Por Eber Gómez Berrade
Cuando se habla de trofeo de caza, normalmente se hace referencia a la longitud de cuernos, cornamentas, cráneos y colmillos de distintos animales de fauna silvestre. Ahora en África, debido a la necesidad de conservar la cantidad y calidad de poblaciones de diversas especies, se plantea un debate que obliga a revisar el concepto de la palabra trofeo, y que busca incorporar nuevas variables como edad y morfometría en los clásicos sistemas de medición.
Una rápida ojeada al diccionario nos indica que la etimología de la palabra trofeo proviene del latín trophaeum, que significa monumento, insignia o señal de victoria. Más actual es la acepción que lo define como: victoria o triunfo conseguido.
El origen de esta palabra proviene del ámbito de la guerra, y luego con el transcurso de la historia, fue derivando hacia el ámbito deportivo.
Para muchos cazadores la definición de un trofeo es algo muy subjetivo y tiene que ver más con el esfuerzo y los recuerdos de una cacería que con los despojos del animal abatido. Para otros, en cambio, la definición no puede ser más objetiva, ya que el trofeo será la sumatoria de medidas de determinadas partes características de un animal. Ambas visiones tienen su justificación y la mayoría de las veces son también complementarias.
La idea de medir trofeos de caza e inscribirlos en un registro surgió a fines del siglo XIX, más precisamente en 1892, cuando Rowland Ward, un afamado taxidermista de Londres, decidió armar una especie de “mapa faunístico” que mostrara la calidad de trofeos obtenidos (cazados o simplemente recogidos en el terreno) en el mundo entero. Para eso ideó un libro de récords donde se registraban los trofeos que eran medidos mediante un método estandarizado también creado por él. Así surgió ese año la primera edición de su “Rowland Ward´s Records of Big Game”, con un ranking de especies de todos los continentes.
Muchos años después, en 1978, llegó desde Estados Unidos otro libro de records y otra manera de medir trofeos, el del Safari Club Internacional. Este sistema que también consideraba la fauna silvestre de todo el mundo, tomó como base el método de Ward pero lo perfeccionó incorporando nuevas mediciones que daban un panorama mucho más completo del trofeo a evaluar. Sumado a esto, el SCI también incorporó la premiación de los cazadores que alcancen las posiciones más altas en el ranking de mediciones. Provocando en algunos casos, que el “medio” de medir y registrar una pieza de caza, se transformara en un “fin” para el que sólo busca figurar en una posición más alta en dicho libro.
Si bien estos dos sistemas siguen siendo los más usados en la actualidad, existen otros libros de records y sistemas de medición como el Boone & Crockett ideado para la fauna norteamericana, el del Conseil International de la Chasse (CIC) base del sistema usado por nuestra Federación Argentina de Caza Mayor, el Pope & Young creado para registrar especies cazadas con arco, etc.
El debate actual
En el caso particular de África, la mayor presión cinegética que se ha evidenciado en las últimas décadas está impulsando nuevas políticas de control de fauna en los diversos países del continente, para mantener y en tal caso, mejorar la conservación de sus poblaciones en estado salvaje. Cada uno de estos departamentos de fauna, tiene hoy día, plena conciencia de que la caza es una herramienta fundamental en la conservación de las especies, y para que esto se verifique, debe ser ante todo sustentable y sostenible en el tiempo. Es decir, cada vez debe haber mayor cantidad y mejor calidad de trofeos. En este punto, es donde en los últimos años comenzó a observarse un declive tanto de cantidad como de calidad en algunas especies, particularmente de caza peligrosa. Uno de esos casos, es el del búfalo africano (syncerus caffer), que si bien no sufre una declinación cuantitativa, existe el riesgo de que se vea mermada la calidad de los trofeos, léase, de sus cornamentas. La conclusión a la que se ha arribado es que uno de los motivos de este paulatino declive, podría deberse a la caza de ejemplares de magnífica genética, pero aún en etapa reproductiva.
Los que abonan esta hipótesis argumentan que esto se debe a la influencia de los métodos de medición de los principales sistemas (Rowland Ward y Safari Club Internacional) que han inculcado la idea de que “más grande es mejor”. Una mirada a las fotos de los trofeos de búfalos que figuran primeros en los rankings permite observar detalles de cornamentas no demasiado sólidas sinónimos de machos aún inmaduros, lo que confirma esta hipótesis.
