martes, 23 de junio de 2020

Marfileros olvidados



Por Eber Gómez Berrade

En la historia de la caza de elefantes hay nombres inolvidables como los británicos “Karamojo” Bell y “Pondoro” Taylor. Estos personajes cazaban para obtener marfil, en una época donde su comercio era legal, y las poblaciones de elefantes parecían no tener fin. Conocemos sus hazañas porque además de haber cazado mucho, escribieron mucho y sus libros son ya clásicos. Sin embargo, hay una extensa lista de “marfileros” europeos que han cazado tanto como los sajones, pero que, por no haber dejado registros escritos, sus andanzas están condenadas al olvido. En este artículo intentaré repasar las vidas y aventuras de algunos de aquellos marfileros olvidados.

Escribir las crónicas de sus aventuras, siempre fue una característica muy sajona. Exploradores, montañistas, arqueólogos y cazadores británicos han descrito con lujo de detalles sus reminiscencias, dejándolas para la posteridad. Lamentablemente, aquellos aventureros de origen continental, como portugueses, belgas, alemanes, holandeses, españoles, franceses y un no muy largo etcétera, han sido más avaros con la pluma, dando la impresión de que fueron menos activos que sus colegas ingleses. La realidad muestra que no fue así. Un cazador profesional de origen afrikáner con el que solía trabajar en Bushmanland hace algunos años, me contaba en esas largas y ricas charlas de fogón al terminar la jornada de safari, las experiencias de su abuelo boer, cazando centenares de elefantes para comerciar su marfil, en los territorios portugueses de Angola. Esas historias encendieron su imaginación y con el paso del tiempo sellaron también su propio destino, al dedicarse a la caza profesional. Lamentablemente, al no haber registros escritos de aquellas cacerías, esas historias han quedado condenadas al olvido.

A la caza de marfil
El auge de la caza de elefantes para obtener el marfil y explotarlo de manera comercial, se extendió desde fines del siglo XIX hasta mediados del XX, coincidiendo con el período de descolonización en África alrededor de los años 60´s. Un par de décadas más tarde, llegó por fin la prohibición internacional del comercio de marfil, con lo que esta profesión pasó definitivamente a la historia. Naturalmente, si lo analizamos con ojos del presente, la matanza indiscriminada de elefantes a escala industrial para la obtención del “oro blanco”, que satisfacía la demanda de artículos suntuarios como tallas, bolas de billar o teclas de piano, es una aberración lisa y llana. Pero en lo personal, considero que es un grave error conceptual, revisar el pasado con criterios del presente, y mucho menos juzgarlo en consecuencia. Es claro que hoy sería impensable semejante actividad, pero en aquellos tiempos, el nivel de conciencia de la humanidad y la aparente disponibilidad de recursos faunísticos, hacían de la caza de elefantes para estos fines, algo normal.
Hoy, la humanidad ha avanzado mucho conciencialmente en diversos aspectos de la vida. La caza mayor es ahora una actividad recreacional, atravesada por profundos lineamentos éticos, morales y legales, y además un instrumento de conservación de vida silvestre, moderno y exitoso, utilizado por la mayoría de los países del mundo.  


Europeos en el continente negro
La caza de marfil no tenía fronteras. Allí donde había poblaciones de elefantes, allí se los cazaba. Los grandes paquidermos de sabana eran buscados en las márgenes del río Tana, en los pantanos del Okavango, y del Ubangui Chari, en las arenas del Kalahari, el Chad, y el Damaraland, y en los bosques de Zambia, Tanzania, Kenia, Angola y Mozambique. Las especies de foresta -más pequeñas-, eran perseguidas en las selvas lluviosas de Ituri, del Camerún francés, del Congo belga y de la Guinea Española. Aquella “fraternidad” de marfileros, estaba conformada por miembros de casi todas las nacionalidades europeas, que tenían algún dominio territorial en el África colonial. 

