zoólogos escépticos de la existencia de semejante monstruo jurásico. También registró en su bitácora encuentros con una especie de perro de aspecto felino, con los sabuesos andinos de dos narices, con la araña gigante Apasanca o tarántula Goliat, así como las más comunes especies de pirañas, vampiros, pecaríes, tapires, jaguares y monos, de los que dio buena cuenta gracias a su notable puntería y habilidad de cazador. Hasta toros cimarrones cayeron bajo su mira. En su diario relata que un día fueron atacados por tres toros salvajes, que tuvieron que matar para salvar sus vidas. 
En el tiempo que duraron sus viajes, aprendió rudimentos de español y portugués, lo que le permitía comunicarse con los nativos y aborígenes, a los que trataba de manera cordial, tal vez con la condescendencia característica de una personalidad imperial. Asistió también a la explotación aberrante de los aborígenes utilizados como mano de obra en lo que se llamó el boom del caucho. Si bien la esclavitud había sido abolida hacia ya tiempo, parecía que nadie se había enterado de eso en esas tierras salvajes y alejadas de la mano de Dios.
Paralelamente, fue también allí en las selvas brasileñas, donde comenzó a crecer su teoría nacida en Ceilán, sobre la existencia de civilizaciones perdidas. De hecho en 1910, en uno de sus reportes para la Sociedad Geográfica, manifestó haber escuchado testimonios de encuentros con indios blancos de pelo rojo, a los que identificó como probables supervivientes de una antigua civilización desaparecida.

La Gran Guerra
Si bien para el año 1914 Fawcett era un reconocido geógrafo con vasta experiencia en las selvas de la América del Sur, al estallar la guerra con el Imperio Alemán se ofreció voluntario -a pesar de tener casi cincuenta años- y dirigió una brigada de artillería en Flandes. Su afición por el ocultismo lo llevó a consultar médiums y a utilizar la tabla ouija para predecir donde sería el próximo ataque de obuses germanos. Las infames trincheras del Somme lo vieron dirigir a sus hombres a una muerte segura contra la metralla, los morteros y los gases alemanes. De hecho, en 1916 él mismo sufrió un ataque de gas que lo dejó ciego temporalmente y naturalmente fuera de combate. Ese mismo año, la Royal Geographical Society, le otorgó la prestigiosa “Founder´s Medal” por su contribuciones a la cartografía en Sudamérica. Terminada la guerra, volvió a centrarse en sus investigaciones arqueológicas debido a que sus expediciones habían captado la atención de académicos y del público en general, aunque no la de inversores dispuestos a financiar los costos de sus viajes.

El manuscrito 512 
En 1920 Fawcett encontró un documento del siglo XVIII en la Biblioteca Nacional de Rio de Janeiro, el Manuscrito 512, que supuestamente pertenecían a un explorador portugués que afirmaba haber encontrado en plena selva amazónica, una ciudad amurallada similar a las de la Grecia antigua. El texto, cuyo título es “Relación histórica de una oculta y grande población antiquísima, sin moradores, que se descubrió en el año 1753”, es un informe dirigido al Virrey por parte del jefe de una expedición de bandeirantes portugueses.
Esos manuscritos cautivaron a Fawcett, y lo terminaron de convencer de la existencia de una ciudad perdida en medio de la selva brasileña, a la que él denominó “Z”.
Poco tiempo después recibió un particular obsequio de parte de su amigo Rider Haggard: una talla de basalto negro de unos 20 centímetros de alto provenientes de la selva del Brasil. Fawcett hizo investigar la reliquia con un psicometrista, una especie de parapsicólogo de nuestra época, quien fue contundente en el diagnostico: el ídolo de basalto provenía de la Atlántida, sin lugar a dudas. Para el explorador las piezas del rompecabezas comenzaban a armarse de manera coherente. Estaba claro que tenía que volver a la selva y encontrar la ciudad perdida de “Z”. Por eso, en 1921 se internó en lo profundo de la selva, pero esa expedición fue un fracaso rotundo. Recogió en el camino testimonios de diversos indios que hablaban de ciudades inmensas en lo profundo de la maraña, de indios de piel clara, de luces potentes que asustaban a los que se atrevían a pasar cerca de sus murallas, de ciudades encantadas que se desvanecían al acercarse como si fueran un espejismo. Fawcett recorrió los ríos Xingú, Tabatinga y Gongogi en la región de Mato Grosso, sin encontrar ni un solo rastro que avalara los testimonios que iba recogiendo en su derrotero. A su vuelta a Londres con las manos vacías, lejos de desanimarse, decidió planificar otra expedición, pero esa vez estaría mejor equipado y preparado.

