jueves, 25 de septiembre de 2008









Grandes Cazadores y Conservacionistas

Pedro Olegario Luro


Por Eber Gómez Berrade


Pocas cosas son tan gratamente estremecedoras para el cazador, como el escuchar los bramidos del colorado, una fresca mañana de Marzo en lo profundo del monte.
Sin dudas, para los que vivimos en esta parte del mundo, el ciervo colorado es el trofeo de caza mayor más espléndido al que se puede acceder. Su alzada y cornamenta, al igual que sus esquivos vagabundeos decoran nuestras pampas y bosques. Pero esto no hubiera sido posible sin la visión de un hombre que además de ser cazador y conservacionista, fue un visionario y por sobre todas las cosas, un hombre de acción. Me estoy refiriendo al Dr. Pedro Olegario Luro.
Luro fue un digno representante de su época, o por lo menos de lo que ella representaba. Al calor de la reciente Constitución Nacional, surgió una generación de hombres con un gran interés en diversas actividades, tanto políticas, como culturales y sociales. Esta Generación del 80 se caracterizó por contar entre sus miembros a hombres con un brillante nivel intelectual y una gran capacidad ejecutiva, pero además todos compartían un objetivo fundamental, el progreso de la Nación.
Parte de ese progreso, provenía de incorporar las ideas imperantes en el viejo continente. La Constitución convocaba a la inmigración europea, descartando implícitamente la de cualquier otro origen. El modelo cultural de esa generación fue la aristocracia europea a la que se trató de imitar hasta en sus menores detalles, incluyendo su pasión cinegética. En un país inmerso en un proyecto de cambio total, se prefería complementar lo autóctono con lo extranjero.
Este bonaerense nacido en el año 1860, era un amante de la naturaleza y un avezado cazador deportivo. Fue pionero en el conservacionismo y el responsable de la primera introducción de animales europeos en nuestro territorio.
La idea de traer especies provenientes de Europa, tal vez haya surgido después que su amigo francés el Duque de Montpensier, cazador habituado a enfrentarse con elefantes y tigres de Bengala, decidiera venir a estas tierras en busca del puma criollo. Esta cacería no resultó espectacular, pero sirvió para corroborar las cualidades cinegéticas de su amigo, y despertar el entusiasmo de Luro por tener un lugar propio destinado a estas excursiones.
En el año 1906 decide traer al país algunas de las más importantes especies animales con que cuenta nuestra geografía en la actualidad.
Las especies que se introdujeron fueron dos razas diferentes de ciervos colorados, la oriental llamada protociervo, proveniente de latifundios Cárpato Húngaros, y la occidental llamada ciervo de los Alpes de la zona montañosa austriaca, además de jabalíes europeos provenientes de Francia, ciervo axis o chital de la India, ciervo dama y faisán.
El traslado de los animales se realizó mediante la compañía alemana Julius Mohr de Baviera. Primero se intentó depositar las especies en la Isla del Vizcaíno que posteriormente fue arrasada por las aguas en una gran creciente del río Paraná. Finalmente los animales fueron depositados en la estancia San Huberto, propiedad de Luro, que había heredado de su suegro Ataliva Roca, hermano del presidente General Julio A. Roca.
El establecimiento situado a 25 Km al sudeste de la ciudad de Santa Rosa, provincia de La Pampa poseía un predio alambrado de 800 hectáreas en una región cubierta por monte de caldenes y se convirtió en el primer coto de caza del país.
El casco de la estancia San Huberto merece un capítulo aparte en esta narración, ya que era un lujoso chalet para alojamiento de los invitados que fue construido entre los años 1910 y 1911, fue denominado El Castillo. Por él desfiló una nutrida concurrencia que incluía nobles europeos y magnates de todo el mundo. Al llegar a Santa Rosa, los visitantes subían a un tren privado de trocha angosta que los llevaba hasta el lujoso establecimiento estilo Luis XVI, de apariencia señorial que transmitía una brillante nota estética y el espíritu culto de su propietario. Todo en su interior era estilizado y elegante. En el amplio comedor había cuadros que mostraban escenas de caza pintadas por artistas famosos, una biblioteca con obras en diversos idiomas, una sala de billar y un reloj con mil días de cuerda, jarrones y esculturas, y la gran chimenea, donde un tallista parisién puso sus habilidades en una serie de bajorrelieves artísticos de mucha calidad. La leyenda dice que Luro compró el café de París en que estaba esa chimenea porque no la quisieron vender sin el edificio completo.
