lunes, 13 de febrero de 2012

Entrevista a Juan Carlos Joy - Memorias del último Tigrero

Por Eber Gómez Berrade


Juan Carlos Joy tuvo el privilegio de ser uno de los más afamados cazadores profesionales de Sudamérica. Argentino de nacimiento, se estableció en Paraguay en la década del sesenta y se dedicó casi exclusivamente a la caza del jaguar cuando aún estaba permitida. Fue el fundador de Tiger Hill Safaris, guió personalmente a renombrados cazadores internacionales y fue amigo de personajes casi míticos de la cacería vernácula como Marmolín y Hugo Pesce.

En un viaje a Asunción y gracias a los buenos oficios de mi amigo el escribano Fernando Túrtola, Secretario del Capítulo Central Paraguay del Safari Club Internacional, tuve la oportunidad de compartir una charla con Joy en la casa donde vive con su familia no muy lejos de la capital paraguaya.
Allí me encontré con un interlocutor lúcido que matiza sus anécdotas y recuerdos con un agudo sentido del humor. Fue de la partida también Francisco Jara, su asistente de toda la vida quien comenzó a trabajar con Joy siendo muchachito y hoy, que peina unos sesenta y pico permanece leal como esperando aún las ordenes del viejo cazador a quien considera “su padre, su hermano y su amigo” según me confió en un momento de la charla.

Joy en tercera persona
Nació en Tornquist, provincia de Buenos Aires en 1925. Desde chico recorrió el país junto a su padre que trabajaba en Cementos San Martin, y quien era aficionado a la caza menor. Por aquel entonces, el bichito de la cacería no lo había picado aún, ni mucho menos imaginaba que algún día iba a convertirse en un cazador profesional de jaguares. En un tigrero.
En 1945 su destino comenzó a definirse. Se radicó en Asunción, Paraguay y allí se afincó definitivamente adoptando al país vecino como propio.
A mediados de la década del ´60, Joy tenía una empresa de turismo, ansias de aventuras y ninguna experiencia en caza mayor. Sólo cazaba patos y perdices con amigos los fines de semana, hasta que un día uno de sus compañeros lo incitó a cazar un yaguareté en el monte. Naturalmente aceptó y como él mismo dice “se largó a cazar un tigre sin saber donde tenía la cola”. La experiencia fue un fracaso naturalmente. No vio ni huellas. La segunda vez, no le fue mejor. Recién al tercer intento dio con el esquivo felino y lo abatió de un disparo certero. A partir de ese momento su vida tomó el curso para la cual estaba destinada y comenzó a cazar casi un tigre por semana. Como era obvio, de ahí a convertirse en un cazador profesional estaba solo a un paso.
Joy comenzó a organizar la que sería su empresa y pensaba llamarla Joy Jungle Safaris. Hasta que un día conoció a Bill Pickett, un cafetalero de la zona de Pedro Juan Caballero oriundo de los Estados Unidos, y a Marcelo Rubinstein, un chileno gerente de la desaparecida aerolínea Braniff Airways. Ellos también estaban armando su propia empresa de cacería y lo invitaron a sumarse. Aceptó de inmediato y así, en 1964 se creó Tiger Hill Safaris, una de las compañías de cacería más famosas de América del Sur. Algunos meses más tarde se incorporaría Hugo Pesce el cuarto socio de la empresa. Pesce era cazador, fotógrafo y aventurero, y había llegado al Paraguay con intenciones de dedicarse también a la caza profesional. 

¿Cómo fueron aquellos comienzos de Tiger Hill Safaris?
Fueron tiempos de trabajo intenso pero muy apasionante. Lo primero que hicimos fue definir cómo iba a ser la operación. Bill Pickett tenía una propiedad llamada Colina del Tigre, en donde con Marcelo Rubinstein tenían la intención de construir un parador, una especie de lodge de caza, pero yo los convencí de que no era una buena idea. Un lugar fijo sería indudablemente nuestra muerte económica porque requería mucho personal durante todo el año y nosotros solo teníamos una temporada de cuatro meses. Les dije que teníamos que ir detrás del jaguar, y no esperar que el animal venga a nosotros. Primó mi opinión y decidimos hacer campamentos. Hicimos todo nosotros mismos, desde las carpas hasta los catres. Fue mucho trabajo pero nos permitió tener una gran movilidad y un relativo confort para los clientes.


