Por
Eber Gómez Berrade
El
nombre de Andreas Madsen ya es un ícono en la historia de la Patagonia
argentina. Este pionero nacido en Dinamarca a fines del siglo XIX, exploró
junto al Perito Francisco Moreno, los rincones de la frontera sur con Chile, y
se estableció finalmente sobre el Río de las Vueltas, al pie del cerro Fitz
Roy, en la provincia de Santa Cruz. Fue además marino, ganadero, escritor, cazador
y un convencido conservacionista.
Un viejo amigo mío solía decir que “en la época en la que los barcos eran de madera, los hombres eran de acero”. Lo decía cada vez que recordábamos las hazañas de la fallida expedición antártica de Sir Ernest Shackleton. Esta frase encajaría aquí como anillo al dedo para describir la vida de Madsen. Desde su dura niñez en las costas nórdicas, sus aventuras a bordo de veleros, sus expediciones fronterizas, y hasta sus andanzas al pie de Fitz, lo muestran como un hombre que se hizo a sí mismo, que aprendió por su cuenta oficios y varios idiomas, y que era poseedor de una vasta cultura.
Un viejo amigo mío solía decir que “en la época en la que los barcos eran de madera, los hombres eran de acero”. Lo decía cada vez que recordábamos las hazañas de la fallida expedición antártica de Sir Ernest Shackleton. Esta frase encajaría aquí como anillo al dedo para describir la vida de Madsen. Desde su dura niñez en las costas nórdicas, sus aventuras a bordo de veleros, sus expediciones fronterizas, y hasta sus andanzas al pie de Fitz, lo muestran como un hombre que se hizo a sí mismo, que aprendió por su cuenta oficios y varios idiomas, y que era poseedor de una vasta cultura.
Un Oliver Twist en
Dinamarca
Andreas
Madsen nació en un pueblito danés llamado Handbjerg, ubicado en la costa de la
península de Jutlandia, un 17 de Octubre de 1881.
Sus
padres habían llegado a aquella desolada región, como pioneros algunos años
antes, donde construyeron una pequeña casa con techo de paja. Era sin dudas una
tierra dura, y el pequeño Andreas conoció los rigores de la vida a temprana
edad. Ya a los ocho años, fue enviado a trabajar como ayudante de un granjero
haciendo todo tipo de tareas rurales. Según recordaría siendo adulto, no la
pasó bien durante esos cuatro años que duró este trabajo. Ganaba muy poco, apenas
le alcanzaba para comprarse ropa, y en el invierno, zapatos. A los 12 años, su
vida comenzó a virar. Entro a trabajar para otra familia de granjeros, mucho
más amables y más cultos que el anterior. En aquella casa que contaba con una
biblioteca, trabó relación por primera vez con autores ingleses como
Shakespeare y Dickens, identificándose inmediatamente con los infortunios del
joven Oliver Twist. En esa biblioteca, también había volúmenes escritos por grandes
exploradores africanos como Henry Morton Stanley y David Livingstone, así como
varias obras y relatos de cazadores reconocidos. El descubrimiento de aquellos
autores inflamó su imaginación, fantaseando con tener él mismo, una vida de novela,
plagada de animales salvajes y paisajes exóticos.
Al
poco tiempo, el destino le ofreció la oportunidad de comenzar a vivir su propia
aventura. Luego de pescarse escarlatina, pidió a sus empleadores que le
permitan visitar a sus padres ya que no podía trabajar. La licencia le fue
concedida y el joven Andreas la aprovechó para escaparse. Tomó un tren con los
magros ahorros que había juntado, se dirigió hacia la costa, y allí logró
embarcarse como grumete en un velero con destino a Suecia. Sus días de exploraciones
habían comenzado.
Estuvo
embarcado cuatro años hasta que fue ascendido a marinero. Ganaba bien, conocía
puertos lejanos, ahorraba algo y compraba libros cada vez que podía. A los 19
años se subió a un vapor -el Skanderborg-, con destino a Buenos Aires. Ni bien
desembarcó, decidió abandonar su carrera marinera, y quedarse a explorar estas
tierras. Empezaba así una nueva vida a la par que amanecía el nuevo siglo XX.
