martes, 26 de mayo de 2020

Sir Wilfred Thesiger, Gentleman & Explorador


Por Eber Gómez Berrade

Sir Wilfred Thesiger fue -sin dudas- el último explorador inglés de la vieja escuela. Nació a principios del siglo XX y murió a principios del XXI. En su larga vida de aventuras fue cazador, expedicionario, geógrafo, militar y escritor. Fue premiado y condecorado en numerosas oportunidades, entre ellas como Caballero Comandante de la Orden del Imperio Británico. Escribió famosos best sellers, fue nombrado miembro de la Real Sociedad Geográfica de Londres, y luchó como comando en las fuerzas especiales SAS, durante la Segunda Guerra Mundial, enfrentando al Afrika Corps en el desierto del Sahara. A dieciséis años de su muerte, se lo recuerda tanto por sus safaris de caza mayor en Etiopía y en el Sudán, como por sus expediciones a través del Rub´al Khali (la Región Vacía), aquel infernal e inhumano desierto de la península arábiga, todavía hoy inexpugnable. Una de las primeras fotografías de Wilfred Thesiger de las que se tiene registro, lo muestra a la edad de tres años junto a un antílope oryx cazado por su padre en Abisinia. Otra, junto a un kudú, y otra montado a caballo en un campamento de safari. De esta forma comenzó su vida, que desde el inicio auguraba una pasión por los lugares abiertos, las culturas primitivas y las viejas tradiciones europeas. Thesiger fue un imperialista consumado. Siempre se jactó de la función civilizadora que los británicos llevaron a los confines más salvajes del planeta. Y al mismo tiempo como muchos otros colonialistas, tenía un gran respeto y admiración por aquellos pueblos originarios con los que se codeó a lo largo de sus expediciones. Siempre fue respetado por los nativos africanos y beduinos que lo veían como a uno de los suyos. Los árabes lo llamaban Mubarak ibn London (bendito hijo de Londres). Al final de sus viajes se hospedaba en casa de su madre, en el recoleto barrio de Chelsea, sobre el río Támesis, en Londres. Allí, cambiaba el turbante por el bombín negro, y el rifle por el paraguas con total naturalidad. No era fácil reconocer, en ese típico gentleman que paseaba por la mundana King´s Road o leía sentado en un banco de los pintorescos Ranelagh Gardens, al famoso explorador de las selvas de África y los desiertos de Arabia.


Entre Eton y África
Wilfred Patrick Thesiger nació en una choza de adobe y paja en Addis Abeba, Abisinia (hoy Etiopía), el 3 de junio de 1910, pero a pesar de tan humilde escenario, el joven Thesiger provenía de una familia de aristócratas. Su padre, era de hecho, el cónsul general británico en ese país africano, y su tío Frederick Thesiger, primer Vizconde de Chelmsford, sería nada menos que Virrey de la India entre los años 1916 y 1921. La vida en esos exóticos paisajes abisinios no duraría mucho, pero fue suficiente para inocular el virus de la aventura, la exploración y la caza, que lo acompañaría durante toda su vida. El traslado de su padre a Inglaterra hizo que sus días de libertad temprana se transformarán en disciplina y estudio. Fue educado en una escuela prestigiosa del condado de Sussex, y más tarde entró en el legendario Eton College. Como no podía ser de otra manera, la universidad a la que ingresó luego fue la de Oxford. Era bueno en los estudios, pero mejor en los deportes. Particularmente en boxeo, donde recibió premios durante su estadía en los claustros universitarios y fue nombrado capitán del equipo. Su otra pasión, la exploración, lo llevó a convertirse en el tesorero del Club de Exploración de Oxford, donde comenzó a vislumbrar lo que iba a ser su carrera después de recibirse. En aquellos años de juventud, Thesiger asolaba la biblioteca paterna y la de su colegio, en busca de los escritos de los exploradores más famosos. De esa manera, se interiorizó de las vidas de grandes cazadores profesionales como el legendario Frederick Courteney Selous, el escocés John Hunter, el Honorable Denis Fynch-Hatton (otro Etonian igual que él) y el decano de los White Hunters, Philip Percival. Pero también, leyó las obras de los grandes arabistas británicos como Sir Richard Francis Burton, el famoso descubridor del Lago Tanganika, traductor de “Las mil y una noches” y peregrino de las ciudades santas del islam de La Meca y Medina; de Charles Montagu Doughty, autor del clásico “Viajes en la Arabia Deserta”, y por su puesto de su coetáneo Thomas Edward Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia, quien hacía poco, había publicado su obra magna “Los siete pilares de la sabiduría”, relatando magistralmente la revuelta árabe durante la Primera Guerra Mundial. Todos estos libros, inflamaron aún más el espíritu andariego de Thesiger, así que cuando en 1930 recibió una invitación del Emperador de Etiopía, Halie Selassie, para su coronación, no lo pensó dos veces. Selassie, el último monarca en ocupar ese trono de larga tradición cristiana, iba a ser coronado en Addis Abeba, y quería que Thesiger, -a quien conocía de pequeño- asistiera a ese evento. Fue la gran oportunidad para volver a su amada África, y a partir de allí, se convertiría en un destino habitual en sus viajes. Sus contactos con el establishment y su vinculación con el club de exploradores de la universidad, lograron que la Real Sociedad Geográfica de Londres, lo enviara a Etiopía en 1933, como líder de expedición para explorar el río Awash, uno de los cursos de agua más importantes de ese país. Thesiger naturalmente cumplió cabalmente su cometido, recorriendo el río y cartografiando la zona hasta llegar al lago Abbe, pero además tuvo tiempo para convertirse en uno de los primeros europeos en entrar al Sultanato de Aussa, en la región Afar, en el este de Etiopía. Luego de esta experiencia, la suerte estaba echada. Aplicó y obtuvo un puesto en el Servicio Político de Sudán, y se estableció en Darfur y en el Alto Nilo. Allí con trabajo asegurado y en el lugar de sus sueños, se dedicó a la caza mayor. No tanto como buscador de trofeos, sino para eliminar animales cebados y problemáticos, y para proveerse el sustento diario de carne silvestre. Pero esta vida despreocupada de safaris no iba a durar mucho. El estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939, se hizo escuchar en África y todo cambió para Thesiger.


