jueves, 25 de marzo de 2010
Sexo, mentiras y disparos
Por Eber Gómez Berrade
“Es casada…o vive en Kenia?”
Así, directa y atrevida era la manera elegante y humorística que tenía cualquier caballero de romper el hielo y entablar una conversación con alguna atractiva dama solitaria, que tanto podía estar en la cubierta de un barco camino al África oriental, en un vagón de tren procedente de Mombasa o en algunas de las tantas fiestas que se hacían en Nairobi por aquella época.
Aquella época eran los años 20, y el lugar claro, el Protectorado del África Oriental Británica, a punto de convertirse en la colonia de Kenia. Para los amantes de los safaris de caza mayor, un paraíso. Para los amantes a secas, también.
Muchos factores se conjugaron en ese momento para que una pequeña ciudad colonial en el medio del África inhóspita se convirtiera en la capital de la diversión, el champagne y el sexo, donde los caballos lentos y las mujeres rápidas llevaron a la ruina a más de un muchacho incauto.
El “Valle Feliz” como se conocía a Nairobi en el período de entre guerras, se había convertido en un estratégico enclave colonial británico a orillas del océano Indico, puerta de entrada al continente negro que abrieran Burton, Speke, Grant y algunos exploradores más a mediados del siglo XIX.
Para entonces lo que entraba por aquella puerta eran colonos, granjeros, funcionarios administrativos, misioneros, ingenieros, militares y cazadores blancos. Lo que salía, eran materias primas: commodities con destino a Londres para abastecer al imperio.
En la Gran Guerra, Kenia supo ser la última línea de defensa frente al avance alemán que atropellaba desde el sur. Las fuerzas del General Paul von Lettow-Vorbeck en Tanganika parecían revolucionar los conceptos de la infantería moderna, con su schutztruppe de guerra de guerrilla y sus cuadros de oficiales blancos al mando de askaris nativos. Pero nunca llegaron a Nairobi.
En la Segunda Guerra Mundial, Kenia también jugó un papel clave en la campaña africana, de nuevo contra los alemanes y eventualmente contra los italianos de la Abisinia, pero tampoco cayó en manos enemigas.
Sus habitantes eran gente dura, dispuesta a tomar las armas en tiempos de lucha y a trabajar duro en tiempos de paz. La vida no era fácil en la colonia. Como si eso fuera poco, el fantasma de la insurrección nativa se percibía en todo momento. Aquella espada de Damocles finalmente cayó años más tarde en la forma de la denominada “emergencia” Mau Mau, pero esa es otra historia.
El Muthaiga Club
Como es de suponerse, aquella vida sacrificada tenía también algunas recompensas. Y como no podía ser de otra manera siendo una colonia inglesa, el club era, sin dudas, el lugar para socializar, distenderse, divertirse y hacer nuevas amistades, entre otras cosas.
Inaugurado una noche de festejos del 31 de Diciembre de 1913, el Muthaiga Club se convirtió rápidamente en el centro del “Valle Feliz”. Su febril actividad, mayormente durante la época de las carreras de caballos, cuando los colonos y granjeros establecidos en el interior del país hacían coincidir sus viajes de negocios, no duró mucho. El inicio de la Primera Guerra forzó a la mayoría de sus miembros a enlistarse en el ejército o a participar en fuerzas expedicionarias de voluntarios hasta el final del conflicto en 1918.
Luego del armisticio, el Muthaiga resurgió como resurgió Nairobi y comenzó a conocerse como el Moulin Rouge de África. Allí al más puro estilo de los clubes del Pall Mall londinenses, podía uno retirarse en las tardes a leer los diarios, jugar whist, billar o tomarse un veraniego Pimm´s N°1, por supuesto, recordando no hablar en voz alta para no molestar a los demás. Las mujeres no tenían permitido el acceso al bar, obviamente. Después de todo era un lugar para caballeros victorianos, aunque Victoria ya no estuviera entre los vivos.
Con el correr del día, la etiqueta estricta y el decoro imperial, iba dando paso a formas más relajadas de comportamiento. Al anochecer -la hora azul de los románticos-, el dixie y los foxtrots que sonaban en las victrolas, el scotch, el champagne y hasta la droga que se según dicen las malas lenguas, se ofrecía en la puerta, se adueñaban de los elegantes salones justificando así el porqué el apodo de Moulin Rouge.
Algunos de los cazadores blancos habitués de club eran el Honorable Denys Finch Hatton, el Barón Bror von Blixen-Finecke, Alan Black, Philip Percival, Andy Anderson, Pat Ayre, y muchos otros. Entre los referentes de la política colonial británica en el este de África, estaba Hugh Cholmondeley, tercer Barón de Delamere, más conocido como Lord Delamere o simplemente “D”, y Berkley Cole, granjero y miembro del Consejo Legislativo de la colonia. Entre las mujeres, las más famosas sin dudas, la escritora Karen Blixen y la aviadora Beryl Markham.
