viernes, 31 de mayo de 2013

La magia de la brama bajo el caldenal pampeano


Por Eber Gómez Berrade

Ortega y Gasset decía de la caza, que era una de las tres actividades felicitarias que tradicionalmente tenía el hombre primitivo, junto con la carrera y la tertulia. Una vez más el viejo filósofo tuvo razón. Una visita al coto El Chillén en la provincia de La Pampa durante la última brama del colorado, se convirtió en la excusa perfecta para encontrarse con amigos y disfrutar una cacería deportiva y a la vez muy divertida.

Hacía tiempo que Jorge Martinó me había invitado a visitar su campo en La Pampa. Finalmente, a la vuelta del safari africano que realizó junto a su esposa, pusimos día y hora. La fecha elegida fue a mediados de Marzo, momento cumbre  si los hay en la etapa reproductiva de nuestro ciervo colorado. Para esta ocasión Jorge se había dejado un hueco sin clientes de manera de poder cazar juntos y relajados durante algunos días, con la presencia de amigos en común.
Mi intención era cazar en las áreas libres del campo, hacer algún raleo y buscar naturalmente un trofeo atractivo que se ponga en la cruz de la mira.
Siempre he creído que la cacería de ejemplares selectivos es una obligación para el cazador deportivo. Naturalmente todos estamos detrás de la mejor cornamenta, pero en los tiempos que corren, la búsqueda de un macho viejo y el abate de descartes, se ha convertido en una imperiosa necesidad para mejorar la calidad de los ciervos en estado salvaje que habitan los montes pampeanos.
Desde la introducción de la especie por Pedro Luro a principios del siglo XX, el colorado ha atravesado varias y distintas etapas. Al principio con la mera introducción de sangre europea en aquella oportunidad. Luego se fue evidenciando un proceso de transformación genética que paulatinamente ha conferido características distintivas a los ejemplares  “criollos” de La Pampa, y por último, la introducción desde hace algún tiempo ya, de técnicas de manejo de ciervos y genética proveniente de Nueva Zelandia por parte de estaciones de cría y cotos profesionales que ha mejorado sensiblemente la calidad de los planteles, posicionando a la Argentina como un digno competidor de los neozelandeses. En medio de este flujo evolutivo, en las últimas décadas se ha venido incrementando la presión cinegética de manera sostenida, lo que exige paralelamente una mayor conciencia deportiva por parte de la comunidad de cazadores. Según me explica Jorge, extraoficialmente se estima que se cazan unos dos mil ciervos en estado salvaje por temporada en la provincia, de los cuales solo un pequeño porcentaje sobrepasan los 200 puntos del CIC (Conseil International de la Chasse).
Si miramos la cosa desde el punto de vista del lance deportivo, aquí seguramente todos estaremos de acuerdo en que prácticamente no hay diferencia en el grado de dificultad que representa la caza de un horquetero viejo, con la de un simétrico y perlado 16 puntas. En cualquier caso, nunca es fácil afortunadamente, y siempre resulta un interesante desafío.

