Por Eber Gómez Berrade
El pintor ruso Nicholas Roerich ha sido sin
lugar a dudas, uno de los personajes más fascinantes que dio la humanidad en el
siglo XX. Entre su múltiples e increíbles facetas de artista, explorador,
arqueólogo, naturalista, místico, escritor y pacifista, la de cazador es tal
vez, la menos conocida. Sin embargo, la caza fue para él una pasión en sus años
jóvenes, que lo llevó, no solo a practicarla, sino a escribir sobre ella en
revistas rusas y luego a retratarla en lienzos con exquisitas escenas cinegéticas
en las estepas de Siberia, en las montañas del Himalaya y en los desiertos de
la legendaria Mongolia.
Definir la versatilidad de un personaje como Roerich
en un artículo como este, es una tarea cercana a lo imposible. Para entrar en
tema, digamos que como artista plástico pintó más de 7.500 cuadros a lo largo
de su vida. Participó como escenógrafo en diversas operas en viarios teatros de
Europa. Se recibió de abogado y al mismo tiempo se destacó como naturalista,
arqueólogo y luego explorador en Asia Central. Junto con su esposa Helena, fue
uno de los grandes místicos de principios de siglo XX, siendo un activo
rosacruz, teósofo y fundador de la Sociedad Agni Yoga. Escribió casi 30 libros
de viajes, esoterismo y poesía. Como pacifista, creó el Pacto Roerich para la
protección de monumentos culturales en tiempos de guerra e ideó la Bandera de
la Paz, lo que lo llevó a ser candidato al Premio Nobel de la Paz en dos
oportunidades. Fue amigo de personalidades como el presidente estadounidense
Franklin Delano Roosevelt, Albert Einstein, Ernest Hemingway, Rabindranath
Tagore, Nehru, Indira Gandhi, y un extenso etcétera. Colaboró en el diseño del
billete actual de un dólar de los Estados Unidos. Y como si todo esto fuera
poco, en su honor hay una montaña Roerich en la cordillera Altai en Asia, y un
planeta Roerich orbitando en nuestro sistema solar.
Pasión por la caza y la naturaleza
Nikolái Konstantínoviich Roerich, tal cual su
nombre en ruso, nació un 9 de octubre de 1874 en la ciudad de San Petersburgo,
en una familia aristocrática.
Tuvo una educación muy completa y cosmopolita.
Aprendió varios idiomas europeos, y le fue transmitida la cultura de sus
padres, especialmente en historia y misticismo.
Su familia tenía una casa de campo en las
afueras de San Petersburgo, con un predio de 1.200 hectáreas que se llamaba
Isvara. Allí Nicholas creció, amando la naturaleza, y en donde su pasión por la
caza y los animales de desarrolló por completo. Deambulaba solo por los ríos,
bosques y montes de la extensa propiedad, recechando todo tipo de animales,
incluidos osos y ciervos. En sus años de universidad, las vacaciones las pasaba
en excursiones de caza y en excavaciones arqueológicas. Para esa época comenzó
a colaborar en revistas especializadas de caza como “Cazador Ruso” y “Naturaleza
y Caza”. En esos medios, desplegaba habitualmente sus conocimientos referentes
a la caza en culturas eslavas originales, leyendas épicas e historias donde
como dice uno de sus biógrafos, Jordi Pomés: “describía las maravillas de la
naturaleza, vista por el cazador a todas horas, y donde celebraba la unidad y
comunión del hombre con la naturaleza”. La caza para Roerich, no era una
cuestión de trofeos. Era una forma de comulgar con la Madre Tierra de manera
tradicional y atávica. Siempre mantuvo una gran sensibilidad por la vida
animal, y una consciencia elevada por la relación de los humanos con el medio
ambiente.

Aquellos escritos iniciales de aventuras, serían
el inicio de la literatura que más le gustó a Roerich, y que llegó a
consagrarlo como escritor con su obra “El corazón de Asia”. En estas revistas,
también publicó muchas de sus características pinturas cinegéticas.
Sin embargo, la caza y la naturaleza no fueron
los únicos pasatiempos durante esos años. El arte, la arqueología y la historia
también le quitaban el sueño, y gracias a la gran biblioteca de su padre, tenía
vastos conocimientos en estos temas, especialmente en lo que hace a la cultura
eslava y oriental. De esta época también, son sus colaboraciones en la revista
rusa “Arte y Arqueología”, donde registraba los resultados de sus excavaciones.
