Por Eber Gómez Berrade
Si hubiera que definir a Eduardo Barros Prado con
una sola palabra sería la de aventurero. Este brasileño, amante de la caza
mayor, la antropología y la exploración, alcanzó fama internacional a mediados
del siglo XX gracias a los libros que escribió sobre su expediciones en las
selvas del Amazonas y en las planicies de Africa. Sus trabajos fueron escritos
originalmente en idioma español y publicados en Argentina, casi todos por la
vieja Editorial Peuser de Buenos Aires. Con una pluma fluida y un tanto
ornamentada, sabía capturar el interés
del lector y trasladarlo a los lugares exóticos y salvajes por donde él mismo
había andado.
Barros Prado fue, entre otras cosas, capitán del
Ejército en el arma de Caballería, profesor de equitación, corresponsal de
guerra, etnógrafo, explorador, escritor y cazador.
Dueño de una personalidad cultivada y renacentista,
fue también controvertido y polémico, lo que lo convirtió en blanco de críticas
que ponían en duda la veracidad de sus hazañas en más de una oportunidad.
La primera vez que tomé contacto con la obra de
Barros Prado fue hace muchos años, cuando me encontraba organizando una
expedición en solitario a la selva amazónica. En aquel momento sus libros
fueron para mí de gran inspiración y una fuente de conocimiento que resultarían
de mucha utilidad en el terreno. Los años pasaron y en una
visita a la ciudad de Río de Janeiro, encontré en plena avenida Visconde de
Pirajá, en el coqueto barrio de Ipanema, la primera edición de un viejo
ejemplar de su libro inicial: “Yo vi el Amazonas”. Era una traducción al
portugués, realizada en 1952 por el Consejo Nacional de Protección de los
Indios a pedido del famoso mariscal Rondón para el gobierno de la República de
Brasil. La obra está prologada por el coronel Amilcar Botelho de Magalhaes,
asistente personal de Rondón y miembro del Consejo de Protección de los Indios.
El ejemplar en cuestión, además estaba firmado de puño y letra por el mismo Botelho
de Magalhaes. Una grata sorpresa extra para mi curiosa e inquieta pasión
bibliófila.
El hecho es que el prólogo de ese libro confirma
varios aspectos de la vida de Barros Prado, que de no ser por el conocimiento
personal que este funcionario brasileño tenía con el autor, parecería la
descripción de un personaje de ficción típico de una novela victoriana.
UN HOMBRE
DE MUNDO
La inquieta vocación viajera de Barros Prado y el
haber nacido a la par del siglo XX le brindaron la posibilidad de conocer a
personalidades de reconocida trayectoria de nivel mundial. En sus obras se
menciona la amistad que trabó con Ernest Hemingway, a quien conoció en España
durante la Guerra Civil y a quien luego acompañó en algunos de sus safaris por el
continente africano. Se dice que en El Cairo tomó contacto con el coronel T.E.
Lawrence (Lawrence de Arabia) y en Bombay con el mismísimo Mahatma Ghandi. En
sus viajes por Africa también conoció a Sir Baden Powell, creador del
movimiento Scout; al Dr. Albert Schweitzer, a quien visitó en su misión de
Lambarené; a Halie Selassie, el Rastafari y último emperador de Abisinia, y a
Donald Kerr, cazador profesional y propietario de la famosa compañía de safaris
Kerr & Downey de Nairobi. En Argentina, además conoció a Pedro Luro y Antonio
Maura, pioneros de la introducción del ciervo colorado en La Pampa; al escritor
escocés Robert Cunnighame Graham; y al aventurero Aimé Tschiffely,
quien aún hoy es recordado por la hazaña de haber recorrido el continente
americano montando su dos caballos criollos, Mancha y Gato, en
1929.
Ahora, sin dudas, la amistad que lo marcó más
fuerte fue la del general Cándido Mariano da Silva Rondón, mariscal y prócer
brasileño llamado “el apóstol de los indios” por sus investigaciones y
desarrollo de política de protección de los pueblos originarios de la cuenca
amazónica.