Comando en las Fuerzas Especiales
Sin pensarlo dos veces, Thesiger se unió a las Fuerzas de Defensa de Sudán en 1940, como miembro de la legendaria Gideon Force, al mando del coronel Orde Wingate. Un grupo de operaciones especiales de elite, que tuvo la misión de combatir a los italianos de Il Duce, y de paso, volver a poner en el trono al depuesto emperador de Abisinia: su amigo Halie Selassie, el Ras Tafari, Negus de Absinia, Rey de Reyes y unos cuarenta títulos más. Su imperio duró hasta 1974, cuando fue depuesto nuevamente, y asesinado al año siguiente. Para Thesiger la campaña militar etíope tuvo algunos contratiempos, pero el saldo no pudo haber sido mejor. Logró junto a sus hombres, la rendición de 12.000 efectivos italianos, y se dirigió triunfante a la capital, Addis Abeba, su lugar de nacimiento. Por esa tarea, fue condecorado con la Orden de Servicios Distinguidos. Siempre dijo que, para él, la operación en Etiopía tuvo un carácter muy particular, porque la consideraba una especie de cruzada, de la cual estuvo siempre muy orgulloso. La continuidad de la guerra le permitió conocer el otro escenario donde se iba a sentir pleno, además de la sabana africana: el desierto árabe. Ingresó al grupo Special Operations Executive, que se encargaba de operaciones de espionaje, sabotaje y reconocimiento, y fue desplegado al teatro de operaciones de Siria. Más tarde, pasó a los legendarios comandos SAS (Special Air Service) para combatir en el norte de África, donde alcanzó el rango de Mayor. Allí patrulló el desierto, fue ametrallado por aviones alemanes, combatió a punta de bayoneta calada, minó y desminó caminos, dinamitó postes de telégrafos, se lanzó en paracaídas tras las líneas enemigas y se convirtió en una pesadilla para el África Korps del Mariscal Rommel.




Hacia el infernal Rub´al Khali
Luego de la guerra, Thesiger se dedicó a la exploración a tiempo completo. Viajó por Irak, Irán, Kurdistán y Pakistán. En 1945 fue contratado por la Unidad de lucha contra la langosta en Medio Oriente, para localizar zonas de reproducción de esta plaga en el sur de Arabia. No es que ese trabajo lo entusiasmara mucho, pero le daba sí, la oportunidad de recorrer los lugares por donde habían andado sus admirados Burton, Doughty y Lawerence. Fue en esta época que condujo dos expediciones trascendentales: el cruce en dos oportunidades del gran desierto de Rub´al Khali, el infame Empty Quarter (Región Vacía). Con una extensión de más de 650 mil kilómetros cuadrados, es uno de los mayores desiertos de arena, y una de las zonas más inhóspitas del planeta. Hasta ese momento solo dos exploradores se habían arriesgado a cruzarlo: los británicos Bertram Thomas en 1931, y Harry Saint John Philby en 1932. Thesiger tomó otras rutas, pero además como odiaba la tecnología moderna, realizó sus expediciones caminando o montado en camellos, con la sola compañía de nativos beduinos. La primera vez que cruzó el desierto fue en 1946, desde Salalah en la provincia de Dhofar, en Omán, y se dirigió hacia el oasis de Mughshin. Luego pasó por el oasis de Liwa, en el Emirato de Abu Dhabi, cruzó a Omán y regresó a Salalah al año siguiente. La segunda vez, en 1947, arrancó por el pozo de Manwakh en Yemen, pero fue encarcelado por un breve periodo por el rey de Arabia Saudita. Una vez liberado, mediante algunos trámites del gobierno británico, siguió por Sulayil y volvió a la ciudad de Abu Dhabi en 1948. Estas expediciones fueron en parte financiadas por la empresa Petroleum Development Oman, quienes requerían de Thesiger, no solo cartografía de la zona, sino un informe completo con miras a la explotación petrolera de la región. Lo cierto es que el explorador, contrario a la tecnología moderna y amante de las viejas tradiciones, detestaba la sola idea de ver convertido su querido desierto y a sus beduinos, en un parque tecnológico de explotación industrial. Pero es cierto que, así como el estudio de langostas lo ayudó a recorrer Arabia, el petróleo lo ayudaba a financiar sus escapadas nómades.

