Por
Eber Gómez Berrade
Sasha
Siemel fue siempre una “rara avis” en el mundo de la caza mayor. Considerado
como el único hombre blanco, capaz de abatir jaguares usando una lanza en las
selvas del Amazonas y Mato Grosso, supo construir su propia leyenda que perdura
aún en nuestros días. Cazador, guía de expediciones, políglota, escritor,
conferencista, fotógrafo y actor, fueron algunas de las variadas facetas, que
ayudaron a crear la mítica figura de este aventurero letón.
Rumbo a hacer la América
Sasha
era un apodo familiar, se llamaba en realidad Alexander y nació en 1890 en la
ciudad de Riga, capital de la república de Letonia, frente a las costas del mar
Báltico. Al igual que muchos inmigrantes europeos, se embarcó hacia los Estados
Unidos a probar suerte cuando tenía 17 años. Se fue a hacer la América como se
decía por aquel entonces y Nueva York era la puerta de entrada más cercana
hacia ese continente. Allí estuvo sólo un par de años y luego decidió probar
suerte en el otro país americano que ofrecía un futuro promisorio, Argentina.
Llegó a Buenos Aires en 1909 donde comenzó a trabajar en una imprenta y en
dónde aprendió el idioma español. Sasha
dicen, tenía una gran facilidad para los idiomas. En ese entonces se manejaba
fluidamente en su letón natal, ruso, alemán que le enseñó su madre, inglés por
su paso por Estados Unidos, y un castellano rioplatense aprendido en Buenos
Aires. Luego adoptaría el portugués como su lengua principal en su estadía
amazónica.
En
1914 al estallar la Primera Guerra Mundial, el espíritu aventurero de Sasha lo
impulsó a buscar una vida más interesante que la que una imprenta porteña podía
ofrecerle. Se decidió por Brasil y esa decisión marcaría definitivamente su
futuro, su historia y su leyenda.
Por
aquellos años, los minerales preciosos encendían la codicia de todo aventurero.
La fiebre del oro, diamantes y esmeraldas impulsaba a miles de buscadores hacia
Klondike, Colombia, Kimberley o el Mato Grosso, generando un boom que además
ofrecía trabajo y negocios a gentes provenientes de distintos países y
profesiones. Allí en el Mato, el joven Sasha se abrió camino como mecánico y
como armero, viajando por diversos campamentos de mineros. Allí también aprendió
rápidamente el portugués y se comenzó a familiarizar con el medio ambiente
tropical. Casi diez años dedicó a esta tarea, mientras realizaba algunas
expediciones de caza por los alrededores, capturando catetos, susuaranas y más
de una onza, como los brasileños llaman a los yaguaretés.
Recién
en 1923 tuvo la posibilidad de aplicar sus conocimientos de caza mayor de
manera profesional, cuando fue contratado por fazendeiros del Pantanal como
cazador profesional para proteger a la gente de las haciendas y al ganado de
los temibles jaguares o tigres. Tenía 33 años y a esa simbólica edad, nacía su
leyenda.
Cazando yaguaretés
con lanza
Naturalmente
sus primeras cacerías fueron con armas de fuego, mayormente los viejos
palanqueros Winchester que poseían los rancheros. Sasha aprendía rápido, y no
sólo idiomas. La observación y el constante contacto con estos animales y
aborígenes, los esforzados recechos y las largas esperas en apostaderos lo
convirtieron en un especialista en comportamiento animal, y un par de años
después de su primer trofeo, decidió probar suerte cazando con lanza o zagya, como lo hacían los miembros de la
tribu Guató.
El
primer “tigre” que cazó a lanza, llegó a pesar unos 140 kilos y resultó una
experiencia que marcaría su vida para siempre. Era el año 1925 y se convirtió así
en el primer hombre blanco en cazar jaguares de esa forma.
