jueves, 7 de septiembre de 2017

10 Claves para decidir una cacería internacional


  
Por Eber Gómez Berrade

Con la llegada de Abril se consolida la apertura de las temporadas de caza mayor en buena parte del planeta. El fin de la época de lluvias en África, la brama del colorado en el otoño de Nueva Zelandia y la primavera de Alaska, son algunos de los destinos disponibles para el cazador local que decida incursionar en safaris y expediciones de alcance internacional. En este artículo, encontrará un decálogo de claves a tener en cuenta en el proceso de toma de decisiones previo a lo que sin dudas es una experiencia memorable en la vida del cazador deportivo.  

1.- La elección del lugar
Por experiencia propia, creo que hay una regla que se verifica en el 99 por ciento de los cazadores argentinos. Esa regla dice que: después de andar recorriendo los caldenes pampeanos, los mallines patagónicos y los montes norteños, el primer destino internacional es siempre África. Claro que algunas veces me topé con ese uno por ciento, que decidió rumbear para otro lado, antes que pisar el continente negro. Algunas veces, debido a determinadas circunstancias dadas por un viaje de negocios o vacaciones. Otras, por la creencia de que “África es Disneylandia”, -concepto algunas veces escuchado en los bares de los polígonos de tiro-, es decir, un gran parque de diversiones, donde se dispara cómodamente desde el asiento de la Toyota, y donde los trofeos se cuentan en kilos de carne. Sin entrar en muchos detalles, aclararé de entrada, que nada está más lejos de la realidad. Naturalmente que puede darse el caso, pero en general, las regulaciones locales, el profesionalismo de los guías y la actitud deportiva del cazador, hacen que la experiencia del safari sea un desafío exigente y una experiencia única. África cuenta con cacerías de extrema dificultad y obviamente, peligrosidad. De todas maneras, como primer destino, cualquiera sea, debería estar a la altura de las expectativas del cazador. Un safari no es una simple vacación. Es en general, un punto de inflexión en la vida de un cazador. Una primera experiencia internacional, es el resultado de muchos años de sueños, ahorros y esfuerzo. Como dice el dicho, no hay segunda oportunidad, para una primera impresión.   

2.- La elección de especies
Si hablamos de África, un tip válido para los que van por primera vez, es el comenzar por un típico safari de especies de planicie en países del sur del continente.  Opciones que incluyan trofeos como impala, kudú, eland o facoceros, no sólo pueden encontrarse a costos razonables, sino que además servirán como una forma de aclimatación para expediciones posteriores, en lugares más inhóspitos y con menos comodidades. Ya habrá tiempo, para vadear pantanos en busca de hipopótamos, recorrer bosques de mopane tras las huellas de un elefante, o arriesgar el cuero entre pastizales para enfrentar a un temible dagga boy. Recuerde siempre que los safaris en África son como una pirámide con el vértice hacia arriba. En la base, en los países del sur, se puede cazar mucha sespecies aun costo menor , en pocos días y con mucha comodidad, tal es el caso de las operaciones en Sudáfrica y Namibia. A medida que uno va subiendo en esa pirámide, con rumbo norte, los safaris se alargan en días, se hacen más caros, la logística se complejiza y la variedad de especies a cazar disminuye, como sucede en Zambia o Mozambique, por poner dos ejemplos. Al llegar al vértice imaginario de la pirámide, que coincide con las operaciones en el centro de África, los safaris serán más largos, muy caros, muy sacrificados y se obtendrán una o dos especies a lo sumo, como sucede en Camerún, CAR o Etiopía.

3.-  El factor económico
Es obviamente un factor esencial en la toma de decisión que una cacería internacional demanda. Está claro que viene después de la decisión de donde ir y que cazar, pero es tan importante porque define el cuando ir. La coyuntura económica en nuestro a país ha sido siempre muy volátil. Sin ir más lejos, hace menos de dos años, estaba prácticamente prohibida la venta de moneda extranjera, había restricciones bancarias para transferir dinero al exterior, teníamos tipos de cambio oficial y paralelo, impuestos a la compra con tarjeta de crédito en el exterior, etc. Hoy, aunque sin una reactivación económica general a la vista, las condiciones macroeconómicas volvieron a un cauce normal. En este sentido, el retraso del tipo de cambio, ha provocado en la temporada estival que acaba de finalizar en Marzo, un récord en el stock de consumos realizados con tarjetas de crédito en el exterior de casi 800 millones de dólares. Sin dudas, un tipo de cambio conveniente como el actual, puede ser de gran ayuda para decidir finalmente el gran paso y lanzarse a cumplir la cacería soñada fronteras afuera. 

4.- Oportunidades turísticas
Otra variable muy importante a tener en cuenta para los que decidan viajar al exterior, está dada por las oportunidades turísticas que ofrece el mercado. Cambian todo el tiempo, por lo que es bueno estar atento o asesorarse bien con un agente de viajes de confianza. Modificaciones en las visas de turista de algunos países, beneficios por pago con tarjetas de créditos, pago en cuotas, el desembarco de aerolíneas low cost (Alas del Sur, Andes Líneas Aéreas, Norwegian, Ethiopian Airlines, etc. ) nuevas rutas directas (como la de Air New Zealand con vuelos sin escala), promociones especiales por baja temporada, etc. Claro que estas variables, no serán definitorias a la hora de elegir dónde ir o qué cazar, pero sí pueden ayudar a inclinar la balanza para uno u otro lado, si da lo mismo ir por un elk en las montañas Rocallosas que a Nueva Zelandia.

5.- “Free range versus coto”
Caza libre o en coto cerrado. Esa es la cuestión. Lejos de ser antinómicas, son dos alternativas completamente válidas para el cazador internacional. De hecho, muchas veces hasta son complementarias. Por supuesto que siempre estará el gusto personal que privilegiará una determinada manera de cazar por sobre la calidad del trofeo. O que elegirá la certeza que ofrece un coto a la incertidumbre de un área libre. Otro factor a tener cuenta, es que muchas veces los cotos son las alternativas disponibles para ciertas especies, como sucede con los farms en los países del sur de África, o en algunas áreas de Nueva Zelandia, Europa o Estados Unidos. Por el contrario, si el destino elegido es Alaska, parques nacionales africanos donde cazar los cinco grandes, o las montañas de Asia, hogar de los grandes carneros, la única alternativa será free range. Ojo, con todo lo que eso trae aparejado, en términos de costos, logística e incertezas. Por todo esto, no es una decisión menor, que deberá evaluarse cuidadosamente antes de la partida.