Rondón fue el primer director de la Oficina
Brasileña de Protección del Indio (FUNAI), identificó más de 200 tribus
desconocidas y participó en la expedición del presidente Teddy Roosevelt al Amazonas,
llamada “Expedición Roosevelt-Rondón”, en la que navegaron la totalidad del
curso del Río de la Duda, descubierto por el mismo Rondón y rebautizado como Río
Roosevelt a partir de esa excursión. En reconocimiento de su trabajo a favor de
los indios, el gobierno de Brasil denominó un estado amazónico en su honor:
Rondonia.
Que todos estos personajes se hayan cruzado en la
vida de Barros Prado no es casual, ya que la exploración, la caza y la
equitación fueron siempre un denominador común.
PRIMERAS AVENTURAS
Barros Prado nació en San Pablo en 1900, hijo de
una familia descendiente de fundadores de esa ciudad brasileña y de la ciudad
amazónica de Santarem. Su padre fue jefe de ingenieros en un regimiento del
Brasil y participó en parte de la construcción del gran Teatro Amazonas,
conocido como la Opera de Manaos, en pleno boom cauchero.
Siendo pequeño, sus padres se mudaron a una fazenda
en Manaos, donde comenzó su educación inicial de la mano, primero, de un
misionero cristiano, y luego de un tutor irlandés, que había pertenecido a los
famosos regimientos de Lanceros de Bengala, que los británicos desplegaban en
aquel entonces en la India imperial. Desde muy joven se sintió atraído por los
idiomas, y a temprana edad fue contratado como guía e intérprete de dialectos
indígenas en la expedición amazónica de Sir Alexander Hamilton Rice, patrocinada
por la Royal Geographical Society.
Una vez abandonada la casa paterna, Barros Prado
comenzaría un interminable peregrinar por el mundo entero. Estudió en los Estados
Unidos y se graduó como médico veterinario en la Universidad de Iowa.
En 1932, de vuelta en Brasil, tomó parte de una
revuelta militar en San Pablo, conocida como Revolución Constitucionalista,
entrando en combate en las localidades de Fundao, Ponte Brizola, Fazenda
Candoca hasta la retirada del grupo sedicioso en la localidad de Sorocaba.
Luego de la derrota, se vio forzado a exiliarse, y aceptó una invitación del
general Estigarribia, de Paraguay, para unirse al ejército de ese país como
voluntario en la Guerra del Chaco que mantenía con Bolivia. Allí llegó a
comandar un escuadrón de caballería compuesto mayormente por voluntarios
extranjeros. Fue herido, y convaleciente en el hospital recibió una
condecoración junto al grado de capitán de caballería.
Un nuevo viaje a los Estados Unidos lo encuentra
trabajando en diversas actividades: en astilleros en Nueva Orleans, como
vareador de caballos en Kentucky, empleado en la fábrica Good Year y como doble
de riesgo en Hollywood, en donde ocupó el papel de Errol Flyn en algunas de las
escenas ecuestres en la película “La carga de la brigada ligera”.
GUERRAS, SAFARIS Y CABALLOS
Luego de estas variopintas experiencias de vida,
viajó a Africa y cubrió la invasión de las tropas de Mussolini en Abisinia como
corresponsal de guerra. Después de la derrota de los fascistas a manos del
emperador Halie Selassie en 1941, abandonó Abisinia y se dedicó a viajar y a
trabajar como cazador profesional en el Congo Belga, Kenia, Angola, Rhodesia
del Sur y Ruanda.
Al finalizar su periplo, se embarcó hacia el puerto
de Santos, en Brasil, donde pasó unos ocho meses en Sao Borja, y luego siguió
su derrotero hasta Buenos Aires, donde se dedicó al polo y la equitación. Según
asegura Magalhaes en el prólogo de “Yo vi el Amazonas”, en esa época Barros
Prado colaboró en su tiempo libre en dos revistas literarias y una dedicada a
asuntos de equitación. Y luego de una temporada en la ciudad de Buenos Aires,
se instala en la localidad de San Miguel donde se desempeñó como profesor de equitación
y polo en el Campo Hípico “El Tato”.
En la década del 50 volvió a los Estados Unidos y
posteriormente Africa, para realizar un safari de 26 días de donde proceden sus
relatos del libro “El último safari”. Allí narra diversas cacerías de leonas,
rinocerontes y búfalos, y lleva una cuenta pormenorizada de los personajes con
los que se cruza en su camino.