A la edad de decidir qué carrera seguir, tuvo
que pactar con su padre. Nicholas quería ser pintor, y su padre que fuera
abogado. Al final cursó las dos carreras, y se graduó en la Universidad de San
Petersburgo y en la Academia Imperial de Bellas Artes en derecho y arte
respectivamente. De manera paralela, siguió con sus actividades de arqueólogo,
haciendo excavaciones en Novogrod, Yaroslav y Smolenks, descubriendo en 1904,
estaciones neolíticas cerca del lago Piros.
Desde temprano, su activa forma de ser, hizo que
entablara amistad con personajes como los compositores Rimsky-Korsakov, Stravinsky,
y el escritor León Tolstoy, autor de “La Guerra y la Paz”. Su pintura en esta
etapa se centra en temas históricos de la vieja Rusia, comenzando a afianzar su
particular estilo, que lo identificaría en lo sucesivo. Se destacó como
artista, a tal punto que, a la edad de 24 años lo nombraron asistente del
director del Museo de la Sociedad Imperial para la Promoción de las Artes. Y
como también escribía, y bien, lo designaron asistente del director de la
revista “Las artes y la industria artística”, al tiempo que colaboraba en las
revistas “La estrella” y “La ilustración del mundo”. Tres años después, se
convirtió en el director de la Sociedad Imperial para la Promoción de las Artes.
Helena, una eterna compañera
Helena Roerich fue también un personaje en sí mismo. Descolló como pianista,
escritora, mística y exploradora. Fue una pareja destinada a conocerse y a no
separase más. La pareja se conoció en 1899, y selló su destino para siempre. Se
casaron en 1901. No lo hicieron antes porque Nicholas realizó un viaje a París
para perfeccionar su técnica pictórica. En 1902 nació su primer hijo Yuri, y en
1904 su segundo hijo, Svetoslav. Todo rápido. Una característica de su
personalidad, era además de su gran capacidad de trabajo, su apuro para hacer
todo. “Me pregunto si tendré tiempo para morirme”, solía decir con sarcasmo. Helena
fue sin dudas, un puntal en su vida. Su gran compañera y cómplice en todos sus
proyectos, que también descolló en todo lo que arremetió, aunque siempre se
mantuvo un paso detrás de Nicholas. Fue una concertista de piano destacada
-sobrina del compositor Mussorgsky-, y una gran escritora que escribió más de
veinte libros sobre espiritualidad. Como teósofa, realizó la primera traducción
al ruso de “La Doctrina Secreta”, la obra cumbre de la otra teósofa rusa Helena
Petrovna Blavatsky, fundadora de la Sociedad Teosófica. En 1920, Helena
contactó en Londres, con quien fuera su maestro espiritual, el Mahatma Morya,
un adepto de la hermandad Trans-Himaláyica. A partir de entonces, fue la ideóloga
del Agni Yoga. Las enseñanzas que proclamaban la ética viva y una manera
espiritual de vivir en unidad con la consciencia cósmica.
Conocer a Nicholas y viajar, fue casi
lo mismo para Helena. Al nacer su segundo hijo, el matrimonio había visitado
más de 40 ciudades europeas, para estudiar las raíces de la cultura rusa, y para
inspirar a Nicholas en una nueva serie de obras y artículos. Luego Helena,
acompañaría a su esposo en sus viajes de ultramar: Inglaterra, Estados Unidos,
India y en las dos expediciones al Asia Central. Vivió ocho años más que Nicholas,
y al enviudar se dedicó por completo a extender la obra mística y pacifista de
su amado marido. Murió en India en 1955.
escenógrafo y diseñador
A esta altura de la vida de Nicholas,
su talento polifacético era incontrastable. A sus expediciones de caza, sus
excavaciones arqueológicas, sus cuadros y artículos periodísticos, le sumaba el
diseño de escenarios y vestuarios para óperas y ballets. Participó en las
puestas de “La Doncella de Nieve”, “Peer Gynt”, “La princesa Malen”, “Las
Valquirias”, “El príncipe Igor”, y “La consagración de la Primavera” de su
amigo Stravinski. En este período que va desde inicios del siglo XX hasta la
Primera Guerra Mundial, Roerich trabajó como profesor de la Escuela de la
Sociedad Imperial que además dirigía. Participó en innumerables exposiciones de
arte en París, Venecia, Roma, Berlín, Bruselas, Viena, Londres, y sus cuadros fueron
adquiridos por importantes museos como el Nacional de Roma y el Louvre. Y es en
éste período, donde comenzó a tomar forma su filosofía pacifista y anti
militarista. Un período particular, si pensamos que La Gran Guerra estaba a la
vuelta de la esquina.
