Por
Eber Gómez Berrade
Ortega
y Gasset decía de la caza, que era una de las tres actividades felicitarias que
tradicionalmente tenía el hombre primitivo, junto con la carrera y la tertulia.
Una vez más el viejo filósofo tuvo razón. Una visita al coto El Chillén en la
provincia de La Pampa durante la última brama del colorado, se convirtió en la
excusa perfecta para encontrarse con amigos y disfrutar una cacería deportiva y
a la vez muy divertida.
Hacía
tiempo que Jorge Martinó me había invitado a visitar su campo en La Pampa.
Finalmente, a la vuelta del safari africano que realizó junto a su esposa,
pusimos día y hora. La fecha elegida fue a mediados de Marzo, momento cumbre si los hay en la etapa reproductiva de
nuestro ciervo colorado. Para esta ocasión Jorge se había dejado un hueco sin
clientes de manera de poder cazar juntos y relajados durante algunos días, con
la presencia de amigos en común.
Mi
intención era cazar en las áreas libres del campo, hacer algún raleo y buscar
naturalmente un trofeo atractivo que se ponga en la cruz de la mira.
Siempre
he creído que la cacería de ejemplares selectivos es una obligación para el
cazador deportivo. Naturalmente todos estamos detrás de la mejor cornamenta, pero
en los tiempos que corren, la búsqueda de un macho viejo y el abate de
descartes, se ha convertido en una imperiosa necesidad para mejorar la calidad
de los ciervos en estado salvaje que habitan los montes pampeanos.
Desde
la introducción de la especie por Pedro Luro a principios del siglo XX, el
colorado ha atravesado varias y distintas etapas. Al principio con la mera
introducción de sangre europea en aquella oportunidad. Luego se fue
evidenciando un proceso de transformación genética que paulatinamente ha
conferido características distintivas a los ejemplares “criollos” de La Pampa, y por último, la
introducción desde hace algún tiempo ya, de técnicas de manejo de ciervos y
genética proveniente de Nueva Zelandia por parte de estaciones de cría y cotos
profesionales que ha mejorado sensiblemente la calidad de los planteles,
posicionando a la Argentina como un digno competidor de los neozelandeses. En
medio de este flujo evolutivo, en las últimas décadas se ha venido
incrementando la presión cinegética de manera sostenida, lo que exige
paralelamente una mayor conciencia deportiva por parte de la comunidad de
cazadores. Según me explica Jorge, extraoficialmente se estima que se cazan
unos dos mil ciervos en estado salvaje por temporada en la provincia, de los
cuales solo un pequeño porcentaje sobrepasan los 200 puntos del CIC (Conseil
International de la Chasse).
Si
miramos la cosa desde el punto de vista del lance deportivo, aquí seguramente
todos estaremos de acuerdo en que prácticamente no hay diferencia en el grado
de dificultad que representa la caza de un horquetero viejo, con la de un
simétrico y perlado 16 puntas. En cualquier caso, nunca es fácil
afortunadamente, y siempre resulta un interesante desafío.
Cacerías con amigos
Luego
de reunirnos con Jorge y su familia en Santa Rosa, partimos juntos directo al
campo. Al llegar se sumó un amigo, Juan Cruz Grahn, hijo del legendario Andino
y primo hermano de Mercedes Lutz, la esposa de Jorge.
Juan
Cruz resultó ser un excelente compañero de aventuras. No solo por la extensa
experiencia que tiene con los colorados tanto en la Patagonia como en La Pampa,
sino por su afabilidad y buen humor que hacía que nos tentáramos de risa en los
momentos más inoportunos del rececho. “¿Les pido un café muchachos…?”, se quejaba
Jorge por lo bajo, para llamarnos la atención cuando nos desbocábamos en medio
del monte.
La
primera tarde salimos a recorrer parte del campo y ya sorprendía el nivel de
actividad de los colorados. La brama se escuchaba fuerte y sostenida. La cosa
pintaba bien para los próximos días.
