Por Eber Gómez Berrade
Así es, no está prohibido cazar elefantes. Para
los que formamos parte de la comunidad de cazadores esto no es ninguna novedad,
pero para una buena parte de la opinión pública parece que sí es algo nuevo. Durante
las últimas semanas han surgido todo tipo de versiones, comentarios, opiniones
y aseveraciones descabelladas sobre la situación del elefante africano. Incluso
algunos medios de comunicación se hicieron eco de esto ayudando a crear un poco
más de confusión. Por esa razón, quisiera aclarar algunos de esos conceptos a
mi entender erróneos.
En primer lugar, que la caza del elefante no
está prohibida. En el transcurso de este artículo, señalaré cuáles son los
países que permiten su caza deportiva y por lo tanto legal.
En segundo lugar, que los elefantes no están en
extinción como especie biológica. Como se verá, están bajo una categoría de
protección, han sufrido y sufren aún una fuerte persecución por parte de las
bandas de furtivismo organizado, que hace que en algunas regiones disminuya
alarmantemente su cantidad. Pero también sufren las consecuencias de la
sobrepoblación en parques nacionales, que atentan contra su propio hábitat
natural.
Y en tercer lugar, señalar que afortunadamente existen
varios países, mayormente en el sur de África, que cuentan con proyectos de
conservación basados en programas conjuntos de cazadores deportivos y comunidades
locales que están dando muy buenos resultados para lograr un desarrollo
sustentable de las poblaciones de elefantes.
La maldición del “oro blanco”
La declinación de las grandes manadas de
elefantes tuvo lugar, durante la época colonial europea, cuando era legal su
caza para obtener el marfil. Aquellos “marfileros”, “ivory hunters”, o como se
los denominara en esa època, tenían mucho de romanticismo aventurero y mucho
más de negocios despiadados. Lo cierto es que el período de descolonización
africano, que comenzó en la década del 60, especialmente entre los años 1960 y
1964, estuvo lejos de terminar con la cacería indiscriminada de este magnífica
especie, sino que por el contrario profundizó aún más las matanzas, provocando
entre los años 1970 a 1985, un daño gravísimo que llevó a poblaciones enteras
de elefantes a niveles cercanos al exterminio.
Esta situación fue impulsada por muchos de los
líderes africanos que tomaron el poder cuando las potencias europeas se
retiraron del continente. Idi Amin en Uganda, el “Emperador” Bokassa en el
dislate conocido como Imperio Central Africano (Hoy República Central
Africana), Mobutu Sese Seko en Zaire, la familia de Jomo Kenyatta en Kenia (que
paradójicamente prohibió la caza deportiva en ese país en 1977), y hasta el actual
y eterno Robert Mugabe en Zimbabwe, incrementaron sus arcas personales con el
dinero proveniente del “oro blanco”, que era exportado mayormente a naciones
asiáticas, como China, Taiwan, Corea, Singapur y Taiwán. A todos estos
dictadores, el tráfico de marfil les otorgaba la “caja” necesaria que sus mal
administradas economías requerían, para sostener en el tiempo sus regímenes
autoritarios y populistas, que a la larga, diezmaron el continente, a su gente
y también a sus elefantes.
Prohibición del tráfico de Marfil
En 1988 los países firmantes del CITES (Convenio
Internacional de Tráfico de Fauna y Flora), decidieron
la total prohibición del comercio del marfil y de todos los despojos de los
elefantes, que incluía las pieles, pelos y cualquier otra cosa que pudiera
comercializarse. La medida si bien para algunos llegó un poco tarde, sirvió por
lo menos para detener la exterminación total de estas magníficas bestias.
De manera paralela casi, muchos países africanos
aplicaron una férrea regulación en lo que respecta a la caza deportiva,
instaurando en algunos de ellos vedas totales, y en otros la asignación de cuotas
de caza estrictamente auditadas.
Para tener una idea más o menos clara de lo que
fue este proceso, vale recordar que a mediados del siglo XX se podía cazar
legalmente elefantes en 28 países. Hoy sólo se los puede cazar en 8. Muchos, de
los veinte que quedaron en el camino, han dispuesto una prohibición absoluta.
Otros simplemente los mataron a todos, como el caso de la República Democrática
del Congo, Etiopía, Liberia, Sierra Leona, Costa de Marfil, Somalía, Nigeria,
Sudán, y un triste etc.