La Primera Guerra Mundial
El mundo cambió luego del asesinato
de Sarajevo en 1914, y Roerich vislumbró las consecuencias nefastas que una
guerra a gran escala tendría en los tesoros culturales de las naciones. Por eso
en 1915, le presentó un informe al Zar Nicolás de Rusia, instándolo a tomar
medidas serias a nivel de Estado para proteger el patrimonio cultural en todas
las Rusias. Sería ese, el antecedente directo de su Pacto por la Paz, y una de
sus últimos trabajos en la Rusia zarista. En 1916, por problemas de salud, se
trasladó a Finlandia con su familia. Al año siguiente, cuando Lenin lideró la
Revolución Bolchevique y cerró las fronteras de la ahora Unión Soviética, Roerich
se quedó afuera de su Rusia, tanto física como espiritualmente.
Sus obras de esa época, reflejan la
violencia que azotaba al mundo, y su preocupación por la supervivencia de los
tesoros culturales. Aquí comenzó también, a interesarse por las filosofías
orientales, y se zambulló de lleno en los escritos y enseñanzas de los grandes pensadores de la India, como Ramakrishna, Vivekananda y Rabindranath
Tagore.
América, antesala de la India
Este estudio de las ideas orientales,
provocó en el matrimonio, un intenso deseo de viajar a India, e internarse en
los Himalayas, para ver y sentir in situ, lo que los yoguis y gurúes
proclamaban. Pero el destino, les iba a mostrar otro camino, antes de llegar a
las tierras de Krishna. En 1920, recibió una invitación del Instituto de Artes
de Chicago, en la que le proponía organizar una gira con exposiciones por 30
ciudades de los Estados Unidos. Aceptó de inmediato. Era una gran oportunidad
en su carrera artística, y le daría tiempo para preparar su ansiado viaje a
Asia.
En Estados Unidos fundó organizaciones culturales y pictóricas que convocarían
a lo más granado del mundo cultural de ese país. Solo un año después de su llegada,
fundó el Instituto Maestro de Artes Unidas, con el objeto de promover un
acercamiento de los pueblos a través de la cultura y el arte. El Instituto
estaba emplazado en el “Edificio Maestro”, un rascacielos neoyorquino, diseñado
por el propio Roerich. Allí además de enseñar todas las artes, se daban
conferencia, talleres y carreras de grado. Había alojamientos económicos para
artistas y estudiantes, y en el pen house,
había una sala donde Nicholas y Helena, se juntaban a meditar. En 1922, Roerich
fundó el Centro Cultural “Corona Mundi”, y en 1923, creó el “Museo Nikolai
Roerich” de Nueva York. Además, en ese lapso, recorrió muchas ciudades
americanas, exponiendo obras, dando conferencias y talleres. Su nombre se hizo
muy familiar para el estadunidense medio, que veía en Roerich, a un excéntrico
artista ruso, con pinta de gurú oriental, y espíritu emprendedor digno de un
ejecutivo de Wall Street.
La venta de sus cuadros, los
honorarios por su colaboración en publicaciones y diseño de espectáculos musicales
y teatrales, y los beneficios producto de las organizaciones culturales que fundó
en Estados Unidos, le permitieron tener los fondos necesarios para su viaje a
India. Un viaje, que no sería turístico, sino, como todo en la vida de Roerich,
tendría varios objetivos paralelos, y se convertiría en su primera expedición
al Asia Central.
Expedición en el Asia Central.
En el año 1923, la familia Roerich
partió a la India por fin. El sueño suyo, de su esposa y de sus hijos también.
India iba a ser el primer paso para su primera expedición al Tíbet Trans-Himaláyico
y al desierto de Gobi en la Mongolia. Nicholas estaba obsesionado por encontrar
el nexo cultural entre los pueblos eslavos e indos. Pero también estaba
obsesionado, por encontrar la mítica ciudad sagrada de Shambala. Esta ciudad,
que aparece en la noche de los tiempos en escrituras orientales, fue El Dorado
para una generación de exploradores, místicos y científicos, como Roerich en
los 20´s, y el cazador alemán y miembro de las SS, Ernst Schaffer en la década
del 30. Siempre pendulando entre el mito y la realidad, el consenso místico es
que Shambala existe, pero en un nivel físico sino etérico, en un estado de
conciencia solo accesible para aquellos que hayan evolucionado suficientemente
en el plano espiritual. La obra de Roerich indica que él pudo acceder a este
reino mítico, dando no sólo pistas geográficas y anécdotas sobrenaturales, sino
también, transmitiendo una enseñanza de un carácter
espiritual superior, casi desconocido en aquellos años.
