Por
Eber Gómez Berrade
El
Honorable Denys Finch Hatton fue el epítome del cazador blanco de principios
del siglo XX en el continente negro. Inglés, de origen noble y egresado de Eton
College, poseía modales refinados y una gran cultura, pero tenía además un
prolijo conocimiento de su profesión, y una enorme pasión por la aventura. Guió
en safaris a lo más granado de la realeza británica, combatió en la Primera
Guerra Mundial y fue amante de la escritora Karen Blixen. Robert Redford lo
inmortalizó en el cine, a su manera, rescatándolo para la gran platea. Fue sin
dudas, un personaje irrepetible, un gentleman hunter, que marcó una época en
los safaris en África. Nada menos que la era dorada.
Finch
Hatton no tuvo una vida larga pero sí, muy intensa, y en un punto, paradójica. Fue
cazador blanco sólo durante seis años, pero dejó una impronta indeleble en la
comunidad de profesionales que perdura hasta hoy día. Nunca se casó, pero tuvo
amoríos con prominentes damas de sociedad en Nairobi. No escribió ningún libro,
pero hay muchos escritos sobre él. Se consideraba un pacifista, pero fue
condecorado con la Cruz Militar por sus servicios en combate durante la Gran
Guerra. Era calvo, los somalíes los llamaban “bedar” (el pelado), pero fue
interpretado por un rubio y pintón Redford, que hablaba con acento yanqui en la
película “Out of Africa” (o “África mía”, como se la conoció en estas tierras),
mientras el verdadero, tenía un acento muy inglés -típico de los egresados de
los colegios públicos- al que hoy le dirían “posh”. Tal vez la razón por la que
ha sobrevivido en la memoria, fue su personalidad. Más allá de las
características de su vida aventurera, Finch Hatton siempre fue muy querido y
respetado por todos: su familia, compañeros de escuela, amigos, amantes,
colegas y clientes. Era noble por sus ancestros, pero además se ajustaba a la
definición de nobleza de la que hablaba Ernest Hemingway, aquello de que ser
noble no es ser mejor que el otro, sino que es ser uno mismo cada vez mejor.
Una educación
aristocrática
Denys
George Finch Hatton nació un 24 de abril de 1887. Su padre Henry Stormont Finch
Hatton, fue el decimotercer Conde de Winchilsea. Su madre, Anne Codrington era
hija de un almirante de la flota británica, descendientes de veteranos marinos
que pelearon en la batalla de Trafalgar. Fue el segundo de tres hermanos. Tuvo una infancia feliz como
era de esperarse en gente de su clase, y en sus años de primera juventud, su
imaginación estuvo inflamada por las aventuras de los exploradores de fines del
siglo XIX. Libros de viajes, novelas, revistas, publicidades y anuncios
hablaban de tribus caníbales, parajes prehistóricos, y regiones en blanco en
los mapas del Imperio. Livingstone y Stanley se codeaban con personajes
ficticios como Allan Quatermain y Tom Sawyer. La aventura estaba de moda en
aquellos días.
Para
adquirir una educación superior, sus padres lo enviaron al Eton College, uno de
los más exclusivos de Inglaterra. Allí cultivó el placer de la lectura de
Shakespeare y los escritores románticos como Coleridge y Wordsworth, pero
también la afición por el deporte, como todo joven de la época. Se destacó en cricket,
fútbol y golf. Y además resultó ser un muy buen tirador tanto de rifle como de escopeta.
Cualidades que le serían muy útiles en el futuro.
Su
educación posterior lo llevó al Brasenose College en Oxford, donde no se
distinguió demasiado. Los amoríos con bellas muchachas, los deportes y los
amigos, le ocupaban toda su atención.
El descubrimiento de África
No
fue hasta 1910, a la edad de 23 años, cuando viajó por primera vez al
continente negro y descubrió que allí era donde quería estar. Desembarcó en Ciudad
del Cabo, Sudáfrica y luego de una breve estadía, se volvió a embarcar hacia
Mombasa, en el África Oriental Británica. En 1911 aún estaba aclimatándose a la
vida en esa parte de África, y ya había decidido que ese sería su lugar en el
mundo. Compró una propiedad en la margen occidental del Gran Valle del Rift, y
al año siguiente, se asoció con un amigo y compraron una cadena de almacenes
pequeños. Hasta 1914 se abocó a diferentes negocios, mientras exploraba nuevos
lugares y cazaba lo que se le ponía a tiro.
Eso
sí, el gusto por las mujeres, los deportes y los amigos no había cambiado.
Denys
fue miembro del Muthaiga Club de Nairobi, y estuvo entre los catorce que
participaron de la cena de inauguración en el año nuevo de 1913.