¿Los campamentos tenían la misma estructura que los campamentos africanos?
Sí, aunque en ese momento no lo sabíamos. Nuestro campamento consistía en una carpa individual para el cliente, otra para mí, dos para el personal, una destinada a depósito donde guardábamos todos los pertrechos, y por supuesto la carpa cocina, la carpa comedor que era muy grande y tenía doble techo y pared con mosquitero. Las carpas se montaban formando un semicírculo en limpios del monte que solían hacer los indios en sus excursiones de caza. Recuerdo que muchos años después cuando vi la película África Mía, me asombró ver en una escena del campamento, las mismas cosas que teníamos nosotros: mesas, platos, jarros de loza. Era todo exactamente igual. Pero le juro que nos copiamos. A lo mejor se copiaron ellos…

¿Y ustedes tenían también tanto personal como se estila en África?
No que va. Además del cazador profesional, el personal consistía en un cocinero, un ayudante y mi asistente Francisco. Me acuerdo que un día un cliente me criticó el servicio porque estaba acostumbrado a los campamentos africanos que tenían mucho personal nativo y probablemente más confort, en cambio nosotros teníamos solo el personal indispensable.

¿Cómo consiguieron los primeros clientes?
Bueno al principio nos orientamos a la clientela de los Estados Unidos. Nos ayudó mucho en términos de promoción, haber participado en unos documentales llamados “La Pesca del Dorado en el Paraguay” y “La caza de la Perdiz en el Paraguay”, para el programa de la American Sportsman. Ambas películas tuvieron mucho éxito y en una de ellas participó el actor Richard Crenna (conocido años después por tener el papel del coronel en la saga de las películas de Rambo)
Eso nos dio un gran impulso en el mercado americano, hasta que Estados Unidos comenzó a aplicar la ley de protección de los “spotted cats”, que prohibía la caza del jaguar. Y a partir de ahí viramos nuestra clientela a cazadores españoles, italianos, franceses y belgas.


¿Cuánto tiempo duraba un safari promedio de jaguar?
Yo empecé haciendo safaris de 21 y de 15 días. Pero con el tiempo me di cuenta que con dos semanas era suficiente y podía tener dos clientes por mes. Lo que no estaba mal, teniendo en cuenta que la temporada comenzaba en Mayo y finalizaba en Agosto, es decir que teníamos sólo cuatro meses completos de actividad.

¿Supongo que los cazadores internacionales famosos que ustedes recibieron también eran una buena promoción para la empresa?
Sí claro, además de Richard Crenna, pasaron por Tiger Hill el Conde Sacha de Montbel, autor del libro “Grandes Cacerías”, donde nos menciona a Tony de Almeida que operaba en el Pantanal brasileño y a mí como los mejores cazadores de Sudamérica; el Dr. Nicolás Franco; y el español Valentín de Madariaga y Oya, que fue premio Weatherby en 1977, y quien ya para esa época tenía 265 especies cazadas. Todos ellos ayudaron también a la promoción de nuestra empresa en Estados Unidos y Europa.

¿Cómo conoció a Hugo Pesce?
Un día Hugo se presentó en mi oficina. Estaba recién casado y venía de un pueblo a orillas del Paraná en el que vivía su esposa, una bella joven y noble húngara a la que apodaban Bipsi. Me contó sus planes de montar un negocio de safaris, y en ese momento pensé que era preferible incorporarlo a la sociedad que tenerlo de competencia. Lo invitamos a participar y aceptó convirtiéndose en el cuarto socio de Tiger Hill. El se encargaba de la operación de cacería a tiempo completo. Era un hombre muy callado, buen organizador y excelente fotógrafo. Sin embargo un año después abandonó la sociedad para crear su propia firma de safaris. Nos separamos muy amigablemente y sin problemas. Dividimos las cosas que teníamos de acuerdo a lo que cada uno había invertido. Hugo se llevó lo suyo e hicimos un convenio en el cual estipulábamos que no podíamos molestarnos ni compartir áreas en un radio de 15 km a la redonda de donde estuviera cada uno, y además que ambos podíamos utilizar las fotos que teníamos en común. Tengo un gran recuerdo de él y de su familia.

