Por
Eber Gómez Berrade
La
caza y la guerra han estado unidas desde la noche de los tiempos. Durante
siglos la cacería fue utilizada por los caballeros y nobles como entrenamiento
militar en tiempos de paz. Los años pasaron, ambas actividades se
profesionalizaron, pero siempre siguieron unidas de alguna manera. Militares
que se convirtieron en cazadores y cazadores transformados en soldados,
vivieron días de acción y aventuras en exóticos teatros de operaciones de ignominiosos
conflictos imperiales.
En
esta primera parte, me enfocaré en aquellos cazadores guerreros de fines del
siglo XIX y principios del XX. Un período histórico destacado en la historia
militar, imbricado con la más grande era de los safaris africanos.
Exploradores,
soldados y cazadores
Hacia
mediados siglo XIX, África era aún un continente que estaba a punto de ser
descubierto. Muchos mapas de la época tenían grandes espacios en blanco, con la
leyenda de “terra incógnita” en el centro. Esto naturalmente seducía a todo
tipo de exploradores, geógrafos y aventureros, que se internaban tierra adentro
en busca de las Montañas de la Luna, las fuentes del Nilo, la ciudad prohibida
de Harar, oasis perdidos y lagos sin nombres. Sin dudas, dos de los más paradigmáticos
de estos personajes fueron John Hanning Speke y Sir Richard Francis Burton.
Ambos llevaron a cabo dos expediciones en el este de África, que comenzaría con
el descubrimiento de los lagos Tanganika y Victoria, y terminaría en una agria
disputa entre los dos, y en el suicidio
de Speke algunos años más tarde. Burton era capitán del Ejército de la Compañía
de las Indias Orientales y Speke teniente en el Ejército Indio, en la India
Imperial Británica. A diferencia de Burton, Speke era un ávido cazador. Al
inicio de su viaje a África, su principal motivación era la caza, no la
exploración geográfica.
Algo
similar le sucedió al joven escocés Roualeyn George Gordon-Cumming, que siguió
sus ansias de aventuras y se enlistó en el Ejército de la Compañía de las
Indias Orientales. Luego de una corta temporada en el subcontinente, decidió
probar suerte en Sudáfrica e ingresó en los Cape Mounted Rifles, en 1843. Allí
descubrió el lugar ideal para desarrollar su pasión: planicies llenas de
antílopes, fieras peligrosas y tribus desconocidas. Gordon Cumming se dedicó de
lleno a la caza, y registró sus aventuras en un libro que se convirtió en un
clásico de la literatura cinegética de todos los tiempos. Otro
de los grandes cazadores del siglo XIX fue el mayor Sir William Cornwallis Harris, un inglés que para
variar, también ingreso como ingeniero en el ejército de la Compañía, en India,
alcanzado finalmente el grado de mayor. Una licencia por enfermedad lo llevó a
Ciudad del Cabo, y de allí, ya restablecido, se lanzó en un safari hacia el
Transvaal, en el centro de Sudáfrica. Escribió un total de cinco libros con las
aventuras de sus cacerías.
Casi
al terminar aquel siglo, el teniente coronel e ingeniero John Henry Patterson, fue comisionado por el gobierno británico para
construir un puente sobre el río Tsavo. Fue él, el protagonista que tuvo a su
cargo la caza de dos leones legendarios cebados con carne humana, los famosos “Ghost”
y “Darkness” (Fantasma y Oscuridad), como los llamaban los aterrados nativos
indios empleados por el ferrocarril. Patterson alcanzó fama mundial por este incidente, escribió un libro contando
su historia, y se ganó la amistad del presidente estadounidense Theodore
Roosevelt, quien lo invitó a la Casa Blanca para conocer detalles de aquellos carniceros
de Tsavo.
De
hecho, el mismo Roosevelt fue también un militar prestigioso en sus días, quien
colaboró en la creación del Primer Regimiento
de Caballería Voluntaria de Estados Unidos, conocido como los “Rough Riders”.
Este regimiento sirvió durante la Guerra Hispano-Estadounidense, o Guerra de Cuba, en el año 1898. “Teddy” Roosevelt fue además de militar, un político
brillante que se convirtió en el vigésimo sexto presidente de ese país, un
cazador incansable que recorrió varios continentes en busca de diferentes
especies que enviaría a museos de Estados Unidos, y un escritor prolífico con
numerosos libros dedicados a la caza mayor, entre ellos el de su safari de casi
un año en el continente negro.