Cuando
llega el mes de Febrero, -ni que decir Marzo-, cazadores de todo el país
comienzan a averiguar qué pasa con la brama, si ya han comenzado en tal o cual
campo, si se cortó en lo de fulano o si todavía no empezó. La imagen que me
viene a la cabeza es como las de aquellas “mesas de arena” que se usan en
estrategia militar, donde se posicionan ejércitos y flotas en miniatura de
acuerdo a las informaciones de campo. En esos meses La Pampa es como un gran
tablero de ajedrez, y el colorado, el rey indiscutido del juego.
El
segundo día partimos los tres antes del amanecer, y encaramos para un bonito
monte de caldenes donde los ronquidos venían fuertes. Promediando la mañana,
Jorge se para en seco y me indica un macho parado en el limpio, al que casi
atropellamos porque no estaba bramando. Tenía una cornamenta digna del mejor de
los descartes. Un disparo de mi 308 Winchester a la base del cogote, y las
Sellier & Bellot con punta hueca y cola de bote de 168 grains hicieron el
resto. El animal estaba a unos 120 metros aproximadamente y ahí quedó. El
entusiasmo con que lo preparamos para la foto parecía inversamente proporcional
a la calidad de sus cuernos, pero exactamente de eso se trataba la cacería.
Al
día siguiente, encaramos para la misma zona, y esta vez los ronquidos profundos
que seguimos durante un largo rato, se corporizaron en otro macho selectivo,
una hilacha el pobre. La suerte quiso que caminara despacio hacia nosotros y no
percibiera nuestra presencia. Al llegar a unos 70 metros de donde estábamos,
Juan Cruz le preguntó a Jorge en voz baja, “le tiro?”. Su respuesta no se
escuchó bien, porque la opacó el estruendo del simple acción 454 Casull que
Juan Cruz llevaba en la cartuchera. No hizo falta más. La puntería de los Grahn
es legendaria dicen. Otro ejemplar de selección bien matado.
Juan
Cruz tuvo que irse al día siguiente, pero se cruzó en el camino con Marcelo
Vassia, otro gran amigo que llegó de visita. Marcelo es un cazador de Santa
Rosa, también con experiencia africana y que cuando la caza se lo permite
ejerce la medicina. Decir que es un apasionado es poco, tanto es su fervor por
esta actividad que ha publicado su propia traducción del libro “Cinegético”, la
clásica obra del historiador y filósofo griego Flavio Arriano. Una exclusiva
edición de autor que incluye además sus comentarios personales sobre la obra
homónima de Jenofonte. Sin dudas, una perla literaria para los amantes de los
orígenes históricos de nuestra actividad.
En
las noches que estuvimos juntos, las largas sobremesas con Marcelo, Jorge y
Mercedes sobre historia de la campaña del desierto, safaris y literatura,
atentaban con los madrugones de rigor que impone la caza del ciervo. Pero le
volvían a dar la razón al viejo filósofo: estaba claro que la tertulia era la
otra actividad felicitaria por excelencia.
Un
par de días después, los dioses favorecieron a Marcelo poniéndole a tiro un muy
lindo 12 puntas. Estaba cazando solo, entre los médanos cuando se le apareció,
lo acechó y justo en medio del valle que formaban dos médanos, se le brindó la
oportunidad y con un disparo de su 375 H&H Magnum con 270 grain de punta,
obtuvo su merecido trofeo. Nuestras caras de felicidad en las fotos hablan por
sí solas.
Mi
oportunidad volvió a darse al día siguiente. Salimos al rayar el alba con
Jorge, pero esa vez encaramos para un potrero sembrado con sorgo. Ese sorgo
silero, dulzón y tierno, hace las delicias de los cérvidos. Allí la brama era
ensordecedora. Una especie de Jurassic Park de estos “bichos mágicos” -como los
llama Jorge-, nos rodeaba a medida que íbamos avanzando bajo el monte de
caldenes. Al poco de andar, vimos un muy buen trofeo, alcanzamos a ver la
corona en el cuerno izquierdo, por lo que uno siempre supone que está ante un
12 o más, si la suerte lo beneficia. Fuimos por él, pero la suciedad del monte
no sólo no nos permitía una clara visión sino que además corría el riesgo de
que la bala impacte en una rama. Si bien es cierto que el 308 Winchester es
versátil, considero que está al límite para disparos en el monte cerrado. Por
lo tanto tenía que esperar una oportunidad que se presentara en abierto. Por
supuesto, no la tuvimos, así que seguimos intentando decidirnos que bramido
seguir. Escuchamos uno tan potente que parecía un león, y no estaba tan lejos.