¿Y Marmolín llegó a trabajar en Tiger Hill?
No, pero pasó un tiempo en nuestro campamento luego de conocernos.  Augusto Mármol se llamaba, y era un tipo excepcional aunque había días que se levantaba con la mufa y se peleaba con todo el mundo era un tipo excelente. Yo lo quería como a un hermano. Lo conocí en una balsa cruzando el río Paraguay. El volvía de Asunción con un amigo llevando un repuesto para su Citroën 2CV que se había quedado en el camino. Lo acerqué hasta su auto y se vino con nosotros hasta el campamento en la Aguada La Faye. Allí cazó puma y jaguar y rápidamente se convirtió en un gran compañero de cacería. Al poco, tiempo viajó a África donde estuvo cazando en Angola, Sudáfrica y Sudán, en donde tuvo el accidente de tránsito en una ruta que lo llevo a prisión. Finalmente cuando volvió a Argentina falleció al poco tiempo en una operación quirúrgica.

¿Cuénteme qué armas usaba para la caza del jaguar?
Hubo una temporada en la que los clientes podían traer sus armas, así que yo los esperaba en la Aduana y me hacía responsable del uso y devolución del armamento. Cuando cayó el régimen de Stroessner ya no se podía ingresar con armas así que los clientes usaban las nuestras. Tenía un 300 Weatherby Magnum que para el Jaguar es perfecto, es demasiado grande para el puma pero ideal para el jaguar. Yo lo usaba para la caza de espera a la noche.
Después tenía un Mauser argentino deportivizado que para mí era un arma perfecta en calibre 7,65. En esos días convertíamos las balas militares en hollow point y las usábamos con gran efectividad. Y por último también usaba un 308 Winchester como arma de respaldo.

¿Conserva sus rifles?
Sí por supuesto. Esos me van a acompañar hasta el cajón.

Bueno por las dudas llévese el 7,65 que anda bien para todo….
Si, uno nunca sabe lo que irá a encontrar del otro lado

¿Alguna vez tuvo un accidente?
Usted sabe que no. Nunca tuve un accidente con jaguares, ni con víboras, nada. Una vez sola con Francisco tuvimos un susto que no pasó a mayores.
Un día se me ocurre invitar a cazar a un oficial militar de la base aeronáutica de Nueva Asunción, llamado Julio. Nos metimos en el monte y encontramos un tigre que por los perros se subió a un árbol. Antes de darle la orden a Julio para que dispare, le tomé varias fotos y luego sí, le disparó cinco tiros con su rifle y balas militares. El tigre saltó como si nada, corrió unos metros y se subió a otro árbol. Le digo que le vuelva a disparar y  me dice que se había quedado sin municiones. Ahí nomás le doy mi Mauser a Julio, le vuelve a tirar y el jaguar finalmente cae al suelo. Cuando empezamos a preparar el lugar para la foto, le digo a Francisco -que nunca usó armas de fuego- que cortara unos yuyos con el machete. En ese momento el tigre se levanta y comienza a correrlo. Francisco corre en mi dirección y de repente me encuentro frente al tigre herido, armado sólo con mi cámara de fotos. Gracias a Dios pasó al lado mío y cayó muerto a  unos pocos metros. Al verlo levantarse Julio le había vuelto a disparar con el Mauser pero la bala picada no salió. A Francisco y a mí nos dio un ataque de risa por la tensión supongo, pero a nuestro pobre amigo le dio un ataque de pavura.  Tuvimos mucha suerte ese día.

¿Se acuerdo cuántos jaguares cazó?
Sí claro, en Tiger Hill se cazaron 50 jaguares, y de esos yo debo haber cazado unos 40 más o menos. El más grande que cacé pesó 120 kilos. Pero el record ha sido de 165 kilos.

¿Los jaguares de Paraguay son más chicos que los del Matto Grosso?
Sí, pero por un tema del ambiente. Yo no comparto la idea de que existe una diferencia biológica dentro de la especie. Para mí todos son iguales, lo que pasa es que los del Chaco Paraguayo son más pequeños por la falta de agua y diferencia de alimentación. Allí difícilmente alcancen los 130 o 140 kilos que tienen los del Pantanal, el Matto Grosso y los de la región oriental del Paraguay.

