lunes, 29 de octubre de 2018

Los riesgos de una profesión peligrosa



Por Eber Gómez Berrade

En los últimos dos meses, dos cazadores profesionales perdieron su vida en Zimbabwe por ataques de fauna peligrosa. Los accidentes y muertes en los safaris no son nuevos, pero ponen de manifiesto los riesgos que esta actividad conlleva. En ambos casos, ningún cliente resultó herido y se cumplió la vieja regla de los guías de montaña, que dice que si alguien tiene que bajar con vida de la cima, ese indudablemente deberá ser el cliente.
 
Siempre recuerdo una escena de “Las Minas del Rey Salomón”, una película de los años 50, basada muy libremente, en la novela homónima del escritor inglés Henry Rider Haggard. Allí, Allan Quatermain, -el legendario cazador blanco-, le dice a la bella rubia que fue a contratarlo para un safari, que no tenía muchas expectativas de salir con vida de la aventura que estaban por iniciar. Sin embargo, era un riesgo que aceptaba tomar. Él ya había vivido suficiente -decía-, si se tenía en cuenta que el promedio de edad de un cazador blanco, rondaba los 40 años. Más temprano que tarde, una enfermedad tropical, una tribu de nativos hostiles o una fiera herida, terminaría con su vida. Lo cierto es que los riesgos de la profesión aún se mantienen, y como se dice en el mundo de la tauromaquia: para el torero una tarde de suerte, es salir con vida del ruedo. Para el cazador profesional, un día de suerte, es -muchas veces- volver con vida al campamento. 

Elefantes y cocodrilos
Hace un par de meses, Theunis Botha, una cazador profesional de Sudáfrica de 51 años de edad, estaba guiando a un grupo de clientes en el parque Nacional Hwange, en Zimbabwe. De repente, el grupo se topó con una manda de elefantes, en las que había crías, hembras y machos jóvenes. De ahí en adelante, la información no es muy precisa, pero según trascendió, el grupo se vio envuelto en una especie de estampida, que provocó que Botha disparara a tres crías. En ese momento, recibió la carga de una hembra, que fue muerta por uno de los clientes, con tal mala suerte, que cayó sobre el propio Botha, matándolo de inmediato.
Nunca conocí a Botha, no escuché hablar de él, pero según dicen, se especializaba en cacería de leopardos y leones con perros. Es muy difícil abrir juicio, desconociendo efectivamente lo que sucedió realmente ese fatídico día, sin embargo, confirma la regla de que el 90% de las cargas, y eventuales “accidentes”, son el resultado directo de una falla humana, de un error de cálculo, que en el último instante, se torna en contra del profesional y desata el infierno.
En el mes de Abril pasado, Scott van Zyl, otro cazador profesional perdió la vida en Zimbabwe, más precisamente a orillas del fronterizo río Limpopo. A Scott sí lo conocí, y en algún momento su compañía SS Pro Safaris, tuvo contactos comerciales con la mía, Executive Safari Consultants. Era como Botha, de nacionalidad sudafricano, tenía 44 años de edad, y también dejó detrás suyo una hermosa familia. En esa oportunidad, Scott estaba cazando del otro lado del río, en Zimbabwe, con un guía nativo y un par de perros. Los dos hombres habían partido en direcciones distintas al abandonar su vehículo durante la cacería, pero sólo el acompañante de van Zyl regresó al campamento. Nunca más se supo nada de él.
Desde ese instante, se puso en marcha un gran operativo de búsqueda que incluyó la participación de asociaciones de cazadores, servicios de emergencias, organizaciones conservacionistas, fuerzas armadas de Zimbabwe y policía de Sudáfrica. En un momento, se barajó la posibilidad de un secuestro o un homicidio, dada las condiciones de seguridad que existen en ese país. Finalmente, miembros del equipo de búsqueda, avistaron desde un helicóptero la mochila de Scott a la vera del Limpopo. Al llegar a esa zona por tierra, comenzaron a pensar que podría haber sido víctima del ataque de un cocodrilo. Recorriendo esa parte del río, encontraron un par bastante grandes. Los mataron y al abrir uno de ellos, encontraron restos humanos. Luego de los análisis de ADN, se confirmó lo peor. Los restos eran de Scott van Zyl. Aún se desconoce las circunstancias de ese ataque.

