sábado, 14 de julio de 2012

No está prohibido cazar elefantes




Por Eber Gómez Berrade


Así es, no está prohibido cazar elefantes. Para los que formamos parte de la comunidad de cazadores esto no es ninguna novedad, pero para una buena parte de la opinión pública parece que sí es algo nuevo. Durante las últimas semanas han surgido todo tipo de versiones, comentarios, opiniones y aseveraciones descabelladas sobre la situación del elefante africano. Incluso algunos medios de comunicación se hicieron eco de esto ayudando a crear un poco más de confusión. Por esa razón, quisiera aclarar algunos de esos conceptos a mi entender erróneos.
En primer lugar, que la caza del elefante no está prohibida. En el transcurso de este artículo, señalaré cuáles son los países que permiten su caza deportiva y por lo tanto legal.
En segundo lugar, que los elefantes no están en extinción como especie biológica. Como se verá, están bajo una categoría de protección, han sufrido y sufren aún una fuerte persecución por parte de las bandas de furtivismo organizado, que hace que en algunas regiones disminuya alarmantemente su cantidad. Pero también sufren las consecuencias de la sobrepoblación en parques nacionales, que atentan contra su propio hábitat natural.
Y en tercer lugar, señalar que afortunadamente existen varios países, mayormente en el sur de África, que cuentan con proyectos de conservación basados en programas conjuntos de cazadores deportivos y comunidades locales que están dando muy buenos resultados para lograr un desarrollo sustentable de las poblaciones de elefantes.

La maldición del “oro blanco”
La declinación de las grandes manadas de elefantes tuvo lugar, durante la época colonial europea, cuando era legal su caza para obtener el marfil. Aquellos “marfileros”, “ivory hunters”, o como se los denominara en esa època, tenían mucho de romanticismo aventurero y mucho más de negocios despiadados. Lo cierto es que el período de descolonización africano, que comenzó en la década del 60, especialmente entre los años 1960 y 1964, estuvo lejos de terminar con la cacería indiscriminada de este magnífica especie, sino que por el contrario profundizó aún más las matanzas, provocando entre los años 1970 a 1985, un daño gravísimo que llevó a poblaciones enteras de elefantes a niveles cercanos al exterminio.
Esta situación fue impulsada por muchos de los líderes africanos que tomaron el poder cuando las potencias europeas se retiraron del continente. Idi Amin en Uganda, el “Emperador” Bokassa en el dislate conocido como Imperio Central Africano (Hoy República Central Africana), Mobutu Sese Seko en Zaire, la familia de Jomo Kenyatta en Kenia (que paradójicamente prohibió la caza deportiva en ese país en 1977), y hasta el actual y eterno Robert Mugabe en Zimbabwe, incrementaron sus arcas personales con el dinero proveniente del “oro blanco”, que era exportado mayormente a naciones asiáticas, como China, Taiwan, Corea, Singapur y Taiwán. A todos estos dictadores, el tráfico de marfil les otorgaba la “caja” necesaria que sus mal administradas economías requerían, para sostener en el tiempo sus regímenes autoritarios y populistas, que a la larga, diezmaron el continente, a su gente y también a sus elefantes.

Prohibición del tráfico de Marfil
En 1988 los países firmantes del CITES (Convenio Internacional de Tráfico de Fauna y Flora), decidieron la total prohibición del comercio del marfil y de todos los despojos de los elefantes, que incluía las pieles, pelos y cualquier otra cosa que pudiera comercializarse. La medida si bien para algunos llegó un poco tarde, sirvió por lo menos para detener la exterminación total de estas magníficas bestias.
De manera paralela casi, muchos países africanos aplicaron una férrea regulación en lo que respecta a la caza deportiva, instaurando en algunos de ellos vedas totales, y en otros la asignación de cuotas de caza estrictamente auditadas.
Para tener una idea más o menos clara de lo que fue este proceso, vale recordar que a mediados del siglo XX se podía cazar legalmente elefantes en 28 países. Hoy sólo se los puede cazar en 8. Muchos, de los veinte que quedaron en el camino, han dispuesto una prohibición absoluta. Otros simplemente los mataron a todos, como el caso de la República Democrática del Congo, Etiopía, Liberia, Sierra Leona, Costa de Marfil, Somalía, Nigeria, Sudán, y un triste etc.