Donde sí se cazan legalmente elefantes
Botswana
Este país es uno de los reductos más importantes
de elefantes de toda África. Se estima que allí habitan unos 160.000 animales, lo
que representa un aumento del 25% en los últimos 25 años, y lo que la ha
llevado a convertirse hoy en día en el paraíso para estos paquidermos. Las
grandes manadas se ubican en el norte húmedo (Botswana tiene el desierto del
Kalahari al sur), en lo que conforma el Parque Nacional Chobe, el delta del
Okavango, y los territorios vecinos de la Franja de Caprivi en Namibia y el
Parque Nacional Wankie en Zimbabwe. Sin embargo Botswana, a pesar de los
excelentes resultados que la caza deportiva le brindó a sus recursos naturales,
hoy en día se encuentra lamentablemente inmersa en un en lento y paulatino
proceso de prohibición de esta actividad.
Camerún
En Camerún conviven las dos especies de
elefantes africanos que existen: la de sabana en el norte y la de foresta en el
sur. Se estima que entre ambas especies
este país cuenta con unos 15.000 elefantes, sin embargo en estos momentos
padece una fortísima agresión por parte de bandas armadas y muy bien
organizadas de furtivos, que han puesto en alerta a la comunidad internacional
y a las organizaciones conservacionistas y de caza deportiva de todo el
planeta.
Mozambique
Antes de que Mozambique lograra su independencia
de Portugal en el año 1975, se estimaba una población total de elefantes de
alrededor de 60.000, ahora luego de los perjuicios logrados durante varios años
de guerra civil e intenso furtivismo se estima en unos 20.000 ejemplares.
Afortunadamente este país se ha recuperado para la cacería y se está
transformando en un hábitat adecuado para los elefantes.
Namibia
Las mayores poblaciones de elefantes en este
país, que se han duplicado en los últimos cuarenta años, se encuentran en áreas bien definidas. La
Franja del Caprivi, Bushmanland y Etosha. La primera, al norte limita con
Angola, Zambia, Botswana y Zimbabwe. Allí las manadas se mueven libremente
entre el delta del río Okavango en el oeste y el río Kwando en el este. En
Bushmanland, un inmenso territorio situado al noroeste del país, frontera con
Botswana, han salido monstruos de más de 100 libras, algo absolutamente
extraordinario en los tiempos modernos. En Etosha, donde está ubicado uno de
los parques nacionales más grandes del mundo, también se encuentran manadas que han visto duplicado su tamaño en
los últimos años. El gobierno de Namibia implementa con mucho éxito programas
de cacerías de regulación de elefantes, llevadas a cabo por cazadores
deportivos, para beneficio propio de sus poblaciones locales.
Sudáfrica
Los elefantes aquí han estado protegidos desde
el siglo XIX, cuando se tomó conciencia de la presión de caza que los
“marfileros” ejercían y que puso en peligro a la especie. Desde entonces los
resultados de su conservación no han podido ser mejores. Entre el Parque
Nacional Kruger, el Ado Elephant y otras reservas se calcula hoy una población
total de 250.000 ejemplares.
Tanzania
Tanzania prohibió la caza deportiva en 1977
siguiendo el ejemplo de su vecina Kenia, y también siguiendo su ejemplo, fue
testigo de inmensas masacres de animales por la codicia del marfil. En ese
entonces había unos 300.000 elefantes en su territorio. Sin embargo, este país
re abrió la caza deportiva, convirtiéndose ahora en la perla del África del
Este y gracias a un buen manejo de conservación en sus extensos parques
nacionales se calcula que casi se llega a unos 80.000 elefantes.
Zambia
Hace medio siglo aproximadamente habitaban unos
150.000 elefantes en ese país, conocido como Rodhesia del Norte. Ahora, luego
de una muy intensa ofensiva de furtivismo se cree que quedan unos 30.000 ejemplares.
Estos sobrevivientes pueden hallarse hoy en el valle del Luangwa, en el Zambezi
y en el lago Mweru.
Zimbabwe
Antes de su independencia, el país llevaba a
cabo una muy eficaz política de protección de elefantes. Eso hizo que en casi
un siglo, se pasara de unos 5.000 ejemplares a unos 80.000. Lamentablemente hoy
día, la crisis social y económica que afecta a esa nación africana, ha tenido
se correlato en la falta de un manejo adecuado de sus recursos naturales,
incluidos naturalmente, el elefante.
El verdadero enemigo del elefante
Para
los que formamos parte de la comunidad de cazadores, decir que el furtivo es
gran enemigo de la fauna silvestre -en cualquier parte del mundo-, es casi una
verdad de Perogrullo. Sin embargo, para la opinión pública no informada
adecuadamente, tal vez sin mucho interés en el tema y muchas veces proclive a opiniones
reduccionistas, no hay mucha diferencia.