6.- Sistemas de cobro
El costo de una cacería puede dividirse esencialmente en dos partes. Por un lado la tasa de estadía y por el otro, la tasa de abate de cada animal cazado. Vale recordar que lo cobrado en concepto de estadía no se refiere solo al alojamiento, sino que incluye además, los servicios necesarios para llevar adelante la cacería: es decir, uso de vehículos, combustible, el trabajo del personal de campo como choferes, pilotos, pisteros, cuereadores y rangers, así como los asistentes de campamento como mucamas y cocineros. El otro aspecto que incluye este costo, es el del cazador profesional o guía. Por esta razón, en África por ejemplo, la tasa de estadía es mucho menor cuando se trata de caza de especies de planicie que cuando se refiere a caza peligrosa. El trabajo implícito del guía, su acreditación especial, los desplazamientos mayores y una logística compleja, hacen que la diferencia se vea reflejada en el costo. Sin embargo, esta diferencia entre tasas no se da en todos los países. En Estados Unidos y algunos países asiáticos por ejemplo, lo que se cobra es la cacería con abates incluidos independientemente de si se los abate o no. Otra alternativa que se suele ofrecer al cazador son los combos o paquetes. Esta modalidad, es habitual en varios países, y muchas veces puede resultar conveniente en términos económicos, ya que disminuye el costo unitario por especie si se cazan más de dos en un mismo destino. Aunque siempre es más conveniente pagar por animal efectivamente abatido si la regulación del país así lo permite.

7.- Temporadas, licencias y cuotas
Para decidir una cacería internacional, también hay que tener en cuenta el tiempo que se requiere para realizar la contratación y la solicitud de licencias. En líneas generales, al ir por ciervos en Nueva Zelandia o Estados Unidos, o antílopes en África, especialmente si se va a un coto cerrado, no es necesario organizar el safari con mucha anticipación. Pero si las especies son de caza peligrosa, o en destinos específicos, tenga en cuenta que deberá reservar con un año de anticipación, si quiere obtener las mejores fechas y disponibilidad en los campamentos. En África por ejemplo, hay una paulatina disminución de países que ofrecen especies de caza peligrosa. Paralelamente la demanda internacional se mantiene casi constante a través de los años y de las variables económicas coyunturales. Eso hace que aunque la demanda se haya modificado cualitativamente con diferentes jugadores a través de los años, como sucedió con estadounidenses, españoles, rusos y ahora chinos, se mantenga cuantitativamente, haciendo presión sobre la oferta de licencias y cuotas. Tenga en cuenta, que los outfitters locales en cada destino, suelen manejarse con un mercado global, por lo que los cazadores argentinos, son solo una fracción de su clientela. Un dato no menor a tener en cuenta a la hora de planear el horizonte de tiempo de la expedición. 

8.- Confort y seguridad
Lo mencioné anteriormente pero desde la injerencia que una mayor logística representa en el costo final de una cacería. Ahora en este punto, el cazador deberá analizar esa mayor logística desde el punto de vista del confort y de la seguridad personal a la que estará expuesto. Cuanto más inhóspito sea el lugar a elegir, menor será el confort y mayores los riesgos en materia de seguridad personal. Para el que se lanza a un safari en un farm en Namibia, o una cacería de osos en las Rocallosas, en Estados Unidos, no es algo que deba prestar demasiada atención. Allí la comodidad y la seguridad están garantizadas. Ahora si la elección es ir tras caribúes en Alaska, carneros en Mongolia o elefantes en Mozambique, el confort se verá disminuido considerablemente. El clima, los campamentos con carpas y hasta las enfermedades en algunos casos, complicarán la expedición. Los riesgos que estas variables traen aparejados, también. Si este tipo de cacería es su objetivo, deberá conocer todas las vicisitudes de antemano para no llevarse una desagradable sorpresa en el lugar, y poder preparase convenientemente para cualquier eventualidad. Esa preparación será sin dudas, la diferencia entre disfrutar o padecer una experiencia cinegética.

9.- Equipo y armas
El equipo a llevar, así como el armamento adecuado, están naturalmente relacionados a las especies a cazar y al ambiente en donde se desarrollará la cacería. En cacerías internacionales -cualquiera sea el país-, ninguna de las dos cosas debe quedar librado a la suerte ni a la improvisación. Cada geografía, cada época del año, requerirá de un conocimiento especial en cuanto a equipo. Si lo analiza desde el costo total, es lo más barato de la cacería, y no estar adecuadamente preparado puede hacer fracasar la experiencia completa, con el costo que ello implica, no sólo en términos de dinero sino de oportunidad.

10.- Ganas de disfrutar
Como clave final para decidir una cacería internacional, le diría que vaya con la mente abierta a disfrutar de una experiencia inolvidable, con conocimiento de la fauna a buscar, con curiosidad por las culturas que encontrará, y con expectativas razonables sobre los trofeos que podrá cazar. Si después de todo eso, obtiene el récord del mundo, mejor. Se habrá cumplido aquella ley africana que dice que para cazar, hay que seducir a dos bellas damas: “Lady Luck” y “Mother Nature”. Y es definitivamente así. La suerte y la naturaleza tienen que ponerse de nuestro lado en el mismo momento. Pero si eso no ocurre, siempre quedará el recuerdo de una experiencia fascinante y enriquecedora, que no mucha gente tiene la dicha de disfrutar.

viernes, 28 de julio de 2017

Fritz Schindelar - El temerario y misterioso Cazador Blanco



Por Eber Gómez Berrade

Fritz Schindelar fue uno de los más refinados cazadores profesionales que surgieron en la era de oro de los safaris en África. Aristócrata de origen austríaco, militar, eximio jinete y tirador, experto polista, mujeriego y jugador. Tenía además un pasado misterioso y una intrigante personalidad. Era muy solicitado por nobles y potentados de la época para guiarlos en sus expediciones. Cazaba a caballo, y sentía una irrefrenable y temeraria atracción por el peligro. Encontró la muerte a temprana edad bajo las garras de un león. Fue sin dudas, un personaje que, de no haber sido real, seguramente hubiera sido creado por la imaginación de algún escritor victoriano de novelas de aventuras.
No es mucho lo que se sabe de la historia de Fritz Schindelar, sin embargo la mayoría de los comentarios que han llegado hasta nuestros días destilan admiración por el magnetismo de su personalidad, y en muchos casos asombro por su comportamiento casi suicida que adquiría frente a situaciones de peligro.
Donde todos concuerdan es en el hecho de que Fritz no era un tipo común. Como cazador profesional, fue uno de los mejores. No sólo porque nunca decía no a nada, sino porque su ascendencia aristocrática lo habilitaba para tratar de igual a igual a lo más rancio de la nobleza europea.
Tenía excelentes cualidades profesionales para la caza mayor. Era un eximio tirador -especialmente con su doble exprés-, experto jinete, rastreador meticuloso y un excelente organizador de safaris. Además trataba muy bien a su personal nativo y desplegaba su savoir faire, tanto entre condes y duques austro-húngaros, como entre mozos de hotel y sirvientes de campamento.
Un párrafo aparte merece su gusto por las mujeres. Las crónicas de la época lo relacionaban siempre con bellas clientes y celebrities extranjeras. Dicen que no prestaba mucha atención a las damas locales de Nairobi, que por otra parte, caían rendidas ante su elegancia y simpatía. Sin embargo, al final de sus días, tuvo una relación con una tal Violet Donkin, bella enfermera inglesa, que trabajaba en el Scott Sanatorium de Nairobi, quien por otra parte, lo asistió en sus últimas horas de convalecencia. 
Como dije, si a un febril escritor de novelas de aventuras o románticas de fines del siglo XIX se le hubiera ocurrido crear un personaje heroico, con todas las de ganar, hubiera creado a Fritz. Algo así como lo que se le ocurrió a Ian Fleming, medio siglo más tarde, cuando inventó a James Bond.