Irlandeses, sudafricanos, daneses y alemanes
El nombre de Crawford Fletcher Jamieson, suele ser sonarnos a aquellos que hemos leído -o estudiado- el clásico libro de John “Pondoro” Taylor, “African Rifles and Cartridges”, que ha sido una especie de Volumen de la Ley Sagrada para los amantes de las armas y cartuchos africanos. Allí, aparecen referencias y algunas fotografías de Fletcher, hechas por Pondoro quien era su amigo y con quien compartió numerosos safaris. Al decir de los que lo conocieron fue uno de los marfileros más eficientes de su época, es decir de los años que van del fin de la Primera Guerra Mundial hasta el fin de la Segunda. Comenzó a los 23 años en 1928. No es mucho lo que se sabe, solo que nació en 1905, que creció en la Rhodesia del Sur (Hoy Zimbabwe), y cazó mayormente en los territorios del valle del río Zambezi. Falleció en 1947, no en el Bush, aplastado por un elefante herido como uno podía suponer, sino electrocutado en su casa, reparando un pozo de agua. De aquellos días de safaris quedan -además de las fotos de Pondoro-, su rifle, un Jeffrey calibre 500 Magnum, con acción Mauser 98, de 26 pulgadas de cañón, con el que, según Taylor, dio cuenta de más de 300 elefantes, todos de excelente calidad de marfil.    
Operando muchas veces en las cercanías de las áreas en las que cazaba Fletcher, el sudafricano Bert Shultz, es otro marfilero olvidado que operó desde 1922 hasta 1960 en el valle de Luangwa, en la Rhodesia del Norte (hoy Zambia). Shultz dicen, abatió 160 elefantes para la obtención de marfil y casi mil en operaciones de raleo. Nació en 1900 y falleció en 1971 en su retiro en la ciudad de Puerto Elizabeth. Recuerda Tony Sánchez Ariño, quien fue su amigo y colega, que una tarde Shultz estaba cazando gallinas de Guinea, cuando se topó con un elefante de grandes colmillos Inmediatamente cambió la escopeta por el rifle y lo derribó. Al día siguiente, cuando fue al lugar para despostarlo, se encontró con otro macho, junto a su compañero muerto. Lo derribó también, obviamente. El primero, dice, tenía colmillos de 105 y 98 libras, el segundo de 98 y 105 libras. Monstruos jurásicos para los humildes estándares de la actualidad.

Un poco anterior que estos dos cazadores, y en territorios de la Angola portuguesa, el danés Karl Larsen, se distinguió también por haber cobrado más de 300 elefantes en la primera década del siglo XX. No dejó nada escrito, por lo que se sabe muy poco de él en realidad, más allá de su apariencia típicamente nórdica y su gusto por el calibre 600 nitro express. Murió en la década del 1920, enfermo de malaria que contrajo en el lago Banweulu.
También en territorio portugués, pero en Mozambique, otro europeo del norte se destacó por sus cacerías de elefantes: el alemán Werner von Alvensleben, miembro de una familia aristocrática alemana. Su padre de hecho, estuvo involucrado en los complots para asesinar a Hitler durante la Segunda Guerra.
Werner nació en Berlín en 1913, y a la edad de 22 años viajó al África Sudoccidental Alemana (hoy Namibia). Luego de rechazar la vida de granjero, se mudó a Rhodesia del Sur, donde se dedicó a buscar oro. Al estallar la guerra en 1939, fue detenido en un campo de concentración inglés, del que pudo escapar y huir a Mozambique. Cuando finalizó la contienda, se dedicó de lleno a la cacería de elefantes y se casó con una portuguesa que se convirtió en la primer a mujer piloto de Mozambique. Su armero tenía tres rifles: un 404 Jefferey, un Mannlicher en 9,3x62 y un 458 Winchester magnum. En su época de cazador de marfil, Werner cazó 107 elefantes machos, llegando a cobrar colmillos de 100-102 libras y otro de 100-105 libras. Luego de su etapa de marfilero, el alemán se dedicó a la caza profesional como guía de safaris. En 1958 fundó la compañía Safariland, junto a Wally Johnson y Harry Manners. Guió personalmente al Rey de España Juan Carlos I, al presidente francés Giscard dÉstain, a los escritores estadounidenses Robert Ruark y Jack O ´Connnor, entre otras celebridades de la época. En 1995, se fue con su esposa a Portugal, donde falleció algunos meses después. Su historia de vida, se cuenta de forma parcial en la biografía titulada “Baron in Africa”.