Explorador de renombre
Luego de sus dos cruces al Rub´al Khali, la fama de Thesiger se extendió por todo el mundo. Pasaba sus días entre viajes a Londres, a Siria y a Irak. En el desierto aprovechaba para desarrollar su gusto por la caza, con un venerable Rigby .275, calibre suficiente para las gacelas y antílopes de la región. Esta nueva conexión con la caza, lo impulsó nuevamente a cambiar de lugar de residencia, y se mudó a Kenia. Allí se dedicó de lleno a la caza mayor, y a recorrer territorios turkanas y samburus. Cazó elefantes, búfalos y leones, así como innumerables especies de planicie al pie del Kilimanjaro. Al mismo tiempo, organizaba lo que serían sus futuros viajes a India, Pakistán y Afganistán. Las décadas de 1950 y 1960, lo vieron recorrer infinidad de lugares, escribir mucho y recibir premios. La Real Sociedad Geográfica de Londres le otorgó la prestigiosa Founder´s Medal; la Real Sociedad para Asuntos Asiáticos, la Lawrence of Arabia Medal; la Real Sociedad Geográfica de Escocia, la Livingstone Medal; la Real Sociedad Asiática, la Burton Memorial Medal; la Reina Elizabeth II, lo condecoró en 1966 como Comandante de la Orden del Imperio Británico, y en 1995, lo ascendería a Caballero Comandante de la Orden del Imperio Británico. Thesiger recibió además numerosos galardones literarios, como el ser elegido miembro de la Real Sociedad de Literatura y miembro honorario de la Academia Británica, entre otras distinciones universitarias. Aunque nunca tuvo el objetivo de ser un escritor de viajes, sus amigos, lo convencieron para que, de a poco, ponga en orden sus apuntes, y le dé forma de libro. Así lo hizo y en esto también le fue muy bien. Su obra más conocida fue “Arabian Sands”, que publicó en 1959. Allí relata con una pluma digna y sobria, sus exploraciones por el Rub´al Khali. En 1964, publicó “The marsh Arabs”, donde se explaya sobre las tribus de las marismas del sur de Irak, en un relato entre antropológico y de aventuras. Luego de sus dos grandes best sellers, siguió publicando, entre otros títulos: “The last nomad”; una autobiografía titulada “The life of my choice”; “My Kenya days”, “The Danakil diary”; una antología llamada “My life and travels” y una colección de fotografías titulada “A vanished world”.

Además de cazar, Thesiger tomaba muchas fotos, y al final de sus días donó su colección de más de 38 mil negativos al museo Pitt Rivers de la Universidad de Oxford. En 1990 se radicó definitivamente en Inglaterra. Su estado de salud, ya no le permitía continuar sus excursiones, solo le quedaba pelearle al mal de Parkinson, en un ambiente más civilizado. De la casa de su madre, paso a una casa de retiros, en la que llevaba una vida monástica y digna. Thesiger nunca se casó, ni tuvo hijos naturales. Sí muchos amigos nativos, a los cuales veía como sus descendientes. Su larga vida le permitió ser testigo de las consecuencias de la revuelta árabe iniciada por Lawrence de Arabia, hasta el atentado a las Torres Gemelas, perpetrado por Bin Laden y sus secuaces en 2001. Siempre estuvo en contra de la Guerra del Golfo, a la que calificó de locura criminal. Hasta sus últimos días, rezongó de la modernidad. Él era un gentleman de la vieja escuela, un explorador victoriano con todas las letras, aunque hubiera nacido nueve años después de la muerte de Victoria. Un veraniego 24 de agosto de 2003, partió por última vez al Valhala de los exploradores y cazadores. Tenía 93 años, dejando en sus libros y fotografías un legado indeleble para los amantes de la épica aventurera.

1 comentario:

Unknown dijo...

EXCELENTE EBER. ABRAZO.