En cumplimiento del
deber
Al estallar la Primer Guerra Mundial en 1914, la población masculina, capaz de sostener un fusil, en las ciudades y pueblos diseminados a lo largo y ancho del Imperio Británico, se enlistó sin dudarlo en las fuerzas armadas para defender a su Rey y su país. Denys, naturalmente, fue uno de ellos. Al igual que su amigo el Honorable Berkley Cole. De hecho, Cole había estado al mando del regimiento del Noveno de Lanceros en la India, por lo que se le dio la tarea de organizar a tropas irregulares de nativos somalíes. Denys, claro se plegó a esta operación.
Los años de la guerra los pasó en servicio activo luchando contra las
tropas del general alemán von Lettow-Vorbeck en la frontera con la Tanganica
alemana. Fue condecorado con la Cruz Militar en 1916, algo bastante inusual
para la época, y poco antes del fin de la contienda, fue desplegado a Medio
Oriente, donde los ingleses combatían junto a tropas árabes, a los turcos del
Imperio Otomano, aliado de los alemanes.
Amores y safaris
Al
fin de la guerra en 1918, decidió continuar con sus negocios en Kenia, seguir
cazando y hacer nuevos amigos, muchos de ellos, cazadores blancos. Mantuvo amistad con los personajes
que hoy son historia pura. El decano Philip Percival, quien fue su mentor, Andy
Anderson, Alan Black, y el legendario John Hunter con quien cazó en Masailand.
Trabó amistad también con el hijo de Teddy Roosevelt, Kermit, un gran cazador
que acompañaba a su padre en expediciones y safaris, y al que conoció en su
misión en Medio Oriente. Entre sus nuevas amistades, hubo dos que marcarían su
futuro: el
Barón sueco Bror von Blixen-Finecke y su esposa, la escritora danesa Karen
Blixens. Con Bror no sólo compartían el
gusto por la caza, sino que un poco más tarde, también el amor por la misma
mujer.
De
hecho, la pareja se divorció en 1925, lo que allanó el camino para la relación de
Karen con Denys. Al poco de comenzar a salir, se mudó a la granja que ella
tenía al pie de las colinas Ngong. Fue ahí también donde estableció la
base para su nuevo negocio de safaris. Ese mismo año cumplía 38 años y dio el
gran salto. Tuvo su primer cliente, un estadounidense de apellido Maclean, a
quien guió en un extenso safari. Más tarde trabajó para la empresa Safariland,
guiando a potentados y aristócratas europeos. Cazó en Kenia, Tanzania, Uganda,
en la famosa selva de Ituri, y en el Congo. El cénit de su carrera lo alcanzó
en 1928, cuando lideró el safari del Príncipe de Gales, heredero al trono de la
corona británica, quien años más tarde sería el Rey Eduardo VIII (recordado por
haber abdicado al trono por el amor de Wally Simpson).
De
aquellos años, Karen recuerda en su libro “Out of Africa”, que Denys le enseñó
latín, y a leer la Biblia y los poetas griegos. Cuenta también que él sabía de
memoria grandes partes del Antiguo Testamento y siempre llevaba una Biblia en
sus safaris, lo que le valió el respeto de los nativos musulmanes.
Era
amante de la música y del arte en general. Cierta vez le regaló a Karen un
gramófono. Toda una novedad tecnológica para una granja en medio de la sabana
africana a mediados de los años 20. Karen aseguraba que Denys parecía un
caballero de los tiempos de los Estuardo. Un personaje isabelino que podría
pasearse tranquilamente junto a Sir Francis Drake sin desentonar, aunque
hubiera destacado en cualquier época de la historia del hombre.
La
pareja no sólo compartía la cama, la música y la literatura. La caza los
apasionaba también, y era frecuente verlos salir de safari con la sola compañía
de un criado kikuyu. Una noche, la noche de un cumpleaños de Denys, decidieron
ir en busca de dos leones que merodeaban la propiedad de Karen. Había luna
llena, pero las nubes y la llovizna la tapaban más de lo recomendable. A poco
andar, Karen que iluminaba el camino con una simple linterna de mano, descubrió
de repente a uno de los leones, parado, justo en frente. La sorpresa de esa
visión la petrificó, hasta que un segundo después la sacudió el sonido del
disparo del doble de Denys. El león cayó fulminado. Estaban recién en la mitad
de la tarea. Había que seguir buscando con la luz, al segundo. No lejos de ahí,
el otro león caminaba huyendo de la escena, hasta que se detuvo y dio vuelta la
cabeza. Otro disparo sonó, pero esta vez la bestia resultó herida, y la carga
fue inminente. El cañón izquierdo del doble de Denys volvió a tronar, y esa
vez, sí lo paró en seco. Había disparado a un león herido, en plena carga, de
noche y con la ayuda de un tembloroso haz de luz de una interna. Sin dudas, su
trabajo lo conocía muy bien.
Finch Hatton tenía entonces un Rigby en calibre .350,
un mediano a cerrojo, que con puntas blandas de 225 grains, era adecuado para
todo tipo de caza de planicie, e incluso veces lo utilizaba para leopardos y leones.
