sábado, 14 de agosto de 2010

Los Safaris de Hemingway


Los safaris de Hemingway

Por Eber Gómez Berrade
Pocos son los escritores que han dedicado sus obras al mundo de los safaris, y menos aún, los que influenciaron tanto a generaciones enteras de cazadores como lo hizo Ernest Hemingway. A veces ficción, a veces realidad, sus escritos exudan realismo y nostalgia, transmitiendo al lector las emociones que siente el cazador en medio de un safari en África.

Con una pluma directa, brutal a veces y siempre autorreferencial, Hemingway centró su trabajo literario -casi obsesivamente-, en torno al valor, la cobardía, la guerra, el honor, la acción, la nostalgia y siempre como factor común, la muerte.
Supo además ilustrar sus escritos con paisajes remotos, exóticos y vertiginosos que fascinaban a un público poco sofisticado como lo era el de los Estados Unidos en la primera mitad del siglo XX, quienes recién se estaban acostumbrando a su incipiente rol como potencia hegemónica.
La bohemia de los cafés parisinos, los sanfermines en Pamplona, la Cuba pre castrista y por supuesto, el África colonial, fueron los lugares donde sus personajes se enamoraban, se emborrachaban, peleaban, cazaban, pescaban o se extasiaban ante la célebre verónica del matador Juan Belmonte. La guerra también fue el escenario de sus libros. Brindaban el marco ideal para sus románticos personajes. Allí pendulaban las bajezas más extremas y las más heroicas virtudes del hombre, y consecuentemente otorgaban un material riquísimo para un escritor curioso, hábil y realista como él.
Hemingway vivía y luego escribía, creando sus personajes a su imagen y semejanza. Cuando escribía de la guerra era porque había estado allí. Si sus personajes pescaban en el Caribe, él había pescado. Si asistían a la Fiesta Brava, era porque él mismo era un consagrado aficionado a la tauromaquia, si se enfrentaban a búfalos y leones africanos, era porque él ya lo había hecho antes en sus safaris de caza mayor.

Un personaje en busca de un autor
La vida de Ernest Miller Hemingway fue sin dudas, agitada. Pasó de vender poemas por un plato de comida en el Paris de los años veintes, a ser uno de los corresponsales mejor pagos de su tiempo; de ser criticado por sus inclinaciones políticas hasta ser ganador del premio Nobel de Literatura.
Nació el 21 de julio de 1899 en Oak Park, Illinois y desde chico practicó el boxeo, y siempre que podía se escapaba a pescar y cazar, pasiones que cultivó hasta su muerte. En su adolescencia abandonó sus estudios y entró a trabajar como periodista en el periódico "Kansas City Star", empleo que dejó para alistarse como voluntario del servicio de ambulancias italiano en la Primera Guerra Mundial. Allí fue herido en una pierna, y conoció a su primer gran amor, la enfermera Agnes von Kurowsky, obtuvo su primera medalla al valor por haber rescatado a un arditi herido en el campo de batalla.
Un año después de su regreso a los Estados Unidos, se casó con Hadley Richardson, con quien tuvo un corto matrimonio abruptamente roto por sus infidelidades con la periodista Pauline Pfeiffer, quien se convirtió en su segunda esposa en 1927. Las infidelidades del escritor fueron constantes y así pasaron por su vida otras tantas esposas: la corresponsal de guerra Martha Gelhorn, Mary Welsh, y un gran amor otoñal, Adriana Ivancich.
Durante la década del 20 comenzó a escribir para el “Toronto Star Weekley” y luego enviado como corresponsal a París. Allí formó parte de lo que se conoció como la “Generación perdida”, aquellos escritores -mayormente expatriados- como John dos Passos, Scott Fitzgerald, Gertrude Stein, James Joyce, Ford Madox Ford y Ezra Pound. Todos formaban parte de una bohemia que frecuentaba los cafés de Montmartre, los altillos de los hoteles de Montparnasse y la librería Shakespeare & Co. propiedad de Sylvia Beach.
En esos días Papa, como le gustaba que le llamasen, inició formalmente su carrera como escritor de cuentos, novelas, teatro, poemas y ensayos. De esa época son las inolvidables “Fiesta” basada en sus experiencias en Francia y España, y “Adiós a las armas”, un relato autobiográfico de sus épocas en la Gran Guerra. Luego de esa experiencia pasó largos períodos en Key West, en España y en África. Cubrió la Guerra Civil como corresponsal de guerra y la Segunda Guerra Mundial como reportero del primer Ejército de Estados Unidos.
La desmovilización de tropas lo llevó a establecerse en Cuba donde vivió en su casa de Finca Vigía, hasta la revolución del 59. De ahí, en adelante, seguiría viajando con su esposa, pero ya establecido en Ketchum, Idaho.
Sus obras literarias pueden clasificarse por períodos: “Adiós a las armas” se ubica en la primera guerra mundial, “Por quién doblan las campanas”, en la Guerra Civil Española, “Hombres en Guerra” con algunos relatos de la Segunda Guerra Mundial, “El viejo y el mar”, basada en su afición a la pesca de altura y con el que ganó el premio Pulitzer en 1953 primero y el Nobel en 1954, su trilogía taurina: “Fiesta”, “Muerte en la tarde” y “Un verano peligroso”, y por su puesto sus obras africanas: “La verdes colinas de África”, “Las nieves del Kilimanjaro”, “La corta y feliz vida de Francis Macomber” y su póstumo libro “Al romper el alba”.