Cacerías con amigos
Luego de reunirnos con Jorge y su familia en Santa Rosa, partimos juntos directo al campo. Al llegar se sumó un amigo, Juan Cruz Grahn, hijo del legendario Andino y primo hermano de Mercedes Lutz, la esposa de Jorge.
Juan Cruz resultó ser un excelente compañero de aventuras. No solo por la extensa experiencia que tiene con los colorados tanto en la Patagonia como en La Pampa, sino por su afabilidad y buen humor que hacía que nos tentáramos de risa en los momentos más inoportunos del rececho. “¿Les pido un café muchachos…?”, se quejaba Jorge por lo bajo, para llamarnos la atención cuando nos desbocábamos en medio del monte. 
La primera tarde salimos a recorrer parte del campo y ya sorprendía el nivel de actividad de los colorados. La brama se escuchaba fuerte y sostenida. La cosa pintaba bien para los próximos días.
Cuando llega el mes de Febrero, -ni que decir Marzo-, cazadores de todo el país comienzan a averiguar qué pasa con la brama, si ya han comenzado en tal o cual campo, si se cortó en lo de fulano o si todavía no empezó. La imagen que me viene a la cabeza es como las de aquellas “mesas de arena” que se usan en estrategia militar, donde se posicionan ejércitos y flotas en miniatura de acuerdo a las informaciones de campo. En esos meses La Pampa es como un gran tablero de ajedrez, y el colorado, el rey indiscutido del juego.
El segundo día partimos los tres antes del amanecer, y encaramos para un bonito monte de caldenes donde los ronquidos venían fuertes. Promediando la mañana, Jorge se para en seco y me indica un macho parado en el limpio, al que casi atropellamos porque no estaba bramando. Tenía una cornamenta digna del mejor de los descartes. Un disparo de mi 308 Winchester a la base del cogote, y las Sellier & Bellot con punta hueca y cola de bote de 168 grains hicieron el resto. El animal estaba a unos 120 metros aproximadamente y ahí quedó. El entusiasmo con que lo preparamos para la foto parecía inversamente proporcional a la calidad de sus cuernos, pero exactamente de eso se trataba la cacería.
Al día siguiente, encaramos para la misma zona, y esta vez los ronquidos profundos que seguimos durante un largo rato, se corporizaron en otro macho selectivo, una hilacha el pobre. La suerte quiso que caminara despacio hacia nosotros y no percibiera nuestra presencia. Al llegar a unos 70 metros de donde estábamos, Juan Cruz le preguntó a Jorge en voz baja, “le tiro?”. Su respuesta no se escuchó bien, porque la opacó el estruendo del simple acción 454 Casull que Juan Cruz llevaba en la cartuchera. No hizo falta más. La puntería de los Grahn es legendaria dicen. Otro ejemplar de selección bien matado.
Juan Cruz tuvo que irse al día siguiente, pero se cruzó en el camino con Marcelo Vassia, otro gran amigo que llegó de visita. Marcelo es un cazador de Santa Rosa, también con experiencia africana y que cuando la caza se lo permite ejerce la medicina. Decir que es un apasionado es poco, tanto es su fervor por esta actividad que ha publicado su propia traducción del libro “Cinegético”, la clásica obra del historiador y filósofo griego Flavio Arriano. Una exclusiva edición de autor que incluye además sus comentarios personales sobre la obra homónima de Jenofonte. Sin dudas, una perla literaria para los amantes de los orígenes históricos de nuestra actividad.
En las noches que estuvimos juntos, las largas sobremesas con Marcelo, Jorge y Mercedes sobre historia de la campaña del desierto, safaris y literatura, atentaban con los madrugones de rigor que impone la caza del ciervo. Pero le volvían a dar la razón al viejo filósofo: estaba claro que la tertulia era la otra actividad felicitaria por excelencia.
Un par de días después, los dioses favorecieron a Marcelo poniéndole a tiro un muy lindo 12 puntas. Estaba cazando solo, entre los médanos cuando se le apareció, lo acechó y justo en medio del valle que formaban dos médanos, se le brindó la oportunidad y con un disparo de su 375 H&H Magnum con 270 grain de punta, obtuvo su merecido trofeo. Nuestras caras de felicidad en las fotos hablan por sí solas.
Mi oportunidad volvió a darse al día siguiente. Salimos al rayar el alba con Jorge, pero esa vez encaramos para un potrero sembrado con sorgo. Ese sorgo silero, dulzón y tierno, hace las delicias de los cérvidos. Allí la brama era ensordecedora. Una especie de Jurassic Park de estos “bichos mágicos” -como los llama Jorge-, nos rodeaba a medida que íbamos avanzando bajo el monte de caldenes. Al poco de andar, vimos un muy buen trofeo, alcanzamos a ver la corona en el cuerno izquierdo, por lo que uno siempre supone que está ante un 12 o más, si la suerte lo beneficia. Fuimos por él, pero la suciedad del monte no sólo no nos permitía una clara visión sino que además corría el riesgo de que la bala impacte en una rama. Si bien es cierto que el 308 Winchester es versátil, considero que está al límite para disparos en el monte cerrado. Por lo tanto tenía que esperar una oportunidad que se presentara en abierto. Por supuesto, no la tuvimos, así que seguimos intentando decidirnos que bramido seguir. Escuchamos uno tan potente que parecía un león, y no estaba tan lejos. Avanzamos hasta apostarnos debajo de un algarrobo, y luego de un rato, salió a nuestra vista. Estaba perfilado hacia la derecha, me dio el tiempo suficiente para ver su cornamenta y decidir que ese era nuestro trofeo: un 9 puntas largo y simétrico. Luego resultó ser bastante viejo, con candiles gruesos y con un perlado definido.
Mi cacería terminaba, pero antes de irme tuve la oportunidad de compartir una cena con dos nuevos amigos que llegaron a cazar ese mismo día, Ariel y Alejandro, dos médicos cazadores o viceversa, de la ciudad de Paraná.
La felicidad que uno experimenta cuando logra obtener el trofeo deseado es muy difícil de explicar a los profanos del arte cinegético. Lo que sí es más fácil, es transmitir la alegría que uno siente cuando se re encuentra con buenos amigos, y pasa unos días en un clima distendido y además en un lugar agradable y familiar.
No hay dudas de que la conclusión a la que arribó Ortega sobre las ocupaciones que hacen feliz al hombre desde la noche de los tiempos, era correcta. La caza y la tertulia, practicadas aún hoy, mantienen intacta su felicitaria vigencia.

