martes, 1 de noviembre de 2016

"Denis Finch-Hatton, Cazador Blanco de Sangre Azul"





Por Eber Gómez Berrade

El Honorable Denys Finch Hatton fue el epítome del cazador blanco de principios del siglo XX en el continente negro. Inglés, de origen noble y egresado de Eton College, poseía modales refinados y una gran cultura, pero tenía además un prolijo conocimiento de su profesión, y una enorme pasión por la aventura. Guió en safaris a lo más granado de la realeza británica, combatió en la Primera Guerra Mundial y fue amante de la escritora Karen Blixen. Robert Redford lo inmortalizó en el cine, a su manera, rescatándolo para la gran platea. Fue sin dudas, un personaje irrepetible, un gentleman hunter, que marcó una época en los safaris en África. Nada menos que la era dorada.
Finch Hatton no tuvo una vida larga pero sí, muy intensa, y en un punto, paradójica. Fue cazador blanco sólo durante seis años, pero dejó una impronta indeleble en la comunidad de profesionales que perdura hasta hoy día. Nunca se casó, pero tuvo amoríos con prominentes damas de sociedad en Nairobi. No escribió ningún libro, pero hay muchos escritos sobre él. Se consideraba un pacifista, pero fue condecorado con la Cruz Militar por sus servicios en combate durante la Gran Guerra. Era calvo, los somalíes los llamaban “bedar” (el pelado), pero fue interpretado por un rubio y pintón Redford, que hablaba con acento yanqui en la película “Out of Africa” (o “África mía”, como se la conoció en estas tierras), mientras el verdadero, tenía un acento muy inglés -típico de los egresados de los colegios públicos- al que hoy le dirían “posh”. Tal vez la razón por la que ha sobrevivido en la memoria, fue su personalidad. Más allá de las características de su vida aventurera, Finch Hatton siempre fue muy querido y respetado por todos: su familia, compañeros de escuela, amigos, amantes, colegas y clientes. Era noble por sus ancestros, pero además se ajustaba a la definición de nobleza de la que hablaba Ernest Hemingway, aquello de que ser noble no es ser mejor que el otro, sino que es ser uno mismo cada vez mejor.

Una educación aristocrática
Denys George Finch Hatton nació un 24 de abril de 1887. Su padre Henry Stormont Finch Hatton, fue el decimotercer Conde de Winchilsea. Su madre, Anne Codrington era hija de un almirante de la flota británica, descendientes de veteranos marinos que pelearon en la batalla de Trafalgar. Fue el segundo de  tres hermanos. Tuvo una infancia feliz como era de esperarse en gente de su clase, y en sus años de primera juventud, su imaginación estuvo inflamada por las aventuras de los exploradores de fines del siglo XIX. Libros de viajes, novelas, revistas, publicidades y anuncios hablaban de tribus caníbales, parajes prehistóricos, y regiones en blanco en los mapas del Imperio. Livingstone y Stanley se codeaban con personajes ficticios como Allan Quatermain y Tom Sawyer. La aventura estaba de moda en aquellos días.  
Para adquirir una educación superior, sus padres lo enviaron al Eton College, uno de los más exclusivos de Inglaterra. Allí cultivó el placer de la lectura de Shakespeare y los escritores románticos como Coleridge y Wordsworth, pero también la afición por el deporte, como todo joven de la época. Se destacó en cricket, fútbol y golf. Y además resultó ser un muy buen tirador tanto de rifle como de escopeta. Cualidades que le serían muy útiles en el futuro.
Su educación posterior lo llevó al Brasenose College en Oxford, donde no se distinguió demasiado. Los amoríos con bellas muchachas, los deportes y los amigos, le ocupaban toda su atención.

El descubrimiento de África
No fue hasta 1910, a la edad de 23 años, cuando viajó por primera vez al continente negro y descubrió que allí era donde quería estar. Desembarcó en Ciudad del Cabo, Sudáfrica y luego de una breve estadía, se volvió a embarcar hacia Mombasa, en el África Oriental Británica. En 1911 aún estaba aclimatándose a la vida en esa parte de África, y ya había decidido que ese sería su lugar en el mundo. Compró una propiedad en la margen occidental del Gran Valle del Rift, y al año siguiente, se asoció con un amigo y compraron una cadena de almacenes pequeños. Hasta 1914 se abocó a diferentes negocios, mientras exploraba nuevos lugares y cazaba lo que se le ponía a tiro.
Eso sí, el gusto por las mujeres, los deportes y los amigos no había cambiado.
Denys fue miembro del Muthaiga Club de Nairobi, y estuvo entre los catorce que participaron de la cena de inauguración en el año nuevo de 1913.