Pionero en tierras tehuelches
Luego
de establecerse un tiempo en el barrio de La Boca, junto a algunas familias
escandinavas, decidió en 1901, sumarse a la Comisión de Límites que partía para
el sur argentino, a fin de delimitar las fronteras del país luego de los
tratados firmados con Chile. La Comisión estaba compuesta por exploradores de
reconocida experiencia, como el dinamarqués Ludovico von Platten, el perito
Francisco Moreno y el naturalista Clemente Onelli. Madsen fue contratado por
sus condiciones marineras, útiles en los varios lagos patagónicos que debían
cruzarse, como el Belgrano y el Buenos Aires. En 1903 participó nuevamente de
otra expedición que prepararía el terreno para una comisión mixta compuesta de
argentinos, chilenos y británicos que oficiaban de árbitros entre ambas
naciones. En aquel viaje conoció a numerosos expedicionarios europeos, que
ayudaban y asesoraban en cuestión de límites y fronteras a los dos países
andinos.
Uno
de esos personajes, era el alemán Federico Otten, un taxidermista de Hamburgo
enviado para recolectar especies de fauna autóctona, y que por ese entonces se
dedicaba a la búsqueda de oro. Otten fue el primer cristiano en cruzar el Río
Grande de la Tierra del Fuego, y del Santa Cruz, costeando los lagos Viedma y
San Martín. Ambos aventureros se hicieron muy amigos, y se internaron tierra
adentro, hasta llegar al pie del cerro Fitz Roy. Allí se establecieron los dos,
sobre la costa del lago Viedma.
Poco
tiempo después, Madsen iba a vivir unas peripecias dignas de las “Aventuras de
Robinson Crusoe” o de “Los hijos del Capitán Grant”, como gustaba decir.
Lo
cierto es que hacia fines del mes de abril, el alemán decidió ir por
provisiones a la costa, distante unos 400 kilómetros. “Me voy, y en un
santiamén traeré algunas cosas”, dijo. Su idea era ir cazando ñandúes en el
camino, y con lo producido pagar las provisiones, mientras tanto Madsen, construiría
una casilla. Aquella mañana de abril, Otten aparejó seis caballos cargueros, seis
de montar, y se fue. Era un viaje de un par de meses a la sumo. Tardó seis en
volver.
Durante
ese período, Madsen se fue quedando él mismo sin provisiones, y comenzó a
subsistir cazando guanacos, zorros y ñandúes. Un día, tres meses después de la
partida, no tuvo mejor idea que terminar de amansar un fuerte y brioso potrillo
pangaré, para usarlo en sus cacerías. Al sentarse en el recado, el primer
corcovo enloquecido del pobre animal, lo catapultó al suelo, fracturándose la
clavícula.
Sólo,
en la más absoluta de las soledades, Madsen llegó como pudo a la casilla, se
puso una piedra debajo del sobaco para mantener ubicado el hombro, se vendó el
brazo con arpillera y se recostó en medio del dolor y un incipiente acceso de
fiebre. Al tercer día sin nada que comer y desfalleciente, tuvo que salir,
ensillar una yegua mansa, montarla y cabalgar hasta que logró cazar un guanaco.
A la vuelta, un churrasco sangrante y apenas calentado sobre las brasas, fue a
parar a la panza famélica del sufrido dinamarqués que sólo pensaba en
sobrevivir.
Al
final, el viejo Otten apareció, y contó su historia y el por qué del retraso.
Sucedió que con una importante cantidad de plumas de avestruces (como le dicen
a los ñandúes), llegó a la costa y las vendió a buen precio. Pero en lugar de
ir al almacén para comprar la provista, se fue derechito al boliche. Al cabo de
unos días no le quedaban ni los caballos. Así que tuvo que salir a cazar
avestruces y empezar todo de nuevo.