Un pasado misterioso
Siguiendo en esta línea, está claro que todo personaje de estas características, debe tener un pasado misterioso. Bueno, Fritz también lo tenía.
Se cree que nació en 1871 en Austria, y que llegó a África alrededor de 1906, pero no se sabe bien de dónde venía. Las malas lenguas decían que había salido, medio escapado, de Europa debido a un escándalo de polleras.
A pesar de que Fritz no gustaba de hablar mucho sobre su experiencia militar, luego de su muerte, se descubrió en uno de sus álbumes familiares, una foto donde se lo veía a la edad de 18 años, montado en su caballo y como oficial al mando de un regimiento de Húsares Húngaros, compuesto por unos 150 jinetes entre oficiales, suboficiales y soldados. Su porte marcial, y la manera de organizar sus expediciones de caza, mostraban a las claras su educación patricia tan propia de los oficiales austro-húngaros. 
Digamos que por aquel entonces Austria-Hungría era un poderoso Imperio. Creado en 1867, era en sí una monarquía dual, que incluyó como entidad autónoma al reino de Hungría en el Imperio Austríaco bajo el reinado de Francisco José I.
Para tener una idea sobe la extensión del mismo, recordemos que este emperador regía sobre los territorios de lo que hoy serían Austria y Hungría, naturalmente, pero además, República Checa, Eslovaquia, Croacia, Bosnia Herzegovina y parte de Montenegro, Italia, Transilvania, Rumania, Ucrania y Polonia.
Sus súbditos podían ser tanto austríacos como húngaros, pero no podían contar con la doble nacionalidad. Sus fuerzas armadas de tierra eran impresionantes, y constaban de un ejército regular, sumado a dos unidades llamadas el Landwehr austríaco y el Honvédség húngaro. La caballería de donde provenía Fritz, se dividía en brigadas, cada una asignada a un cuerpo de ejército.
Se dice que la Gran Guerra (de 1914 a 1918) terminó con la era de los Imperios en Europa. En el caso del austro-húngaro, fue literalmente así. Al finalizar la contienda, se dividió en varias repúblicas. En 1919 se disuelve definitivamente tras la firma de los tratados de Saint-Germain y Trianon.
Más allá de la anécdota de la foto, el recordado cazador blanco John Hunter, quien fuera colega y amigo de Schindelar, recuerda que éste paradójicamente, también había tenido experiencia como jefe de camareros y encargado de equipajes en algún que otro hotel europeo. Cuentan que muchas veces, él mismo sorprendía a los huéspedes del Norfolk Hotel, legendario reducto de cazadores y exploradores en Nairobi, sirviendo las mesas o ayudando con las maletas a las damas que llegaban al lobby para registrarse, solo pour épater le bourgeois. Lo cierto, asegura Hunter, es que sus cualidades como tirador y jinete, dejaban más que demostrado lo aristocrático de su educación, más allá de los trabajos que Fritz hubo de realizar a lo largo de su vida aventurera.    

Primus inter pares
En una época en donde la industria de safaris del África Oriental Británica, como se la conocía a la colonia de Kenia antes de 1920, era un crisol de legendarios cazadores blancos, convertirse en un “primero entre iguales”, no era poca cosa. Solo recordemos algunos de los nombres que vivían y operaban allí. Tipos como John Hunter, Alan Black (el primer White Hunter de la historia), los hermanos Clifford y Harold Hill, el decano Philip Percival, Bill Judd, Victor Newland, Leslie Tarlton, el veterano Frederick Courtney Selous, y los futuros cazadores Dennis Finch-Hatton y Bror Blixen-Finecke. Todos ellos respetaban y admiraban a Fritz. Todos ellos cazaban en las planicies del Serengueti, bebían y jugaban en el Norfolk y en el Stanley Hotel.
Aclaro que todavía no se había inaugurado en la ciudad el mítico Muthaiga Club, donde el Happy Valley disfrutaba de la vida social y sexual de la colonia.
Cuando Fritz no estaba en safari, era habitual verlo en las galerías del Norfolk jugando cartas, y apostando fuertes sumas de dinero, con varios soberanos de oro en su mesa. Su reconocimiento profesional y el flujo de clientes que lo contrataban, le permitía llevar una vida sibarítica mientras estaba en la ciudad. Tenía gustos caros. Apreciaba los buenos vinos y favorecía el buen comer. Vestía  impecablemente. Cada vez que volvía de un safari, sucio, agotado y con la ropa hecha girones, aparecía dos horas después en el lobby del hotel, perfectamente afeitado, con pantalones de montar tipo breeches, de color blanco, botas de caña alta siempre bien lustradas, y un bigote cuidadosamente engrasado de estilo imperial. Y naturalmente, listo para un trago, una partida de whist o para bailar con algunas de las damas que ocasionalmente se alojaban en el hotel.  
Era considerado además, el mejor polista de la colonia. Lo que no era poca cosa, para un lugar plagado de jinetes ingleses, muchos de ellos provenientes de destinos en la India Imperial, donde el polo era el deporte nacional.
Cazaba siempre a caballo, montado sobre una yegua de polo árabe. Y a la hora de enfrentar especies peligrosas, utilizaba un rifle doble, que dicen, dominaba con maestría. Una vez voló media docena de tejas de un edifico de la avenida principal de Nairobi, sólo por el gusto de mostrar su puntería. No fue muy agradable para los apacibles transeúntes ocasionales de Government Road, pero mostró una vez más su excentricidad y desparpajo. Nunca falló con su doble ante la carga de una fiera peligrosa. Bueno, una vez sí erró, y fue la última.