El Chillén
Este campo es propiedad de la familia Martinó desde hace más de veinte años, y está ubicado a unos 150 kilómetros al este de Santa Rosa en dirección a El Durazno. Es uno de los primeros cotos inscriptos, ya que a principios de la década del 90, le fue asignado el número 13 en el registro provincial. Según me cuenta Jorge, originalmente las 2.500 hectáreas que tiene su campo formaban parte de la estancia Bunge & Born.
Hoy el establecimiento cuenta con un criadero de cinco potreros, de cinco hectáreas cada uno para la cría intensiva de ciervos colorados de genética, galpón de manejo incluido; un potrero de cacería de trofeos de genética de cincuenta hectáreas, cuatro apostaderos para jabalí, y el resto lo conforman áreas de cacería libre con una gran variedad fitogeográfica.
Es en estas tierras, otrora territorio de ranqueles, donde se da una gran diversidad de geografías y flora. En el campo hay caldenal, montes cerrados, planicie, médanos limpios, médanos con bosques y cerros. Por esa razón, quizás es que esa tierra se ha ganado la fama de ser uno de los mejores lugares para la caza del ciervo colorado en La Pampa. La temporada de brama lo confirma. La actividad en esa región es realmente vertiginosa.
En cuanto a los servicios para el cazador, el coto ofrece todo lo que uno pueda necesitar a la usanza de los estándares internacionales: una casa especial para albergar a los cazadores, guías profesionales, vehículos, caballos, armas,   apostaderos equipados, servicio de lavandería diaria, despostado y preparación de la carne de caza para los clientes argentinos, comunicación por telefonía y equipo de radio en cada vehículo.

Los ciervos de genética
Los primeros pasos de Martinó para constituir el criadero fue la adquisición de un lote de hembras de sangre inglesa (Woburn), a Carlos de Inza, de estancia Pichu-Có. Luego compró un padre de cabaña a Fermín Srur, de estancia San Pedro. Allí comenzó el proceso que hoy ya cuenta con muy buenos ejemplares de cuatro y cinco años. Según confiesa, los resultados que se están produciendo exceden sus expectativas largamente.
De esa forma, el coto ha logrado cerrar el circuito incorporando genes seleccionados a su potrero de cacería, que hoy cuenta con machos que registran puntajes que van desde los 180 puntos, a más de 200 de acuerdo al sistema de medición del CIC.