JIBAROS Y
AMAZONAS
La obsesión de Barros Prado por la exploración
selvática y el contacto con tribus desconocidas lo llevó a seguir los pasos de
Bonpland, Agazzis,
Teodor Koch-Grünberg, Charles Marie de la Condamine, Spruce, Darwin y Hamilton
Rice. Todos famosos exploradores amazónicos de renombre, a los que admira y no
pierde oportunidad de mencionar en la mayoría de sus libros.
Entre 1949 y 1950 realiza una expedición en
territorio jíbaro, donde asiste a las ceremonias de reducción de cabezas. Los
fondos para financiar la travesía, según cuenta el mismo Barros Prado,
provinieron de la venta de un campito de su propiedad en la localidad
bonaerense de General Pacheco. Con ese dinero y sin ayuda oficial se largó
hacia Iquitos, en la Amazonía peruana, para efectuar la expedición que
relataría con lujo de detalles en uno de sus libros. En 1957 vuelve a la gran
selva a bordo del yate Victoria, propiedad de su hermana, para recorrer el
curso amazónico desde Iquitos a Manaos, esta vez más como cronista que como
explorador.
La rigurosidad periodística y los datos históricos
fueron los ejes centrales de sus escritos. Siempre con la selva como telón de
fondo, y como protagonistas de la obra un sinnúmero de historias de vida de
personajes ignotos que viven a la vera del gran río o en medio de los montes
matogrocenses. Todo mezclado, claro, con relatos de caza de jaguares, panteras
negra, catetos, maracayás, susuaranas, capibaras y antas. De esa etapa son los
libros “La atracción de la selva” y “Yo viví con los jíbaros”.
En sus expediciones convivió con kayabíes,
kalapalos, parintintín, xavantes y varias otras tribus. Pero, sin dudas, fue su
estancia entre las icomiabas o amazonas la que más repercusión tuvo en su
carrera de divulgador.
Barros Prado realizó tres expediciones en su
búsqueda, guiado por la antigua leyenda. No la que cuenta Heródoto en su
historia y que refleja la mitología griega, sino la que los conquistadores
españoles del siglo XVI establecieron al descubrir una nación de mujeres
guerreras en plena selva, por lo que bautizaron a ese gran río/mar como “río de
las amazonas”.
En realidad, lo que Barros Prado encontró y que se
cree que fue lo que vieron los españoles, no resultó otra cosa que una tribu
matriarcal denominada icomiabas que habitaba las inmediaciones del río Ñamundá.
EN BUSCA
DE EXPLORADORES PERDIDOS
Otro aspecto característico de la vida aventurera
de Barros Prado fue su disposición para buscar exploradores perdidos en la
Amazonía. Naturalmente, sus conocimientos de las selvas sudamericanas lo
habilitaban para esa tarea, pero sin dudas fue una inclinación por el mito
victoriano de las tribus perdidas de hombres blancos surgida de la imaginación
de escritores como Sir Arthur Conan Doyle o Henry Rider Haggard, lo que lo
llevó a internarse en la maraña en busca de dos aventureros franceses,
desaparecidos en plena selva sin dejar rastro alguno.
Al igual que lo ocurrido con Livingstone en África
a fines del siglo XIX y el coronel Percival Fawcett en el Matto Grosso a
principios del siglo XX, la noticia de la pérdida de contacto de un piloto
francés llamado Redfen, y del explorador y ex maquis Raymond Maufrais en la
selva de Guayana, alentó las más diversas y fantásticas teorías acerca de sus
destinos. Asegura Barros Prado en uno de sus libros, que la colectividad
francesa en Río de Janeiro le solicitó organizar una expedición para ir en
búsqueda de los desdichados compatriotas, lo cual hizo pero sin ningún éxito.
Perderse en la selva no es tarea difícil. Incluso
el mismo Barros Prado extravió su rumbo en el Alto Xingú a principios de la
década del 60, pasando 42 días sin provisiones y con la sola compañía de su
perro Shaboo en las inmediaciones del Río das Mortes. Finalmente fue
rescatado sano y salvo pero con marcados signos de desnutrición.
Barros Prado pasó sus últimos años en Buenos Aires.
Según cuentan amigos que lo han conocido personalmente, tenía una personalidad
agradable, estaba siempre bien dispuesto a contar historias en un portuñol
bastante aporteñado, y mantenía una impresionante colección etnográfica
recolectada en sus innumerables expediciones selváticas. Se desempeñó por un
tiempo como funcionario del Estado argentino en temas de turismo, y hay quienes
recuerdan aún su fallida participación en la organización de una cacería de
ciervos colorados en la Patagonia argentina, en honor al príncipe Abdul Reza
Pahlavi, hermano del Sha de Persia en la década del 70.
