lunes, 1 de septiembre de 2014

¿Por qué matar animales para protegerlos? y otras paradojas de la caza


Por Eber Gómez Berrade

¿Por qué la caza ayuda a la conservación?. ¿Cómo se explica que para proteger a un animal haya que matarlo?. ¿Qué necesidad hay de divertirse matando animales por deporte?. Son preguntas que requieren respuestas coherentes y bien fundamentadas. Afirmaciones tales como: La caza extingue a los animales; los furtivos son cazadores igual que los deportivos, o todos los ecologistas están en contra de la caza, son aseveraciones que parten de premisas erróneas y generan confusión en el común de la gente.

La caza deportiva enfrenta grandes desafíos para sobrevivir en un mundo cada vez más hostil. El principal riesgo de esta actividad subyace en la ignorancia de la opinión pública general que avanza inexorablemente. El peligro acecha en aquellos que desconociéndolo todo, llegan fácilmente a conclusiones reduccionistas, formándose opiniones absolutamente equivocadas.  Muchas veces las argumentaciones en contra de la caza se fundamentan en lo que -a falta de un análisis serio-, parecerían simples paradojas. Otras veces, se esgrimen conclusiones que a primera vista parecen verdades insoslayables.
A continuación algunas reflexiones que podrán ser de ayuda a la hora de debatir con argumentos, el rol que tiene la caza deportiva en el mundo de hoy.

La semántica no ayuda
Probablemente a alguno le haya pasado que alguien ha confundido su actividad como cazador con el furtivismo. Las noticias si no están bien comunicadas ayudan a generar confusiones. Sin ir más lejos, el 14 de Junio pasado, los medios de prensa internacionales se hicieron eco de la noticia de que fue encontrado muerto Satao, uno de los últimos elefantes con grandes colmillos que quedaban en el Parque Nacional Tsavo, en Kenia. Este impresionante macho nació alrededor de año 1960 y poseía colmillos cercanos a las 100 libras. Fue envenenado por cazadores furtivos, quienes le extrajeron los colmillos y dejaron su cuerpo para alimento de hienas y buitres. La madre de las confusiones, está en que los que mataron al pobre Satao fueron furtivos, no cazadores, ya que no hay cazadores deportivos en Kenia desde hace más de treinta años.
Está claro que la lengua castellana es riquísima. Sin embargo, el idioma inglés muchas veces es más conciso y eficiente al momento de lograr una definición exacta de un término particular. Y uno de los ejemplos más paradigmáticos, se observa en los términos relacionados a la caza y todas sus variantes.
A las pruebas me remito. En inglés “hunting” es caza deportiva, “poaching” caza furtiva, “culling” caza de regulación, “whaling” caza de ballenas, “cropping” caza de un ejemplar para preservar cultivos, y “trapping” caza comercial con trampas. A un angloparlante le resulta mucho más fácil entender las diferencias de cada actividad. En castellano en cambio, el común denominador de todas estas acepciones es el prefijo caza. Si alguien lee sobre cazadores furtivos, de ballenas o de focas, entenderá que se trata de cazadores. Y ahí radica el error. No hay mucho que podamos hacer al respecto, más que conocer estos datos y si la oportunidad lo amerita, explicárselos a nuestro interlocutor de una manera cordial.