Según me explica Jorge, aquellos cazadores que cazan machos de más de 200 puntos, pueden incluir en el paquete un macho selectivo en las áreas abiertas. No es improbable que en un futuro, el coto tenga que liberar algunos trofeos de genética al monte abierto, con lo que sumado a la selección por el rifle que ya realizan, ayudará a mejorar considerablemente calidad de los ciervos de la zona, cumpliendo con un rol activo en el manejo y conservación de la especie.   

martes, 7 de mayo de 2013

Los Tres Reyes Coronados de Africa





Por Eber Gómez Berrade


En África habita la mayor cantidad de antílopes en el planeta. Infinidad de especies y subespecies ampliamente distribuidas otorgan al cazador deportivo las más variadas posibilidades de acuerdo a sus preferencias y presupuestos. Los trofeos más buscados suelen ser aquellos conocidos como “antílopes espiralados”. Dentro de esta categoría, los tres preferidos por su elegancia y majestuosidad, así como por su desafío en el lance cinegético son el kudú, el nyala y el bongo. Reyes indiscutidos de las planicies, colinas y selvas del continente negro.
La categorización de “espiralados” obviamente no responde a una denominación científica sino que es una manera que tenemos los cazadores de agrupar a determinados antílopes por la forma de sus cornamentas. Del mismo modo a lo que hacemos con los ”cinco grandes” de la caza peligrosa, o los “diez pequeños” de los antílopes pigmeos, ya tratados en éstas mismas páginas.
Las especies que cuentan con la características de tener sus cuernos en forma de espiral son nueve: el kudú mayor, el kudú menor, el nyala común, el nyala de montaña, el eland, el eland gigante de Lord Derby, el bushbuck, el sitatunga y el bongo. Este grupo se divide en dos géneros taxonómicos distintos. Por un lado, el eland común y el eland gigante de Lord Derby que son parte de los Taurotragus, y el resto de las especies son parte del género Tragelaphus.
Solo el kudú menor, y los dos nyalas no poseen subespecies. El resto: eland, bushbuck y sitatunga cuenta con diferentes variedades de acuerdo a las áreas geográficas donde habitan. Así podemos encontrar por ejemplo, cinco subespecies de gran kudú: la del sur (Southern), la del Este del Cabo (Eastern Cape), la del Este de África (East African), la de Abisinia (Abyssinian) y la del Oeste de África (Western); y dos de bongo: el del este y el del oeste.
La elección por mi parte de estos tres reyes coronados no deja de ser arbitraria, pero aún así tiene una explicación. Tanto el gran  kudú, como el bongo y el nyala común pertenecen al mismo género (tragelaphus), son los de mayor porte (a excepción de los elands, claro), reinan en áreas diferentes y los tres sobresalen por su belleza, majestuosidad y carisma. Lo que provoca que cada uno de ellos figure primero en la lista de prioridades de acuerdo al área de cacería elegida.
Esto es así, especialmente en aquellos deportistas que sueñan con ir por primera vez a África. Para ellos, me atrevo a decir sin dudarlo, que el kudú aparecerá como número uno en el ranking.
Pocas veces he visto un animal que despierte tanta fascinación como este. Si uno se fija, verá que casi siempre es ubicado en el centro de las salas de trofeos. Esto se debe a su porte altivo, sus cuernos en forma de V, su pelaje y las figuras de su piel, que lo convierte en la atracción de todas las miradas. 
Pero como si esto fuera poco, su cacería representa también un gran desafío para el cazador. Por algo se lo conoce como “fantasma del bosque”.
El hábitat del kudú está muy extendido en todo el territorio africano. Sin embargo, las subespecies del sur y del este del Cabo, son las más buscadas por los cazadores noveles ya que se encuentran en Sudáfrica y Namibia, los países que conforman la puerta de entrada del continente, que es donde se desarrollan los típicos safaris de especies de planicie.
El nyala es un tanto diferente. La variedad común que habita el sur de Sudáfrica suele ser también una de las primeras opciones para el cazador, aunque según mi experiencia casi siempre se lo va a buscar una vez que ya se han obtenido las especies de planicie más populares. En cambio, la variedad del nyala de montaña entra en la categoría de especialidad. Aquellos que quieran cazarlo deberán dirigirse a las montañas de Etiopía, y deberán enfrentar un safari más largo, complejo y costoso.
Algo similar sucede con el bongo occidental. Este bellísimo animal se encuentra en las selvas del oeste y centro de África, y fue descubierto recién a mediados del siglo XIX. La subespecie del este, se distribuye en Kenia, donde está prohibida la caza deportiva.
La cacería de bongo, es también para aquellos que ya cuentan con alguna experiencia en el continente, aunque difiere muchísimo de los típicos safaris de la planicie. Para empezar se caza en temporada de lluvias, en medio de las selvas tropicales, siguiendo rastros frescos con la ayuda de perros y nativos pigmeos. El calor, la humedad constante y el no ver animales (solo huellas) la mayor parte del tiempo debido a lo frondoso de la jungla, convierten a esta cacería en una prueba de resistencia física y mental para el cazador arriesgado.  

