jueves, 25 de septiembre de 2008

Grandes Cazadores y Conservacionistas
Theodore Roosevelt


Por Eber Gómez Berrade

Es difícil imaginarse un presidente que no acepte una reelección. Ahora ¿Qué pensarían si ese presidente fuese estadounidense y declinara su segundo período constitucional sólo por hacer un safari en Africa? Ese hombre existió y fue Theodore Roosevelt, vigésimo sexto presidente de los Estados Unidos de América.
La vida de Roosevelt fue distintiva por varios aspectos. La situación política del mundo que le tocó vivir, su carrera en la administración pública, su fascinación por la naturaleza y la inagotable energía que parecía tener en todo momento. Roosevelt nació en Nueva York en 1852, se graduó en la Universidad de Harvard y desde entonces se dedicó a pleno a la actividad política. A los 28 años fue legislador del Partido Republicano en la legislatura de su Estado, para ser luego Comisionado de Policía. Por esta época comenzó su fama de hombre duro que luchaba contra la corrupción. Eran los primeros indicios de la política del “big stick” o garrote, que emplearía luego con eficiencia en las relaciones internacionales de su país.
Poco tiempo después otro suceso iba también a predecir la futura decisión de cambiar cargos por acción. Siendo secretario de Marina durante el primer período de la presidencia de Mc Kinley, renunció a su puesto para embarcarse como teniente coronel de los “Rough Riders” a fin de combatir a España por la independencia de la isla de Cuba.
Luego de la guerra su carrera continuó como gobernador de Nueva York y vicepresidente de la Nación, hasta que el presidente Mc Kinley fue asesinado al año siguiente de asumir, convirtiéndose así en presidente de los Estados Unidos a la edad de 49 años. Corría el año 1901.
Al finalizar su mandato fue elegido nuevamente presidente y pudo haber sido reelegido en 1909, ya que si bien la Constitución estadounidense permite sólo dos períodos consecutivos en la presidencia, el primero no fue considerado por haber sido en reemplazo de Mc Kinley. Es aquí cuando decide hacer su tan ansiado safari a Africa.
Nada era tan importante como su safari, ni siquiera el Premio Nobel de la Paz que recibió por su intervención en la guerra Ruso-Japonesa. Si bien es cierto que era un hombre eminentemente político, se destacó también como naturalista, cazador y conservacionista. Roosevelt era un aventurero en el sentido literal de la palabra. Recorrió los Estados Unidos y Canadá, parte de Sudamérica y Africa cazando e investigando, incluso explorando territorios vírgenes y poniendo en riesgo su vida en más de una oportunidad.
Todas sus experiencias las registró minuciosamente en más de treinta libros, cientos de artículos en revistas, editoriales de diarios, colaboraciones y cartas. Se dice de él que había desarrollado una extensa red de amigos y contactos que mantenía por correo escribiendo alrededor de 150.000 cartas a lo largo de su vida. En una época donde la conciencia por los recursos naturales y la conservación de las especies eran sólo especulaciones de algunos teóricos, Roosevelt puso manos a la obra y llevó adelante numerosos proyectos ecologistas, conjugando su conocimiento de la naturaleza con el poder que sus cargos en la administración pública le brindaban.
Entre las obras que realizó se encuentran la creación de cincuenta y cinco refugios de vida silvestre, la expansión de los Parques Nacionales de los Estados Unidos y la organización de numerosas conferencias sobre conservacionismo. Además, solicitó que el Gran Cañón en Colorado estuviera siempre libre de desarrollo urbano, multiplicó la forestación del territorio y creó el Servicio Forestal de los Estados Unidos. Todo esto contribuyó a popularizar el respeto por la naturaleza y la conciencia por el medio ambiente que hoy, casi cien años después, es moneda corriente entre los cazadores y las sociedades en su conjunto.
Su safari a Africa fue organizado como una operación militar con el mismo celo que años antes había organizado su incursión a Panamá por la cuestión del Canal. Para tener una idea de la magnitud de esta aventura digamos que, después de un largo intercambio epistolar, invitó a la Casa Blanca a expertos en el tema como Frederick Selous ya conocido por nosotros, Carl Akeley famoso cazador y fotógrafo americano, Rider Haggard, escritor inglés y autor de “Las minas del Rey Salomón” y al coronel J. H. Paterson autor del libro “The Man Eaters of Tsavo”, quién vivió la experiencia de lidiar con dos leones cebados con carne humana mientras se realizaba la construcción de la vía férrea que unía Mombasa y Uganda.
Todo fue cuidadosamente dispuesto. Nada quedó librado al azar. Los fondos para financiar la campaña provendrían del “Smithsonian Institute” y de lo que cobrarían él y su hijo Kermit, que lo acompañaba en el viaje, por escribir varios artículos periodísticos en la revista “Scribner's”, que posteriormente tomaron la forma del famoso libro “African Game Trails”, un clásico para los amantes del género de la africana, y considerado en 1910 Libro del Año por el “Herald Tribune”.
Las armas merecen un capítulo aparte. Roosevelt era aficionado al americanísimo Winchester y agregó a su equipaje, su favorito Springfield Sporter calibre 30 hecho a pedido, pero no ocultó su satisfacción cuando recibió de manos de cincuenta y cinco naturalistas y deportistas ingleses un doble Holland & Holland Royal Grade calibre 500/450 Nitro Express, en reconocimiento por sus servicios en la preservación de las especies.