Entre la locura y la temeridad
Parte del prestigio como cazador profesional radicaba en que hacía todo lo que los clientes le pedían, sin importar el riesgo. Claro que esta es una gran cualidad para alguien en el mercado de servicios, pero el mismo Hunter decía que muchas veces para entender su comportamiento hacía falta un psicólogo.
Hay varias historias que lo pintan de pies a cabeza. 
Una vez, estaba guiando al dueño del banco Barclays de Londres y a sus dos hijas, cuando un rinoceronte atacó a la mayor, quien se trepó desesperada a un árbol. A los gritos pidió ayuda a Fritz, que desmontó y antes de abatir al pobre animal, jugó con él debajo de ese árbol y de la aterrada chica, esquivando sus embestidas mortales.  
Se cuenta que otra vez, le arrojó una botella vacía de cerveza a un león, para obligarlo a cargar y así poder dispararle con su doble. En otra oportunidad, cazando leones, abatió a uno que quedó mal herido, y mientras agonizaba sostuvo la cabeza del temible animal en su regazo, acariciándola hasta que finalmente el león murió. Una locura, sin dudas.
El cliente de ese momento, tomó una fotografía que fue exhibida en el bar del Norfolk con una leyenda escrita de puño y letra por Fritz, que decía: “Muriendo en mis brazos”. John Hunter recuerda que una noche en ese mismo bar, el austríaco discutió fuertemente con otro colega. La discusión se fue haciendo cada vez más violenta, hasta que el cazador le dijo “una palabra más Fritz, y por Dios que morirá usted en mis brazos”.
Esa famosa foto estuvo en el bar hasta el 31 de Diciembre de 1980, cuando una bomba hizo volar por el aire el comedor y el bar del Norfolk, en un ataque terrorista perpetrado por la infame OLP (Organización para la Liberación de Palestina). 

Perros, leones, caballos y videos
Hacia finales de 1913, el empresario y playboy estadounidense Paul Rainey, viajó a África para realizar un safari y filmar algunas escenas de caza, especialmente de leones. Había sido invitado por Lord Delamere un año antes, para que lo ayudara a terminar con varios felinos problemáticos que asolaban las granjas de Naivasha, Nakuru y Elementeita en el Gran Valle del Rift.
Rainey era un aventurero que viajaba por el mundo, filmando y cazando. Otro personaje de novela, que por ejemplo, al ser rechazado por el ejército británico para el servicio activo en la Primera Guerra Mundial por problemas de salud, compró una ambulancia y la condujo hasta el frente occidental europeo, como una forma de participar privadamente en el esfuerzo de guerra.
La idea que tenía era la de cazar leones utilizando perros, los mismos que usaba en Alaska para capturar Grizzlis, y además tomar imágenes de ataques frontales verdaderos. Para eso contactó primeramente a los hermanos Hill, quienes luego de escuchar lo que Rainey quería, rechazaron el trabajo, así como una suculenta paga. Pero al mismo tiempo, recomendaron a Fritz, quien seguramente aceptaría, más que por el dinero, por el placer de enfrentar a las fieras, a caballo y con su doble exprés. Y Fritz aceptó, como era de esperar.

El último safari
Rainey levantó campamento a unos cien kilómetros al oeste de Nairobi. Tenía todos los lujos que se podían tener en ese momento. Hasta contaba con un chimpancé, que fumaba cigarrillos y andaba vestido con ropas de safari diseñadas por Ahmed, el legendario sastre de los cazadores de Kenia.
Toda esa área de caza estaba infestada de leones, tantos que en quince días de safari, cazaron doce machos, pero sin poder filmar ninguna carga. 
Para ello el plan de ambos era que una vez que detectaban al felino, le largaban los perros para acorralarlo y evitar que escape. Luego Fritz se acercaría montado en su yegua de polo y lo atraería hacia Rainey, quien estaría detrás del pesado trípode filmando las escenas. Instantes después abatiría al león desde su montura, antes de que este se coma al camarógrafo. Una mañana a poco de salir del campamento, un león fue localizado en la boca de la garganta Ngasawa. Lo rastrearon por algún tiempo en la zona del Monte Longonot, al sudeste del Lago Naivasha, hasta que los perros lo ubicaron e hicieron que el león se metiera en un matorral. La partida de caza, aprovechó la oportunidad. Colocaron la cámara filmadora a unos 20 metros fuera de la maleza. Fritz propuso internarse en el matorral montado a caballo para atraer al león hacia la cámara. Todos de acuerdo de nuevo, y Fritz desapareció de la vista del grupo a paso cauteloso.
Unos instantes más tarde, se topó con el león. Rainey escuchó el rugido. Una fracción de segundo más tarde, el león saltó directamente sobre la yegua, derribando a Fritz de su silla. Este cayó parado al suelo y alcanzó a disparar los dos cañones de su doble a quemarropa. Pero falló.
El león lo cargó directo, y con sus fauces le abrió el abdomen de dos dentelladas, y huyo nuevamente a la seguridad del pastizal. Al acercarse el resto del grupo para ayudar a Fritz que yacía tendido sobre un charco de sangre, el león volvió a atacar, y ahí sí pudieron abatirlo.
Fritz, con muchos dolores, fue transportado hacia el campamento, donde lo vendaron y trataron las heridas con permanganato de potasio. De allí, fue llevado en el auto de Rainey hasta Naivasha, donde encontraron un médico en el hotel de la zona. A la noche de ese mismo día, lo subieron finalmente en un tren especial que lo condujo hacia Nairobi.
Fue internado en el Scott Sanatorium, donde trabajaba Violet, su novia de entonces. En medio de sufrimientos insoportables, murió tres días después, el 26 de Enero de 1914. El parte de defunción acusaba un cuadro agravado de peritonitis. Fue enterrado en el cementerio sur de Nairobi.
Como Aquiles, murió joven pero su recuerdo sobrevive. Sin embargo, con él también comenzaron a desaparecer varias épocas. La de los imperios, de a poco la de los dandis aventureros, y por último, la de los legendarios Cazadores Blancos, aquellos distinguidos caballeros que dieron brillo a la era más trascendente de los safaris en África.  






domingo, 25 de junio de 2017

Barón Bror von Blixen-Finecke "Amoríos y fieras salvajes"




Por Eber Gómez Berrade

El Barón von Blixen-Finecke fue uno de los más refinados cazadores blancos que operaron en el Este de África entre las dos guerras mundiales. Estuvo casado con la escritora danesa Karen Dinesen, quien lo recuerda en su clásica obra “Out of Africa”, con exquisita pluma y algo de parcialidad. Se casó cuatro veces y vivió innumerables romances. Fue socio de Philip Percival, el decano de los cazadores. Amigo de Hemingway y de su esposa, la corresponsal de guerra Martha Gelhorm. Guió al Príncipe de Gales entre otras tantas celebridades y escribió un libro autobiográfico, que se convirtió en un clásico de la literatura de safaris en África.
Paradójicamente y debido a las semblanzas descriptas por Karen Dinesen en su libro, y posteriormente, con la actuación de Karl Maria Brandauer que lo interpreta en la película “Africa mía”, queda la impresión de que Blixen ha sido un personaje secundario, apenas la contra figura de un carismático Finch Hatton, encarnado por Robert Redford. Cuando en realidad, fue uno de los profesionales más buscados de su tiempo y un explorador intrépido que recorrió el este de África como pocos. Su vida sin dudas, hubiera sido digna de ser contada en una película propia.  
Injusticias de Hollywood aparte, lo que sí es verdad es que fue muy mujeriego. Le tocó vivir además en el famoso “Happy Valley” de Kenia, en la década del 1920. Un polo de atracción de hombres y mujeres apasionados por la aventura, tanto en la naturaleza como en la intimidad de las habitaciones. El famoso Muthaiga Club de Nairobi, fue mudo testigo de infinidad de indiscreciones, amoríos, traiciones y excesos de todo tipo. Y Bror fue sin dudas, uno de los personajes principales de esa era.