Armas, calibres y municiones
La elección del arma para la caza de cualquiera de estos tres animales, debe ser acorde a los requerimientos para abatir ejemplares, de alto porte, de huesos grandes, a no muy larga distancia, y muchas veces con disparos que deberán darse entre ramas y espeso follaje como será el caso del kudú y del bongo.
Obviamente que podrá darse la circunstancia de encontrarlos en áreas abiertas, pero siempre es recomendable prepararse para el peor escenario posible, y esto es un antílope alerta metido bien adentro de un monte achaparrado.
Para este tipo de terreno es aconsejable el uso de rifles con cañones cortos, que no excedan las 22 pulgadas idealmente, y livianos ya que el rececho en todos los casos suele ser largo y a veces agotador.
Como dije, el perfecto mimetismo que estos animales tienen con el medio ambiente, hace muy dificultosa su clara visualización, por lo que lo último que uno desea, es que se vaya herido luego de haber efectuado el primer disparo. En estos casos (como en todos los demás, valga la aclaración), la identificación del punto vital de impacto es fundamental. En este sentido, se recomienda el uso de una mira telescópica variable de bajo aumento del tipo 1 a 4 X, que provea claridad al objetivo sin que complique la visual en la selva o en un monte cerrado de arbustos.
De acuerdo al tamaño y peso de estos antílopes, cualquiera de los calibres 30 pueden ser adecuados, desde nuestro clásico (y para mí demasiado liviano) 308 Win., hasta el 30-06, pasando por el 7mm Rem. Mag., el 300 Win. Mag. y el 338 Win. Mag. Sin embargo, me permito hacer aquí una diferencia en función de la velocidad del proyectil. En el caso del kudú y del bongo el factor común entre ambos será la “suciedad” del ambiente que se interpondrá entre el cazador y la presa. Ramas, follaje y troncos, ya sea tanto en el monte como en la selva, serán obstáculos habituales en estas cacerías. Esta característica hará que los tiros sean más bien de corta distancia, por lo que no son aconsejables los calibres muy veloces que pueden no ser suficientemente eficaces en escenario de esa naturaleza. Pero sí en cambio, trabajarán muy bien y serán una muy buena elección para el nyala, tanto el común como el de montaña.
Aquí, como siempre, vale la máxima sagrada de abatir la pieza al primer disparo. No sólo por deportividad, y para evitar el riesgo de una búsqueda larga y agobiante, sino también por qué no decirlo, por el costo de las tasas de abate que estarán en juego. Por esta razón, tampoco es de extrañar que el “todo terreno” 375 H&H Mag. sirva también perfectamente a los propósitos del cazador con alta aversión al riesgo.  
En cuanto a puntas, el peso dependerá del calibre elegido (desde 180 gr. a 300 gr. según sea el caso) cumplirán muy bien su cometido, pero recuerde que siempre deberán ser blandas, preferentemente de expansión controlada y naturalmente de primera calidad. Si a esto le sumamos un acabado conocimiento de las zonas vitales de impacto: corazón, pulmón y columna vertebral, el éxito de la cacería estará garantizado.   