Es en este punto exacto donde la disyuntiva shakesperiana hace su ingreso a escena: la cuestión entre largo o viejo?.
¿Cómo debería ser considerado entonces un trofeo -en este caso de búfalo, aunque puede aplicarse a las demás especies-, para que además de complacer al cazador, sea a su vez una herramienta de selección positiva funcional a las estrategias de conservación?.La respuesta no es fácil, y hay varias opiniones al respecto. En primer lugar están los que abogan por incluir la edad en la ecuación de medición. El Dr. Kevin Robertson, veterinario, cazador profesional y autor del famoso libro “The Perfect Shot”, es uno de los que proponen un cambio en este respecto, y sugiere que se contemple en la valuación el desarrollo de la protuberancia de los cuernos sobre el cráneo -conocido como boss-, que es un indicador de la edad del búfalo, lo que estimularía -si su hipótesis es correcta-, la caza de ejemplares maduros que han pasado ya su ciclo reproductivo.
Recordemos que la madurez de un búfalo africano se alcanza entre los 4 y los 5 años de edad. Para los 6 años aproximadamente las puntas de sus cuernos están afiladas y la cornamenta está separada a la altura de la frente, algo que se conoce en la jerga como cornamenta “verde”. La edad promedio alcanzada para esta especie es de alrededor de 15 a 16 años de vida. Por lo tanto, puede considerarse trofeo solo aquellos animales de más de 8 años de edad.
En realidad, en la comunidad de cazadores profesionales hay consenso en buscar ejemplares adultos que ya hayan abandonado las manadas de cría (breeding herds) y se muevan solitarios por el monte. En África a estos machos se los conoce como dagga boys. Desde el punto de vista de la cacería, son los que ofrecen un mayor desafío por su astucia y agresividad, lo que los convierte para muchos, en el trofeo ideal. Sin embargo, la realidad indica que la demanda de cazadores ansiosos de obtener el trofeo más largo ejerce de hecho, una fuerte presión sobre los profesionales que deben evaluar las cornamentas en el campo.
Una propuesta creativa
En vista de esta situación, una solución sería incluir el factor etario en las ecuaciones de medición, así de esta manera, el mejor trofeo para ser inscripto en un libro de récords, sería no solo grande, sino también viejo. El problema es cómo incorporar esa variable en la ecuación.
Hace poco menos de un año, un grupo de colegas de la Asociación de Cazadores Profesionales de Namibia (NAPHA), liderado por Kai-Uwe Denker de Bushmanland y el cazador profesional sudafricano Ronnie Rowland idearon una propuesta ingeniosa: medir la longitud de ambos cuernos y el ancho de ambas protuberancias (bosses) medidos en su parte más ancha, sumar además el ancho del boss y la longitud del cuerno más largo, y aplicar por último un coeficiente multiplicador.Con este sistema, la suma final de los valores de los cuernos debería multiplicarse por un coeficiente determinado de acuerdo a la edad del animal.
Así por ejemplo, para machos de entre 8 y 10 años, el factor multiplicador será 1, para aquellos de entre 10 y 13 años, será 1.1 y para los que hayan pasado los 13 años de edad, el factor multiplicador a utilizar será el 1.12. Los animales más jóvenes de 8 años, no se considerarían trofeos. De esta manera, se estaría incluyendo convenientemente el factor edad en la ecuación, valorando así los ejemplares más viejos.
Si bien esta solución no deja de ser interesante tiene el problema de que fuerza al medidor oficial del sistema en cuestión (RW o SCI) a juzgar la edad del animal cazado para luego definir el valor del coeficiente multiplicador, algo que puede llegar a ser muy difícil para la persona que no tenga la debida experiencia ni conocimiento como el caso de biólogos o cazadores profesionales.