El
siglo XIX terminaba, y con él, el flujo de militares que desembarcaban en África
para cazar deportivamente. Uno de los últimos de esta especie, fue el austriaco
Fritz Schindelar. Fritz llegó a Nairobi en 1906 y si bien no hay muchas
certezas de su historia antes de aquel desembarco, se sabe que sirvió con el
grado de comandante en un regimiento de caballería de los Húsares Húngaros. Un
tipo de sangre fría, dicen. Bon vivant, audaz, seductor, consumado jinete y
excelente tirador de rifle doble. Su afición era la caza de leones a caballo. El
motivo de su temprana muerte, también.
El siglo más violento
El
siglo XX comenzó y terminó en guerra. La lucha entre británicos y colonos
holandeses en Sudáfrica, inauguró cien años signados por la violencia. Casi al
finalizar esta contienda, se desató la guerra Ruso-Japonesa que culminó en
1905. Nueve años después, estallaría la Gran Guerra, la que iba a terminar con
todas las guerras. No fue así, claro. Pero se convirtió en la puerta de entrada
a la guerra moderna, tal cual la conocemos hoy, con tropas blindadas, aviación,
gases venenosos, y un oprobioso etcétera.
Desde
allí, la historia es más o menos conocida: a la Primera, le siguió la Segunda
de 1939 a 1945, la guerra de Corea, la de Vietnam, diversos conflictos poscoloniales
de baja intensidad, como los ocurridos en
Rhodesia y Sudáfrica, y por último, las guerras en Medio Oriente y en el
Golfo Pérsico.
Lo
cierto es que luego de la etapa de los militares que llegaban a África para
cazar, comenzó la etapa de los militares que llegaban para pelear. La guerra
Boer otorgaba el marco ideal para estos muchachos en busca de acción. Eso mismo
pensaron los australianos Victor Marra Newland y Leslie Jefferies Tarlton. La
foja de servicio de Newland recuerda que fue oficial en el Light Horse en
Sudáfrica. Luego -en la Primera Guerra- sirvió en el King African Rifles con el
grado de mayor, obteniendo la Cruz Militar y la Orden del Imperio Británico. Tarlton
por su parte, sirvió en la Gorringe´s Flying Column luchando contra los Boer
comandos en Ciudad del Cabo. Lo destacable es que una vez terminada la guerra, ambos
ganarían fama internacional por convertirse en los propietarios de la primera
compañía de safaris de África: Newland & Tarlton Safaris, que abrió sus puertas en Nairobi en el año 1904. Un
semillero de cazadores blancos.
El
capitán G.H. “Flash” Jack Riddell fue uno de aquellos cazadores. Egresado de la
prestigiosa academia militar de Sandhurst, “Flash” era dueño de una
personalidad excéntrica. Luchó contra los boers, y antes, en la India, junto a
su amigo, camarada y compañero de safaris, Winston Churchill.
El
comandante Robert Foran, en cambio, fue primero a África y luego a la India. Se
ofreció voluntario para pelear contra los colonos holandeses, y luego fue
enviado a la India a luchar contra las tribus rebeldes de las montañas Waziri.
Volvió a África, pero no como soldado sino como comandante de policía en el
África Oriental Británica (Kenia). Mientras se ocupaba de cuidar la ley y el
orden, se dedicó a cazar ilegalmente marfil en territorios fronterizos pertenecientes
al Rey Leopoldo de Bélgica y en el Enclave de Lado. Se cuenta que Foran llegó a
abatir unos 250 elefantes de más de 150 libras. Cazó en diferentes países del
mundo: Burma, India, en las Rocallosas, en México y en Alaska. Dejó registro de
sus aventuras en libros excelentemente escritos.
Foran
no fue el único que llegó como soldado y terminó en cazador de marfil. Pete
Pearson, viajó desde Australia para sumarse al esfuerzo bélico en 1900. Se
enroló voluntario en una unidad montada. Al término de la contienda, se dedicó
a la caza del elefante, convirtiéndose en uno de los más grandes cazadores de
marfil de todos los tiempos. De manera similar, el
mayor Gordon Henry Anderson, otro de los grandes “marfileros”, se incorporó a los
21 años al Regimiento de Caballería Paget, para luchar contra los boers. Su
carrera militar continuó por un largo período. Fue transferido al 18° de
Húsares Reales como segundo teniente, y terminado el conflicto, fue enviado a
la Infantería Montada de la Fuerza de la Frontera del Oeste de África, en el
norte de Nigeria. Allí comenzó su afición por la caza mayor, y particularmente por
la del elefante a la que iba a dedicarse profesionalmente como cazador de
marfil hasta el estallido de la guerra del 14. Luego de servir en Bélgica, y
más tarde en África Oriental Alemana (Tanzania), se convirtió en un destacado
cazador blanco. Tuvo entre su selecta clientela a los Duques de York, al Rey Jorge VI y a su hija, la
actual reina Elizabeth II de Inglaterra.