Matar por deporte
Nada hay más desconcertante que cuando en una conversación amigable, nuestro interlocutor nos increpa a boca de jarro, diciendo “yo no sé cómo alguien puede matar por deporte”. Dicho así, poco queda por responder, más que aceptar que uno padece alguna clase de patología sadística. Decir que el gran filósofo español Ortega y Gasset afirmaba que no se caza para matar, sino que se mata por haber cazado, muchas veces no se entiende y otras veces no alcanza.
Como explicar entonces con un cierto grado de coherencia, que para nosotros no es lo mismo cazar un trofeo que recorrer 18 hoyos en un course de golf.
De nuevo, el origen de esta confusión proviene de una interpretación errónea del idioma inglés. A partir de mediados del siglo XIX en la Inglaterra victoriana, era común denominar a un cazador como un “sportsman” y a la cacería decirle “sport” o “wild sport”. Prueba de ellos son algunos títulos de libros escritos por reconocidos cazadores-exploradores británicos de aquellas épocas, tales como “The wild sports of Southern Africa”, escrito por William Cornwallis Harris; o “Sport and Travel”, un clásico de Frederick Courteney Selous. Está claro que ambos escritores hablaban de cacería, no de sus aventuras jugando criquet o rugby en el continente africano.  El significado que ellos le dan a la palabra “sport”, no tiene que ver con la diversión ni con la competencia, sino que está relacionado con la acepción de la nobleza y la caballerosidad que exige el juego limpio. Sport en inglés, es darle una oportunidad de igualdad al adversario (humano o animal), es ejercer la nobleza que obliga al noble a respetar el juego limpio. Ser un “good sport”, es ser un buen perdedor, alguien que no se queja frente a un resultado adverso.
Esta distinción caballeresca llegó a ser tan importante en la Inglaterra imperial, que a falta de un título de nobleza, profesional, o de un grado militar, los caballeros solían agregar en sus tarjetas de presentación la palabra “sportsman” luego de su nombre.
La traducción al castellano de “sportsman”, es naturalmente deportista. Por lo tanto cuando hablamos de “sport hunting”, hablamos de caza deportiva, pero el error, es asignar a esa palabra el significado moderno relacionado a diversión y competencia. Todos sabemos que en la cacería, de existir algún grado de competencia, es sólo contra uno mismo y jamás contra el animal. Obtener el trofeo buscado, no equivale a hacer un gol ni a marcar un try. La satisfacción de haber cazado, poco tiene que ver con la alegría que causa derrotar a un equipo contrario. Esto que está muy claro para todo cazador que se precie, no lo es tanto para el profano que ignora los sentimientos que generan nuestra actividad y por simple desconocimiento, está más propenso a arribar a conclusiones radicalmente equivocadas.

Todo está en peligro de extinción
El desconocimiento de aquellos que no están interesados en temas de conservación, pero que despliegan temerariamente ceñudas opiniones, formadas a la luz de documentales de televisión, hace que muchas veces se decreten en mesas de café, de manera arbitraria y generalizada, el peligro de extinción en especies que no lo padecen.
Recuerdo que en la edición 175 de VIDA SALVAJE de Junio de 2012, escribí un artículo titulado “No está prohibido cazar elefantes”, que se centraba en el estado de conservación de esa especies africana, en función de la inmensa cantidad de tonterías que se dijeron desde los medios de comunicación de todo el mundo a partir del incidente con el Rey de España, que se suscitó cuando se dio a conocer que -a partir de una accidente que tuvo en un safari- estaba cazando elefantes en Botswana en compañía de su amante. Aclaro que el rey abdicante, ha venido cazando elefantes durante muchísimos años, con los dos outfitters más grandes que tenía ese país hasta el año pasado, en que se prohibió la cacería. El rey fue acusado de matar animales en peligro de extinción, de dilapidar fortunas de las arcas del reino y varias cosas más. Para empeorar la situación, al salir de su internación por la cirugía de la fractura que tuvo, él mismo dijo que había cometido un error y que no lo volvería a hacer. Errores hubieron muchos, sin dudas, pero si algo se le puede reprochar desde el punto de vista moral, es el hecho de tener una amante, no de cazar elefantes legalmente. 
Por supuesto que hay especies en peligro de extinción, y que cuentan con una categoría de protección total. Son las que el CITES incorpora en su Apéndice I. Allí están los gorilas, los tigres de Bengala, los jaguares, los huemules, los ciervos de los pantanos, los osos pandas, y un más o menos largo etcétera. Luego ese organismo, dispone de dos apéndices más que categorizan los niveles de protección, el Apéndice II y el III. Allí se establece si se pueden o no cazar cada especie, se establecen cupos y cuotas de captura, se definen temporadas de caza, y se establecen normas para el tráfico internacional de fauna y flora, así como de trofeos de caza.
Naturalmente que, de CITES para abajo, cada país y cada estado o provincia tiene el derecho de proteger un determinado recurso a su mejor saber y entender. Como escribió magistralmente Hans Kelsen en su clásica obra “Teoría pura del Derecho”, toda norma obtiene su vigencia de una norma superior, lo que da sustento al ordenamiento jurídico en base a una jerarquía normativa.
En otras palabras, si CITES prohíbe la caza de una especie, ningún país, ni estado provincial puede habilitarla. Ahora si CITES la permite, y un país decide prohibir la caza de esa especie, entonces tendrá todo el derecho de hacerlo.