El Gran Kudú, rey de la planicie
Es uno de los animales más apreciados por los cazadores occidentales como por los nativos africanos. Este fantasma de los bosques, está presente en casi todas las mitologías aborígenes del África subsahariana. Para los bosquimanos, por ejemplo, las marcas blancas que tienen en forma de “V” entre los ojos son las huellas dejadas por las manos de Dios al acariciarlo cuando admiraba su propia creación. Ernest Hemingway por su parte, lo eligió como un símbolo catalizador entre la búsqueda y el esfuerzo. En su libro “Las verdes colinas de África”, le dedica el capítulo denominado Acecho y Fracaso a su cacería en el Lago Manyara, en Tanzania, guiado por su amigo el legendario cazador blanco Philip Percival.
Nombre científico: Tragelaphus strepsiceros
Subespecies: la del sur (Southern), la del Este del Cabo (Eastern Cape), la del Este de África (East African), la de Abisinia (Abyssinian) y la del Oeste de África (Western).
Descripción: Es el antílope más alto después del eland, y el que tiene los cuernos más largos de todas las especies. La variedad del sur, posee el tamaño más grande de todos. La coloración de su pelaje varía desde un rojizo a un gris azulado, lo que junto a sus líneas blancas verticales en el cuerpo lo mimetizan perfectamente con el medio. Posee grandes orejas, unas inconfundibles marcas blancas entre los ojos y en sus labios, y una gran “barba” sobre la parte anterior del cuello. Sólo los machos tienen cornamentas, son gregarios y se mueven en pequeñas manadas o harenes de 2 a 3 hembras con sus crías. Los cuernos de los machos trofeos suelen formar perfectos tirabuzones terminados en puntas blancas orientadas hacia adelante.
Distribución: Debido a su alto grado de adaptabilidad, sus hábitats se extienden por diversos países africanos. La variedad del sur puede encontrarse en Sudáfrica, Namibia, Angola, Botswana, Zimbabwe, Zambia, Mozambique y Malawi. El resto de las subespecies se encuentran en Tanzania, Uganda, Kenia, Sudán, Etiopía, Somalia, Chad y República Central Africana.
Medidas corporales promedio: 135 cm de porte y unos 300 kg. de peso.
Hábitat de cacería: Su carácter tímido, alerta y elusivo hacen que prefieran la cobertura de bosques y matorrales cerrados. También suele encontrárselos en áreas de “kopjes”, orillas de ríos secos y en colinas bajas.
Características de su cacería: En la mayoría de los casos se suelen recechar siguiendo sus huellas una vez identificado un buen trofeo, o bien acechándolos en aguadas, ya que rara vez se alejan de una fuente de agua. Su alto sentido de alerta hace que sea muy dificultoso encontrarlos. Sus mecanismos de defensas van desde la huida hasta el mantenerse absolutamente quietos camuflados con algún matorral espeso. Las hembras de la manada suelen dar aviso ante un peligro por estar alertas y turnarse al abrevar o alimentarse. Generalmente es posible tener una buena vista de la cornamenta antes de decidir el disparo, lo que permite una correcta evaluación del trofeo tanto por parte del cazador como del profesional. 
Cornamentas récord en el Rowland Ward: En 1973 Carlo Caldesi recogió en el campo e inscribió una cornamenta de 73 7/8 de pulgada en el río Save en Mozambique, pero de los trofeos cazados, el más grande inscripto en el libro de récords corresponde alcanzó las 72 5/8 pulgadas obtenido por Roger Rohrer, cazado en Namibia.