Suecia natal
Su nombre completo era Bror Frederik von Blixen-Finecke. Nació, junto con su hermano gemelo Hans, un 25 de Julio de 1886, en el estado sueco de Nasbyholm, en el seno de una familia aristocrática, por lo que recibió el título de Barón.
Ya de chico mostró una afición por la caza, los caballos y los perros que era  inversamente proporcional a su afición por el estudio y la disciplina.
Sin embargo, su educación fue buena y eligió dedicarse a la agricultura. Al terminar el colegio, pudo manejar un pequeño establecimiento agropecuario local. La zona de Nasbyholm tenía también, excelentes campos para la caza menor, y allí fue donde se enamoró de Karen Dinesen, su prima segunda, con quien comenzó de inmediato a hacer planes para casarse e irse a vivir al extranjero.

Memorias de África
Para ese entonces las historias de safaris africanos realizados por alguno de sus familiares, había inflamado la imaginación de los dos jóvenes, sellando el destino de su futura y corta relación. Así fue que Bror zarpó para el África oriental Británica (como se denominaba a Kenia por aquellos años), y adquirió una parcela de tierra a unos 15 kilómetros al oeste de Nairobi, para convertirla en una plantación de café. El emprendimiento se llamó Karen Coffee Company. Tenía 26 años y ni la menor idea de lo que estaba por vivir en los años venideros.
Así fue que algunos meses después de su llegada a la colonia británica, estalló la primera guerra mundial, implicando al Imperio en la más grande conflagración jamás vivida, hasta ese momento.
Mientras los ingleses y franceses se aprestaban a combatir a los alemanes en las trincheras de Europa, Karen -a quien todos llamaban Tanne-, arribó en barco al puerto de Mombasa, y sin perder mucho tiempo, se casó con Bror. En el barco rumbo a África, Karen conoció al general alemán Paul von Lettow-Vorbeck y al Príncipe Guillermo de Suecia, hermano del futuro rey Gustav VI. Fue Guillermo quien se ofreció llevar desde Mombasa, a la pareja de recién casados en su vagón especial del tren a Nairobi. Al amanecer, Karen y Bror desayunaron a bordo con una vista increíble de las planicies Athi, un sol inmenso y manadas interminables de fauna salvaje. El matrimonio iba sobre rieles, literalmente.
Ya establecidos en su propiedad, la pareja disfrutaba de la convivencia, de sus nuevos y muchos amigos, de fiestas en el Muthaiga y de excursiones de caza. Bror inició a Karen en la caza mayor y le regaló un Mannlicher Shoenauer calibre .256, ideal para especies de planicie.

Los años de la Gran Guerra
Los efectos de la guerra en Francia, no se hicieron esperar mucho para llegar a la colonia africana. Karen comenzó a ser sospechada de colaboración con Alemania por parte de algunos granjeros ingleses, aduciendo su amistad con el general von Lettow, quien era en ese momento la mayor amenaza a las tropas británicas en la frontera con Tanganica. Sin embargo, las dudas sobre su lealtad se disiparon cuando se conoció la noticia de que su hermano, Thomas Dinesen, había sido condecorado por el mismísimo Rey Jorge de Inglaterra  con la Cruz Victoria al valor, mientras servía en el regimiento de Rifleros del Quebec Canadiense. Bror mismo estuvo involucrado con el esfuerzo de guerra británico en la colonia. Se unió como voluntario en las fuerzas de caballería Sudafricana denominada Bowker´s Horse, que estaban desplegadas en la frontera con la Tanganica en poder alemán. Allí junto a las tropas de Lord Delamere, intentaban detener el avance germano de las catorce compañías de la temible Schutztruppe, comandada por el general von Lettow-Vorbeck.

Safaris y amoríos
Aquellos años que duró el conflicto estuvieron lejos de ser idílicos. La economía colapsó, los precios de los commodities se dispararon, los hombres marchaban voluntarios al frente de batalla, las mujeres y los niños eran internados en campamentos del Ejército, por temor a ser blanco de una revuelta indígena. El matrimonio con Karen también cayó en desgracia. La guerra no tuvo tanto que ver, más bien las infidelidades de Bror que ya eran muy evidentes y nada discretas. Karen se contagió sífilis de su esposo, y debido a eso, perdió toda esperanza de ser madre.
Para 1921 la pareja estaba divorciada, la compañía vendida y Bror iniciaba así una nueva vida, como cazador blanco. Esta nueva etapa incluía un nuevo amor, como era de esperarse.
La elegida fue una bella mujer casada, llamada Jacqueline Birkbeck, apodada Cockie. El amorío surgió mientras el esposo de Cockie se encontraba de viaje en Inglaterra. El romance duró bastante tiempo, para los estándares de Bror, claro. La pareja se casó en 1928 y en esos años, su situación económica no era muy buena. A pesar de su éxito como cazador blanco, siempre parecía hallarse al borde de la quiera.
Cuentan los que lo conocieron, que era incansable. Podía seguir el rastro de un elefante durante días, o pasarse noches bebiendo y contando historias sin mostrar la menor fatiga. Cuando no guiaba clientes, salía a explorar, nuevos lugares para sus cacerías junto a sus nativos. Siempre tuvo una excelente relación con su personal, especialmente con Simba, un rastreador de la tribu WaLiangulu. Los nativos, siempre adeptos a re bautizar a los blancos con nombres más apropiados que los propios, lo llamaron Waboga, ganso salvaje, en idioma Mbulu.
Blixen recorrió prácticamente todo el este de África. Abrió caminos en regiones inhóspitas, que serían utilizadas años más tarde por guarda parques y cazadores. Recorrió extensivamente lo que luego sería el Parque Nacional Tsavo y cazó a lo largo del río Tiva, las colinas Dakadima y Mutha, Tanganica, Uganda, Sudán, y también viajó por el lago Chad, Tombuctú y el Congo Belga en el África central.  Cazó incontables especies de planicie, los cinco grandes de caz apeligrosa, bongo y eland gigante de Lord Derby, y llegó a obtener cuatro elefantes de más de 116 libras en un safari, un record sólo superado muchos años más tarde en la década del 50.  
Fue también uno de los primeros en utilizar aviones para hacer reconocimiento de áreas de caza, detectar manadas y elegir lugares apropiados para eventuales campamentos. Hasta ese entonces, el uso de aviones como ayuda a la cacería, estaba en discusión desde el punto de vista de la ética deportiva. Finalmente, la legendaria EAPHA (East African Professional Hunter´s Association), liderada por Philip Percival, decidió que la incipiente aeronáutica podría asistir a la industria de safaris, siempre y cuando se mantuviesen y respetasen las leyes de la caza, de acuerdo a los más estrictos códigos de ética británicos. Como Bror no era aviador, la encargada de pilotear el avión en el que él viajaba, era Beryl Markham. Una joven intrépida e inteligente, que recordaba por su belleza a Greta Garbo en sus mejores años, y era una consumada aviadora. Beryl era además una excelente amazona y criadora de caballos de carrera. Pero fue en la aviación y en la literatura donde encontró el reconocimiento internacional. Los dos sobrevolaban el Voi, Maktau, Kasigu en las áreas de Kilibasi, y muchos otros lugares de Kenia, buscaban desde el aire manadas de elefantes, acampaban en medio de la sabana y bebían champagne en interminables fogones. Naturalmente lo que siguió es fácilmente imaginable. Se convirtieron en amantes por algún tiempo. Luego Beryl comenzó a salir con Dennis Finch Hatton, que era en ese entonces, el amante de Karen Blixen, la ex de Bror. No por nada le decían “Happy Valley” a Kenia en la década del 20.