En cumplimiento del deber

Al estallar la Primer Guerra Mundial en 1914, la población masculina, capaz de sostener un fusil, en las ciudades y pueblos diseminados a lo largo y ancho del Imperio Británico, se enlistó sin dudarlo en las fuerzas armadas para defender a su Rey y su país. Denys, naturalmente, fue uno de ellos. Al igual que su amigo el Honorable Berkley Cole. De hecho, Cole había estado al mando del  regimiento del Noveno de Lanceros en la India, por lo que se le dio la tarea de organizar a tropas irregulares de nativos somalíes. Denys, claro se plegó a esta operación.  
Los años de la guerra los pasó en servicio activo luchando contra las tropas del general alemán von Lettow-Vorbeck en la frontera con la Tanganica alemana. Fue condecorado con la Cruz Militar en 1916, algo bastante inusual para la época, y poco antes del fin de la contienda, fue desplegado a Medio Oriente, donde los ingleses combatían junto a tropas árabes, a los turcos del Imperio Otomano, aliado de los alemanes.

Amores y safaris
Al fin de la guerra en 1918, decidió continuar con sus negocios en Kenia, seguir cazando y hacer nuevos amigos, muchos de ellos, cazadores blancos.  Mantuvo amistad con los personajes que hoy son historia pura. El decano Philip Percival, quien fue su mentor, Andy Anderson, Alan Black, y el legendario John Hunter con quien cazó en Masailand. Trabó amistad también con el hijo de Teddy Roosevelt, Kermit, un gran cazador que acompañaba a su padre en expediciones y safaris, y al que conoció en su misión en Medio Oriente. Entre sus nuevas amistades, hubo dos que marcarían su futuro: el Barón sueco Bror von Blixen-Finecke y su esposa, la escritora danesa Karen Blixens.  Con Bror no sólo compartían el gusto por la caza, sino que un poco más tarde, también el amor por la misma mujer.
De hecho, la pareja se divorció en 1925, lo que allanó el camino para la relación de Karen con Denys. Al poco de comenzar a salir, se mudó a la granja que ella tenía al pie de las colinas Ngong. Fue ahí también donde estableció la base para su nuevo negocio de safaris. Ese mismo año cumplía 38 años y dio el gran salto. Tuvo su primer cliente, un estadounidense de apellido Maclean, a quien guió en un extenso safari. Más tarde trabajó para la empresa Safariland, guiando a potentados y aristócratas europeos. Cazó en Kenia, Tanzania, Uganda, en la famosa selva de Ituri, y en el Congo. El cénit de su carrera lo alcanzó en 1928, cuando lideró el safari del Príncipe de Gales, heredero al trono de la corona británica, quien años más tarde sería el Rey Eduardo VIII (recordado por haber abdicado al trono por el amor de Wally Simpson).
De aquellos años, Karen recuerda en su libro “Out of Africa”, que Denys le enseñó latín, y a leer la Biblia y los poetas griegos. Cuenta también que él sabía de memoria grandes partes del Antiguo Testamento y siempre llevaba una Biblia en sus safaris, lo que le valió el respeto de los nativos musulmanes.
Era amante de la música y del arte en general. Cierta vez le regaló a Karen un gramófono. Toda una novedad tecnológica para una granja en medio de la sabana africana a mediados de los años 20. Karen aseguraba que Denys parecía un caballero de los tiempos de los Estuardo. Un personaje isabelino que podría pasearse tranquilamente junto a Sir Francis Drake sin desentonar, aunque hubiera destacado en cualquier época de la historia del hombre.
La pareja no sólo compartía la cama, la música y la literatura. La caza los apasionaba también, y era frecuente verlos salir de safari con la sola compañía de un criado kikuyu. Una noche, la noche de un cumpleaños de Denys, decidieron ir en busca de dos leones que merodeaban la propiedad de Karen. Había luna llena, pero las nubes y la llovizna la tapaban más de lo recomendable. A poco andar, Karen que iluminaba el camino con una simple linterna de mano, descubrió de repente a uno de los leones, parado, justo en frente. La sorpresa de esa visión la petrificó, hasta que un segundo después la sacudió el sonido del disparo del doble de Denys. El león cayó fulminado. Estaban recién en la mitad de la tarea. Había que seguir buscando con la luz, al segundo. No lejos de ahí, el otro león caminaba huyendo de la escena, hasta que se detuvo y dio vuelta la cabeza. Otro disparo sonó, pero esta vez la bestia resultó herida, y la carga fue inminente. El cañón izquierdo del doble de Denys volvió a tronar, y esa vez, sí lo paró en seco. Había disparado a un león herido, en plena carga, de noche y con la ayuda de un tembloroso haz de luz de una interna. Sin dudas, su trabajo lo conocía muy bien. 
Finch Hatton tenía entonces un Rigby en calibre .350, un mediano a cerrojo, que con puntas blandas de 225 grains, era adecuado para todo tipo de caza de planicie, e incluso  veces lo utilizaba para leopardos y leones. Tenía también un venerable Mannlicher austríaco en calibre 6.5mm, y por supuesto un “stopper” para back up, un rifle doble hecho en Londres, marca Charles Lancaster, en calibre .450NE (3 ¼), que utilizaba con puntas sólidas para elefantes, búfalos e hipopótamos. En su armero tenía también una escopeta inglesa del 20, que usaba tanto en África para tirar gallinas de Guinea, como en Lincolnshire para faisanes y conejos.  
Las malas lenguas en Nairobi, decían que mientras salía con Karen, coqueteaba con una joven llamada Beryl Markham. Beryl era todo un personaje. Bellísima e intrépida, fue entrenadora de caballos de carrera y, más tarde, piloto de avión. De hecho, se convirtió en la primera piloto que cruzó el océano Atlántico de Este a Oeste en solitario.
Se cree que fue Finch Hatton quien inspiró a la joven Beryl a dedicarse a la aviación. Beryl realizaba vuelos de correo y de avistamiento de fauna, algo que luego sería de uso común. Finch Hatton también usó un avión para descubrir manadas de animales, identificar áreas anegadas por las lluvias o buscar lugares para campamentos.
Al comienzo la Asociación de Cazadores Profesionales del Este de África (EAPHA), la legendaria organización y madre de las actuales asociaciones del presente, consideraba el uso de aviones como auxiliar de la caza era controvertido por considerarlo anti deportivo. Luego, Phil Percival, presidente de esa institución, accedió ante los argumentos de que el avistaje de manadas desde el aire, no infringía los estrictos códigos de ética cinegética por los que se regían los cazadores blancos.
  