¿Y si hablamos de peligrosidad, donde ubicaría al jaguar comparado con el tigre de Bengala o los felinos africanos?
No, los jaguares no tienen gran peligrosidad según mi experiencia. Claro que tampoco son como los pumas. En general el jaguar trata de poner distancia y tiene que estar herido para que cargue a un hombre. No es como el tigre de Bengala o el león que son antropófagos. La dificultad radica en sacarlo de la selva.

¿Por último, cómo ve la situación de conservación actual del jaguar?
Y es preocupante, porque cada día se lo está arrinconando más. Pero no es un problema de presión de caza, sino de desaparición del hábitat. Es cierto que en las estancias de Paraguay y Brasil existen problemas de convivencia con el hombre debido a que a los jaguares les resulta más fácil cazar un ternero o un caballo que un animal salvaje, pero considero que el daño que se está causando a las zonas selváticas, la deforestación indiscriminada que se lleva adelante en varios países en el continente y el avance de las áreas de cultivo, son los mayores responsables de la situación que amenaza a la especie.

Publicado en VIDA SALVAJE (Enero- Febrero 2012)

martes, 7 de febrero de 2012

Safariland vs. Ker & Downey - Semillero de leyendas





Por Eber Gómez Berrade

Las compañías de safaris Safariland Ltd. y Ker & Downey, fueron las dos más emblemáticas de la historia de la cacería en África durante el siglo XX.
Ambas firmas se establecieron en Nairobi, Kenia y se disputaron -hasta la prohibición de la caza en ese país- a los mejores cazadores profesionales de la época, muchos de los cuales hoy se han convertido en indiscutibles leyendas de los safaris africanos.

Los profesionales que figuraban en sus planteles guiaron a infinidad de celebridades internacionales, actores, políticos, marajás, periodistas, escritores, nobles y aristócratas, algunos se convirtieron en personajes de literatura y otros ayudaron a realizar las películas de romance y aventura con las que Hollywood deleitaba a los espectadores de la década del 40 y 50.

Safariland Ltd.
Si bien no fue ésta la primera empresa de caza deportiva en Kenia, fue sin dudas, la más importante. Comenzó sus operaciones allá por 1920, justo cuando Kenia pasó de ser un protectorado para convertirse en una colonia del imperio británico. En realidad fue casi la continuación de otra empresa anterior: Newland & Tarlton Safaris que había cerrado sus puertas tres años antes. Leslie Tarlton había participado en el largo safari del presidente estadounidense Theodore Roosevelt, lo que le reportó gran prestigio y una exclusiva lista de clientes.
Cazadores de todo el mundo arribaban a las costas de Mombasa dispuestos a pasar uno o dos meses de safari recorriendo Kenia, Uganda o Tanganica. Era la época de los champagne safaris, muy acorde a los años locos que vivía el mundo una vez que finalizó la Primera Guerra Mundial. Ese período no iba a durar mucho tiempo. La crisis del 29 y -diez años después-, el estadillo de la Segunda Guerra Mundial iban a modificar la industria de safaris considerablemente.
De todas maneras, Tarlton supo aprovechar la bonanza económica y se preparó contratando a una especie de dream team de cazadores blancos.
En primer lugar eligió a sus colegas R.J. Cunninghame y Bill Judd quienes lo habían acompañado en el safari presidencial de Roosevelt en 1909. Junto a ellos contrató a Alan Black, considerado hoy como el primer cazador blanco que tuvo Kenia. Convocó a Philip Percival, amigo y guía personal de Ernest Hemingway, quien lo inmortalizó en su novela “Las verdes colinas de África”, con el seudónimo de Pop. 
El staff de Safariland contó también con John Hunter, autor de varios clásicos de la literatura de safaris como “Cazador Blanco” y “África virgen”. Fueron parte de la empresa también Arthur Hoey, Sydney Waller, Wally King, George Outram y Pat Ayre, quien guió a la actual Reina Isabel de Inglaterra en su safari cuando aún no había accedido al trono del imperio y mantenía el rango de Princesa. La lista de cazadores blancos que fueron contratados a lo largo de la historia de la empresa continua con Alastair Gibbs, Jerry Dalton, Vivian Ward, el Coronel Dickenson, Andy Anderson, Tom Murray Smith, el Barón Bror von Blixen-Finecke (esposo de la escritora Karen Blixen autora de “África Mía”), el Honorable Denys Finch-Hatton, (amante de la misma escritora), y Syd Downey, quien se convertiría con el tiempo, en el principal competidor de su propio empleador.
Muchos de estos cazadores se alistaron para combatir en la Guerra de 1939, pero la firma se las ingenió para atravesar ese período y resurgir con fuerza una vez terminada la contienda. A esas alturas, la compañía contaba con una gran estructura y con un típico organigrama empresarial. Uno de sus directores del período de post guerra fue nada más y nada menos que Jim Corbett, el legendario cazador de tigres de la India, y autor de “Las fieras cebadas de Kumaon”. Corbett se había mudado a Kenia desde su India natal en 1947 al mismo tiempo que los británicos abandonaban su posesión colonial más preciada, y allí permaneció hasta su fallecimiento en 1955.
Durante décadas, Safariland organizó enormes safaris para clientes excéntricos como el del Aga Kahn, líder de una secta ismaelita musulmana, quien en una de sus expediciones exigió un campamento de dos hectáreas, con una pista de aterrizaje de 2000 metros, y comodidades suntuarias para agasajar a sus más de 40 invitados. Un despliegue similar al requerido por los estudios de Hollywood cuando filmaban en locación en el bush africano.
Es así que Safariland fue la responsable de la logística de “Las minas del Rey Salomón”, protagonizada por  Stewart Granger y Deborah Kerr; y de “Mogambo”, que tuvo a Clark Gable, Ava Gardner y Grace Kelly como figuras estelares. Dos películas que marcaron un hito en los filmes de aventuras rodados en el continente negro.