La ruta que los Roerich siguieron junto con una
caravana de varios científicos occidentales, personal de campamento y guías
nativos, se dirigió por Sikkim, Cachemira, Ladakh, Sinkiang en China, Rusia (donde
aprovechó para visitar Moscú), Siberia, las montañas de Altái, la Mongolia y
el Tíbet. La expedición se inició en 1925 y culminó en 1928, convirtiéndose en
una de las expediciones de exploración más importantes del siglo XX. Allí se
realizaron investigaciones arqueológicas, etnográficas y naturalistas. Se
mapearon zonas inexploradas hasta el momento, se descubrieron manuscritos
religiosos incunables de hinduismo, budismo y de la religión bon tibetana.
Roerich, escribió entonces sus obras más conocidas, “El corazón de Asia” y
“Altai”. Pintó más de 500 cuadros, que conforman las series conocidas como
“Maitreya”, “Camino de Sikkim” y “Los Maestros de Oriente”.

La expedición no estuvo exenta de riesgos y enormes
sacrificios. Las dificultades de acceso a los puertos de montaña, sin caminos
ni sendas delimitadas, con la constante amenaza de salteadores y ladrones, así
como las intrigas de las autoridades locales tibetanas, chinas, rusas y
británicas, siempre suspicaces sobre los propósitos reales de semejante
expedición, con fines tan dispares y liderada por un artista, hicieron muchas
veces que el viaje se convierta en una pesadilla. Los libros de Roerich
mencionan muchos de estos incidentes, como cuando la expedición fue
virtualmente prisionera por cinco meses, en pleno invierno y sin acceso a
vivieres, en la que murieron casi todos los animales y cinco nativos del grupo.
Tuvieron enfrentamientos armados, que repelieron gracias al moderno armamento
que llevaban y a las condiciones de Roerich y sus hombres como tiradores.
Sufrieron mal de montaña en los pasos a más de 5.000 metros de altitud, y
deshidratación en las ardientes arenas del Gobi. De todas maneras, al terminar
el viaje, el material recolectado era realmente impresionante. Tanto es así,
que Roerich decidió, no solo establecerse en India, sino también crear un
centro de investigación científica, que iba a denominar “Instituto Urusvati de
Investigaciones Trans Himaláyicas”. Y así, comenzaba, otra etapa en su vida,
agregando la ciencia a todas sus pasiones anteriores.
La ciencia, su nueva pasión
La creación de este instituto científico, en el valle del Kulu, en el Himalaya
Occidental, -donde además pasaría sus últimos años de vida- fue un hito en la
vida de Roerich. Su hijo Yuri, ya para ese entonces, un reconocido orientalista
internacional, fue nombrado director del Urusvati. En 1928, comenzaron las
tareas de clasificación del material obtenido en la expedición, y al mismo
tiempo se dedicaron a la investigación etnológica y lingüística, creando a su
vez laboratorios de medicina, zoología, botánica y bioquímica. El Urusvati se
abrió también a la colaboración e intercambio con otros organismos científicos
del mundo. Entre los que colaboraron en las investigaciones se cuenta a los
físicos Albert Einstein, Louis de Broglie y Robert Millikan, el explorador sueco
Sven Hedin, entre otros. El trabajo científico allí fue fecundo. Se buscaron
curas a distintas enfermedades como el cáncer, se estudiaron los efectos de los
rayos cósmicos en la superficie terrestre, se tradujeron manuscritos sánscritos
desconocidos, y naturalmente, Roerich, pintó allí innumerables lienzos. Todo
iba viento en popa, hasta que el inicio de la Segunda Guerra Mundial, puso fin
al financiamiento y el Urusvati, cerró sus puertas para nunca más volver a
abrirlas. Hoy el edificio subsiste, convertido en museo, y en biblioteca, donde
aún se atesoran las investigaciones zoológicas y botánicas de la
expedición.
Expedición a Manchuria y el legado por la Paz
A mediados de la década del 30, la pasión de
Roerich por la exploración estaba intacta. En esa época, y gracias a la
intervención de su amigo, Henry Wallace, secretario de agricultura y vice
presidente del gobierno de Estados Unidos, bajo la presidencia de Franklin
Delano Roosevelt, Roerich es convocado a realizar una expedición por Mongolia,
Manchuria y China, para buscar semillas de plantas que prevengan la erosión del
suelo y la sequía, un problema que asolaba a varias regiones de Estados Unidos.