En noviembre de 1979, la mayor parte de su
colección etnográfica se subastó en la casa Guerrico. Arcos, flechas, lanzas,
cerbatanas, bordunas, tocadas de plumas, alfarería e innumerables artículos
tribales fueron rematados, y comprados por un oferente bajo sobre que, dicen,
se llevó todo a los Estados Unidos. Algunos años después Barros Prado fallecía
en Buenos Aires.
La ausencia de material fotográfico en algunos de
sus libros alimentó la suspicacia sobre la veracidad de algunas de sus hazañas
y experiencias. Lo cierto es que la colección antropológica que supo recolectar
y la precisión de sus relatos, descripciones y memorias en cada una de sus
obras, no sólo inspiran y entretienen al lector que se acerca a sus libros,
sino que lo deja con la íntima certeza de que el explorador y el cazador que
escribe efectivamente ha estado allí.
SUS LIBROS
Eduardo
Barros Prado publicó siete libros en idioma español, cinco de los cuales fueron
editados por la casa Peuser de Buenos Aires. Sus obras también fueron
traducidas al portugués, inglés, francés y alemán. Algunos de estos títulos
fueron “I lived among the Amazons”, “The lure of the Amazon”, “Glückliche Jahre am
grossen Stroms”, “Eu vi o Amazonas”, “J´ai vu l´Amazone” y “Aventures en Amazonie”.
“Yo vi el Amazonas” (Talleres Gráficos Dordoni
1948): Narra su temprana educación en Manaos bajo la
tutela de un misionero y un militar irlandés miembro de uno de los legendarios
regimientos de Lanceros de Bengala. El libro es una colección de relatos de
personajes y experiencias de vida en el Amazonas.
“La atracción de la selva” (Peuser 1958): Incluye
aventuras, relatos de cacerías y búsqueda de exploradores perdidos en la selvas
de la Amazonia y el Matto Grosso.
“Yo viví con los jíbaros” (Peuser 1959): Es
una colección de historias y personajes que el autor va encontrando en un viaje
en el barco Victoria propiedad de su hermana. En cada puerto, desde Iquitos a
Manaos, cuenta diferentes historias de vida que muestran su calidad como
cronista y curioso escritor.
“El último safari” (Peuser 1963): Relatos
de cacería y apuntes de viaje de su safari por Sudán, Congo, Sudáfrica, Kenia y
Rhodesia a fines de la década del 50.
“Matto Grosso, el infierno junto al paraíso”
(Peuser 1968): Raconto de sus expediciones por el Río das Mortes,
exploraciones por el Alto Xingú y su encuentro con las tribus xavantes.
“Amazonas un mundo extraño” (Peuser 1968): Es
la continuación de las expediciones por el Matto Grosso, con historias de vida
de indígenas y exploradores, así como de algunas investigaciones antropológicas
llevadas a cabo por el autor.
9 comentarios:
Eduardo Barros Prado era mi abuelo paterno. Su historia es mucho más compleja de lo que contam las biografias. El ha muerto en 1984, después de vivir mas de 40 anos en Argentina. Un saludo desde Italia. Jaques Delgado
Conocí personalmente a Eduardo Barros Prado, quien cariñosamente me consideró su hijo adoptivo, aunque cordialmente, debido a mi barba me llamaba Rasputín. Siento alegría al leer a otros autores comentando acerca de su vida. Eddie, vive presente en mi corazón de aventurero y poeta. Estoy abierto a intercambiar recuerdos, conentarios, anécdotas, etc. con quien lo desée. Mi Correo es: e.j.malinowski@gmail.com Cordialmente Eduardo
Barros Prado, en algún momento, vivía en un departamento en la ciudad de Buenos Aires que no se distinguía especialmente por fuera, pero que por dentro recreaba los medios selváticos que su morador habia frecuentado. Tenia dos perros de raza Airedale Terrier que hacian parte del conjunto. Decia que los perros se adaptaban a todas las circunstancias y que podian vivir donde su propietario lo hiciese. Era una persona sumamente afable y entretenida. Sin duda, alguien que mereceria un recuerdo mas extendido y, tal vez, el aporte de sus familiares y conocidos.