Donde sí se cazan legalmente elefantes
Botswana
Este país es uno de los reductos más importantes de elefantes de toda África. Se estima que allí habitan unos 160.000 animales, lo que representa un aumento del 25% en los últimos 25 años, y lo que la ha llevado a convertirse hoy en día en el paraíso para estos paquidermos. Las grandes manadas se ubican en el norte húmedo (Botswana tiene el desierto del Kalahari al sur), en lo que conforma el Parque Nacional Chobe, el delta del Okavango, y los territorios vecinos de la Franja de Caprivi en Namibia y el Parque Nacional Wankie en Zimbabwe. Sin embargo Botswana, a pesar de los excelentes resultados que la caza deportiva le brindó a sus recursos naturales, hoy en día se encuentra lamentablemente inmersa en un en lento y paulatino proceso de prohibición de esta actividad.
Camerún
En Camerún conviven las dos especies de elefantes africanos que existen: la de sabana en el norte y la de foresta en el sur.  Se estima que entre ambas especies este país cuenta con unos 15.000 elefantes, sin embargo en estos momentos padece una fortísima agresión por parte de bandas armadas y muy bien organizadas de furtivos, que han puesto en alerta a la comunidad internacional y a las organizaciones conservacionistas y de caza deportiva de todo el planeta.
Mozambique
Antes de que Mozambique lograra su independencia de Portugal en el año 1975, se estimaba una población total de elefantes de alrededor de 60.000, ahora luego de los perjuicios logrados durante varios años de guerra civil e intenso furtivismo se estima en unos 20.000 ejemplares. Afortunadamente este país se ha recuperado para la cacería y se está transformando en un hábitat adecuado para los elefantes.
Namibia
Las mayores poblaciones de elefantes en este país, que se han duplicado en los últimos cuarenta años,  se encuentran en áreas bien definidas. La Franja del Caprivi, Bushmanland y Etosha. La primera, al norte limita con Angola, Zambia, Botswana y Zimbabwe. Allí las manadas se mueven libremente entre el delta del río Okavango en el oeste y el río Kwando en el este. En Bushmanland, un inmenso territorio situado al noroeste del país, frontera con Botswana, han salido monstruos de más de 100 libras, algo absolutamente extraordinario en los tiempos modernos. En Etosha, donde está ubicado uno de los parques nacionales más grandes del mundo, también se encuentran  manadas que han visto duplicado su tamaño en los últimos años. El gobierno de Namibia implementa con mucho éxito programas de cacerías de regulación de elefantes, llevadas a cabo por cazadores deportivos, para beneficio propio de sus poblaciones locales.
Sudáfrica
Los elefantes aquí han estado protegidos desde el siglo XIX, cuando se tomó conciencia de la presión de caza que los “marfileros” ejercían y que puso en peligro a la especie. Desde entonces los resultados de su conservación no han podido ser mejores. Entre el Parque Nacional Kruger, el Ado Elephant y otras reservas se calcula hoy una población total de 250.000 ejemplares.
Tanzania
Tanzania prohibió la caza deportiva en 1977 siguiendo el ejemplo de su vecina Kenia, y también siguiendo su ejemplo, fue testigo de inmensas masacres de animales por la codicia del marfil. En ese entonces había unos 300.000 elefantes en su territorio. Sin embargo, este país re abrió la caza deportiva, convirtiéndose ahora en la perla del África del Este y gracias a un buen manejo de conservación en sus extensos parques nacionales se calcula que casi se llega a unos 80.000 elefantes.
Zambia
Hace medio siglo aproximadamente habitaban unos 150.000 elefantes en ese país, conocido como Rodhesia del Norte. Ahora, luego de una muy intensa ofensiva de furtivismo se cree que quedan unos 30.000 ejemplares. Estos sobrevivientes pueden hallarse hoy en el valle del Luangwa, en el Zambezi y en el lago Mweru.
Zimbabwe
Antes de su independencia, el país llevaba a cabo una muy eficaz política de protección de elefantes. Eso hizo que en casi un siglo, se pasara de unos 5.000 ejemplares a unos 80.000. Lamentablemente hoy día, la crisis social y económica que afecta a esa nación africana, ha tenido se correlato en la falta de un manejo adecuado de sus recursos naturales, incluidos naturalmente, el elefante.

El verdadero enemigo del elefante
Para los que formamos parte de la comunidad de cazadores, decir que el furtivo es gran enemigo de la fauna silvestre -en cualquier parte del mundo-, es casi una verdad de Perogrullo. Sin embargo, para la opinión pública no informada adecuadamente, tal vez sin mucho interés en el tema y muchas veces proclive a opiniones reduccionistas, no hay mucha diferencia.
La noticia de una masacre de 450 paquidermos en Parque Nacional Bouba Ndjida  de Camerún disparó inmediatamente las críticas sobre la legalidad del la caza deportiva llevada a cabo tanto por reyes como por simples mortales de a pie, pero también por otra parte, ha puesto en alerta a las naciones sobre la causa original de este problema, que no es otra cosa que la necesidad de recurrir a fondos ilícitos. Así como lo hicieron en su tiempo los tiranos de turno en la época poscolonial, ahora el marfil es intercambiado por dinero, armas y municiones para apoyar a los conflictos de baja intensidad en países como Chad y Sudán.