Muchos de estos nombres fueron inmortalizados en el libro de Blixen Out of Africa, o Africa mía, en su traducción al español, y luego llevados al cine por Sidney Pollack en la película del mismo nombre.
Allí la escritora y el cineasta se esforzaron por reflejar fielmente el ambiente de la época, pero también por morigerar los excesos de la vida social. Poco se habló allí de infidelidades, y nada se dijo sobre las largas noches de Mumm, drogas y sexo. El intercambio de parejas no era algo extraño en el Muthaiga. Blix, como le decían al Barón Blixen, solía presentar a su amigo Finch Hatton, como “mi amigo y el amante de mi esposa”.
Lo cierto es que el matrimonio del Barón con la escritora (a quien contagió de sífilis) y que terminó en divorcio en 1921, era la crónica de una muerte anunciada. En realidad, antes de la separación, Karen Blixen había vivido un romance con Finch Hatton de quien creyó dos veces estar embarazada. Finch Hatton a su vez, había compartido sentimientos con la joven Beryl Markham, que también supo salir con Blix, quien luego se enamoró locamente de “Cockie” Birkbeck, aprovechando que el marido de ella se hallaba de viaje en Inglaterra. En fin, que como queda claro, cuando caía la noche se encendían las pasiones en el Muthaiga, y las fidelidades quedaban de lado por un rato.
Estas situaciones por supuesto, no fueron ni remotamente exclusivas de los personajes del libro y la película Out of Africa. Según las crónicas de la época, este comportamiento relajado era moneda corriente con buena parte de la sociedad, muchos de ellos miembros del club. Lo que sucede es que todos estos personajes que rescata Karen Blixen lograron notoriedad en cada una de sus actividades.
Naturalmente ella misma es la más reconocida y recordada. Sus libros África mía, Sombras en la hierba, o Siete cuentos góticos han dejado un legado literario trascendente, que hasta el mismo Ernest Hemingway elogió en su momento. Su vida es conocida, e incluso desde estas mismas páginas se han escrito interesantes semblanzas biográficas sobre su persona.
Finch Hatton provenía de la nobleza londinense. Alumno de Eton y Oxford había recibido la educación de un gentleman, pero optó por una vida nómade y aventurera, estableciéndose en la colonia de Kenia en 1911. No fue hasta el año 1925 en el que se convirtió en cazador blanco aprovechando su amistad con Philip Percival, Alan Black y John Hunter con quien hizo sus primeros safaris. Aquella educación aristocrática, sumado a su característico acento inglés y sus conexiones familiares, hicieron que Eduardo, Príncipe de Gales quien iba a ser luego Eduardo VIII Rey de Inglaterra, lo eligiera para el safari que hizo junto a su hermano el Duque de Gloucester en 1928. Tres años más tarde Finch Hatton moriría en un accidente con su avión De Haviland Gypsy Moth sobre Tsavo.
Bror Blixen, también proveniente de la nobleza pero de Suecia, era el típico play-boy. Fue considerado uno de los grandes cazadores de su época y uno de los primeros en usar aviones para buscar lugares apropiados donde establecer los campamentos de sus safaris. Luego de su separación con Karen Blixen, y de su “affair” con “Cockie” Birkbeck, finalmente se quedó con la sueca Eva Dickson a quien también conoció en Kenia. Blix guió a importantes empresarios como Alfred Vanderbilt y a miembros de la realeza británica en safaris por diversos territorios de Kenia, Uganda, Congo, etc. Fue amigo de Hemingway con quien compartió salidas de pesca en el Caribe y corridas de toros en España y hasta se dio el lujo de escribir un libro: African Hunter.
Beryl Markham fue otro de los personajes que se destacó a lo largo de su vida. Hija del entrenador de caballos de Lord Delamere, poseía muchas condiciones para ser admirada en el inicio de su vida. Según dicen, muy hermosa, con una apariencia similar a la de Greta Garbo, felina y rubia, era una gran cazadora y una perfecta amazona, tanto que en aquel entonces se decía que montaba como un jockey irlandés, usaba la lanza como un guerrero Masai, volaba como Charles Lindbergh, seducía como una hurí islámica y escribía mejor que Hemingway. Un personaje curioso, sin dudas. Lo cierto es que pasó a la historia como la primera piloto que cruzó el Atlántico de Europa a Nueva York en solitario. Esto lo hizo en 1936 a bordo de su Percival Vega Gull. Beryl escribió su autobiografía titulada Al oeste con la noche, donde cuenta además sus aventuras aeronáuticas sobre las planicies de África.