El Nyala común, rey de las colinas
Este antílope es tan bello como característico. Similar a un bushbuck pero más grande, suele ser la opción elegida para un segundo safari de especies de planicie en el sur del continente. Desde hace algunos años, programas de cría exitosa llevados a cabo en numerosas granjas sudafricanas, lo han convertido en un trofeo muy popular entre los cazadores.
Nombre científico: Tragelaphus angasi
Subespecies: No posee.
Descripción: Cuenta con un pelaje largo y abundante desde la parte anterior del cuello hasta la panza y el inicio de las patas. Es de color marrón oscuro achocolatado, lo que le da una excelente defensa mimética con el ambiente. Tiene al igual que el kudú, marcas blancas entre los ojos y en los labios. Cuenta también con líneas verticales blancas en el cuerpo aunque a veces son menos marcadas que el kudú. Solo los machos poseen cornamenta, que tiene la característica forma de lira, con una o dos vueltas completas, terminando en puntas blancas. Los machos adultos suelen moverse en solitario, y los jóvenes en pares o en grupos de hasta treinta ejemplares.
Distribución: El nyala común es originario de las provincias sudafricanas de  de Kwa Zulu-Natal (ex Zululand) y Mpumalanga (ex Transvaal oriental), encontrándose también en Mozambique, Malawi, el sudeste de Zimbabwe y algunos ejemplares introducidos en Namibia.
Medidas corporales promedio: 106 cm de porte y 128 kg. de peso.
Hábitat de cacería: Habita en áreas montañosas y colinas subtropicales, moviéndose también por sabanas y pastizales.
Características de su cacería: Al igual que el kudú, se lo rececha cortando huellas o avistándolo desde la cima de alguna montaña. También de lo puede acechar en alguna aguada, ya que tampoco pueden estar mucho tiempo lejos del agua. Su agudo sentido de la alarma, hace que las situaciones de tiro sean rápidas y muchas veces imprevisibles.
Cornamentas récord en el Rowland Ward: Ejemplar cazado por Paul Phelan en Kwa Zulu-Natal en 1982, que alcanzó las 37 7/8 de pulgada

El Bongo, rey de la selva
Su coloración naranja y la dificultad para avistarlo, hizo que este antílope fuera un misterio para el hombre blanco, hasta bien entrado el siglo XIX. En 1860, el naturalista y explorador Paul du Chaillu lo llamó bongo por el nombre dado por los nativos de la tribu fanti. Sin embargo, se creen que hay registros de una especie similar que datan del año 1835.
Nombre científico: Tragelaphus eurycerus.
Subespecies: Existen dos, la occidental Tragelaphus eurycerus eurycerus, y la oriental Tragelaphus eurycerus isaaci.
Descripción: El bongo posee un inconfundible color naranja, con su piel atravesad por rayas blancas, una cornamenta en forma de lira más similar al nyala o al sitatunga. Como todos los de su género cuenta con grandes orejas, y una marca blanca entre sus ojos y labios. En este caso, ambos sexos tiene cuentan con cuernos, siendo más grandes y oscuros los del macho. Los machos viejos suelen ser solitarios, pero los jóvenes pueden conformar manadas con harenes de cinco o seis hembras.
Distribución: Los bongos occidentales se distribuyen en Sierra Leona, Liberia, Costa de Marfil, Sierra Leona, Ghana, Togo, Nigeria, Camerún, República Central Africana, Gabón y Sudán del sur. Los orientales, en las zonas selváticas de Kenia y alrededores como los Abardares y los valles del Monte Kenia. 
Medidas corporales promedio: 125 cm de porte y 225 kg. de peso.
Hábitat de cacería: Selvas lluviosas del centro y este de África, siendo el sur del Camerún, el mejor lugar para su caza debido al alto índice en su tasa de captura.
Características de su cacería: A diferencia del kudú y del nyala, el bongo raramente escapa veloz, sino que simplemente se aleja caminando despacio cubierto por el telón de hojas y ramas que dificultan la visión en plena jungla. En la mayoría de los lugares donde se los caza se utilizan a los legendarios rastreadores pigmeos, que siguen las huellas en medio del barro (se caza en temporada de lluvia), y quienes pueden identificar la presencia de un macho de tamaño interesante. Luego una vez cerca del animal, se utilizan perros que sólo detendrán la huida del antílope, cercándolo y provocando que éste los ataque, lo que da tiempo a la partida de caza de acercarse para evaluar la longitud y calidad del trofeo. Las situaciones de tiro son generalmente de muy corta distancia, con poca visibilidad dada por el denso follaje de la oscura selva que obstaculiza muchas veces el disparo. Todos los factores negativos de esta cacería como el calor, la humedad, los mosquitos, el cansancio, desaparecen mágicamente ante la excitación del encuentro con este legendario trofeo.
Cornamentas récord en el Rowland Ward: Encabeza la tabla de posiciones, la de 35 1/8 de pulgada recogida de un animal muerto por un león en 1990 en República Central Africana, y 34 ½ de pulgada la de un trofeo cazado por Julio Batista en 1980 en el Sudán.