Cazando “leones” en
Patagonia
Madsen
aprendió a cazar en la Patagonia. Primero para alimentar las expediciones en
las que formaba parte, y muchas veces para salvar sus rebaños de ovejas de las
garras de los predadores. Cazó de todo, ciervos, guanacos, ñandúes, zorros y muchos
pumas, o “leones”, como lo llaman los gauchos.
El
primer puma que cazó fue en 1902, durante la expedición comandada por von
Platten en las nacientes del Río Deseado. Fue una noche cuando ya toda la
partida estaba en el sobre alrededor de un fuego extinguido, que vio casi
encima de él, un enorme león. La escena
le recordó por un momento a aquellos feroces ataques de tigres de Bengala
descriptos por Salgari en Sandokan. Aunque este felino nunca saltó, y se mantenía
estático. Sigilosamente preparó su Máuser Argentino 7.65, y avisó a uno de sus compañeros,
para que lo respalde con un revólver. A la cuenta de tres, ambos dispararon. Luego
del estruendo, el león ya no estaba. Decidieron no seguirlo en la oscuridad. Al
alba, a no más de un centenar de metros de donde estaban, descubrieron rastros
de sangre. Y a poco andar, encontraron al pobre animal sin vida, que resultó
ser una leona enorme. “Me sentía casi un pionero en su primera aventura de caza
mayor -recordaría Madsen años después- aunque la lucha no fue muy caballeresca,
aquel primer lance resultó bastante excitante y alentador”.
Durante
sus viajes, Madsen cuenta que usaba un fusil Máuser 1891, modelo Argentino, un
Martin (presumiblemente de la armería Martin Meylin de Pensilvania, usado
tempranamente en la conquista del Oeste americano), una escopeta de dos caños,
y un revólver calibre 44.
Naturalmente
en el curso de las expediciones, los encuentros con los leones eran frecuentes,
pero no sólo el Máuser retumbaba para abatir leones. Madsen recuerda que un 25
de Mayo, fiesta patria y con nieve a pleno, se dirigían hacia lo que hoy es
Comodoro Rivadavia, o Rada Tilly por aquel entonces. Cuando el guía de la
expedición, el cacique Kankel, oriundo del río Senguer, descubrió un rastro
fresco de puma y se lanzó tras él a todo galope. Madsen lo siguió y allí tuvo
la oportunidad de presenciar una escena inolvidable: al tehuelche cazando un
enorme puma de casi tres metros, usando sólo sus boleadoras.
Iban
a pasar unos pocos años para que Madsen pudiera hacer lo mismo, casi con tanta
baqueanía como el cacique, aunque jamás volvió a ver un león tan grande como el
de aquel 25 de Mayo.
Los
leones eran casi una plaga para los ganaderos que veían como sus majadas de
ovejas eran diezmadas en el correr de una sola noche. A Madsen, la cacería de
este noble felino, le despertaba fascinación, pero siempre la llevó a cabo como
una forma de subsistencia. Así lo relata en sus escritos, donde cuenta los
detalles de una gran cantidad de cacerías de pumas en las que participó. Sin
embargo, en todo momento tuvo una clara consciencia conservacionista, no sólo
en lo que respecta a la fauna silvestre sino también al medio ambiente en
general. Fue -de hecho-, uno de los impulsores que bregaron para que esas
tierras santacruceñas fueran convertidas en parques nacionales.
Aventuras al pie del
Fitz Roy
Luego
de sus andanzas expedicionarias, este danés errante, se dedicó a tareas
rurales, cuidando tropillas de caballos y guiando yuntas de bueyes. Fue capataz
en algunas estancias de la zona, empleado del aserradero de la empresa Bonvalot
& Cía., y de una firma lanera donde comandaba un pequeño bote haciendo la
ruta que va del Lago Viedma hasta el Atlántico, a través del río de la Leona,
el lago Argentino y el río Santa Cruz, convirtiéndose en el primer hombre en
navegar este curso de agua. Fue además uno de los primeros que recorrió la ruta
que une el lago Viedma con Mata Amarilla, camino que solía hacer en carro de
bueyes, guiándose sólo con brújula y muchas veces en medio de fuertes neviscas
y tormentas. Jamás abandonó su pasión por la aventura.