La Gran Guerra
Los
disparos de Gavrilo Princip que asesinaron al archiduque Francisco Fernando de Austria en Sarajevo, retumbaron en
el mundo entero de 1914. Fue tal la magnitud de esta conflagración, que convocó
a jóvenes de todos los rincones del planeta.
El
italiano Aurelio Rossi, uno de los pocos cazadores de marfil (no británicos) de
los que se tienen registros, se enlistó como voluntario en el 9° Batallón de
Asalto Italiano para combatir a los ingleses, lo que hizo en forma destacada.
Luego de la guerra, se dedicó a cazar elefantes por todo el continente.
Recorrió el Congo, la Tanganika, Kenia, Uganda, Sudán, Camerún, Guinea, Liberia
y Costa de Marfil. Volvió a servir a su patria en la Segunda Guerra Mundial,
otra vez como voluntario para combatir con las tropas de Mussolini. Se hizo
cargo del 9° Noveno Batallón de Eritrea, y murió en El Alamein en 1942 a los 44
años de edad.
En
la India, Jim Corbett, el legendario cazador de tigres y leopardos
antropófagos, también acudió al llamado de las armas ni bien estalló el
conflicto. Su misión fue la de reclutar nativos provenientes de los poblados de
las colinas del Himalaya, y convertirlos en soldados del Imperio británico. Por
su actuación le fue concedido el grado de capitán. Su foja de servicios da
cuenta también de su trabajo en la Segunda Guerra, donde entrenó en técnicas de
combate de selva, a las tropas que serían enviadas a Burma para luchar contra
los japoneses. En 1943 contrajo tifus y fue dado de baja del ejército por
enfermedad con el grado de Coronel.
En
la colonia de Kenia, el 85% de la población masculina revistaba en las fuerzas
armadas al poco tiempo de estallar la guerra. Los cazadores blancos (ingleses y
extranjeros) se enrolaron en masa prácticamente.
El
barón sueco Bror von Blixen-Finecke, uno de los más refinados cazadores profesionales
de Kenia, se enroló voluntario en la East African Mounted Rifles. Blixen-Finecke
estaba casado en ese entonces con la escritora Karen Blixen, autora de la
novela “África mía”.
La
contrafigura de Bror Blixen en aquella novela, era el Honorable Denys
Finch-Hatton, amante de su esposa, también cazador blanco y para el momento de
la guerra, miembro de una unidad de irregulares somalíes, al mando de su amigo
Berkley Cole. Cole había servido en el 9° de Lanceros en India, y era un líder
nato. Ambos completaban misiones de reconocimiento en la frontera con la
Tanganika alemana, recabando valiosa información de inteligencia, para ser
analizada por el coronel Richard Meinertzhagen.
Dueño de una personalidad muy particular, Meinertzhagen
era también cazador, ornitólogo y explorador. Fue asignado originalmente al King African Rifles, y con el tiempo se convirtió en jefe de la inteligencia británica en África oriental. Para ello reclutó a cazadores profesionales como Bill Judd y Jack Riddel en su equipo. Por su trabajo fue condecorado con la Orden de Servicio Distinguido. Luego de la campaña africana, el coronel se dirigió a Medio Oriente donde colaboró con Lawrence de Arabia, en la revuelta árabe y con el general Allenby en la captura de Jerusalén, en posesión de los turcos.
Disparos desde el
aire
Seguramente
la mayoría de los lectores habrá escuchado alguna historia del famoso
“Karamojo” Bell, de sus safaris y de sus cacerías de elefantes con disparos
quirúrgicos. Karamojo fue uno de los más grandes cazadores de marfil, y un muy
hábil escritor. Pero también un soldado. Un aviador, en realidad. Al estallar
la guerra se fue a Inglaterra donde recibió entrenamiento como piloto. De allí
lo enviaron de vuelta al este de África como teniente de vuelo, donde participó
de incontables misiones. Cómo anécdota se cuenta que de vez en cuando disparaba
a los alemanes desde la carlinga de su biplano con el mismo 275 Rigby que usaba
para cazar elefantes. Alcanzó el grado de capitán del Royal Flying Corps,
antecedente inmediato de la Royal Air Force británica.