La
zagya medía un poco más de dos metros,
con una hoja ancha y muy afilada y un asta de madera dura y gruesa. Había que
tener mucha fuerza y gran agilidad para enfrentar a un jaguar herido de muerte,
en un mano a mano solitario en la maraña. Sasha no era un tipo de contextura
especialmente grande, media casi 1.80 y pesaba 90 kilos.
La
técnica en sí consistía en esperar el salto del yaguareté, y en el momento
exacto empalarlo con la lanza en la parte superior del pecho o en el cuello.
Naturalmente el felino hacía lo imposible para evitar el filo de la zagya,
defendiéndose con sus garras intentando aniquilar al cazador. Como solía decir
Sasha, cazar con lanza el yaguareté
no era difícil, si uno podía mantenerse en pie al momento de la carga del
animal. Eso sí, caerse significaba la muerte.
Se
dice que Siemel cazó unos 300 jaguares en el Mato Grosso en toda su estadía
allí, muchos de ellos ayudado por sus perros, en especial uno llamado Valente,
que hacía honor a su nombre. Aquí no puedo dejar de relacionar a otro tigrero,
también amante de los perros. El viejo Jim Corbett, de quien ya he escrito
sobre su vida y aventuras en estas mismas páginas. Corbett fue un tigrero, pero
de tigres reales de Bengala en la India imperial, y que al igual que Siemel no
se internaba en la selva sin sus perros Robin y Rosina.
Sus proezas se
conocen en público
En
1929 un cónsul boliviano en Londres es comisionado para explorar el Chaco
boliviano. En esa expedición que contó con la participación del Penn Museum,
estaba formada además por dos jóvenes ingleses, el cineasta J. C. Mason, y al
escritor Julian Duguid. Ambos serían los encargados de documentar los avances
de la aventura. La expedición partió de Buenos Aires y se dirigió Paraná arriba
hasta Asunción, y luego bordeando el Mato Grosso hasta el Gran Chaco. Allí se
contactaron con Siemel y lo contrataron como guía. Era perfecto para la tarea. Joven, baqueano, hablaba inglés y además
habilidoso en cuestiones de caza mayor. Al poco tiempo, sus habilidades con
la lanza impresionaron al grupo de
ingleses, tanto es así que Duguid, en su trabajo monográfico “Green Hell”
(Infierno verde) publicado en 1931, en donde cuenta los pormenores de la
expedición, bautiza a Sasha como “Tigerman”. Nombre que luego volvería a usar
Duguid al año siguiente como título de una biografía de Siemel.
A
partir de entonces se dio un fenómeno similar al ocurrido un par de décadas
antes en Medio Oriente, con el coronel británico T.E. Lawrence y el periodista
Lowell Thomas, quien ayudó a crear la figura legendaria de Lawrence de Arabia. Duguid
en este caso, convenció a Siemel para que comenzara a dar conferencias en
clubes de exploración, lo que lo hizo cada vez más popular. Se puede decir, que
como el caso de Lowell Thomas, Duguid fue el inventor del Tigrero.
Parte
de la campaña orquestada por el escritor para difundir las actividades del letón,
estaba formada por viajes al extranjero. Así fue que visitaron Londres y luego
a Estados Unidos para presentarse en asociaciones y clubes de exploradores. Sus
andanzas se propagaron como reguero de pólvora.
Fue
precisamente en una de esas conferencias que en la ciudad de Pensilvania, Estados
Unidos, en 1937, Sasha conoce a Edith Bray, una joven fotógrafa que luego se
uniría a él en el Pantanal para registrar las extrañas actividades cinegéticas
de lituano. Su trabajo fue muy bueno, tanto que tres años después de aquel
encuentro, Sasha le propuso matrimonio a la joven fotógrafa y la invitó a establecerse
definitivamente con él en Brasil. Se cazaron en Rio de Janeiro en 1940. El tenía
50 años y Edith 22.
