viernes, 28 de julio de 2017

Fritz Schindelar - El temerario y misterioso Cazador Blanco



Por Eber Gómez Berrade

Fritz Schindelar fue uno de los más refinados cazadores profesionales que surgieron en la era de oro de los safaris en África. Aristócrata de origen austríaco, militar, eximio jinete y tirador, experto polista, mujeriego y jugador. Tenía además un pasado misterioso y una intrigante personalidad. Era muy solicitado por nobles y potentados de la época para guiarlos en sus expediciones. Cazaba a caballo, y sentía una irrefrenable y temeraria atracción por el peligro. Encontró la muerte a temprana edad bajo las garras de un león. Fue sin dudas, un personaje que, de no haber sido real, seguramente hubiera sido creado por la imaginación de algún escritor victoriano de novelas de aventuras.
No es mucho lo que se sabe de la historia de Fritz Schindelar, sin embargo la mayoría de los comentarios que han llegado hasta nuestros días destilan admiración por el magnetismo de su personalidad, y en muchos casos asombro por su comportamiento casi suicida que adquiría frente a situaciones de peligro.
Donde todos concuerdan es en el hecho de que Fritz no era un tipo común. Como cazador profesional, fue uno de los mejores. No sólo porque nunca decía no a nada, sino porque su ascendencia aristocrática lo habilitaba para tratar de igual a igual a lo más rancio de la nobleza europea.
Tenía excelentes cualidades profesionales para la caza mayor. Era un eximio tirador -especialmente con su doble exprés-, experto jinete, rastreador meticuloso y un excelente organizador de safaris. Además trataba muy bien a su personal nativo y desplegaba su savoir faire, tanto entre condes y duques austro-húngaros, como entre mozos de hotel y sirvientes de campamento.
Un párrafo aparte merece su gusto por las mujeres. Las crónicas de la época lo relacionaban siempre con bellas clientes y celebrities extranjeras. Dicen que no prestaba mucha atención a las damas locales de Nairobi, que por otra parte, caían rendidas ante su elegancia y simpatía. Sin embargo, al final de sus días, tuvo una relación con una tal Violet Donkin, bella enfermera inglesa, que trabajaba en el Scott Sanatorium de Nairobi, quien por otra parte, lo asistió en sus últimas horas de convalecencia. 
Como dije, si a un febril escritor de novelas de aventuras o románticas de fines del siglo XIX se le hubiera ocurrido crear un personaje heroico, con todas las de ganar, hubiera creado a Fritz. Algo así como lo que se le ocurrió a Ian Fleming, medio siglo más tarde, cuando inventó a James Bond.

Un pasado misterioso
Siguiendo en esta línea, está claro que todo personaje de estas características, debe tener un pasado misterioso. Bueno, Fritz también lo tenía.
Se cree que nació en 1871 en Austria, y que llegó a África alrededor de 1906, pero no se sabe bien de dónde venía. Las malas lenguas decían que había salido, medio escapado, de Europa debido a un escándalo de polleras.
A pesar de que Fritz no gustaba de hablar mucho sobre su experiencia militar, luego de su muerte, se descubrió en uno de sus álbumes familiares, una foto donde se lo veía a la edad de 18 años, montado en su caballo y como oficial al mando de un regimiento de Húsares Húngaros, compuesto por unos 150 jinetes entre oficiales, suboficiales y soldados. Su porte marcial, y la manera de organizar sus expediciones de caza, mostraban a las claras su educación patricia tan propia de los oficiales austro-húngaros. 
Digamos que por aquel entonces Austria-Hungría era un poderoso Imperio. Creado en 1867, era en sí una monarquía dual, que incluyó como entidad autónoma al reino de Hungría en el Imperio Austríaco bajo el reinado de Francisco José I.
Para tener una idea sobe la extensión del mismo, recordemos que este emperador regía sobre los territorios de lo que hoy serían Austria y Hungría, naturalmente, pero además, República Checa, Eslovaquia, Croacia, Bosnia Herzegovina y parte de Montenegro, Italia, Transilvania, Rumania, Ucrania y Polonia.
Sus súbditos podían ser tanto austríacos como húngaros, pero no podían contar con la doble nacionalidad. Sus fuerzas armadas de tierra eran impresionantes, y constaban de un ejército regular, sumado a dos unidades llamadas el Landwehr austríaco y el Honvédség húngaro. La caballería de donde provenía Fritz, se dividía en brigadas, cada una asignada a un cuerpo de ejército.
Se dice que la Gran Guerra (de 1914 a 1918) terminó con la era de los Imperios en Europa. En el caso del austro-húngaro, fue literalmente así. Al finalizar la contienda, se dividió en varias repúblicas. En 1919 se disuelve definitivamente tras la firma de los tratados de Saint-Germain y Trianon.
Más allá de la anécdota de la foto, el recordado cazador blanco John Hunter, quien fuera colega y amigo de Schindelar, recuerda que éste paradójicamente, también había tenido experiencia como jefe de camareros y encargado de equipajes en algún que otro hotel europeo. Cuentan que muchas veces, él mismo sorprendía a los huéspedes del Norfolk Hotel, legendario reducto de cazadores y exploradores en Nairobi, sirviendo las mesas o ayudando con las maletas a las damas que llegaban al lobby para registrarse, solo pour épater le bourgeois. Lo cierto, asegura Hunter, es que sus cualidades como tirador y jinete, dejaban más que demostrado lo aristocrático de su educación, más allá de los trabajos que Fritz hubo de realizar a lo largo de su vida aventurera.    