Alemania
también tuvo sus cazadores y guerreros que atormentaban a los aliados desde el
aire. El ícono de la fuerza aérea alemana fue sin dudas, Manfred von Richtofen,
el Barón Rojo. Una aristócrata, amante de la cacería que al mando de sus
biplanos y triplanos Fokker, logró derribar 80 aeronaves enemigas, hasta que él
mismo fue abatido en 1918, a orillas del río Somme, en el norte de Francia.
Prácticamente
de la misma edad y similar prosapia, Hermann Goering, otro cazador y
aristócrata alemán, se enlistó en la incipiente fuerza aérea alemana,
distinguiéndose por sus hazañas de combate. A diferencia del Barón Rojo, que se
convirtió en un ejemplo de gallardía y caballerosidad, Goering dejó tras de sí
la infame reputación de haber comandado la Luftwaffe en la Segunda Guerra
Mundial, y de haber sido uno de los más importantes jerarcas nazis del Tercer
Reich.
Cazadores legendarios
en acción
R.J.
Cunninghame, tardó un poco en enrolarse. Iniciada la guerra mundial, continuó
guiando safaris en África, hasta que fue perseguido por tropas alemanas que buscaban
capturarlos. Logró escapar, ingresó en territorio británico y ahí sí, se enlistó
en el ejército. A pesar del enorme conocimiento del bush africano -había sido
uno de los guías de Roosevelt en su gran safari-, fue enviado al frente
francés, y puesto al mando de un cuerpo de ambulancia norteamericano. Al poco tiempo
logró que lo mandaran nuevamente a África, donde se incorporó a la inteligencia
con el grado de mayor, siendo condecorado con la Cruz Militar.
Otro
que guió al presidente norteamericano y se enlistó en el ejército en el área de
inteligencia, fue Philip Percival, el “decano de los cazadores”. Luego de la
guerra, Percival iba a guiar a Ernest Hemingway, quien lo inmortalizó en las
páginas de “Las verdes colinas de África”.
Si
hablamos de decanos y leyendas, Frederick Courteney Selous, no puede faltar en
la lista de cazadores guerreros. Al estallar la Primera Guerra Mundial, Selous
ya era una leyenda en el imperio. Explorador, naturalista, escritor, y por
sobre todo cazador. Fue amigo personal y guía de Roosevelt en su safari. A
pesar de su edad (tenía 64 años de edad), se unió a la “Legion of Frontiersmen”,
una unidad perteneciente al 25° Batallón Real de Fusileros. Este regimiento contaba
entre sus filas con varios cazadores blancos: Alan Black; George Outram; Martin Ryan; Johnny Boyes, el
legendario Rey de los Kikuyus; y el mayor P.J. Pretorious.
Este
batallón de cazadores luchaba palmo a palmo contra las fuerzas del general alemán
Paul Emil von Lettow-Vorbeck, en la frontera con la Tanganika alemana.
Lettow-Forbeck, fue en su punto, un adalid de la historia militar
contemporánea. Desarrolló como nadie la guerra
de guerrilla, llevada a cabo por la “Schutztruppe”, fuerza compuesta por tropas
nativas al mando de oficiales germanos. Fue un clásico representante de la
escuela militar prusiana, honorable y temible en el terreno. Fue también el
responsable de la muerte de Selous, algo de lo que nunca estuvo orgulloso.
Una
mañana de Enero de 1917, a orillas del río Rufiji, uno de sus francotiradores
abatió a uno de los últimos héroes del Imperio Británico. La bala le entró por
la boca y Selous cayó fulminado. Ese lugar se llamaba Behobeho. Hoy se lo conoce
como la Reserva Nacional Selous, en Tanzania. Una de las áreas de caza más
grandes del mundo. Von Lettow-Forbeck culminó la guerra sin ser derrotado. Se
rindió solo cuando capituló Alemania. En ese momento sus fuerzas contaban con unos
miles de askaris nativos, 155 soldados europeos, un pequeño cañón, 24
ametralladoras y 14 rifles automáticos Lewis. En reconocimiento al honor
demostrado en combate y a su valor, el Comando Aliado le permitió a él y a sus
hombres prisioneros, desfilar portando sus armas frente a las fuerzas
vencedoras.
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