Es la economía, estúpido!
Estas famosas palabras dichas por Bill Clinton en plena campaña presidencial, se hicieron muy populares, no sólo por el contexto en el que fueron dichas, sino porque reflejan con exacta crueldad, la importancia que la economía tienen en el mundo de hoy.
Cuando tengo oportunidad de dar conferencias o dictar clases en alguna universidad para hablar sobre la relación entre la caza y la conservación, comienzo siempre contando al auditorio que en el año 1900 en los Estados Unidos, se estimaba una población total de ciervos cola blanca (Whitetail Deer) cercana a los 500 mil ejemplares en todo el territorio. Digo a continuación que esa especie de ciervo (un poco más chico que nuestro Colorado), fue sin lugar a dudas la más cazada en la historia de ese país. De hecho, hace años algunos Estados decidieron implementar feriados en las escuelas el día de inicio de la temporada de caza. Con este sombrío panorama a la vista, mi pregunta al auditorio siempre es ¿cuántos ciervos cola blanca quedan hoy después de 114 años de de extrema presión cinegética?.
Las respuestas varían. Algunos (los menos) afirman que se extinguieron. Otros (los graciosos) aseguran que quedan 10 o 12 que lograron escapar de las garras de los cazadores. La mayoría ubica el número en varios centenares de miles pero siempre menos que el medio millón. Pocas veces alguien responde que ahora hay más ciervos que hace un siglo. Pero nunca nadie se atreve a asegurar que hoy hay 32 millones de cola blanca en los Estados Unidos.
¿A qué se debe esta tremenda multiplicación? A que el ciervo cola blanca, al igual que muchas otras especies, posee un valor económico. Y si un animal o una especie tiene valor, entonces algún gobierno o algún particular tendrán interés en protegerlos para su propio beneficio. Se crea así un círculo virtuoso, de interés, protección, manejo y usufructo sustentable. Lógica pura. Como recurso para captar la atención de los oyentes esta comparación siempre me resultó eficaz, pero también es la mejor forma para que un auditorio -digamos no especializado-, tome en cuenta la magnitud de la conexión existente entre caza y conservación, y su relación con la economía.   

Hablando en plata
A esta altura, la pregunta es: ¿cuánto dinero genera la caza deportiva en el mundo?. Por ejemplo, en América, vemos que en Estados Unidos, la industria del turismo cinegético, que incluye caza mayor y menor en todas sus variantes, generó el año pasado 25 mil millones de dólares en ventas minoristas, 17 mil millones en salarios y 575 mil nuevos empleos. De acuerdo a la Congressional Sportsmen Foundation, los cazadores estadounidenses pagan anualmente 2.4 mil millones de dólares a las arcas del Estado, una suma con la que ese país podría pagar los salarios de militares de 8 divisiones, 143 batallones y 3.300 pelotones de su Ejército.
En Canadá, los cazadores abonan alrededor de 1.200 millones de dólares por año en actividades cinegéticas, dejando unos 70 millones al Estado en concepto de licencias y permisos.
En Argentina, no hace muchos años que el Ministerio de Economía comenzó a trabajar en una cuenta satélite del turismo, pero aún hoy es difícil llegar a cifras desagregadas más o menos objetivas, por lo cual es difícil calcular el impacto real que el turismo cinegético (local y extranjero) tiene en la economía nacional, y peor aún, en las economías regionales que son las que se benefician directamente del ingreso de divisas frescas al país.
En el continente africano, los ingresos provenientes del turismo cinegético son definitivamente muy importantes. En un interesante trabajo de investigación llamado “Trophy hunting in Sub-Saharan Africa: Economic scale and conservation significance”, el Dr. Peter Lindsay, investigador de la Universidad de Pretoria de Sudáfrica, sostiene que la industria de safaris en los países del África subsahariana donde está permitido cazar (22 a la fecha),  genera anualmente un ingreso de 200 millones de dólares, que van (o deberían ir) directamente a las poblaciones rurales de los países que poseen programas habilitados de cacería.
En Inglaterra por ejemplo, la caza deportiva (incluida la tradicional cacería del zorro), genera un ingreso de 1.400 millones de libras al año. En Bulgaria alcanza los 3 millones de euros anuales, en Hungría los 70 millones de euros y en España a la cabeza del ranking unos 3.600 millones de euros por año.