Los safaris de Hemingway
Hemingway hizo dos safaris en África. El primero fue en el año 1933, a la edad de treinta y cuatro años. La expedición duró dos meses y fue financiada por el tío de su segunda esposa Pauline. En esa época el escritor aún no se había consolidado económicamente pero su carrera como figura de las letras americanas ya estaba en pleno ascenso.
El cazador blanco elegido fue Philip Hope Percival. Uno de los tops del África oriental británica de ese entonces. Para la época en que guió a Hemingway, Percival ya era una leyenda entre los cazadores blancos. Había sido asistente de guía de Teddy Roosevelt en su safari presidencial de 10 meses, y estaba acostumbrado a liderar expediciones con celebridades como Gary Cooper en Tanganika, el empresario George Eastman de Eastman Kodak y los realizadores Martin y Osa Johnson en Kenia.
Al llegar a Nairobi, Hemingway se enfermó de disentería lo que lo retuvo en cama varias semanas y que le permitió conocer a otros grandes cazadores blancos de la época como el barón Blixen y Syd Downey.
Una vez recuperado, los cazadores partieron de Arusha (hoy Tanzania) en dos camiones con destino al oeste.
Como cliente, Papa Hemingway era de lo mejor que un cazador profesional puede pedir. Robusto, en buen estado físico, buen tirador incluso a la carrera, y con el valor suficiente para enfrentarse a caza peligrosa sin pensarlo dos veces. Para esa expedición se llevó un Mauser 30-06, un Mannlicher 6,5 y una escopeta del 12.
En el safari obtuvieron numerosas especies de planicie entre los cuales se contaron kudues, gazelas Thomson, Grant, sables, impalas, etc. Cazó además tres leones. Y lo hizo a pie y sin evidenciar -al decir de su profesional- la más mínima muestra de temor.
En esta experiencia, Hemingway consolidó su -a veces- exacerbado machismo, haciendo culto al sentido del valor y el coraje. Cualidades que fueron protagonizando cada vez más sus novelas, hasta el punto de convertirse en una obsesión que se mantuvo hasta el final de sus días.
Al año siguiente de su safari, publicó su primer libro de la trilogía africana, que fue además fuente de inspiración para sus otras obras.
El segundo safari lo hizo en 1953. Allí fue ya mayor, con problemas de alcoholismo y convertido en toda una celebridad popular gracias a sus escritos y a las películas que Hollywood filmaba basadas en sus libros (y no siempre fieles a los argumentos).
Esta vez lo acompañó su cuarta esposa, Mary Welsh. La condición de Papa ya no era la de antes. Su juicio y puntería estaban desapareciendo rápidamente por los devastadores efectos del alcohol, sin embargo, lograron cazar numerosas especies y esta vez, solo dos leones que habían estado merodeando una shamba nativa cayeron bajo su rifle
El safari fue extenso y estuvo lleno de vicisitudes donde no faltaron los accidentes trágicos. Cuando los Hemingway llegaron a Nairobi, estaba en pleno desarrollo la emergencia Mau Mau, el levantamiento encendido por el luego presidente Jomo Kenyatta, contra los colonos británicos. Pero las situaciones desagradables no tuvieron que ver con esto ni con cargas de leones, sino con accidentes aéreos. El primero lo tuvo al aterrizar de emergencia en un vuelo privado de Nairobi a Congo. El segundo accidente fue al caer su avión cerca de Entebbe, en Uganda. El avión se incendió por completo pero la tripulación, incluyendo a Hemingway y a su esposa, salieron heridos pero con vida. Por unos días el gran escritor fue dado por muerto, y hasta se escribieron sentidos obituarios en su memoria. Luego de esta experiencia decidieron alojarse en el cómodo y exclusivo Hotel New Stanley de Nairobi. Era hora de organizar los apuntes y darle forma al próximo libro: “Al romper el alba”. Hemingway nunca vio publicadas sus experiencias ficcionadas de este viaje. Recién, al celebrarse el centenario de su nacimiento en 1999, su hijo Patrick completó el escrito y lo editó con un notable éxito de ventas en el mundo.
El 2 de Julio de 1961, en su casa de Ketchum, la explosión de un disparo desparramó huesos, dientes, masa encefálica, pelo y sangre por toda la habitación. Los caños yuxtapuestos de su escopeta inglesa calibre 12 comprada en Abercrombie & Fitch y que usaba para el tiro al pichón, se apoyaron en su paladar y dispararon. Así será como lo haga”, les decía Papa a sus amigos en su casa de Cuba: “en el paladar, que es la parte más blanda del cráneo”. Así tenía que ser. Así, en ese instante, nacería el mito de Hemingway.

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