Lord Delamere hizo historia también como uno de los responsables de la “apertura” de Kenia para los ingleses. Nairobi lo homenajeó con monumentos y una calle, hasta que la descolonización barrió con su nombre. Se removieron los monumentos y su calle pasó a llamarse Avenida Kenyatta. Fue granjero, líder de los colonos, participó en la Gran Guerra, fue el primer presidente del East African Turf Club y fue llamado alguna vez el Cecil Rhodes de Kenia. Pero también fue conocido y recordado, por sus excesos y excentricidades. Durante muchos años se escuchaban historias del viejo “D”. Como la vez que ingresó al bar del famoso Hotel Norfolk de Nairobi montado en su caballo, o como cuando tiraba pelotas de golf sobre los techos del Muthaiga y luego iba a buscarlas él mismo, o cuando organizó una fiesta para 200 personas en las que se tomaron 600 botellas de champagne.
Según pasan los años
A medida que fue pasando el tiempo, el Muthaiga Club siempre mantuvo su reputación de ser el centro de la elite colonial. Los vientos de guerra en 1939 hicieron que la mayoría de sus miembros se enlistaran en las fuerzas armadas, de manera similar a lo que habían hecho 20 años antes. Pero una vez terminada la contienda, Kenia resurgió y con ella el Muthaiga.
Sus espléndidos salones, barras, restaurantes y jardines siguieron albergando a personajes sacados de novelas de aventuras y misterio. Se cuenta que Hemingway basó su cuento La vida corta y feliz de Francis Macomber en un relato que escuchó de uno de los parroquianos del club. Allí, en la ficción, Margot, la esposa joven y bella de un potentado cliente americano llamado Francis Macomber, se enamora de Robert Wilson, el cazador blanco del safari matrimonial. Para hacer la historia corta, digamos que todo termina cuando su esposa dispara una bala del 505 Gibbs a la cabeza del feliz y sufrido Macomber. “Podrías haberlo envenenado como hacen las mujeres en Inglaterra”, sentenció ciertamente resignado, el cínico cazador blanco.
Las historias de infidelidades, intrigas y violencia continuaron en el Valle Feliz, incluso en plena guerra mundial.
En 1941 un miembro del club recibió un tiro en la cabeza mientras estaba sentado en su auto. La víctima fue Lord Josslyn Hay, Conde de Erroll, un noble filántropo británico que tenía un “affair” con Lady Diana, esposa de Sir “Jock” Delves Broughton. Jock fue acusado de homicidio y se suicidó un año después. No se sabe bien si por el remordimiento y la culpa o porque su Diana lo abandonó por otro hombre casado, el Barón de Delamere. No, no el viejo y pícaro “D”, sino su joven y pícaro nieto. Esta historia también fue llevada a la literatura por el periodista James Fox bajo el título de White Mischief y posteriormente al cine en 1987.
Kenia ya no es lo que era. Aquel paraíso de la caza desapareció. Los cazadores blancos emigraron y se convirtieron en cazadores profesionales, la fauna silvestre sufrió las gravísimas consecuencias de la prohibición de la caza legal deportiva, la nobleza británica ya no se jacta de su posición y cultura sino que se avergüenza de haber sido referentes de una potencia imperial. Nairobi tampoco es el mismo. Ahora es la ciudad más grande de África oriental, y junto a sus modernas construcciones yacen asentamientos precarios donde más de dos millones de personas conviven diariamente con la miseria y el sida.
Sin embargo el Muthaiga Country Club aún permanece. Sigue estando a diez minutos del centro de Nairobi, en los mismos terrenos y con el mismo edifico. Claro que tampoco es lo que era. Al menos en su ambientación, el otrora gentlemen club retiene la atmósfera de “la vieja Kenia” y aporta el confort de los tiempos modernos. Siguió el mismo camino que sus contrapartes en el Pall Mall de Londres, como el Reform Club (desde donde salió Phileas Fogg a recorrer el mundo en 80 días), el Athenaeum o el Travellers Club.
Ahora en el Muthaiga las mujeres ya pueden entrar al bar –durante muchos años Karen Blixen fue la única a la que se le permitió ese raro privilegio-, hay pileta de natación para los chicos, y por supuesto ya no se arman las fiestas de antaño.
Pero hay algo que no cambió, y es la manía por no levantar la voz para no molestar a los presentes. Es más, hoy tampoco está permitido el uso de notebooks ni celulares en sus salones por el mismo motivo.
Seguramente de aquel Moulin Rouge africano, solo quedan hoy unos pocos fantasmas vagando por los exclusivos, elegantes y aburridos salones, en busca de aventuras olvidadas, que alguna vez puedan volverse a convertir en novelas de sexo, de mentiras o de disparos.
Publicado en Revista Vida Salvaje (Marzo 2010)
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