Tenía también un venerable Mannlicher austríaco en calibre 6.5mm, y por
supuesto un “stopper” para back up, un rifle doble hecho en Londres, marca Charles
Lancaster, en calibre .450NE (3 ¼), que utilizaba con puntas sólidas para
elefantes, búfalos e hipopótamos. En su armero tenía también una escopeta
inglesa del 20, que usaba tanto en África para tirar gallinas de Guinea, como
en Lincolnshire para faisanes y conejos.
Las malas lenguas en Nairobi,
decían que mientras salía con Karen, coqueteaba con una joven llamada Beryl
Markham. Beryl era todo un personaje. Bellísima e intrépida, fue entrenadora de
caballos de carrera y, más tarde, piloto de avión. De hecho, se convirtió en la
primera piloto que cruzó el océano Atlántico de Este a Oeste en solitario.
Se cree que fue Finch Hatton
quien inspiró a la joven Beryl a dedicarse a la aviación. Beryl realizaba vuelos
de correo y de avistamiento de fauna, algo que luego sería de uso común. Finch
Hatton también usó un avión para descubrir manadas de animales, identificar
áreas anegadas por las lluvias o buscar lugares para campamentos.
Al comienzo la Asociación de Cazadores Profesionales del Este de África (EAPHA), la legendaria organización y madre de las actuales asociaciones del presente, consideraba el uso de aviones como auxiliar de la caza era controvertido por considerarlo anti deportivo. Luego, Phil Percival, presidente de esa institución, accedió ante los argumentos de que el avistaje de manadas desde el aire, no infringía los estrictos códigos de ética cinegética por los que se regían los cazadores blancos.
Al comienzo la Asociación de Cazadores Profesionales del Este de África (EAPHA), la legendaria organización y madre de las actuales asociaciones del presente, consideraba el uso de aviones como auxiliar de la caza era controvertido por considerarlo anti deportivo. Luego, Phil Percival, presidente de esa institución, accedió ante los argumentos de que el avistaje de manadas desde el aire, no infringía los estrictos códigos de ética cinegética por los que se regían los cazadores blancos.
El Gypsy Moth y el fin
“Vamos
a visitar a las águilas”, solía decirle Finch Hatton a Karen, al llevarla a
volar en su avión biplano. Esos vuelos fueron unos de los recuerdos más
emocionantes y queridos que tuvo la escritora, y los relata maravillosamente bien
en sus libros autobiográficos. Volaban sobre el Serengueti, sobre el inabarcable
cráter Ngorongoro, sobre la ruta de los gnus o entre los pelícanos rosados del
lago Naivasha.
Finch
Hatton aprendió a volar en 1929 y en el verano de 1930, compró en Inglaterra su
propio avión, un de Havilland Gypsy Moth biplano.
Cuando
aún estaba afianzándose como piloto, y acostumbrándose a su nueva adquisición,
tuvo un accidente en la propiedad de su hermano, en Haverholme. En un despegue
arriesgado, golpeó la copa de unos árboles, dañando levemente el avión, pero
sin sufrir él ninguna lesión.
Casi
un año más tarde, el destino cambiaría irreparablemente, pero esta vez en
África. Una fresca mañana del 14 de mayo de 1931 despegó del aeródromo de Voi (cerca
del actual Parque Nacional de Tsavo), en busca de elefantes. Lo acompañaba su Hamisi,
su sirviente somalí. Según John Hunter, que casualmente estaba en la zona cazando
con un cliente estadounidense y fue testigo, a poco de despegar, Finch Hatton sobrevoló
la pista dos veces, y luego simplemente, cayó en picada hacia la tierra. El
biplano comenzó a incendiarse. Los dos tripulantes murieron en el acto. Fue
Hunter quien suspendió su safari y trasladó los restos de Finch Hatton a
Nairobi.
En vida, Denys había pedido que sus restos descansasen en las colinas
Ngong. Y así se cumplió su última voluntad. Sin embargo, su alma, o parte de
ella, quedó en Eton, Una parte que nunca abandonó esos claustros. El otro lugar
a donde también pertenecía. En uno de los puentes del colegio, hay una placa
que aún hoy lo recuerda. Dice “Famoso en estos campos, y por sus muchos amigos,
grandemente querido. Denys Finch Hatton 1900-1906”.
En Ngong, su hermano hizo erigir un obelisco sobre su tumba, y colocó una
placa con su nombre, y los años de nacimiento y muerte. Como epitafio, eligió una
cita del poeta inglés Samuel Taylor Coleridge, perteneciente a La Balada del
viejo marinero, que dice: “Reza mejor, quien mejor ama todas las cosas,
hombres, pájaros y bestias”. Se dice que
luego de su entierro, una pareja de leones solía echarse sobre su tumba cada
atardecer. Tal vez haya sido cierto. Tal vez no. Pero es una linda historia que
culmina con el nacimiento de una leyenda de la caza mayor en África, que
perdura hasta nuestros días.
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