Prohibición. La contracara de la conservación
En cierto ambientes pseudo-ecologistas se reclama la protección de la fauna por altruismo puro y duro. Nada de lucrar. Sin embargo, estos defensores de prohibir para conservar, olvidan que India -que prohibió la cacería en 1972-,  hoy padece una grave crisis de furtivismo de sus tigres de Bengala. Y que Kenia -que prohibió la cacería en 1977 bajo el gobierno nacionalista de Jomo Kenyatta-, sufre una crisis ecológica sin precedentes, que afecta especialmente a las poblaciones de elefantes. No hay dudas de que el camino del infierno está lleno de buenas intenciones.  Hoy 34 años después de la prohibición de los safaris de cacería, las especies de caza se han reducido entre un 40% y un 90%. El reconocido conservacionista Dr. Richard Leakey, (hijo de Louis y Mary Leakey, descubridores del Homo Habilis en el este de África), contabilizó casi 700 elefantes muertos por marfil entre los años 2012 y 2013, y unos 20.000 elefantes en todo el continente a manos de furtivos sólo el año pasado. 
Los hechos indican que la prohibición sin fundamentos científicos no funciona, y los daños que provoca al medio ambiente pueden llegar a ser irreparables.

El mito de la caza fotográfica
Otro mito común es que los safaris fotográficos son la mejor herramienta para preservar la fauna, ya que generan valor económico y no se mata ningún animal. Lo cual es enteramente cierto. Sin embargo, en un estudio estadístico de la revista Africa Geographic realizado para comparar el impacto ambiental entre ambas industrias en una operación de caza y un parque nacional, señalaba que en 6 meses de temporada de caza la ocupación de un campamento es de 30 turistas cazadores. La ocupación de una operación fotográfica a lo largo de los 12 meses (no hay temporadas establecidas) es de 2.630 turistas fotógrafos.
Si los ingresos son similares, como sucede en Tanzania donde sus parques nacionales reciben unos 11 millones de dólares anuales por ingresos del turismo de safaris fotográficos y 10.5 millones dólares por ingreso de cacería, está claro que el impacto ambiental es considerablemente mayor en el caso de los fotógrafos. A esto se lo denomina turismo consuntivo, es decir que consume. En la cacería se “consume” la vida de un ejemplar. En la fotografía no, pero el impacto ambiental es superior ya que los animales no identifican si el clik proviene de una Canon o de un Remington. Y aunque parezca inocuo, el tremendo flujo de turistas que violan el espacio vital de los animales (2.600 veces más si las estadísticas son ciertas), la infraestructura que requiere albergar y movilizar semejante cantidad de gente en un espacio físico finito como puede ser un parque nacional, impacta directamente sobre los animales, generando estrés y consecuentemente cambios en el comportamientos, especialmente en alimentación (se hacen nocturnos) y apareamiento (disminuye la tasa de procreación). Lo que afecta obviamente el crecimiento demográfico de las manadas, provocando de manera indirecta un efecto consuntivo peor que la eliminación de un macho viejo que ha dejado atrás su ciclo de reproducción. Paradójicamente a esto se lo llama turismo no consuntivo o ecológico. Otro error conceptual camuflado de verdad.

Todos contra la caza
Muchas veces he escuchado gente oponerse a la cacería legal aduciendo su pertenencia a Greenpeace, a Vida Silvestre o a alguna otra ONG ecologista de características similares. Por supuesto que todos tenemos derecho a pensar lo que queramos, pero lo que no es verdad es que todas las organizaciones ecologistas condenen la caza deportiva. Creerlo es otro serio error producto del desconocimiento.
A las pruebas me remito. La World Wildlife Fund (WWF) ha señalado que la conservación de especies de fauna, no tendrá éxito sin el apoyo de la comunidad internacional de cazadores. Según ellos, esto ya dejó de ser tema de debate. Es un hecho indiscutible. En Argentina, La Fundación Vida Silvestre (FVSA) acepta también la caza, siempre que sea realizada de manera sustentable, respetando especies, cupos y temporadas, y restringiéndose la actividad a los sitios permitidos. Greenpeace Argentina por su parte, no suele emitir definiciones sobre la caza legal, y lo más cercano a esta temática fue una declaración de Agosto del 2013 en su sitio de Facebook donde reconoce que “en lo que hace a problemáticas relacionadas con los derechos del animal, como su maltrato, abuso, desprotección, violación a las leyes sobre tráfico de especies, circos, zoológicos, etc. no cuenta con experiencia en este campo ya que estos temas puntuales escapan a las problemáticas ambientales en las que trabajamos”.
Por lo tanto y para concluir con estas reflexiones sobre la caza y la conservación, me gustaría recordar las palabras del escritor Wayne Dyer, quien suele decir que “el nivel más alto de ignorancia es cuando rechazas algo de lo cual no sabes nada”. Lamentablemente con esto es con lo que tenemos que lidiar para sustentar nuestra posición como cazadores deportivos. Una tarea bastante difícil en los tiempos que corren. 

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