Curiosamente, en la detallada biografía de Edddie, se omite un curiosidad; si bien en un párrafo se dice que había sido funcionario del estado nacional, no se menciona en qué. A mediado de los años '50, fue designado interventor en el Mercado de Hacienda (el "mercado de Liniers"). Yo un adolescente que había dejado incompleto el bachillerato, me entrevisté con el en su despacho del mercado, ubicado en el nacimiento de la Avenida del Corrales, allí donde se yergue la estatua de El Resero. Fui por indicación de mis padres que tenían amistad con el y me recibió muy cordialmente junto a su perro, un grandote Airdale Terrier. Afortunadamente, no cuajó el pedido y pocos años después, en 1959, me inicié en el periodismo, profesión que ejerzo hasta hoy.
He tenido el privilegio de haberlo conocido durante una visita que le hice en su departamento del barrio de Belgrano en Bs As En esa oportunidad previa a un viaje que hice a Manaoa me recomendó visitar a su hermana en esa capital de Amazonas Tuve un grato encuentro donde conocí también a su sobrina artista pintora de temas de la selva y a su esposo que era odontólogo Entre varios paseos que compartí con esos apreciados y amables miembros de su familia recuerdo haber asistido al teatro Amazonas a una exposición de cuadros realizados por su sobrina que expresaba el mismo amor por la selva que su simpático y valiente tímIdo Eduardo INOLVIDABLE...
Muchas gracia a todos por sus valiosos comentarios.
Seguramente con la información que cada uno de ustedes dispone, se podría actualizar esta modesta biografía del querido Eduardo Barros Prado. Sería un placer hacerlo.
Quedo siempre a vuestras órdenes.
Eber Gómez Berrade
(gomezberrade@gmail.com)
Estimado sr. Gómez Berrade: He leído con mucha emoción su semblanza sobre Eduardo Barros Prado, la cual es muy acertada en su breve resúmen. Conocí a "Eddie" en Buenos Aires donde cumplí con el servicio militar en el Regimiento de Granaderos, en 1973. Peso a mi juventud y que Eddie tenía 72 años, me animé a hacerle una visita en su depto de la calle Olazábal, a menos de una cuadra de la Avenida Cabildo. Había leído dos de sus libros y, siendo de Córdoba, no quise perder la oportunidad de conocerlo. Lo visité en muchas oportunidades en que me alojaba en su casa. Las conversaciones eran interminables. En el año 1976 me visitó en Ascochinga, sierras de Córdoba, durante el mes de diciembre, donde disfrutó de los aires serranos y nos entretenía con mil anécdotas que mis padres y yo disfrutábamos mucho. Fuimos amigos hasta su fallecimiento en la Ciudad de Posadas, Misiones, el 26/10/1982. Hacía menos de un año que se había mudado allí con su esposa Ada. Conservo más de 100 cartas que intercambiamos durante 9 años de esa cálida amistad que él tan bien sabía compartir. Rodolfo Stöck - Ciudad de Córdoba, Argentina.
Al leer los comentarios siento un poco de envidia (de la sana) de todas esas personas que han tenido la oportunidad de conocerlo. Personalmente, lo conocí a través de su libro "La atracción de la selva" que llegó a mis manos luego de explorar la vasta biblioteca de mi abuelo materno. Siendo todavía adolescente, sus relatos acompañados de maravillosos registros fotográficos me permitió vivir esas innumerables aventuras y desventuras de la selva amazónica. Con el tiempo, conseguí otros de sus libros a fuerza de recorrer viejas librerías, siempre con la sensación de encontrar un tesoro olvidado en esos estantes.
Gracias por esta biografía!
Saludos!
Interesante la biografía y los comentarios, incluyendo el de Neira a quien conozco de la revista Parabrisas. Llevo 15 años realizando un viaje anual con pescadores deportivos argentinos a Amazonas. Desde entonces he leído, no una sino 10 veces, los libros de Barros Prado. Lamentablemente en Manaos, donde paro una vez por año, es desconocido, incluso para los historiadores. No tengo nada para aportar, pero me ofrezco a la difusión (33 años de periodista de pesca) si arman algún libro, bio, nota, etc. Felicitaciones a todos.
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