La última expedición
En abril de 1925 la decisión estaba tomada. Solo le quedaba resolver el problema del financiamiento, para lo cual convenció a diversas sociedades científicas británicas y vendió los derechos de publicación de la historia a un conglomerado de prensa de Estados Unidos, el North American Newspaper Alliance. La que sería su última expedición estuvo compuesta por su hijo Jack y un amigo de éste, otro joven de nombre Raleigh Rimmel, además iban dos trabajadores brasileños, ocho mulas, dos caballos y un par de perros. La ruta estaba claramente definida. Todo estaba perfectamente planeado. Sin embargo, algo salió mal. Aún hoy no se sabe qué. La última noticia que se tuvo de los expedicionarios fue una carta dirigida a su esposa, enviada desde un campamento llamado Dead Horse (caballo muerto), en donde él mismo había tenido que sacrificar a un caballo en la expedición anterior. En ella Fawcett aseguraba que iban a entra en contacto con una tribu de indios en los próximos días y se muestra preocupado por la salud del joven Rimmel que tenía una infección en una pierna. La carta concluye con la frase “no debes temer ningún fracaso". Son las últimas palabras que se conocen del aventurero inglés.

La búsqueda de Fawcett 

La falta de noticias llevó a pensar lo peor. En Londres comenzaron las conjeturas del destino que habían corrido los exploradores. Un diario tituló en tapa, que habían sido comidos por hombres-mono caníbales. Tras dos años de aquella última carta, era lógico pensar que habían sido asesinados por nativos hostiles, o que habían perecido víctimas de enfermedades, hambre o animales salvajes. Brian, el hijo menor de Fawcett viajó a la región para intentar averiguar lo que había pasado con su padre y su hermano. A partir de ese momento, las hipótesis se tornaron cada vez más fantasiosas. En Perú un francés aseguró que un anciano de Minas Gerais decía ser Fawcett. Años más tarde, recibió una carta de un colono alemán que decía que Percy y Jack habían vivido en ciudades subterráneas entre los indios y eran adorados como reyes. En las décadas que siguieron a la desaparición de la partida, se organizaron unas trece expediciones de búsqueda y rescate, costando la vida de más de cien personas. En 1927 una placa de identificación con el nombre de Fawcett fue encontrada en una tribu indígena. En junio de 1933 se encontró una brújula de teodolito perteneciente a Fawcett cerca de un asentamiento de indios baciary del Mato Grosso. En 1956 el presidente de la Sociedad Teosófica de Brasil, recibió una carta en la que se afirmaba que los exploradores vivían aún en una ciudad subterránea en la Serra do Roncador, también en Mato Grosso. En 1934, Nina la esposa de Fawcett, declaró que había recibido mensajes telepáticos de su esposo, en los que le decían que estaban prisioneros de una tribu de indios. Ese mismo año el cazador suizo Esteban Rattin, aseguró haber visto al explorador inglés a orillas del Rio das Mortes. La médium irlandesa Geraldine Cummins escribió un libro diciendo que Fawcett le transmitió telepáticamente que había encontrado restos de la Atlántida y que había fallecido en 1948.
En 1956 el escritor y explorador brasileño Eduardo Barros Prado publicó en su libro “Yo viví con los jíbaros” un relato ocurrido en 1928, en el que dice haber encontrado a un anciano ermitaño en un pequeño rancho a orillas del río Casca, y del que aseguraba, era el mismísimo Fawcett, quien apenas si le dirigió la palabra a Barros Prado.
Los años pasaron y el interés por el destino del explorador siguió intacto. En 2004, un director de documentales llamado Misha Williams afirmó que los miembros de la expedición simularon su desaparición para fundar una comuna basada en principios teosóficos en algún lugar remoto de la selva brasileña.
En el año 2005 el periodista David Grann, de la revista The New Yorker, visitó la tribu kalapalo y descubrió que la historia de Fawcett se sigue recordando a pesar de los años, ya que fueron los primeros blancos que esa tribu había visto en su historia. Según dicen, los kalapalos advirtieron a Fawcett de los peligros de internarse en tierras de indios feroces, pero éste no hizo caso alguno. Los kalapalos veían el humo de las fogatas durante cinco días, hasta que dejaron de verlo y presumieron que habían sido asesinados. Por otra parte, en las cercanías de la reserva de los kalapalos, en la cabecera del río Xingú, se encontró un importante sitio arqueológico de una civilización monumental denominada
Kuhikugu, emplazada en lo que hoy es parte del Parque Nacional Xingú. En 2009 Grann publicó su libro “La ciudad perdida de Z” con todas las hipótesis existentes a la fecha. Era cuestión de tiempo que Hollywood tomara la posta y se decidiera a filmar semejante historia. Porque aún hoy, el enigmático destino de aquella mítica figura del explorador inglés, un especie de Indiana Jones de la vida real con sombrero Stetson y pipa, sigue cautivando la imaginación de los amantes de la aventura y del misterio.