Debate entre prohibición y raleo
En la actualidad las visiones sobre el manejo adecuado de la especie, no puede ser más divergente. Por un lado están los prohibicionistas, aquellos que creen que el elefante está en peligro de extinción en todo el continente y por lo tanto debe ser prohibida su caza deportiva de manera absoluta. Por el otro, están los que al contrario, observan el gran impacto ambiental que la sobrepoblación y la falta de espacio vital que afecta a esta especie, provoca en la riqueza biológica de numerosos ecosistemas, y proponen en algunas áreas operaciones de raleo para bajar la población a niveles de sustentabilidad biológica.
Naturalmente que la destrucción de los árboles es una actividad normal entre los elefantes, siempre lo ha sido. Pero antes, hace miles de años, una vez que desmontaban  un área, la abandonaban e iban en busca de nuevos bosques para alimentarse. Hoy ya no pueden hacer eso, simplemente porque fuera de ese parque o reserva viven cada vez más humanos que compiten por un espacio en donde vivir.
El raleo o “culling” se ha convertido en un tema sensible en el ámbito académico y político internacional, pero que a pesar de parecer paradójico, se está haciendo necesario  en lugares como Botswana, donde -desde hace unos años- se le está dando mayor prioridad a los safaris fotográficos que a los de cacería, con el consecuente impacto ambiental.
Este hecho que para muchos “ecologistas” es una buena noticia, es todo lo contrario para los biólogos y conservacionistas, ya que el aumento de la tasa demográfica de ejemplares en un medio ambiente de extensión constante, está provocando graves daños al medio ambiente y una importante pérdida de diversidad biológica, fenómeno que ya se está extendiendo a países vecinos. Por lo que algunos especialistas no descartan la necesidad de “ralear” ejemplares, como medida de control poblacional.
La “depredación” provocada por las grandes manadas de proboscídeos confinados a un territorio determinado como un parque nacional, provoca un daño ambiental sólo superado por el que produce el ser humano. Un par de datos más: en Murchison y en el legendario Parque Nacional de Tsavo en Kenia, (escenario de los famosos leones devoradores de hombres) los elefantes convirtieron los bosques en sabanas, lo que perjudicó a los elefantes, como así también a una enorme variedad de diversidad biológica. La culpa, claro está, no la tienen los pobres elefantes, sino el gran crecimiento de la población humana que provoca concentración y confinamiento de las grandes poblaciones de fauna silvestre en parques acotados. Botswana, por su parte, un país que suele emitir unas 400 licencias para cazar elefantes machos adultos por año, y que se encuentra en un proceso de reconversión de sus áreas de caza en reservas de avistamiento de fauna, ya se está viendo este  desbalance en la tasas de crecimiento de la población de elefantes. ¿Será cuestión de tiempo que el famoso delta del Okavango siga los pasos del célebre Tsavo?. 

El factor de la caza deportiva
El turismo cinegético y más precisamente los safaris de elefantes están, -allí donde se permite su caza-, estrictamente regulados por estados y organismos supranacionales, y se han convertido en una herramienta fantástica de conservación que incluye a la comunidad de cazadores organizados, organismos de conservación, científicos, autoridades gubernamentales y pobladores locales en un círculo virtuoso que además de velar por la supervivencia de las especies, ayuda también a mejorar la calidad de vida de aquellas poblaciones alejadas de los grandes centros urbanos.
Como vemos está lejos de ser una amenaza para la supervivencia de las especies de fauna silvestre. Todo lo contrario. Los países del oeste de África y Kenia han prohibido la caza deportiva hace años, sin embargo cuentan con los más altos índices de daño ambiental en sus parques nacionales y una tremenda pérdida de biodiversidad. En el sur del continente, proclive a la caza deportiva, las poblaciones de elefantes son estables y en algunos casos hasta se están incrementando hasta el punto de pensar en su raleo.
Por lo que queda demostrado que la caza deportiva nunca ha puesto en peligro de extinción a especie alguna, pero tampoco es un arma efectiva para el control de poblaciones de fauna silvestre, como es el caso de los conflictivos elefantes.