jueves, 16 de febrero de 2017

Andreas Madsen - Un cazador de pumas en la Patagonia




Por Eber Gómez Berrade

El nombre de Andreas Madsen ya es un ícono en la historia de la Patagonia argentina. Este pionero nacido en Dinamarca a fines del siglo XIX, exploró junto al Perito Francisco Moreno, los rincones de la frontera sur con Chile, y se estableció finalmente sobre el Río de las Vueltas, al pie del cerro Fitz Roy, en la provincia de Santa Cruz. Fue además marino, ganadero, escritor, cazador y un convencido conservacionista. 
Un viejo amigo mío solía decir que “en la época en la que los barcos eran de madera, los hombres eran de acero”. Lo decía cada vez que recordábamos las hazañas de la fallida expedición antártica de Sir Ernest Shackleton. Esta frase encajaría aquí como anillo al dedo para describir la vida de Madsen. Desde su dura niñez en las costas nórdicas, sus aventuras a bordo de veleros, sus expediciones fronterizas, y hasta sus andanzas al pie de Fitz, lo muestran como un hombre que se hizo a sí mismo, que aprendió por su cuenta oficios y varios idiomas, y que era poseedor de una vasta cultura.

Un Oliver Twist en Dinamarca
Andreas Madsen nació en un pueblito danés llamado Handbjerg, ubicado en la costa de la península de Jutlandia, un 17 de Octubre de 1881.
Sus padres habían llegado a aquella desolada región, como pioneros algunos años antes, donde construyeron una pequeña casa con techo de paja. Era sin dudas una tierra dura, y el pequeño Andreas conoció los rigores de la vida a temprana edad. Ya a los ocho años, fue enviado a trabajar como ayudante de un granjero haciendo todo tipo de tareas rurales. Según recordaría siendo adulto, no la pasó bien durante esos cuatro años que duró este trabajo. Ganaba muy poco, apenas le alcanzaba para comprarse ropa, y en el invierno, zapatos. A los 12 años, su vida comenzó a virar. Entro a trabajar para otra familia de granjeros, mucho más amables y más cultos que el anterior. En aquella casa que contaba con una biblioteca, trabó relación por primera vez con autores ingleses como Shakespeare y Dickens, identificándose inmediatamente con los infortunios del joven Oliver Twist. En esa biblioteca, también había volúmenes escritos por grandes exploradores africanos como Henry Morton Stanley y David Livingstone, así como varias obras y relatos de cazadores reconocidos. El descubrimiento de aquellos autores inflamó su imaginación, fantaseando con tener él mismo, una vida de novela, plagada de animales salvajes y paisajes exóticos.
Al poco tiempo, el destino le ofreció la oportunidad de comenzar a vivir su propia aventura. Luego de pescarse escarlatina, pidió a sus empleadores que le permitan visitar a sus padres ya que no podía trabajar. La licencia le fue concedida y el joven Andreas la aprovechó para escaparse. Tomó un tren con los magros ahorros que había juntado, se dirigió hacia la costa, y allí logró embarcarse como grumete en un velero con destino a Suecia. Sus días de exploraciones habían comenzado.
Estuvo embarcado cuatro años hasta que fue ascendido a marinero. Ganaba bien, conocía puertos lejanos, ahorraba algo y compraba libros cada vez que podía. A los 19 años se subió a un vapor -el Skanderborg-, con destino a Buenos Aires. Ni bien desembarcó, decidió abandonar su carrera marinera, y quedarse a explorar estas tierras. Empezaba así una nueva vida a la par que amanecía el nuevo siglo XX.