Un destino fatídico
Una mañana de abril de 2015, los que estamos relacionados con la industria de safaris, nos desayunamos con la triste noticia de la muerte de Ian Gibson, en un accidente con un elefante. Según se supo, Ian que trabajaba para Chifuti Safaris, estaba guiando a un cliente en el valle del río Zambezi, también en Zimbabwe. Tras cinco horas de caminata tras las huellas de un elefante macho con colmillos apropiados, Gibson decidió que su cliente descansara, mientras él intentaba una aproximación mayor, para evaluar el marfil del macho en cuestión. Se aproximó con su rastreador. El cliente quedó sentado bajo un árbol en compañía del guarda parque. El elefante que buscaban, resultó ser un espécimen joven que además estaba en celo. Sus sentidos de alarma y agresividad estaban en su máximo esplendor, por lo que a unos 100 metros de distancia venteó a Gibson y se le fue encima.
El profesional decidió gritar para detener la arremetida. Ahora sabemos que fue un grave error. Estando el elefante a muy corta distancia, tomó la decisión de disparar su fusil .458 Win.Mg. Impactó en la cabeza pero no fue suficiente. El elefante alcanzó al profesional y lo mató en el acto. En ese momento Gibson era muy reconocido en la comunidad de cazadores profesionales y contaba con 25 de años de experiencia en el bush, lidiando especialmente con especies de caza peligrosa, sin embargo cometió un error de valoración imperdonable. Su último error. 

El factor humano
Para los animales de caza peligrosa, huir o atacar son las dos únicas alternativas posibles de comportamiento frente a una agresión. Un profesional de la caza lo sabe bien, o por lo menos, debería saberlo. Es una de las primeras cosas que se aprenden a la hora de tratar con fauna peligrosa. El comportamiento de diferentes especies ante la agresión, o también ante la violación de su espacio vital. Para ilustrar la cuestión, digamos que existen dos áreas en la percepción del riesgo de estos conflictivos animales: la de huida y la de ataque. La de huida es más amplia. Cuando alguien penetra en ese vago territorio, el animal percibe riesgo pero también percibe la posibilidad de salir de allí sin meterse en problemas. Ahora, si el intruso traspasa esa área, e ingresa al círculo de seguridad más pequeño, la percepción le dirá al animal que queda una sola cosa por hacer para salir de ese riesgo, y es atacar. Donde termina el área de huida y empieza la de ataque es la pregunta del millón. Nadie lo sabe hasta que entra en ellas. Obviamente va a depender de las diferentes especies y sus sentidos de alarma más o menos afinados, de si se trata de una hembra con cría, de un macho joven en celo, o de un viejo sobreviviente que llegó a esa edad más por astucia que por temeridad. Lo cierto es que ese conocimiento no está en los libros. Lo da la experiencia y en muchos casos el sentido común. Por esa razón, la mayoría de las veces que asistimos a accidentes con fauna peligrosa, es debido al factor humano, más o menos como pasa con los pilotos de avión. Un mal cálculo de situación o una maniobra temeraria que provocan la reacción agresiva y desencadenan la tragedia. Si la carga finaliza con el animal abatido, quedará como una anécdota para el profesional y para el cliente. Si los abatidos son algunos de ellos, la carga se convierte en noticia y es publicada en los medios de prensa. Lo que sería ideal, en esos lamentables casos, es que fuera analizada por las asociaciones de cazadores profesionales, para obtener una conclusión y una lección aprendida que pueda ayudar al resto de los profesionales en una situación similar. Exactamente lo mismo, que se hace en la industria aeronáutica.