La
noticia de una masacre de 450 paquidermos en Parque Nacional Bouba Ndjida
de Camerún disparó inmediatamente las críticas sobre la legalidad del la caza
deportiva llevada a cabo tanto por reyes como por simples mortales de a pie,
pero también por otra parte, ha puesto en alerta a las naciones sobre la causa
original de este problema, que no es otra cosa que la necesidad de recurrir a
fondos ilícitos. Así como lo hicieron en su tiempo los tiranos de turno en la
época poscolonial, ahora el marfil es intercambiado por dinero, armas y
municiones para apoyar a los conflictos de baja intensidad en países como Chad
y Sudán.
Debate entre prohibición y raleo
En la actualidad las visiones sobre el manejo
adecuado de la especie, no puede ser más divergente. Por un lado están los
prohibicionistas, aquellos que creen que el elefante está en peligro de extinción
en todo el continente y por lo tanto debe ser prohibida su caza deportiva de
manera absoluta. Por el otro, están los que al contrario, observan el gran
impacto ambiental que la sobrepoblación y la falta de espacio vital que afecta
a esta especie, provoca en la riqueza biológica de numerosos ecosistemas, y
proponen en algunas áreas operaciones de raleo para bajar la población a
niveles de sustentabilidad biológica.
Naturalmente que la destrucción de los árboles
es una actividad normal entre los elefantes, siempre lo ha sido. Pero antes,
hace miles de años, una vez que desmontaban
un área, la abandonaban e iban en busca de nuevos bosques para
alimentarse. Hoy ya no pueden hacer eso, simplemente porque fuera de ese parque
o reserva viven cada vez más humanos que compiten por un espacio en donde
vivir.
El raleo o “culling” se ha convertido en un tema
sensible en el ámbito académico y político internacional, pero que a pesar de
parecer paradójico, se está haciendo necesario en lugares como Botswana, donde -desde hace
unos años- se le está dando mayor prioridad a los safaris fotográficos que a
los de cacería, con el consecuente impacto ambiental.
Este hecho que para muchos “ecologistas” es una buena
noticia, es todo lo contrario para los biólogos y conservacionistas, ya que el
aumento de la tasa demográfica de ejemplares en un medio ambiente de extensión
constante, está provocando graves daños al medio ambiente y una importante
pérdida de diversidad biológica, fenómeno que ya se está extendiendo a países vecinos.
Por lo que algunos especialistas no descartan la necesidad de “ralear”
ejemplares, como medida de control poblacional.
La “depredación” provocada por las grandes
manadas de proboscídeos confinados a un territorio determinado como un parque
nacional, provoca un daño ambiental sólo superado por el que produce el ser
humano. Un par de datos más: en Murchison y en el legendario Parque Nacional de
Tsavo en Kenia, (escenario de los famosos leones devoradores de hombres) los elefantes
convirtieron los bosques en sabanas, lo que perjudicó a los elefantes, como así
también a una enorme variedad de diversidad biológica. La culpa, claro está, no
la tienen los pobres elefantes, sino el gran crecimiento de la población humana
que provoca concentración y confinamiento de las grandes poblaciones de fauna
silvestre en parques acotados. Botswana, por su parte, un país que suele emitir
unas 400 licencias para cazar elefantes machos adultos por año, y que se
encuentra en un proceso de reconversión de sus áreas de caza en reservas de
avistamiento de fauna, ya se está viendo este desbalance en la tasas de crecimiento de la
población de elefantes. ¿Será cuestión de tiempo que el famoso delta del
Okavango siga los pasos del célebre Tsavo?.
El factor de la caza deportiva
El turismo cinegético y más precisamente los
safaris de elefantes están, -allí donde se permite su caza-, estrictamente
regulados por estados y organismos supranacionales, y se han convertido en una
herramienta fantástica de conservación que incluye a la comunidad de cazadores
organizados, organismos de conservación, científicos, autoridades
gubernamentales y pobladores locales en un círculo virtuoso que además de velar
por la supervivencia de las especies, ayuda también a mejorar la calidad de
vida de aquellas poblaciones alejadas de los grandes centros urbanos.
Como vemos está lejos de ser una amenaza para la
supervivencia de las especies de fauna silvestre. Todo lo contrario. Los países
del oeste de África y Kenia han prohibido la caza deportiva hace años, sin
embargo cuentan con los más altos índices de daño ambiental en sus parques nacionales
y una tremenda pérdida de biodiversidad. En el sur del continente, proclive a
la caza deportiva, las poblaciones de elefantes son estables y en algunos casos
hasta se están incrementando hasta el punto de pensar en su raleo.
Por lo que queda demostrado que la caza
deportiva nunca ha puesto en peligro de extinción a especie alguna, pero
tampoco es un arma efectiva para el control de poblaciones de fauna silvestre,
como es el caso de los conflictivos elefantes.
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