Safaris y clientes
En su carrera profesional fue contratado por poderosos empresarios y celebridades internacionales. Era uno de los cazadores más solicitados. Guió entre otros, a Winston Guest, renombrado polista estadounidense; a Sir John Delves Broughton, un terrateniente inglés casado con una bella, joven y no muy leal esposa; a Eduardo, Príncipe de Gales, heredero al trono de la corona Británica; al magnate estadounidense Alfred Vanderbilt; y al coronel Richard Cooper, héroe de guerra y millonario inglés, muy bien conectado en la sociedad inglesa y norteamericana, con quien Blixen forjó una gran amistad durante años. Cooper fue quien le presentó a Ernest Hemingway. Desde el primer momento, el escritor y el cazador revelaron muchos puntos en común. A ambos los apasionaba África, la caza mayor, la pesca, la aventura, las mujeres y la bebida. Se cree que “Papa” Hemingway se inspiró en la personalidad de Bror para crear el personaje de Robert Wilson, aquel cazador blanco protagonista del cuento  “La corta y feliz vida de Francis Macomber”, en donde la esposa del cliente, mata a su marido en un safari, para quedarse con el cazador profesional. Nunca sabremos si fue así o no, lo cierto es que hay varias versiones sobre los hechos que pudieron haber inspirado a Hemingway para escribir esa obra. Ahora algo es evidente, la personalidad mujeriega de Bror caía como anillo al dedo para alimentar esa teoría.
A pesar de ser uno de los cazadores blancos mejor pagos de África, la situación económica de Bror y su esposa Cockie no mejoraba. Fue por eso que su amigo y cliente, el coronel Cooper, le ofreció a la pareja una renta de 800 libras al año para administrar una plantación de café de su propiedad en Tanganica. La pareja aceptó y comenzó a trabajar en la granja, mientras además Bror guiaba algún que otro safari de manera esporádica. Eso era lo que lo apasionaba. Eso y las mujeres, naturalmente.
Un día en 1932, llegó de visita a la granja donde trabajaba, Eva Dickson, una bellísima sueca. Rubia, alta, con piernas interminables, aventurera, piloto de rally, aviadora y escritora. En ese momento, Cockie estaba justo en Inglaterra visitando a su familia. A esta altura, creo que tampoco es muy difícil adivinar lo que sigue. Tórrido romance, infidelidad, divorcio de Cockie, y finalmente boda con Eva, un par de años más tarde. El titulo de Baronesa Blixen, iba a pasar de manos una vez más.

Otra nueva esposa
Así, en 1935 la pareja se casó en Nueva York, y se fue de luna de miel en un crucero de pesca por Cuba y las islas Bahamas, junto a Hemingway y su nueva esposa, Martha Gelhorm, reconocida e audaz corresponsal de guerra estadounidense.
Las aventuras de Eva iban a llegar a la tapa de los diarios de la época en más de una oportunidad. Se convirtió en la tercera mujer sueca que obtuvo su licencia de piloto de avión. Manejó desde Nairobi hasta Estocolmo y se convirtió así en la primera mujer que atravesó el desierto del Sahara en auto. Participó en varias expediciones científicas en Kenia, y en 1935 cubrió como reportera de guerra la crisis de Abisinia, en la actual Etiopía.
Dos años más tarde, decidió unir en solitario Suecia y China en automóvil, a través de la Ruta de la Seda. Partió de Estocolmo, atravesó Alemania, Polonia, Rumania, Turquía, Siria, Irán, Afganistán e India. En Calcuta enfermó y decidió volver a Europa, de la misma manera: sola y en automóvil. En su camino de vuelta en Bagdad, una noche de Marzo de 1938, luego de una cena en un hotel, perdió el control de su vehículo, chocó y murió en el acto. La embajada envió a Bror un telegrama informándole la terrible noticia, pero como estaba en safari recién lo recibió a su regreso a la ciudad, en el mes de Julio. Para ese entonces, el cuerpo de Eva había sido enviado a Estocolmo y enterrado hacía ya tres meses.  

Suecia finalmente

Ese año marcaría otro punto de inflexión en la vida de barón Blixen. Además de perder a su esposa, decidió abandonar definitivamente la cacería profesional y se mudó a Suecia. En Estocolmo volvería a casarse por cuarta vez, y se estableció cerca de su familia y amigos, pero lejos, muy lejos de la aventura.
No pasó mucho tiempo de esta vida tranquilla y familiar, que el 4 de Marzo de 1946 protagonizó un accidente de auto, encontrando la muerte de manera instantánea. Así terminó su vida, luego de haberse enfrentado a fieras salvajes, aviones precarios y maridos celosos. Tenía entonces 60 años. Dejó tras de sí, muchas historias divertidas, encuentros mano a mano con los cinco grandes, un libro autobiográfico llamado “African hunter”, y una excelente reputación profesional que lo ubica sin lugar a dudas, entre los mejores cazadores blancos que vivieron durante la legendaria época de oro de los safaris en el continente negro.




martes, 25 de abril de 2017

Conde László Almásy "Andanzas de un Paciente Inglés"




Por Eber Gómez Berrade

La figura del conde László Almásy, fue re descubierta hace dos décadas gracias a la novela y la película “El Paciente Inglés”. Allí se retrata una parte de su vida ficcionada, que tiene a la Segunda Guerra Mundial como escenario omnipresente. Pero por buena que sean ambas obras, apenas si pueden reflejar las extraordinarias vicisitudes de este aristócrata austro-húngaro que descolló en muchas actividades a lo largo de su vida. La menos conocida tal vez, fue la de cazador blanco en África oriental. Entre sus múltiples facetas, se destacó como piloto de avión, mecánico, explorador, arqueólogo, militar condecorado y espía. Hablaba seis idiomas, los beduinos del desierto lo llamaban Abu Ramla, “Padre de las Arenas”, y aún hoy es considerado como el padre de la aviación egipcia. Sin dudas, un personaje fascinante y un cazador atípico que hizo de su vida una entretenida novela de intrigas y aventuras.