La misma vieja historia
Los ataques de animales de caza peligrosa a profesionales son tan viejos como la actividad misma. En la historia de los safaris africanos hay una gran cantidad de encuentros mano a mano con la fauna que terminaron mal. Algunos, muy mal. Un caso emblemático, fue la muerte del legendario cazador blanco Fritz Schindelar, quien fue derribado de su yegua de polo por un león herido en 1914, muriendo unos días más tarde de dolorisimas heridas en un hospital de Nairobi. Algunos años después de aquella tragedia, la novia del cazador blanco Donald Seth-Smith, también en Kenia, sería atacada por un rinoceronte en pleno safari, que la hirió con su cuerno en la cabeza. Ella sí sobrevivió al ataque, y siguió cazando junto al que sería su esposo por muchos años. A mediados de la década del 70, Mike Prettejohn, un experto en cacería de selva, que operó durante años en los Aberdares y las montañas Cherengani en Kenia, así como en Camerún y Congo, tuvo también un desagradable encuentro con un león herido. Claro que, como la de muchos profesionales, su vida estuvo signada por la aventura desde temprana edad. Comenzó cazando animales peligrosos a los dieciséis años con el hijo de Bunny Allen y Tony Archer. Todos convertidos luego en legendarios personajes de la caza en el África Oriental. Prettejohn, fue además comandante del regimiento de Home Guards durante la Emergencia Mau Mau que asoló Kenia en la década del 50, y tuvo su propia empresa de safaris. Si había alguien con experiencia en el bush, era él. Sin embargo, una noche, no le quedó más remedio que internarse en pleno monte para rematar un león herido por uno de sus clientes. La historia es corta. El león apareció desde el pastizal cargando a toda velocidad derribándolo de inmediato. Hay una instantánea tomada con flash de ese momento, en donde el león imprimía sus dentelladas en la pierna del profesional. Afortunadamente, pudo matar a la fiera y sobrevivir al ataque.   

Asesinos microscópicos
Cuando pensamos en los riesgos de la profesión de cazador profesional, naturalmente nuestra mente imagina el enfrentamiento con grandes y agresivos predadores. Sin embargo, muchas veces, el homicida es microscópico y tan letal, como el más enojado de los elefantes. La historia de los safaris, dan cuenta de varios de estos casos. En el año 1925, Reginald Berkeley Cole, uno de los fundadores del famosos Club Muthaiga de Nairobi, gran amigo de los cazadores blancos Dennis Finch-Hatton y el barón sueco Bror von Blixen-Finecke, y de la escritora danesa Karen Blixen, moría víctima de malaria adquirida en la sabana del este de África. Si bien Cole nunca se dedicó profesionalmente a la caza, sí era un consumado deportista, administrador colonial y capitán en tiempos de la Primera Guerra Mundial. Estuvo a cargo de tropas de infantería montada somalíes: los Scout de Cole. Los mismos que pintaban con rayas a sus caballos para camuflarlos como cebras a los ojos de las fuerzas alemanas estacionadas en la Tanganica. 
Pocos años más tarde de la muerte de Cole, le siguió la de su amigo Finch-Hatton, cuando se estrelló con su avión de Havilland Gypsy Moth biplano, en el Parque Nacional Tsavo, en Kenia. Podemos decir, también que debido a los riesgos de su profesión.
Otro piloto y cazador blanco que perdió su vida, haciendo su trabajo y víctima de estos diminutos enemigos, fue el conde austrohúngaro Laszlo Almasy, aquel personaje pintoresco del que también hemos hablado en estas páginas, que fuera tomado de modelo para la novela y posterior película “El paciente inglés”. Hacia fines del año 1951, Almasy cayó enfermo en una visita a la ciudad de Salzburgo. Allí le diagnosticaron disentería. La había contraído el año anterior, guiando un safari en Mozambique. Jamás se recuperó. Lo que no pudieron los accidentes aéreos, el desierto africano, animales de caza peligrosa, el fuego de artillería británico ni los espías soviéticos, lo pudo una microscópica enterobacteria letal.   
Más cercano en el tiempo, hace unos tres años, un colega y amigo mío de Namibia, Jaco Alberts, estaba cazando especies de planicie con un cliente, cuando de repente comenzó a sentirse mal. En ese momento, no sabía que era lo que pasaba. No había dolores, pero algo andaba mal. Decidió sentarse a descansar un momento, para luego proseguir con la caminata. A medida que pasaban los minutos, una sensación de debilidad extrema lo embargaba. No era agotamiento, ni insolación. Decidió llamar por radio a su esposa para que los recogiera. Media hora más tarde subió a la camioneta por sus propios medios y bajó en una ambulancia en la ciudad de Otjiwarongo sin poder mover un solo músculo de su cuerpo. No se supo a ciencia cierta la causa, si fue una miastenia grave generada por una falla en su sistema autoinmune, o un síndrome adquirido en el bush africano. Sin embargo, luego de un par de años de convalecencia, Jaco se recuperó y volvió al bush y a la profesión que lo apasiona.