Cazadores portugueses
Uno de aquellos marfileros que sí dejaron algún testimonio escrito de su paso por África, fue el portugués José Da Cunha Pardal, autor de los incunables “Cambaco”, en sus dos ediciones de 1995 y 1996, y de “Cazando elefantes en el África portuguesa”. Pardal nació en 1923, y a los 12 años su familia se estableció en Lourenzo Marques (hoy Maputo), capital de Mozambiqe. A lo largo de su estancia en África, Pardal se dedicó a la caza de elefantes por marfil, lo que complementaba con su profesión de maestro de escuela de comercio. Luego de esas experiencias, se dedicó a guiar safaris y compartió amistad con grandes profesionales de la época. Sus libros hablan del profundo conocimiento que tenía, no solo de los grandes paquidermos, sino de toda la fauna africana si como de armas y calibres. Era un experto recargador, excelente fotógrafo y hábil orador. Fue muchas veces invitado a dar conferencias en diversos foros internacionales, y se desempeñó como vocal de la Comisión Central de Caza y del Consejo de Protección de la naturaleza. Como muchos otros europeos, que vivieron la descolonización africana, tuvo que huir con su familia en 1975 de su querido Mozambique, rumbo a Portugal cuando se declaró la independencia de ese país. “Zé” Pardal, falleció no hace tanto, en 2013.
Portugal tuvo otra marfilero africano que de distinguió a comienzos del siglo XX. Su nombre fue Joao Teixeira de Vasconcelos. Teixiera se inició en la caza del elefante en Angola alrededor del año 1914, y luego en lo que fue el Congo belga. Con su doble 577 Nitro Express, abatió cerca de 200 machos con excelentes defensas. En 1924 publicó un libro titulado “Memorias de un cazador de elefantes”, donde daba cuenta de sus peripecias. Un libro extremadamente difícil de conseguir.

Los marfileros del Reino de España
El nombre que primero nos viene a la mente cuando pensamos en cazadores españoles, es el de Tony Sánchez Ariño. Una leyenda viviente, que luego de una impresionante carrera como cazador de marfil en casi todo el continente, se dedicó con tanto o mayor éxito a la industria de safaris. Afortunadamente, Tony cuenta con una idiosincrasia sajona a pesar de su hispanidad, lo que lo llevó siempre a registrar en papel sus cacerías y aventuras. Por esa razón y porque aún se mantiene activo guiando clientes, no es parte de este club de marfileros olvidados que intento rescatar en estas líneas. Su historia amerita, sin dudas, un artículo aparte. Ahora el español que sí puede considerarse olvidado, por lo menos en su condición de marfilero, es el gran escritor Alberto Vázquez Figueroa. Una leyenda de la literatura contemporánea, a quien tuve el placer de entrevistar personalmente para Vida Salvaje, hablando sobre su experiencia como cazador de elefantes. Vázquez Figueroa, quien fue entre otras cosas buzo, periodista, corresponsal de guerra y renombrado novelista, llegó a la Guinea Española, en busca de aventuras, luego de pasar su infancia entre tuaregs en el Sahara Español. Allí, en la ex colonia del reino de España, conoció una noche, en una partida de póquer, a un tal Mario Corcuera, piloto, comandante de Caravelle, y cazador de elefantes. Se hicieron amigos, y más pronto que tarde, ambos estaban abatiendo elefantes por marfil y control poblacional en la Guinea Española, en el sur del Sudán, el Camerún, en el Ubangui-Chari y Uganda. Luego, de esta etapa, siguió el llamado del periodismo de guerra y se especializó en conflictos en África y América del Sur. Luego, ya retirado de los frentes de batalla, se dedicó a la novelistica. Hoy, luego de haberse radicado en las islas Canarias, vive plácidamente en Madrid. Y no deja de escribir. 