Un libro y una película
Michael Ondaatje fue quien en su libro “El Paciente Inglés”, publicado en 1992, rescató del olvido a este personaje. Para eso Ondaatje, escritor nacido en Ceilán (hoy Sri Lanka), eligió dos períodos en la vida de Almásy para contar su propia visión sobre la fidelidad, la traición y el amor en tiempos de guerra. Ubicó a sus personajes en el desierto libio, antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial, y en un monasterio abandonado en Italia, justo al término de la contienda.
Cuatro años después del libro, Anthony Minghella, llevó la historia al cine bajo el mismo nombre. De esa manera, “El Paciente Inglés”, se convirtió en un éxito cinematográfico indiscutido en todo el mundo. Lo cierto es que tanto el libro como la película, pendulan con espíritu borgeano, entre la realidad y la fantasía más absoluta. Ambos tienen el mérito de haber descubierto un personaje que vale la pena conocer, aunque la historia contada está lejos de ser verdadera. En principio Almásy sí exploró el desierto libio en busca del legendario oasis de Zerzura. Y también es cierto que una pareja de arqueólogos, el matrimonio Clayton, se unió a la expedición patrocinada por la Royal Geographical Society de Londres, como lo hicieran en la ficción el matrimonio Clifton. De ahí en más, nada es real. La relación amorosa de Almásy con Lady Clayton, es totalmente improbable, porque era un confeso homosexual. Su participación en la guerra, fue ciertamente más contundente que la que narra la novela, ya que combatió abiertamente bajo las órdenes del Mariscal Rommel en el Afrika Corps. Y no murió en Italia como un ignoto paciente inglés, sino seis años después de terminada la guerra, en Austria y a causa de disentería contraída en un safari de caza mayor en Mozambique. Conocer la historia real de László Almásy, es sin dudas, zambullirse en otra novela, con menos romances pero con mucha más aventura.

Aristócrata y piloto
László Ede Almásy, nació en el seno de una familia aristocrática, el 22 de Agosto de 1895 en la ciudad de Bernstein, en aquel momento territorio Austro-Húngaro. Su padre fue un reconocido explorador, zoólogo y etnógrafo, quien supo transmitir la pasión por la aventura a sus dos hijos László y Janos. A los catorce años, su padre lo envió a una escuela en Graz, Austria. Allí construyó él mismo un planeador, con el que se fracturó tres costillas en su primer despegue. Lejos de intimidarse, el muchacho siguió con su pasión por el vuelo y la mecánica. En 1911 fue enviado a Inglaterra para completar su educación en la Berrow School. Al año siguiente sacó su primera licencia de vuelo. Al estallar la Primera Guerra Mundial en 1914 decidió volver a su patria, y enlistarse junto a Janos, en el 11° Regimiento de Húsares. Poco tiempo después, estaba combatiendo en el frente oriental, enfrentando a tropas serbias y rusas. Dos años más tarde, al ser transferido a la Fuerza Aérea del Imperio Austro Húngaro, llegó su oportunidad para hacer lo que más le gustaba, volar. En ese cuerpo se convirtió en un as de la aviación, siendo condecorado en 1917 con la Medalla al Valor en Combate, por el Rey Ferdinand de Bulgaria. Un año más tarde, su avión fue derribado en el norte de Italia. Salió con vida, pero a partir de ese momento, y hasta el fin de las hostilidades, fue instructor de vuelo en la ciudad austríaca de Neustadt.
Una vez terminada la guerra, volvió a Inglaterra, donde ingresó al Instituto Técnico Eastborne y fue miembro de su famoso aeroclub. En esta época participo del Movimiento Scout, iniciado por Sir Robert Baden-Powell. 
De vuelta en Hungría, tuvo la oportunidad de codearse con la realeza local, conociendo al Rey Karl IV en persona. Fue gracias a esta relación que recibió el título de conde, aunque existen versiones que aseguran que tal distinción, nunca fue legitimada. Lo cierto es que a Almásy, ese pequeño detalle nunca le importó demasiado.

Cazador Blanco en África
La afición de Almásy por la caza comenzó en su temprana infancia. Influenciado por las dotes aventureras de su padre, Almásy escuchaba sus historias, devoraba literatura cinegética y disparaba cada vez que podía en los inmensos parques que rodeaban el castillo familiar. La caza era casi una obligación para un joven de la aristocracia austro-húngara. Tenía una gran facilidad para aprender idiomas, solvencia en el manejo de armas, y una gran puntería, que según dicen, le fue muy útil en sus safaris abatiendo animales peligrosos heridos por sus clientes. Sin embargo, fueron sus conocimientos de mecánica y sus condiciones de piloto, los que lo llevaron a emplearse en la fábrica Steyr de Automóviles en el año 1921, como agente de la compañía, piloto de pruebas y de competición. Allí volvió a destacarse como deportista, ganando varias carreras organizadas por esa fábrica austríaca. En el año 1926 convenció a un amigo suyo -muy rico y de sangre azul-, el Príncipe Antal Eszterházy, para que lo acompañara en un rally africano patrocinado por Steyr. La ruta elegida iría desde Alejandría en Egipto, hasta Jartum, en el Sudán. Luego de terminado el rally, ambos comenzaron un safari de caza mayor utilizando los mismo automóviles, y se dirigieron hasta el río Dinder, un tributario del Nilo Azul, que recorre Etiopía y Sudán. Una ruta que nunca había sido recorrida por europeos, y mucho menos en auto. Esta expedición duró dos meses, lo convirtió en el primer deportista en cruzar el desierto de Nubia, y marcó otro punto de inflexión en su vida. Su pasión por la exploración de los grandes desiertos.  
A partir de entonces, Almásy volvería a esos lugares inhóspitos una y otra vez, probando vehículos de Steyr, cazando y guiando por todo el Este de África. 
En 1929 lideró un safari guiando al Príncipe Ferdinand de Liechtenstein y al empresario británico Anthony Brunner. La partida llevó dos camiones Steyr, especialmente preparados para conducir en la arena, y partió de Mombasa, en Kenia, con rumbo hacia El Cairo. Para registrar el safari, llevaron al camarógrafo Rudi Mayer, quien realizó un documental denominado “A través de África en automóvil”. En este largo safari, Almásy y sus clientes cazaron leones, búfalos, hipopótamos y numerosas especies de planicies, algunas de las cuales aún hoy figuran en el libro de records de Rowland Ward.
Además de coleccionar trofeos de caza, y probar los camiones Steyr, el grupo recorrió el famoso Dar el Arbain, la “Ruta de los 40 Días”, que antiguamente conectaba el tráfico de mercaderías y esclavos desde Egipto hasta Sudán. Además fueron los primero europeos en cruzar el Sudd, el truculento e inmenso pantano formado por el Nilo Blanco en el Sudán del Sur. Todo un hito de la exploración moderna.
Al año siguiente, Almasy volvió a liderar otro safari, pero esta vez guiando al Conde Szigmond Szechenyi, y al Príncipe Youssef Kemal al-Dine Hussain, cazador, renombrado explorador de desierto y muy rico, quien luego patrocinaría las expediciones arqueológicas de Almásy. De esa manera, fue tejiendo una extensa red de clientes nobles y aristócratas, que guiaba en safaris en Tanzania, Kenia, Sudan, Uganda y Etiopía.