Downey, el argentino

Hasta mediados de la década del 40, Safariland mantenía intacta su posición de liderazgo en Kenia. Sin embargo, al finalizar la guerra mundial, nuevos jugadores entraron al mercado ejerciendo una fuerte competencia, tanto en busca de clientes como de cazadores profesionales para contratar.
Sin lugar a dudas, la firma que se posicionó mejor en esta nueva etapa fue Ker & Downey Safaris Ltd., formada por dos socios con una visión tan clara del bush como de los negocios. 
Sydney Downey era argentino. O para ser más preciso Anglo-Argentino ya que nació en una estancia dedicada a la cría de ganado vacuno a unos 40 kilómetros de Buenos Aires en el año 1905. Su infancia y adolescencia la pasó cazando y montando a caballo en La Pampa, y fue aquí en nuestras tierras que surgió su gran pasión por la naturaleza y la caza.
Como era costumbre en la comunidad británica, fue enviado a Inglaterra para concurrir a la escuela en 1914. Allí permaneció hasta que cumplió los 19 años, cuando él y su familia se establecieron en Kenia para dedicarse al cultivo del café. Para ello la familia adquirió una plantación llamada Misarara Estate, ubicada al noroeste de Nairobi.
Como era de esperarse, el paisaje africano y la diversidad de fauna que contrastaba con la que hay en nuestra pampa húmeda, empujaron al joven Syd a convertirse inmediatamente en cazador. Pero no fue hasta el año 1927 que realizó su primer safari largo a orillas del río Mara, un área hoy conocida como el Masai Mara. Sus cualidades como cazador profesional lo llevaron a hacerse conocido internacionalmente, y a principios de los 30, ya tenía clientes provenientes de India, Dinamarca e Inglaterra.
Sin embargo decidió no ser freelance sino emplearse en una gran empresa outfitter, y naturalmente todos los caminos conducían hacia Safariland. Allí ingresó en 1933 bajo las órdenes directas de Leslie Tarlton.
Desde esa época Downey comenzó a trabajar con sus dos rastreadores negros: Gichuri un alto kikuyu de enorme fortaleza física que lo acompañaría hasta el año 1952 cuando la emergencia Mau Mau los separó definitivamente; y Mwangea, un orgulloso Kamba que se afilaba los dientes delanteros a la moda de los cazadores nativos, y de quien Downey aprendió muchas de las técnicas de caza que luego aplicaría con sus propios clientes.
Al estallar la guerra, Downey se alistó en el Segundo Batallón Etíope con asiento en Khartum, hoy Sudán. Años más tarde tuvo el raro privilegio de acompañar el Emperador Haile Selassie -descendiente directo según la tradición del Rey Salomón y de la Reina de Saba-, en su vuelta triunfal a Etiopía.
Con excepción del tiempo pasado en la guerra, Downey trabajó para Safariland hasta 1946, cuando se asoció con Donald Ker, otro de los grandes guías de caza de entonces.