Franceses en el África Central
Theodore Lafebvre fue un pionero y el decano de los cazadores de marfil que dio la República Francesa en el continente negro. Se sabe que nació en 1878 y que, en 1906, desembarcó en el Ubangui-Chari, con un empleo de una firma comercial que intercambiaba productos nativos por manufacturas francesas. En esos remotos parajes, la cacería comenzó como un pasatiempo para el joven Lefebvre, y luego se convirtió en su modo de vida. No se sabe mucho de sus logros, ni de la calidad de sus trofeos. Sí que operaba en Buca, Marali, Bossangoa y Fort Crampel, todas áreas situadas al norte de Bangui. En la década del 30, retomó su actividad comercial y posteriormente se empleó en el servicio de telecomunicaciones de Tchad. En ese cargo, debía recorrer 600 kilómetros de línea telegráfica, que muchas veces era cortada por el paso de los grandes paquidermos. Allí, como uno puede imaginarse, también despuntó su gusto por la caza del elefante. Lefevbre fue el primer cazador que entró en el Ubangui-Chari, y el primero que abatió elefantes en esa zona legendaria y mítica del corazón del África.  
francés que operó en el centro africano a principios del siglo pasado fue Etienne Canonne, quien nació en 1902 y luego de estudiar abogacía viajó a África a la edad de 22 años. Sin embargo, el impulso que recibió de sus lecturas juveniles, lo convencieron que su destino era el de ser cazador de elefantes. Al principio intentó -sin éxito-, desarrollar su actividad en el Congo belga. Luego, pasó a lo que se denominaba el África Ecuatorial Francesa. Allí sí, en Fort Archambault, una pequeña población a orillas del río Chari en el Tchad, se convirtió formalmente en marfilero. Se estima que cazó más de 500 elefantes. Entre los años 1940 y 1943, participó en la campaña bélica de Etiopía y Eritrea, y luego combatió en la batalla de Bir-Hakeim. Luego de la finalizada la Segunda Guerra, se dedicó a la industria de safaris, hasta que falleció en 1976, con 74 años de edad.   

Así como Lefevbre fue el primero en operar en el Ubangui-Chari, en el África Ecuatorial Francesa, los tres últimos fueron Wackenrie, Kespart y Beaumont. Operaron allí hasta el año 1932, cuando se prohibió la caza ilimitada en ese territorio francés de ultramar. Wackenrie, condecorado militar en la Primera Guerra Mundial, recorrió el Alto M´Bomú, en el Ubangui donde concentró su actividad. Llegó a abatir 150 elefantes, usando un 404 con acción Mauser y un doble 500 3´´ Nitro Express ambos de fabricación belga. Murió en combate en la Segunda Guerra Mundial, luchando a favor de la Francia Libre, liderada por el general De Gaulle. Paul Kespart, por su parte, también veterano de la Gran Guerra, desembarcó en el Camerún francés en busca de aventuras. Se dedicó al comercio al principio, y luego a la caza de marfil. Se cree que abatió alrededor de 600 elefantes, y sus mejores marfiles fueron 121 libras y media en ambas defensas. Kespart hizo su vida en 
África, y falleció allí, hacia fines de los 50´s. El último, de los tres, Beaumont, un mecánico parisino, desembarcó en el centro de África empleado por una firma francesa. No pasó mucho tiempo, para que cambiara el mantenimiento de instalaciones, por la caza de elefantes, junto a un coterráneo que lo inició en la actividad. En su carrera de marfilero, cobró alrededor de 500 elefantes. Su mejor par de colmillos lo logró en la localidad de Zemio, con su venerable 416 Rigby, y pesaron 141 y 145 libras. Luego de su carrera de cazador, pasó treinta años en la ciudad de Dembia, y alternó el comercio y la prospección minera de uranio. Falleció en Bangui en la segunda mitad del siglo XX.    
La lista de los cazadores de marfil continua. Es larga. No mucho, claro, pero no termina aquí. Siempre quedarán, obviamente, los más famosos y conocidos por todos los amantes de la literatura cinegética africana, pero aún hay más que le dan pelea al olvido. Si logramos que permanezcan en el recuerdo de los modernos cazadores conservacionistas, sus experiencias y aventuras, seguirán inspirando a las próximas generaciones por su tenacidad, esfuerzo, valentía y por qué no, caballerosidad. Como gustaba decir un viejo amigo mío, cazador y marino: “cuando los barcos eran de madera, los hombres eran de acero”.  Vaya para ellos, el recuerdo como forma de homenaje a aquellos legendarios miembros de la honorable fraternidad de cazadores de elefantes.

4 comentarios:

Jonas dijo...

Espectacular y fascinante nota. Conocía muy poco sobre estas cuestiones relativas a la Caza.

Pedro Santeliz dijo...

En muchas ocaciones lo desconocido puede ser más interesante que lo conocido.
Buen relato.
Saludos desde Venezuela.
Pedro Santeliz

De la Mancha dijo...

Me encanta la aventura. Felicitaciones.

Eber Gómez-Berrade dijo...

Muchas gracias Jonas, Pedro Santeliz y De la Mancha por sus comentarios.
Cordiales saludos. Eber