El Padre de las Arenas
Las valiosas conexiones sociales de Almásy, también lo llevaron a participar en diversas exploraciones en el norte de África. No todas exitosas, valga la aclaración. En 1931, acompañando al Conde Nándor Zichy, partió de Budapest en un biplano De Havilland Gipsy Moth con la intención de explorar el desierto Libio desde el aire. Se fueron a pique cerca de Aleppo, en Siria, salvándose de milagro. Del avión no quedó nada.  
Lejos de rendirse, Almásy redobló la apuesta, y al año siguiente se embarcó en otra expedición, pero esta vez más ambiciosa en busca de la legendaria Zerzura, “el oasis de los pájaros”, una mítica ciudad perdida mencionada por Heródoto como la Ciudad de Dionisio.
Lo acompañaron esa vez, tres exploradores británicos, Sir Robert Clayton East-Clayton y su esposa Lady Dorothy, el piloto comandante Hugh Penderel y Patrick Clayton. Además de autos especialmente diseñados para las dunas, volvieron a usar un biplano De Havilland Gipsy Moth. Por tierra y por aire pudieron explorar y cartografiar la meseta del Gilf Kebir, de una gran riqueza arqueológica. Finalmente en 1933, y luego de varias exploraciones, el grupo descubrió el Paso de Aqaba que corta en dos el Gilf Kebir. Luego llegó al oasis de Kufrah, y posteriormente descubrió el tercer valle de Zerzura. Con esas áreas debidamente mapeadas -y que eran anunciadas por la leyenda-, el mítico oasis pudo ser ubicado definitivamente.
A partir de ese año y hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial en 1939, Almásy llevó adelante numerosas incursiones en el desierto norafricano junto a otros destacados exploradores como el Dr. László Kadar, Richard Bermann, Joachim von der Esch y el brigadier Ralph Bagnold, fundador del mitológico Long Range Desert Group del Ejército Británico -los comandos que supieron atosigar a las fuerzas del Zorro del Desierto en la Segunda Guerra-.
Es ésta etapa de su vida, la que Ondaatje retrata en su novela. Entre sus logros arqueológicos más destacados figuran, el descubrimiento de la Cueva de los Nadadores, repleta de pinturas rupestres del neolítico, ubicada en la meseta del Gilf Kebir, y la exploración del Gran Mar de Arena de Abu Ballas, en el que buscaban indicios del ejército perdido del rey Persa Cambises II, del que también hablaba Heródoto en sus escritos.
Paralelamente a sus actividades arqueológicas, Almásy se dedicó a la aviación en Egipto. Recibió la primera licencia de piloto expedida en ese país, fundó la primera escuela de vuelo a vela, dictó cursos en el aeropuerto de Almaza en el Cairo, y realizó el primer vuelo en planeador sobre las pirámides de Giza. El impulso que le dio a la incipiente aeronáutica egipcia, aún es recordado en la actualidad.

La Segunda Guerra Mundial

Con el estallido de la guerra en 1939, terminaron los días de Almásy en Egipto. Por lo menos como civil. Una de las primeras cosas que hizo, fue volver a Hungría y enlistarse como oficial en la Fuerza Aérea Húngara.  A estas alturas, con los conocimientos que tenía sobre el desierto del norte de África, especialmente de las rutas en la frontera entre Libia y Egipto, los idiomas que hablaba -entre ellos el árabe-, y su pasado militar, los británicos creían que espiaba para los italianos, y los italianos que lo hacía para los británicos. Lo cierto es que al ingresar en la aeronáutica húngara, y Hungría ser un aliado de Alemania, Almásy fue asignado al Afrika Corps de Rommel como capitán de la Luftwaffe. 
Su misión más resonante en esa área fue la denominada Operación Salam, que consistió en infiltrar a dos espías alemanes que debían llegar a El Cairo, en manos de los británicos. La tarea era guiarlos a través de los oasis, a lo largo de 3.000 kilómetros, y detrás de las líneas enemigas en el desierto libio. La operación organizada por la inteligencia alemana, contó con apoyo de la División Brandeburgo. Almásy atravesó el desierto exitosamente, y dejó a los espías en la ciudad egipcia de Asiut. La misión subsiguiente (sin participación de Almásy), la Operación Cóndor, terminó en un rotundo fracaso, debido a que los analistas de inteligencia británicos de Bletchley Park, habían descifrado los códigos que usaban los espías alemanes. Por su participación en la Operación Salam, Almásy fue condecorado con la Cruz de Hierro y la promoción al grado de Mayor en el ejército de Rommel.   

Un aventurero hasta el fin
Al terminar la guerra, en 1945, volvió a Hungría, que para ese entonces estaba ocupada por los soviéticos. Teniendo en cuenta su participación como oficial alemán, quedó arrestado inmediatamente por el gobierno comunista húngaro, y fue acusado de crímenes de guerra y traición a la patria por haber servido a una potencia extranjera. Pero como si esto no fuera ya suficiente material para una extensa novela de aventuras, Almásy le agregó condimento a uno de los últimos capítulos. Se fugó de la prisión. Y ayudado por quien?, por el MI6 de la inteligencia británica. La misma que lo había perseguido un par de años antes por los desiertos de Libia. Los británicos le dieron un pasaporte falso bajo el nombre de Josef Grossman y lo introdujeron en Austria. Perseguido por comandos de la KGB, lo llevaron a Roma y de ahí a El Cairo nuevamente. Como es de imaginarse, aún no está clara la participación ni los motivos de la inteligencia británica, pero todo hace suponer que la ayuda en la fuga, fue alguna retribución por servicios prestados en la guerra como doble espía. 
Establecido nuevamente en El Cairo, retomó su vieja profesión de Cazador Profesional. El mundo de los safaris había cambiado desde sus andanzas en la década del 20, sin embargo supo adecuarse al negocio una vez más. Paralelamente, en Diciembre de 1950, el Rey Faruq de Egipto, lo nombró director del Instituto de Investigación del Desierto Egipcio.
En 1951, durante una visita a Salzburgo, en Austria, cayó enfermo por disentería, una infección que contrajo en un safari de caza en Mozambique el año anterior. Su último safari. Finalmente una ameba pudo lo que el desierto, animales de caza peligrosa, accidentes aéreos, soldados y espías no pudieron lograr. Falleció el 22 de Marzo de ese año y fue enterrado en esa ciudad. El epitafio en su tumba dice: “Piloto, Explorador del Sahara y descubridor del Oasis de Zerzura”. Breves y justos calificativos para quien nunca en su vida, fue un paciente inglés.