Edith
provenía de una familia con estrechos lazos políticos en el estado de
Pensilvania. Era una joven inquieta, inteligente y muy curiosa. Su amor por Sasha
hizo que también emulara algunas de las cualidades de su esposo. Aprendió
portugués y a cazar con arco y flecha. Fueron tanto sus avances en esta
técnica, que hasta llegó ella también a cazar yaguaretés. Además en aquellos
años de vida en Brasil, solían capturar animales para el zoológico de
Filadelfia.
La
popularidad del tigrero era tan grande que le fue ofrecido un papel como actor
en una película de Frank Buck, otro personaje que mezclaba sus hobbies por la
caza mayor, el coleccionismo de animales, la escritura, la producción
cinematográfica y la actuación. Ambos hicieron juntos una serie denominada “Jungle
Menace” (Amenaza en la jungla), donde Siemel interpretaba el papel de Tiger Van
Dorn, un cazador con lanza de fieras salvajes. Esta serie se recopiló más tarde
en un film llamado “Jungle Terror”.
Hollywood
también se interesó en sus aventuras, y se propuso a John Wayne y Ava Gardner
para una super producción de aventuras en las exóticas junglas brasileñas, pero
los costos de producción fueron tan altos, en especial por el traslado de los
actores a locaciones originales, que se canceló el rodaje. En 1994 se hizo un
documental sobre este fallido proyecto al que llamaron “Tigrero, la película
que nunca se filmó”.
Así
fue como intercaló charlas, conferencias, actuaciones en el cine en películas
de aventuras, y viajes al Pantanal por casi diez años. En 1947, con tres hijos
en su haber: Sondra, Dora y Sasha Jr. (a quien llamaba Sashino), decidieron
mudarse a Pensilvania y comprar un rancho en Marlbough Township, al que llamaron Bon Retiro. Esa sería
su residencia permanente por el resto de su vida. En 1955 Edith dio a luz al
segundo hijo varón, Carlie quien completaría la familia definitivamente.
Establecido
en los Estados Unidos Sasha mantuvo una vida tranquila, dando charlas,
escribiendo y liderando expediciones en Sudamérica.
Libros y artículos
El
matrimonio Siemel siempre encontró placer en las actividades literarias, Sasha
escribiendo y Edith ilustrando las obras. En 1949 ambos publicaron un libro en
colaboración titulado “Jungle Wife” (algo así como la esposa en la jungla),
donde contaban sus experiencias familiares en la selvas del Brasil. En esos
años también, Siemel escribió innumerables artículos en revistas de caza y
naturaleza, incluida la famosa National Geographic. Pero no sería hasta 1953
que apareció publicado su autobiografía “Tigrero”, así como suena, en español.
Al
año siguiente el mismo libro se publicó en Londres, con otro título: Jungle
Fury (Furia en la jungla), el que también se convirtió en un inmediato best seller en la capital del imperio
británico.
“Tigrero”
fue todo un éxito y se convirtió en un clásico de la literatura cinegética y de
aventuras. Aún hoy es una obra buscada y apreciada por cazadores en el mundo
entero. En realidad el libro, es un raconto en primera persona de situaciones y
personajes que forjaron parte de la vida de Siemel en sus años en el Pantanal.
Allí aparecen personajes como Don Carlos, el sheriff tuerto de Paso Fundo; Joaquín
Reis, el alcalde de Diamantino, un campamento de diamantes de Mato Grosso;
Francisco Pinto de Olivera, quien administraba una prisión y emborrachaba a los
presos los sábados a la noche para tenerlos contentos y tranquilos; Aparicio
Pinherio, el mejor amigo de Sasha, quien se vio envuelto en un exótico
triangulo amorosa en plena selva; y el infame Ricardo Favelle y su larga y
peligrosa enemistad con el autor. Todas las historias, están muy bien escritas,
con descripciones claras y entretenidas. No había dudas de que Siemel, no sólo
era un gran cazador, sino también un gran divulgador.