Un cliente al rescate
En la historia de los safaris, hubo casos en los que no solo la víctima fue el cazador profesional, sino que quien lo salvó de una muerte segura fue el cliente. El caso más conocido, fue el protagonizado por el empresario argentino, Arturo Acevedo, presidente de Acindar, quien en 1965 estaba cazando en un safari con Glen Cottar en Loliondo, un extenso territorio entre el parque nacional de Serengueti en Tanzania y el Masai Mara de Kenia. Una tarde, cazando leones, Cottar le pidió a Acevedo que matara un búfalo para usar de carnada. Encontraron la pieza adecuada, y Acevedo le disparo con su doble .500/465. La bala dio en la cabeza del búfalo pero no lo mató. Disparó nuevamente, hasta que “la muerte negra”, desapareció entre el monte cerrado. Cottar en ese momento, no tenía su Rigby .500 que solía usar, sino un .458 Winchester Magnum a cerrojo. Para ir a buscar al búfalo herido, Acevedo le ofreció a Cottar su doble, que aceptó. El búfalo no estaba tan mal herido como parecía, e hizo lo que suelen hacer los viejos dagga boy, que por algo llegan a viejos. Los emboscó. De hecho, Cottar le disparó un par de veces más cuando lograba verlo, sin embargo sus tiros no eran certeros sino más bien al bulto. Un bulto negro, una sombra amenazante que se esfumaba luego de cada disparo. Fue cuestión de segundos cuando Cottar supo que su suerte estaba echada. Una explosión se escuchó a un costado suyo. Una tromba negra se materializó de repente y ya no había nada que hacer. El búfalo apareció a la carrera en carga franca y lo derribó, corneándolo en la pierna. En la desesperación, Cottar intentaba evitar que los cuernos perforen su pecho o su abdomen. En eso estaba cuando, increíblemente la fiera detuvo sus cornadas, dio media vuelta y se fue al trote de nuevo a la oscuridad del monte. Los porteadores fueron a buscar el vehículo, y entre ellos, Acevedo y sus dos hijos que acompañaban la partida, subieron al guía herido. En ese preciso instante, apareció nuevamente el búfalo a solo un par de metros de distancia. Esa vez, fue Acevedo el que disparó el .458 Win. Mag, matando de inmediato al animal. Acevedo y dos de los asistentes de Cottar condujeron la camioneta con la intención de llegar a Nairobi. En el camino, el argentino le administró morfina para el dolor y antibióticos para la infección. Sin dudas, algo de suerte le quedaba a Cottar, ya que en medio del monte, divisaron un campamento. Fueron hasta allí en busca de una radio, y se encontraron nada menos que con el famosos aviador Charles Lindbergh, quien estaba realizando un safari fotográfico junto a su esposa. Lindbergh tenía un avión pequeño con el que había viajado, y ofreció de inmediato trasladarlo a Nairobi en él. Así Cottar salvó su vida, gracias a un empresario argentino y a una leyenda de la aviación estadounidense. Dicen que estando en el hospital, Cottar dijo: “sé que Art salvó mi vida, pensando rápido y dándome morfina y antibióticos. Tiene agallas. Dios lo bendiga”. 

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