En
el año 1912 viajó a Dinamarca. Visitó su pueblito natal en la península de
Jutlandia, y allí mismo se volvió a encontrar con quien fuera su novia, y quien
a la edad de 7 años, le prometiera su mano. Lo increíble fue que, como si la
historia hubieras sido escrita por un guionista de novelas románticas, la
pequeña Fanny, Steffanny Thomsen, estaba aún esperándolo. No había más que
pensar. Se casaron y vivieron allí hasta que estalló la Primera Guerra Mundial.
En
ese fatídico año de 1914 decidió retornar a Argentina con su esposa, y
establecerse nuevamente en la zona del lago Viedma. En reconocimiento a su
labor para el Estado Argentino, el gobierno le arrendó unas 20.000 hectáreas
sobre el Río de las Vueltas, 17.000 sobre la margen oeste y 3.000 sobre la
este. Allí finalmente estableció su estancia, edificó su casco sobre la costa
del río, y pasó casi todo el resto de su vida. Crió una familia con cuatro
hijos: Peter Christian, Karl Richard, Fitz Roy y Anna Margarethe, y hasta tuvo
tiempo para escribir memorias y relatos de sus aventuras.
En
1948 editó su primer libro llamado “La Patagonia Vieja”, una exquisita
colección de historias de un tiempo ido en un lugar inhóspito, y en 1956, un
volumen de relatos de cacerías, el clásico: “Cazando pumas en la Patagonia”, un
incunable para los amantes de la literatura cinegética. Años más tarde
aparecería una recopilación de cartas personales e historias editadas bajo el
título de “Relatos nuevos de la Patagonia vieja”.
Cuarteles de invierno
Su
querida esposa Fanny falleció en 1950, y en esa década su estancia se fue
convirtiendo en el “campamento base” para las expediciones que se lanzaban a la
conquista del Fitz Roy y el Cerro Torre, dos de las montañas más difíciles y peligrosas
de escalar en el mundo entero.
Por
esa casa pasaron los legendarios montañistas Lionel Terray y Guido Magnone en
1952, antes de subir el Fitz Roy por primera vez; los míticos José Luis
Fonrouge y Carlos Comesaña quienes en 1965 se convirtieron en los primeros
argentinos en abrir rutas de ascenso en esas paredes, y hasta los polémicos Cesare
Maestri y Tony Egger, que en 1952 se lanzaron a la conquista del temible Cerro
Torre.
Desde
aquellos días, la estancia Madsen se convirtió en un lugar icónico para la
historia grande del montañismo mundial. Hoy es un museo, y la vieja casa principal
sigue siendo un lugar agradable, que rememora la vida rural de antaño y que
para los que conocemos su historia, nos transmite una energía especial, mezcla
de admiración, nostalgia y misterio.
En el año 1963 Madsen decidió mudarse a la ciudad de San Carlos de Bariloche donde vivían sus hijos Anna y Peter. Dos años más tarde falleció, un 1 de Septiembre de 1965. Sus restos fueron trasladados en 1972 de vuelta hacia su lugar el mundo, y enterrados en un pequeño jardín junto a su esposa e hijos. Desde ese lugar, la vista del cerro Fitz Roy y del Parque Nacional Los Glaciares -hoy Patrimonio de la Humanidad-, no puede ser más sobrecogedora. Al entrar a la casa todavía se ve un pequeño cartel de madera, con el lema “Pensar alto, sentir hondo, hablar claro”. Palabras por las que vivió este danés errante, que cazaba pumas y amó la Patagonia.
2 comentarios:
hombres hericos que forjaron y afianzaron la sobernia nacional Argentina
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