Donald Ker
Nació en Gran Bretaña en 1905, y siendo pequeño se estableció con sus padres en Kenia. A los catorce años ya había cazado su primer león, y comenzó su actividad profesional cuando tenía alrededor de veinte. Sus primeros trabajos consistían en guiar expediciones de museos. El negocio marchaba muy bien, hasta que conoció al magnate Edgard Monsanto Queeney, presidente de la compañía de agroquímicos Monsanto. A partir de ese momento, el negocio marcharía increíblemente bien.  
Poco a poco fue ganando prestigio en la comunidad white hunters. En 1934 fue uno de los fundadores de la legendaria Asociación de Cazadores Profesionales del Este de África (EAPHA), y en 1958 se convirtió en su presidente.
Fue en 1936 que el destino lo llevó a conocer a quien sería su socio y amigo hasta la muerte, aunque el comienzo de la amistad estuvo lejos de ser auspicioso. En un safari en el área del Mara, más precisamente en las orillas del río Rupingazi, estaba acampando Downey cuando llegó Ker con un grupo de clientes. Al estar las instalaciones ocupadas, Ker no tuvo más remedio que levantar otro campamento a 8 kilómetros de allí. A los pocos días, ambos guías se encontraron tras una misma manada de búfalos. Por aquel entonces todo era libre y no había áreas delimitadas de cacería. La controversia se subsanó en un acuerdo de caballeros, pero no fue hasta que Ker elevó una queja formal a la EAPHA. Allí se estableció que como Downey había llegado primero al campamento tenía derecho a usarlo, y por lo tanto el que llegaba detrás debía buscar otro sitio para acampar. Esta discrepancia inicial finalmente se transformó en una gran amistad. Muchos años más tarde, cuando operaban varias empresas de safaris en Kenia,  Downey y Ker fueron fuertes impulsores de la creación de áreas y concesiones de caza en el país.
En 1939, al estallar la guerra, Ker -al igual que Downey-, se alistó en el ejército siendo designado como oficial del Escuadrón de Reconocimiento del Este de África.
En 1941 los británicos ocuparon finalmente Etiopía y allí ambos cazadores de uniforme se encontraron una vez más.  De hecho fue en un prostíbulo de Addis Abeba, capital de Etiopia donde entre otras cosas, Ker y Downey discutieron sus planes profesionales para cuando terminara la guerra. Downey quería volver a trabajar en Safariland, pero Ker, un poco más ambicioso no estaba de acuerdo. Lo quería a Downey como socio en una compañía de safaris. La guerra se extendió por cuatro años más, pero la semilla de la empresa más prestigiosa de safaris del siglo XX ya empezaba a germinar.