Un personaje hasta el
fin de sus días
Como
es de imaginarse, el éxito literario y el innegable gusto por la prensa,
hicieron que Sasha fuera un invitado constante a diversos programas de televisión,
entrevista en radios y reportajes en las más variadas revistas. Fue
entrevistado para la serie “Adventure”, producida por el Museo Americano de
Historia Natural, que se emitió en el canal CBS, allá por el año 1953.
Algunos
años después, la familia decidió viajar al Pantanal, cuando Sashino, el hijo
mayor tenía 13 años. De ese viaje, surgió el libro “Sashino”, publicado en
1965.
Si
algo le faltaba a la familia para acrecentar sus negocios basados en la
historia de la cacería con lanza de Siemel, era el abrir su propio museo y
tienda de recuerdos. Exactamente eso es lo que hicieron, y en 1963 inauguraron
el Museo Sasha Siemel en la ciudad de Perkimenville, en el estado de
Pensilvania, en lo que era las instalaciones de un viejo molino. Allí la
familia no sólo exponía la colección de trofeos de caza de Sasha, sino también
piezas de arte, una colección etnográfica, minerales extraídos del Mato Grosso,
armas indígenas de Sudamérica, y una increíble serie de artículos recolectados
por “el único hombre blanco capaz de cazar jaguares a lanza”. Según dicen, la
admisión al museo costaba 75 centavos de dólar para los adultos y 25 para los
niños. Este emprendimiento duro poco
tiempo relativamente y cerró sus puertas seis años después de inaugurado.
En
el 69 Siemel volvió a su amado Pantanal, como guía de una expedición de
geólogos, y esa sería su última aventura. Murió al año siguiente, en Green
Lane, Pensilvania, rodeado por sus familiares, amigos y admiradores a la edad
de 80 años.
1 comentario:
Excelente aratículo por la recopilación lograda y por lo que aporta, en especial al "Cazador" pero también a otros tópicos importantes en el manejo de la Naturaleza y la Fauna. Para los Cazadores, es decir para los Hombres amantes de la Naturaleza, (sin machismos) se demuestra el verdadero Arte ancestral de la Caza. Un Hombre de 85 kilos armado de una Azagalla, frente a un Felino de inaudita fuerza y energía, que puede llegar a pesar hasta 150 kilos, con la "mordida" más poderosa de su categoría, es capaz de penetrar el craneo de un toro adulto, ya que no mata por asfixia, sino por penetración de los colmillos. Esto explica su formidable aptitud para cazar Caimanes, cocodrilo Americano, único felino especializado que lo hace habitualmente. El arte de SaSha lo aprendió de un indio de la tribu Wato que no pesaba más de 65 kilos y que había entablado innumerables y memorables duelos, hasta que sucumbió en el último ya con años encima. Se plantea también un tema interesante, que es el porqué en las inmensas selvas de America del Sur y Central, no se desarrollaron Historias de Jaguares "devoradores de Hombres" como Tigres y Leopardos de otros continentes, en especial la India con selva similar. Se debe ùnicamente a la "bravura" de los indígenas de éstas tierras, especializados en la caza, más que en la recolección. Se prueba con el tamaño del armamento, lanzas y flechas de gran tamaño y potencia. A ésto hay que agregarle el uso del venero "curare" que impregnaba sus dardos y flechas, pero se cree que también sus lanzas. De su eficacia hay muchos testimonios, pero el veneno de un dardo de cervatana díficilmente pueda paralizar para neutralizar la potencia de un Jaguar adulto. Sí es posible en una flecha o en una lanza. Todos los cazadores verdaderos apoyamos encendidamente el Conservacionismo y el cuidado de la supervivencia de éste extraordinario felino y su habitab mediante la construcción de parques Nacionales que lentamente van superando nuestra pasiva ignorancia de la fantástica BIODIVERSIDAD que poseemos. Saludo Cordial al Autor....
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