Había también un jardín tipo Versalles y una inmensa pajarera de varias hectáreas de extensión llena de faisanes que se soltaban para la caza menor. En definitiva El Castillo era un extraño oasis de civilización en medio del agreste paisaje de La Pampa.
Allí los esperaba Ernesto Mutti, un mecánico piamontés que había inmigrado, como tantos otros para hacer la América, quién colaboraba infatigablemente en las tareas de la administración de la estancia y del cuidado de los valiosos perros y faisanes. Este italiano baqueano, había adquirido el gusto por el campo cazando lobos y zorros para el Marqués de Malaspina.
Luro se endeudó para construir su castillo y cuando estaba pagando sus créditos con la llegada de sus clientes, se declaró la Primera Guerra Mundial. En esa época el viaje se hacía en grandes transatlánticos, que eran presa fácil de los barcos de guerra enemigos, por lo cual se interrumpieron los viajes de placer.
Nobles y aristócratas europeos dejaron de visitarlo para cazar en La Pampa mientras que él tenía que seguir afrontando las cuotas de sus créditos. Como era previsible se fundió. En 1922 la estancia fue vendida por problemas económicos por el Banco Hipotecario Nacional.
En ese momento el alambrado original fue abatido y los animales terminaron de extender su hábitat por una vasta zona de la provincia.
El nuevo comprador de la estancia fue Miguel Maura, que con el correr del tiempo, dotó al establecimiento de un amplio y remodelado palacio, continuando con la recepción de grandes personalidades de la época. Se comenta que tras la caída del rey Alfonso XIII de España, este casco le fue ofrecido al monarca destronado como residencia y coto de caza en su destierro.
En el momento de ser abatido el alambrado en 1922, Roberto Hossmann, otro fuerte estanciero de la época, hizo capturar 18 ciervos colorados, llevándolos a su establecimiento Collún Co, en San Martín de los Andes, provincia de Neuquén. El clima húmedo, la abundancia de agua, los bosques de lenga y buenos pastos brindaron a los ciervos un ambiente propicio para su desarrollo. La dispersión de los animales continuó cuando en el año 1927, un incendio destruyó el alambrado y los diseminó por gran parte de la provincia de La Pampa y San Luis. En cuanto al ciervo axis o chital, fue distribuido en la provincia de Buenos Aires en los partidos de Balcarce y Gral. Pueyrredón.
Una de las características de los hombres como Luro, era la amplitud de intereses y de actividades a las que se dedicaban, confirman mis palabras los cargos que ocupó a lo largo de su carrera en la administración pública. El Dr. Luro, además de ocupar una banca de Diputado Nacional en dos oportunidades, primero durante la presidencia de José Evaristo Uriburu y luego de Manuel Quintana, tuvo a su cargo la Dirección del Banco de la Provincia de Buenos Aires y la presidencia de la Comisión de Hacienda, donde fomentó la introducción de las carnes argentinas en Francia, para lo que realizó un viaje a Europa por el año 1887.
Entre 1898 y 1912 fue integrante de la Comisión Directiva del Jockey Club, además fue impulsor de la Ley de creación del puerto de Mar del Plata en el año 1909 y luchó incansablemente por la provincialización del territorio de La Pampa. Todas estas actividades no le restaron tiempo para escribir, entre otras obras el libro “Silos y Ensilajes. La agricultura como fuente de riquezas ganaderas”.
A los 67 años falleció un 14 de Marzo de 1927 en la ciudad de Mar del Plata, el lugar que él había elegido para presenciar sus últimos atardeceres. Hoy queda poco de aquella época, los visitantes aristócratas ya no recorren las picadas pero el campo donde los primeros ciervos colorados encontraron el interminable sabor de la pampa y la brama llega puntual con el otoño permanece inalterable como parque provincial.

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