Primus inter pares
En una época en donde la industria de safaris del África Oriental Británica, como se la conocía a la colonia de Kenia antes de 1920, era un crisol de legendarios cazadores blancos, convertirse en un “primero entre iguales”, no era poca cosa. Solo recordemos algunos de los nombres que vivían y operaban allí. Tipos como John Hunter, Alan Black (el primer White Hunter de la historia), los hermanos Clifford y Harold Hill, el decano Philip Percival, Bill Judd, Victor Newland, Leslie Tarlton, el veterano Frederick Courtney Selous, y los futuros cazadores Dennis Finch-Hatton y Bror Blixen-Finecke. Todos ellos respetaban y admiraban a Fritz. Todos ellos cazaban en las planicies del Serengueti, bebían y jugaban en el Norfolk y en el Stanley Hotel.
Aclaro que todavía no se había inaugurado en la ciudad el mítico Muthaiga Club, donde el Happy Valley disfrutaba de la vida social y sexual de la colonia.
Cuando Fritz no estaba en safari, era habitual verlo en las galerías del Norfolk jugando cartas, y apostando fuertes sumas de dinero, con varios soberanos de oro en su mesa. Su reconocimiento profesional y el flujo de clientes que lo contrataban, le permitía llevar una vida sibarítica mientras estaba en la ciudad. Tenía gustos caros. Apreciaba los buenos vinos y favorecía el buen comer. Vestía  impecablemente. Cada vez que volvía de un safari, sucio, agotado y con la ropa hecha girones, aparecía dos horas después en el lobby del hotel, perfectamente afeitado, con pantalones de montar tipo breeches, de color blanco, botas de caña alta siempre bien lustradas, y un bigote cuidadosamente engrasado de estilo imperial. Y naturalmente, listo para un trago, una partida de whist o para bailar con algunas de las damas que ocasionalmente se alojaban en el hotel.  
Era considerado además, el mejor polista de la colonia. Lo que no era poca cosa, para un lugar plagado de jinetes ingleses, muchos de ellos provenientes de destinos en la India Imperial, donde el polo era el deporte nacional.
Cazaba siempre a caballo, montado sobre una yegua de polo árabe. Y a la hora de enfrentar especies peligrosas, utilizaba un rifle doble, que dicen, dominaba con maestría. Una vez voló media docena de tejas de un edifico de la avenida principal de Nairobi, sólo por el gusto de mostrar su puntería. No fue muy agradable para los apacibles transeúntes ocasionales de Government Road, pero mostró una vez más su excentricidad y desparpajo. Nunca falló con su doble ante la carga de una fiera peligrosa. Bueno, una vez sí erró, y fue la última.

Entre la locura y la temeridad
Parte del prestigio como cazador profesional radicaba en que hacía todo lo que los clientes le pedían, sin importar el riesgo. Claro que esta es una gran cualidad para alguien en el mercado de servicios, pero el mismo Hunter decía que muchas veces para entender su comportamiento hacía falta un psicólogo.
Hay varias historias que lo pintan de pies a cabeza. 
Una vez, estaba guiando al dueño del banco Barclays de Londres y a sus dos hijas, cuando un rinoceronte atacó a la mayor, quien se trepó desesperada a un árbol. A los gritos pidió ayuda a Fritz, que desmontó y antes de abatir al pobre animal, jugó con él debajo de ese árbol y de la aterrada chica, esquivando sus embestidas mortales.  
Se cuenta que otra vez, le arrojó una botella vacía de cerveza a un león, para obligarlo a cargar y así poder dispararle con su doble. En otra oportunidad, cazando leones, abatió a uno que quedó mal herido, y mientras agonizaba sostuvo la cabeza del temible animal en su regazo, acariciándola hasta que finalmente el león murió. Una locura, sin dudas.
El cliente de ese momento, tomó una fotografía que fue exhibida en el bar del Norfolk con una leyenda escrita de puño y letra por Fritz, que decía: “Muriendo en mis brazos”. John Hunter recuerda que una noche en ese mismo bar, el austríaco discutió fuertemente con otro colega. La discusión se fue haciendo cada vez más violenta, hasta que el cazador le dijo “una palabra más Fritz, y por Dios que morirá usted en mis brazos”.
Esa famosa foto estuvo en el bar hasta el 31 de Diciembre de 1980, cuando una bomba hizo volar por el aire el comedor y el bar del Norfolk, en un ataque terrorista perpetrado por la infame OLP (Organización para la Liberación de Palestina). 