Avanzamos hasta apostarnos debajo de un algarrobo, y luego de un rato, salió a
nuestra vista. Estaba perfilado hacia la derecha, me dio el tiempo suficiente
para ver su cornamenta y decidir que ese era nuestro trofeo: un 9 puntas largo
y simétrico. Luego resultó ser bastante viejo, con candiles gruesos y con un
perlado definido.
Mi
cacería terminaba, pero antes de irme tuve la oportunidad de compartir una cena
con dos nuevos amigos que llegaron a cazar ese mismo día, Ariel y Alejandro,
dos médicos cazadores o viceversa, de la ciudad de Paraná.
La
felicidad que uno experimenta cuando logra obtener el trofeo deseado es muy
difícil de explicar a los profanos del arte cinegético. Lo que sí es más fácil,
es transmitir la alegría que uno siente cuando se re encuentra con buenos
amigos, y pasa unos días en un clima distendido y además en un lugar agradable
y familiar.
No
hay dudas de que la conclusión a la que arribó Ortega sobre las ocupaciones que
hacen feliz al hombre desde la noche de los tiempos, era correcta. La caza y la
tertulia, practicadas aún hoy, mantienen intacta su felicitaria vigencia.
El Chillén
Este
campo es propiedad de la familia Martinó desde hace más de veinte años, y está
ubicado a unos 150 kilómetros al este de Santa Rosa en dirección a El Durazno.
Es uno de los primeros cotos inscriptos, ya que a principios de la década del
90, le fue asignado el número 13 en el registro provincial. Según me cuenta
Jorge, originalmente las 2.500 hectáreas que tiene su campo formaban parte de
la estancia Bunge & Born.
Hoy
el establecimiento cuenta con un criadero de cinco potreros, de cinco hectáreas
cada uno para la cría intensiva de ciervos colorados de genética, galpón de
manejo incluido; un potrero de cacería de trofeos de genética de cincuenta
hectáreas, cuatro apostaderos para jabalí, y el resto lo conforman áreas de
cacería libre con una gran variedad fitogeográfica.
Es
en estas tierras, otrora territorio de ranqueles, donde se da una gran
diversidad de geografías y flora. En el campo hay caldenal, montes cerrados,
planicie, médanos limpios, médanos con bosques y cerros. Por esa razón, quizás
es que esa tierra se ha ganado la fama de ser uno de los mejores lugares para
la caza del ciervo colorado en La Pampa. La temporada de brama lo confirma. La
actividad en esa región es realmente vertiginosa.
En
cuanto a los servicios para el cazador, el coto ofrece todo lo que uno pueda
necesitar a la usanza de los estándares internacionales: una casa especial para
albergar a los cazadores, guías profesionales, vehículos, caballos, armas, apostaderos equipados, servicio de
lavandería diaria, despostado y preparación de la carne de caza para los
clientes argentinos, comunicación por telefonía y equipo de radio en cada
vehículo.
Los ciervos de
genética
Los
primeros pasos de Martinó para constituir el criadero fue la adquisición de un
lote de hembras de sangre inglesa (Woburn), a Carlos de Inza, de estancia
Pichu-Có. Luego compró un padre de cabaña a Fermín Srur, de estancia San Pedro.
Allí comenzó el proceso que hoy ya cuenta con muy buenos ejemplares de cuatro y
cinco años. Según confiesa, los resultados que se están produciendo exceden sus
expectativas largamente.
De
esa forma, el coto ha logrado cerrar el circuito incorporando genes seleccionados
a su potrero de cacería, que hoy cuenta con machos que registran puntajes que
van desde los 180 puntos, a más de 200 de acuerdo al sistema de medición del
CIC.
Según
me explica Jorge, aquellos cazadores que cazan machos de más de 200 puntos, pueden
incluir en el paquete un macho selectivo en las áreas abiertas. No es
improbable que en un futuro, el coto tenga que liberar algunos trofeos de
genética al monte abierto, con lo que sumado a la selección por el rifle que ya
realizan, ayudará a mejorar considerablemente calidad de los ciervos de la
zona, cumpliendo con un rol activo en el manejo y conservación de la
especie.
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