La expedición recorrería primeramente la cordillera de Hingán y Barginskoye, y
luego los desiertos de Gobi, ordos y Holanshan. Al término de la misma, Roerich
recolectó más de 300 plantas resistentes a las sequías, varias colecciones de
plantas medicinales, y como no podía ser de otra manera, no faltaron los manuscritos
antiguos, material arqueológico y cuadros reflejando esos exóticos paisajes de
montaña.
Mientras Roerich estaba en expedición, en 1935, se
firmó en Washington, el famoso Pacto Roerich. Un proyecto de Nicholas, que
venía en carpeta desde antes de la Primera Guerra, donde proponía a todas las
naciones del mundo, que se acordara la protección de instituciones artísticas y científicas y monumentos
histórico. Una especie de Convención de Ginebra, pero para
obras de arte y monumentos en tiempos de guerra. El pacto, apoyado por
personalidades como Einstein, HG Wells, Rabindranath Tagore y George Bernard
Shaw, entre otros, fue firmado inicialmente por todos los gobiernos de América,
desde Canadá hasta Argentina. Nuestro país envió al embajador en Estados
Unidos, Felipe Espil en representación del gobierno.
Para identificar aquellos lugares culturales que no
deberían sufrir agresión alguna, Roerich creó el estandarte de la Paz. Una
bandera blanca, con un círculo rojo (o magenta), y tres circunferencias del
mismo color dentro del círculo. Este símbolo según Roerich, estaba presente en
muchas culturas originales en todo el planeta. El mismo los había observado grabados
en la roca en el oeste americano, en Siberia y en las estepas tibetanas. Hoy en
día, esa bandera, sigue siendo un símbolo vigente de la Paz en el mundo entero.
Por estas iniciativas fue nominado al Premio Nobel de la Paz en dos
oportunidades.
Ese mismo año, 1935, otro hito iba a
ocurrir en la increíble vida de Roerich. Gracias a una recomendación suya hecha
a su amigo el vicepresidente Henry Wallace: la de modificar el diseño del
billete de un dólar de Estados Unidos, agregando al Gran Sello, una pirámide
truncada (como la de Keops), y el “Ojo que todo lo ve”. Wallace, que además de
ser amigo, admiraba los conocimientos esotéricos de Roerich, no dudó en llevar
la propuesta al presidente Roosevelt, quien la aceptó en la convicción que
Estados Unidos tenía el destino manifiesto de llevar al mundo a un nivel de
consciencia más elevado, bajo la Ley del Gran Arquitecto del Universo, concepto
masónico para denominar a la idea de Dios. Roosevelt y Wallace eran masones, y
vieron en este símbolo, una reafirmación de sus convicciones místicas.
Naturalmente, Roerich fue sindicado también como masón, pero no lo era. Era
rosacruz. Para despejar dudas, manifestó públicamente su pertenencia formal a
la Antigua y Mística Orden de la Rosa Cruz y a la Sociedad Teosófica. Así que,
gracias a esta sugerencia de un místico ruso, un símbolo esotérico se encuentra
en el billete de mayor circulación de los Estados Unidos.
Casi todos los proyectos de Roerich
se concretaron. Casi, pero no todos. Si bien el Pacto Roerich se firmó y se
prometió cumplirlo, los estragos de la Segunda Guerra Mundial en materia de
reliquias y monumentos fueron inmensos. Hoy en día, vemos salvajes islamistas
destruyendo a cañonazos sitios arqueológicos de Nínive e Irak. Otro proyecto
inconcluso, fue la creación de un País Budista, bajo mandato de la Unión
Soviética, en territorio chino de Manchuria y dirigido por el Panchen Lama.
Roerich nunca lo logró, y no solo eso, sino que este proyecto provocó la
suspicacia de varias naciones, y deterioró sus estrechos vínculos con el
gobierno de Estados Unidos hacia fines de los años 30 y principios de los 40.
En el año 1947, solo dos años después
de la caída de Berlín y de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, y mientras India
y Pakistán se separaban sangrientamente, Roerich, murió en su casa del valle de
Kulu, en su amado Himalaya, con la sensación de no haber alcanzado su mayor y
principal proyecto de vida: lograr la paz en el mundo. Una idea ambiciosa,
utópica y casi mágica. Pero sin dudas, un ideal por el que vale la pena vivir, bajo
los preceptos que él y su esposa Helena, definieron como la “ética viva”.