El Gypsy Moth y el fin
“Vamos a visitar a las águilas”, solía decirle Finch Hatton a Karen, al llevarla a volar en su avión biplano. Esos vuelos fueron unos de los recuerdos más emocionantes y queridos que tuvo la escritora, y los relata maravillosamente bien en sus libros autobiográficos. Volaban sobre el Serengueti, sobre el inabarcable cráter Ngorongoro, sobre la ruta de los gnus o entre los pelícanos rosados del lago Naivasha.
Finch Hatton aprendió a volar en 1929 y en el verano de 1930, compró en Inglaterra su propio avión, un de Havilland Gypsy Moth biplano.
Cuando aún estaba afianzándose como piloto, y acostumbrándose a su nueva adquisición, tuvo un accidente en la propiedad de su hermano, en Haverholme. En un despegue arriesgado, golpeó la copa de unos árboles, dañando levemente el avión, pero sin sufrir él ninguna lesión.
Casi un año más tarde, el destino cambiaría irreparablemente, pero esta vez en África. Una fresca mañana del 14 de mayo de 1931 despegó del aeródromo de Voi (cerca del actual Parque Nacional de Tsavo), en busca de elefantes. Lo acompañaba su Hamisi, su sirviente somalí. Según John Hunter, que casualmente estaba en la zona cazando con un cliente estadounidense y fue testigo, a poco de despegar, Finch Hatton sobrevoló la pista dos veces, y luego simplemente, cayó en picada hacia la tierra. El biplano comenzó a incendiarse. Los dos tripulantes murieron en el acto. Fue Hunter quien suspendió su safari y trasladó los restos de Finch Hatton a Nairobi.
En vida, Denys había pedido que sus restos descansasen en las colinas Ngong. Y así se cumplió su última voluntad. Sin embargo, su alma, o parte de ella, quedó en Eton, Una parte que nunca abandonó esos claustros. El otro lugar a donde también pertenecía. En uno de los puentes del colegio, hay una placa que aún hoy lo recuerda. Dice “Famoso en estos campos, y por sus muchos amigos, grandemente querido. Denys Finch Hatton 1900-1906”.
En Ngong, su hermano hizo erigir un obelisco sobre su tumba, y colocó una placa con su nombre, y los años de nacimiento y muerte. Como epitafio, eligió una cita del poeta inglés Samuel Taylor Coleridge, perteneciente a La Balada del viejo marinero, que dice: “Reza mejor, quien mejor ama todas las cosas, hombres, pájaros y bestias”.  Se dice que luego de su entierro, una pareja de leones solía echarse sobre su tumba cada atardecer. Tal vez haya sido cierto. Tal vez no. Pero es una linda historia que culmina con el nacimiento de una leyenda de la caza mayor en África, que perdura hasta nuestros días.  





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