Pionero en tierras tehuelches
Luego de establecerse un tiempo en el barrio de La Boca, junto a algunas familias escandinavas, decidió en 1901, sumarse a la Comisión de Límites que partía para el sur argentino, a fin de delimitar las fronteras del país luego de los tratados firmados con Chile. La Comisión estaba compuesta por exploradores de reconocida experiencia, como el dinamarqués Ludovico von Platten, el perito Francisco Moreno y el naturalista Clemente Onelli. Madsen fue contratado por sus condiciones marineras, útiles en los varios lagos patagónicos que debían cruzarse, como el Belgrano y el Buenos Aires. En 1903 participó nuevamente de otra expedición que prepararía el terreno para una comisión mixta compuesta de argentinos, chilenos y británicos que oficiaban de árbitros entre ambas naciones. En aquel viaje conoció a numerosos expedicionarios europeos, que ayudaban y asesoraban en cuestión de límites y fronteras a los dos países andinos.
Uno de esos personajes, era el alemán Federico Otten, un taxidermista de Hamburgo enviado para recolectar especies de fauna autóctona, y que por ese entonces se dedicaba a la búsqueda de oro. Otten fue el primer cristiano en cruzar el Río Grande de la Tierra del Fuego, y del Santa Cruz, costeando los lagos Viedma y San Martín. Ambos aventureros se hicieron muy amigos, y se internaron tierra adentro, hasta llegar al pie del cerro Fitz Roy. Allí se establecieron los dos, sobre la costa del lago Viedma.
Poco tiempo después, Madsen iba a vivir unas peripecias dignas de las “Aventuras de Robinson Crusoe” o de “Los hijos del Capitán Grant”, como gustaba decir.
Lo cierto es que hacia fines del mes de abril, el alemán decidió ir por provisiones a la costa, distante unos 400 kilómetros. “Me voy, y en un santiamén traeré algunas cosas”, dijo. Su idea era ir cazando ñandúes en el camino, y con lo producido pagar las provisiones, mientras tanto Madsen, construiría una casilla. Aquella mañana de abril, Otten aparejó seis caballos cargueros, seis de montar, y se fue. Era un viaje de un par de meses a la sumo. Tardó seis en volver.
Durante ese período, Madsen se fue quedando él mismo sin provisiones, y comenzó a subsistir cazando guanacos, zorros y ñandúes. Un día, tres meses después de la partida, no tuvo mejor idea que terminar de amansar un fuerte y brioso potrillo pangaré, para usarlo en sus cacerías. Al sentarse en el recado, el primer corcovo enloquecido del pobre animal, lo catapultó al suelo, fracturándose la clavícula.
Sólo, en la más absoluta de las soledades, Madsen llegó como pudo a la casilla, se puso una piedra debajo del sobaco para mantener ubicado el hombro, se vendó el brazo con arpillera y se recostó en medio del dolor y un incipiente acceso de fiebre. Al tercer día sin nada que comer y desfalleciente, tuvo que salir, ensillar una yegua mansa, montarla y cabalgar hasta que logró cazar un guanaco. A la vuelta, un churrasco sangrante y apenas calentado sobre las brasas, fue a parar a la panza famélica del sufrido dinamarqués que sólo pensaba en sobrevivir.
Al final, el viejo Otten apareció, y contó su historia y el por qué del retraso. Sucedió que con una importante cantidad de plumas de avestruces (como le dicen a los ñandúes), llegó a la costa y las vendió a buen precio. Pero en lugar de ir al almacén para comprar la provista, se fue derechito al boliche. Al cabo de unos días no le quedaban ni los caballos. Así que tuvo que salir a cazar avestruces y empezar todo de nuevo. 
 
Cazando “leones” en Patagonia
Madsen aprendió a cazar en la Patagonia. Primero para alimentar las expediciones en las que formaba parte, y muchas veces para salvar sus rebaños de ovejas de las garras de los predadores. Cazó de todo, ciervos, guanacos, ñandúes, zorros y muchos pumas, o “leones”, como lo llaman los gauchos.
El primer puma que cazó fue en 1902,  durante la expedición comandada por von Platten en las nacientes del Río Deseado. Fue una noche cuando ya toda la partida estaba en el sobre alrededor de un fuego extinguido, que vio casi encima de él, un enorme león. La  escena le recordó por un momento a aquellos feroces ataques de tigres de Bengala descriptos por Salgari en Sandokan. Aunque este felino nunca saltó, y se mantenía estático. Sigilosamente preparó su Máuser Argentino 7.65, y avisó a uno de sus compañeros, para que lo respalde con un revólver. A la cuenta de tres, ambos dispararon. Luego del estruendo, el león ya no estaba. Decidieron no seguirlo en la oscuridad. Al alba, a no más de un centenar de metros de donde estaban, descubrieron rastros de sangre. Y a poco andar, encontraron al pobre animal sin vida, que resultó ser una leona enorme. “Me sentía casi un pionero en su primera aventura de caza mayor -recordaría Madsen años después- aunque la lucha no fue muy caballeresca, aquel primer lance resultó bastante excitante y alentador”.
Durante sus viajes, Madsen cuenta que usaba un fusil Máuser 1891, modelo Argentino, un Martin (presumiblemente de la armería Martin Meylin de Pensilvania, usado tempranamente en la conquista del Oeste americano), una escopeta de dos caños, y un revólver calibre 44. 
Naturalmente en el curso de las expediciones, los encuentros con los leones eran frecuentes, pero no sólo el Máuser retumbaba para abatir leones. Madsen recuerda que un 25 de Mayo, fiesta patria y con nieve a pleno, se dirigían hacia lo que hoy es Comodoro Rivadavia, o Rada Tilly por aquel entonces. Cuando el guía de la expedición, el cacique Kankel, oriundo del río Senguer, descubrió un rastro fresco de puma y se lanzó tras él a todo galope. Madsen lo siguió y allí tuvo la oportunidad de presenciar una escena inolvidable: al tehuelche cazando un enorme puma de casi tres metros, usando sólo sus boleadoras.
Iban a pasar unos pocos años para que Madsen pudiera hacer lo mismo, casi con tanta baqueanía como el cacique, aunque jamás volvió a ver un león tan grande como el de aquel 25 de Mayo.
Los leones eran casi una plaga para los ganaderos que veían como sus majadas de ovejas eran diezmadas en el correr de una sola noche. A Madsen, la cacería de este noble felino, le despertaba fascinación, pero siempre la llevó a cabo como una forma de subsistencia. Así lo relata en sus escritos, donde cuenta los detalles de una gran cantidad de cacerías de pumas en las que participó. Sin embargo, en todo momento tuvo una clara consciencia conservacionista, no sólo en lo que respecta a la fauna silvestre sino también al medio ambiente en general. Fue -de hecho-, uno de los impulsores que bregaron para que esas tierras santacruceñas fueran convertidas en parques nacionales.
     