Ker & Downey Safaris Ltd.
Los inicios de la compañía fueron modestos. En 1946 se largaron a trabajar usando como  sede la casa de Ker en Nairobi. El staff estaba compuesto por ellos dos y por Frank Bowman, un colega y amigo de ambos. Sin embargo, un año más tarde, incorporaron a un nuevo socio, Jack Block. Un hombre de negocios que manejaba los hoteles más importantes de Nairobi. Eso y mudarse inmediatamente a un lugar mejor fue cuestión de minutos. Primero abrieron oficinas en el hotel Norlfolk y luego se mudaron al New Stanley.
Al igual que Safariland, ellos también querían tener entre su gente a lo más granado de los profesionales, y se generaban serias disputas entre ambas empresas por esta razón. Por supuesto, los guías también tenían alternativas, así que cuando no estaban conformes por algo, cruzaban la calle y se ofrecían en la competencia. Algunos de los profesionales contratados por Ker & Downey fueron Bill Ryan, Tony Henly, Harry Selby, John Sutton, Tony Archer, Fred Bartlett, Eric Rundgreen, Terry Mathews, John Kingsley-Heath, John Fletcher, Tony Seth-Smith y David Ommanney. Hoy con el paso del tiempo, puede decirse que ese fue otro dream team de leyendas. El primer gerente fue Ronnie Stevens y los directores fueron Jack Block y Sol Rabb.
Tanto Ker como Downey contaban con un prestigio personal muy alto. No solo como hombres de negocios sino como especialistas en el terreno. Ambos también supieron rodearse de celebridades y capitalizar las experiencias en beneficio de su propia empresa.
Los estudios de Hollywood los convocaron para la logística de varias películas y entre ellas, el film de United Artist, “The Macomber affair”, con Gregory Peck y que está basado en un cuento corto de Hemingway.
Fueron además amigos y guías de los cineastas Martin y Osa Johnson, trabaron una profunda amistad con Jack O´Connor, el editor de la revista Outdoor Life y ganador del premio Weatherby, quien realizó su primer safari en África y cazó su primer león en 1953 guiado personalmente por Ker.
Las experiencias del safari publicadas por O´Connor en la revista (más de una docena), tuvieron un impacto directo en las reservas de safaris de clientes norteamericanos deseosos de cazar en África. Tanto fue el efecto de la promoción, que la empresa decidió regalarle a O´Connor y a su esposa un safari a Tanganica como muestra de agradecimiento.
Ese mismo año, la empresa recibió como cliente a otro escritor americano, Robert Ruark. Para guiarlo eligieron a uno de los más jóvenes PH del staff, Harry Selby. Bueno, la historia es bien conocida a partir de ese momento. Selby se convirtió en una estrella al aparecer como héroe en los trabajos de Ruark. Ker & Downey se beneficiaron de esa popularidad que les acercaba  cada vez más clientes. Naturalmente Selby también se dio cuenta de eso y exigió una participación en el negocio, no como empleado sino como socio. La solicitud le fue negada. En pocas palabras, Selby renunció, creó su propia empresa, y luego de un tiempo, logró su objetivo al ser invitado a participar con sus viejos empleadores. Así nació Ker, Downey & Selby Safaris.

El auge de la cacería en Kenia se mantuvo por unos veinte años más. En 1956 había solo seis empresas de safaris en el país. Además de los dos colosos Safariland y Ker& Downey, operaban African Hunting Safaris de Mombasa, Lawrence-Brown Safaris, Lunan´s White Hunters y Big Game Hunting Limited.  
Donald Ker se mantuvo guiando hasta el año 1973 y murió en 1981. Downey continuó al frente de la empresa hasta 1974. Falleció en 1983.
En 1977 el gobierno de Jomo Kenyatta decidió prohibir la cacería en todo el país. Una prohibición que se mantiene lamentablemente, dando por terminada una era histórica para los amantes de los safaris. Muchos cazadores de la empresa emigraron a Botswana, Zambia, o Tanzania. Otros se quedaron en Kenia convirtiéndose en guías de turismo. 
Luego de la muerte de sus fundadores, la compañía siguió su curso utilizando el mismo nombre. En 1985 Hollywood contrató sus servicios para la filmación de la película “Africa mía”, de Sidney Pollack con Meryl Streep y Robert Redford. El guía designado por la compañía para este trabajo fue el cazador John Sutton.




Sin rastros de la caza
En la actualidad ambas empresas Safariland y Ker & Downey aún existen. Ambas tienen sus oficinas bastante cerca una de otra, sobre Karen Road, (calle llamada así en homenaje a Karen Blixen) en la ciudad de Nairobi.
Hoy Safariland está en manos de Robert y William Carr-Hartley, y está dedicada a safaris turísticos en muchos países del Este y Sur de África. Se especializa en viajes de luna de miel, vacaciones y turismo aventura.
Ker & Downey Safaris Ltd. por su parte, ofrece servicios similares exclusivos para turistas. De la vieja escuela solo queda Tony Seth-Smith, quien se incorporó en 1963 como cazador profesional, y hoy es uno de los guías turísticos del staff.
En la actualidad los folletos comerciales de ambas empresas hacen hincapié en su larga tradición de safaris, recuerdan las celebridades que pasaron por sus campamentos, exhiben orgullosas la lista de películas que Hollywood filmó junto a ellos. Sólo una cosa olvidan mencionar en sus comunicaciones promocionales: que alguna vez, -no hace tanto tiempo- fueron prestigiosas compañías de safaris de caza mayor. Una tradición de las que sus fundadores estaban más que orgullosos, y de la que ahora ya no queda el menor rastro.