Perros, leones, caballos y videos
Hacia finales de 1913, el empresario y playboy estadounidense Paul Rainey, viajó a África para realizar un safari y filmar algunas escenas de caza, especialmente de leones. Había sido invitado por Lord Delamere un año antes, para que lo ayudara a terminar con varios felinos problemáticos que asolaban las granjas de Naivasha, Nakuru y Elementeita en el Gran Valle del Rift.
Rainey era un aventurero que viajaba por el mundo, filmando y cazando. Otro personaje de novela, que por ejemplo, al ser rechazado por el ejército británico para el servicio activo en la Primera Guerra Mundial por problemas de salud, compró una ambulancia y la condujo hasta el frente occidental europeo, como una forma de participar privadamente en el esfuerzo de guerra.
La idea que tenía era la de cazar leones utilizando perros, los mismos que usaba en Alaska para capturar Grizzlis, y además tomar imágenes de ataques frontales verdaderos. Para eso contactó primeramente a los hermanos Hill, quienes luego de escuchar lo que Rainey quería, rechazaron el trabajo, así como una suculenta paga. Pero al mismo tiempo, recomendaron a Fritz, quien seguramente aceptaría, más que por el dinero, por el placer de enfrentar a las fieras, a caballo y con su doble exprés. Y Fritz aceptó, como era de esperar.

El último safari
Rainey levantó campamento a unos cien kilómetros al oeste de Nairobi. Tenía todos los lujos que se podían tener en ese momento. Hasta contaba con un chimpancé, que fumaba cigarrillos y andaba vestido con ropas de safari diseñadas por Ahmed, el legendario sastre de los cazadores de Kenia.
Toda esa área de caza estaba infestada de leones, tantos que en quince días de safari, cazaron doce machos, pero sin poder filmar ninguna carga. 
Para ello el plan de ambos era que una vez que detectaban al felino, le largaban los perros para acorralarlo y evitar que escape. Luego Fritz se acercaría montado en su yegua de polo y lo atraería hacia Rainey, quien estaría detrás del pesado trípode filmando las escenas. Instantes después abatiría al león desde su montura, antes de que este se coma al camarógrafo. Una mañana a poco de salir del campamento, un león fue localizado en la boca de la garganta Ngasawa. Lo rastrearon por algún tiempo en la zona del Monte Longonot, al sudeste del Lago Naivasha, hasta que los perros lo ubicaron e hicieron que el león se metiera en un matorral. La partida de caza, aprovechó la oportunidad. Colocaron la cámara filmadora a unos 20 metros fuera de la maleza. Fritz propuso internarse en el matorral montado a caballo para atraer al león hacia la cámara. Todos de acuerdo de nuevo, y Fritz desapareció de la vista del grupo a paso cauteloso.
Unos instantes más tarde, se topó con el león. Rainey escuchó el rugido. Una fracción de segundo más tarde, el león saltó directamente sobre la yegua, derribando a Fritz de su silla. Este cayó parado al suelo y alcanzó a disparar los dos cañones de su doble a quemarropa. Pero falló.
El león lo cargó directo, y con sus fauces le abrió el abdomen de dos dentelladas, y huyo nuevamente a la seguridad del pastizal. Al acercarse el resto del grupo para ayudar a Fritz que yacía tendido sobre un charco de sangre, el león volvió a atacar, y ahí sí pudieron abatirlo.
Fritz, con muchos dolores, fue transportado hacia el campamento, donde lo vendaron y trataron las heridas con permanganato de potasio. De allí, fue llevado en el auto de Rainey hasta Naivasha, donde encontraron un médico en el hotel de la zona. A la noche de ese mismo día, lo subieron finalmente en un tren especial que lo condujo hacia Nairobi.
Fue internado en el Scott Sanatorium, donde trabajaba Violet, su novia de entonces. En medio de sufrimientos insoportables, murió tres días después, el 26 de Enero de 1914. El parte de defunción acusaba un cuadro agravado de peritonitis. Fue enterrado en el cementerio sur de Nairobi.
Como Aquiles, murió joven pero su recuerdo sobrevive. Sin embargo, con él también comenzaron a desaparecer varias épocas. La de los imperios, de a poco la de los dandis aventureros, y por último, la de los legendarios Cazadores Blancos, aquellos distinguidos caballeros que dieron brillo a la era más trascendente de los safaris en África.  






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