El 21 de abril de 1909 Roosevelt finalmente desembarcó en Mombasa, donde una comitiva del Protectorado del Africa Oriental Británica lo estaba esperando para darle una bienvenida digna de un primer mandatario en actividad, cosa que también le sucedería algunos años después al llegar a Buenos Aires. Llegó a Nairobi por vía férrea desde Mombasa acompañado por su amigo Selous, sentados ambos en el frente de la locomotora del tren, en medio de los aplausos de los que lo esperaban en el andén.
El safari no estuvo exento de zozobras, especialmente financieras, que finalmente se resolvieron gracias a los contactos del ex-presidente. En cuanto a los guías que lo acompañaron se encontraba lo mejor de la época: Phil Percival, los hermanos Hill, Lord Delamere, Quentin Grogan y Berkley Cole entre otros, además de tener el apoyo de su viejo amigo Frederick Selous.
El viaje lo llevó por diversos lugares de Kenya y Uganda, atravesando territorios Masai, Wakamba, Kikuyu, N-dorobo y Nandi. Recolectó alrededor de 4.900 mamíferos, que incluyeron los “Big Five”, 4.000 aves, 500 peces y 2.000 reptiles que fueron enviados al Museo Smithsoniano donde fueron embalsamados y estudiados por naturalistas y ornitólogos. El acuerdo que tenía era de cazar una pareja de cada especie para el Museo y poder guardarse otra pareja para él.
Los críticos aducen que Roosevelt cometió algunos excesos en cuanto a la caza de especies. Es verdad, los números lo demuestran, así como algunas actitudes reprochables que protagonizó a lo largo de su safari, como la de cazar nueve rinocerontes blancos en el Enclave de Lado, sabiendo que era una especie casi extinguida en esos momentos en Africa. Por otra parte, el ex-presidente tenía muy mala puntería debido a una hemorragia en su retina izquierda provocada por un accidente de boxeo en la Casa Blanca. A pesar de esto insistía en realizar disparos a larga distancia, causando que muchos animales huyeran heridos. Los cazadores profesionales que lo acompañaban, en su mayoría ingleses estrictos de las normas de caza, fueron en muchas ocasiones indulgentes con su ilustre cliente.
De todas maneras, al concluir el viaje “Teddy” había logrado su sueño del safari. Había contribuido con los museos de historia natural de su país y había seducido a la colonia inglesa como no lo había hecho el mismo Príncipe de Gales.
Sus expediciones no culminaron con la experiencia africana. En 1913 arribó al puerto de Buenos Aires, donde fue recibido con los honores dignos de un presidente en funciones. Victorino de la Plaza, vicepresidente a cargo de la Presidencia de la República hizo de anfitrión del popular norteamericano. Conoció a Estanislao Zeballos, Julio A. Roca, Joaquín V. González, Angel Gallardo, así como a Clemente Onelli, entonces director de Jardín Zoológico y el perito Francisco Moreno, quienes además compartieron su viaje a la Patagonia.
Luego de recibir infinidad de homenajes en Buenos Aires y La Plata, visitó Rosario, Tucumán, Córdoba, Mendoza, cruzó la cordillera y recorrió Santiago de Chile, Valparaíso, Temuco y Puerto Montt, terminando su itinerario patagónico en Bariloche. De vuelta en Buenos Aires, estuvo sólo el tiempo necesario para partir nuevamente hacia Posadas desde donde comenzó su última gran expedición. Internarse en la Amazonia brasileña.
Lo hizo atravesando el Paraguay hasta llegar a Corumbá en pleno Matto Grosso brasileño. Desde allí siempre con rumbo norte hasta Manaos, unos 2.000 km de pantanos y selva tropical. En esta ocasión la expedición también fue cuidadosamente organizada y contó con el apoyo de las autoridades brasileñas. El famoso mariscal Rondón fue el encargado de acompañar al aventurero de la Casa Blanca. Por supuesto esta fue una inmejorable oportunidad para cazar especies sudamericanas: yaguaretés, tapires, carpinchos (capybara), ciervos, etcétera. Todos cayeron bajo la mira de su Winchester. Pero además, la expedición recorrió el inexplorado río da Dúvida, hoy conocido como río Roosevelt en su homenaje.
Los infortunios estuvieron a la orden del día, se perdió el rastro del grupo, pasaban los días sin tener noticias del ex-presidente. Aparecieron algunos grupos que se habían separado y habían decidido remontar diferentes cauces. Los temores crecían y se pensaba en enfermedades, naufragios y ataques de aborígenes. Hasta que por fin, el aviso Ciudad de Manaos salió en su busca y logró hallarlo el 1º de mayo de 1913. El grupo estaba maltrecho, incluso murió un miembro de su expedición. La salud de Roosevelt estaba resentida. Este fue su último gran safari.Murió cinco años más tarde a los 68 años de edad, muchos dicen que nunca se recuperó de las secuelas provocadas por su aventura amazónica. Teddy Roosevelt fue un hombre contradictorio, aún hoy es recordado tanto por el garrote como por el “Teddy Bear” con que juegan los chicos (establecido como el símbolo del guía en los parques nacionales), por su intervención en Panamá como por el Premio Nobel de la Paz. Fue capaz de cazar en exceso, así como de promover los parques nacionales de su país. Pero por sobre todas las cosas, fue pionero del conservacionismo e impulsor de la conciencia pública en el cuidado del medio ambiente. Fue un verdadero adelantado de la ecología bien entendida.

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