Aventuras al pie del Fitz Roy
Luego de sus andanzas expedicionarias, este danés errante, se dedicó a tareas rurales, cuidando tropillas de caballos y guiando yuntas de bueyes. Fue capataz en algunas estancias de la zona, empleado del aserradero de la empresa Bonvalot & Cía., y de una firma lanera donde comandaba un pequeño bote haciendo la ruta que va del Lago Viedma hasta el Atlántico, a través del río de la Leona, el lago Argentino y el río Santa Cruz, convirtiéndose en el primer hombre en navegar este curso de agua. Fue además uno de los primeros que recorrió la ruta que une el lago Viedma con Mata Amarilla, camino que solía hacer en carro de bueyes, guiándose sólo con brújula y muchas veces en medio de fuertes neviscas y tormentas. Jamás abandonó su pasión por la aventura. 
En el año 1912 viajó a Dinamarca. Visitó su pueblito natal en la península de Jutlandia, y allí mismo se volvió a encontrar con quien fuera su novia, y quien a la edad de 7 años, le prometiera su mano. Lo increíble fue que, como si la historia hubieras sido escrita por un guionista de novelas románticas, la pequeña Fanny, Steffanny Thomsen, estaba aún esperándolo. No había más que pensar. Se casaron y vivieron allí hasta que estalló la Primera Guerra Mundial.
En ese fatídico año de 1914 decidió retornar a Argentina con su esposa, y establecerse nuevamente en la zona del lago Viedma. En reconocimiento a su labor para el Estado Argentino, el gobierno le arrendó unas 20.000 hectáreas sobre el Río de las Vueltas, 17.000 sobre la margen oeste y 3.000 sobre la este. Allí finalmente estableció su estancia, edificó su casco sobre la costa del río, y pasó casi todo el resto de su vida. Crió una familia con cuatro hijos: Peter Christian, Karl Richard, Fitz Roy y Anna Margarethe, y hasta tuvo tiempo para escribir memorias y relatos de sus aventuras.
En 1948 editó su primer libro llamado “La Patagonia Vieja”, una exquisita colección de historias de un tiempo ido en un lugar inhóspito, y en 1956, un volumen de relatos de cacerías, el clásico: “Cazando pumas en la Patagonia”, un incunable para los amantes de la literatura cinegética. Años más tarde aparecería una recopilación de cartas personales e historias editadas bajo el título de “Relatos nuevos de la Patagonia vieja”.

Cuarteles de invierno
Su querida esposa Fanny falleció en 1950, y en esa década su estancia se fue convirtiendo en el “campamento base” para las expediciones que se lanzaban a la conquista del Fitz Roy y el Cerro Torre, dos de las montañas más difíciles y peligrosas de escalar en el mundo entero.
Por esa casa pasaron los legendarios montañistas Lionel Terray y Guido Magnone en 1952, antes de subir el Fitz Roy por primera vez; los míticos José Luis Fonrouge y Carlos Comesaña quienes en 1965 se convirtieron en los primeros argentinos en abrir rutas de ascenso en esas paredes, y hasta los polémicos Cesare Maestri y Tony Egger, que en 1952 se lanzaron a la conquista del temible Cerro Torre.
Desde aquellos días, la estancia Madsen se convirtió en un lugar icónico para la historia grande del montañismo mundial. Hoy es un museo, y la vieja casa principal sigue siendo un lugar agradable, que rememora la vida rural de antaño y que para los que conocemos su historia, nos transmite una energía especial, mezcla de admiración, nostalgia y misterio.

En el año 1963 Madsen decidió mudarse a la ciudad de San Carlos de Bariloche donde vivían sus hijos Anna y Peter. Dos años más tarde falleció, un 1 de Septiembre de 1965. Sus restos fueron trasladados en 1972 de vuelta hacia su lugar el mundo, y enterrados en un pequeño jardín junto a su esposa e hijos. Desde ese lugar, la vista del cerro Fitz Roy y del Parque Nacional Los Glaciares -hoy Patrimonio de la Humanidad-, no puede ser más sobrecogedora. Al entrar a la casa todavía se ve un pequeño cartel de madera, con el lema “Pensar alto, sentir hondo, hablar claro”.  Palabras por las que vivió este danés errante, que cazaba pumas y amó la Patagonia.

2 comentarios:

RAUL GIMENEZ dijo...

hombres hericos que forjaron y afianzaron la sobernia nacional Argentina

RAUL GIMENEZ dijo...

hombres hericos que forjaron y afianzaron la sobernia nacional Argentina