Los carnívoros en riesgo
No sólo los búfalos padecen la situación que los hace apetecibles al cazador sólo por el hecho de tener cuernos largos, independientemente de su edad. Otro caso típico de selección inversa se da en la actualidad con los felinos africanos. Originalmente el trofeo de los grandes gatos se medía de la punta de la nariz hasta la punta de la cola. El RW y el SCI implementaron con mejor criterio un método que aplican a todos los carnívoros, y que consiste en la sumatoria del ancho y el largo del cráneo. Sin embargo aquí también se da una vez más la relación “más grande es mejor”. De manera similar con las poblaciones de búfalos, los felinos se han visto afectados por la presión de la demanda de cazadores deportivos, pero en este caso en particular también padecen otros factores recesivos. De acuerdo al último reporte del Niassa Carnivore Project de Mozambique, las poblaciones de leones están siendo afectadas por varios factores tales como la reducción del hábitat, enfermedades como la rabia, y hasta por trampas colocadas por pobladores locales.
Esta luz amarilla en la situación de los felinos ha provocado que en los países donde aún se puede cazar leones en libertad -tales como Mozambique, Namibia, Zambia, Tanzania, etc.- las autoridades de fauna están implementando serios controles para verificar una regulación aún más seria. Es así que se incentiva la caza de individuos de 7 u 8 años de edad, imponiéndose un mínimo legal de 6 años para abatirlo. A esa edad es cuando el macho ha pasado la etapa reproductiva y ha alcanzado el esplendor de su madurez. Entre los 7 y los 8 años, usualmente el macho de manada es derrocado por un nuevo alfa lo que lo empuja a convertirse en un solitario que podrá sobrevivir uno o dos años más por sus propios medios.
Está presión se da también con el leopardo en numerosas regiones africanas, y es conocido el caso de Namibia, que recientemente ha modificado su legislación de caza, que apunta a detener una selección inversa por parte de granjeros y cazadores deportivos. Para esto, la autoridad de fauna de ese país conformó una comisión especial de análisis de situación de predadores e impuso el año pasado una nueva regulación que entre otras cosas obliga al deportista a abatir machos adultos exclusivamente en una cantidad bastante conservadora establecida por CITES (Convención sobre el comercio de especies amenazadas de fauna y flora silvestre). De esta manera, se busca mejorar no solo la cantidad, sino también la calidad genética de sus trofeos que son, por otra parte, uno de los más buscados del continente.
Se enriquece la discusión
Como si esto fuera poco, en el ámbito académico internacional se ha comenzado a analizar una alternativa que ya no sólo incluye el factor edad en el trofeo, sino que también incorpora las características morfométricas de las especies. El argumento para ésta teoría radica en los estudios que se llevan a cabo en la actualidad que analizan la relación que tiene el “trofeo” de cada animal con su herencia genética y el ambiente en el que habita. Esta posición impulsada desde la socio biología descarta de plano los valores estéticos del trofeo otorgados por el hombre tales como ocurre en la medición de cornamentas de ciervos del CIC con las características de “perlado” o de “belleza”, pero valora positivamente las cualidades funcionales de dichos trofeos para el animal y para la especie. En otras palabras, para estos biólogos, el trofeo debe ser considerado el símbolo de status del animal mismo, y no del cazador que lo cazó.
Cómo se puede observar, las cartas están sobre la mesa y el debate está aún lejos de definirse. Si bien, los departamentos de fauna y el CITES juegan un rol preponderante en la conservación de especies, el cazador deportivo así como el profesional, son también actores principales en este escenario y por lo tanto responsables. Ellos son la demanda que debe lidiar con una oferta cada vez más escasa y en riesgo.
Es cierto que se impone una modificación de los sistemas de mediciones vigentes y más populares entre los cazadores, que sin dudas deberá incluir el factor etario en la valoración del animal cazado, ya sea a través de multiplicadores u otros métodos de reconocimiento. Pero también es cierto que se impone a corto plazo una revisión del concepto general de trofeo de caza. En mi opinión, a la hora de juzgar un trofeo, cualquiera sea éste, se deberían incorporar además dos variables fundamentales a la ecuación que no están relacionadas con la edad ni con la morfometría intrínseca del animal. Me refiero por un lado a la calidad del lance cinegético, y por el otro al grado de peligrosidad si estamos frente a fauna peligrosa. Sin dudas, estas variables son extremadamente subjetivas y están muy alejadas de cualquier característica biológica, pero una vez que sean tenidas en cuenta, justificarán el concepto de trofeo en toda su extensión, es decir, “algo que se ha obtenido con esfuerzo y que recuerda una victoria”, claro que no una victoria sobre el animal abatido, sino sobre el mismo cazador.
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