martes, 2 de abril de 2013

Una visita a la mítica Purdey de Londres



Por Eber Gómez Berrade

En una reciente estadía en la ciudad de Londres, fui invitado por mi amigo Nigel Beaumont, presidente de James Purdey & Sons, la tradicional firma de armeros ingleses, a visitar su fábrica y su tradicional local de ventas. Allí no sólo pude presenciar el proceso completo de fabricación de las exquisitas escopetas y rifles dobles, sino que pude sumergirme en siglos de historia de uno de los fabricantes de armas deportivas más antiguos de Inglaterra.
El solo nombre de Purdey lo transporta a uno inmediatamente a escenarios exóticos y lejanos en el tiempo. Sus escopetas -de a pares-, estuvieron presentes en las famosas tiradas de faisanes de Sandringham House, con las que el rey Eduardo VII agasajaba a sus invitados hacia fines del siglo XIX y principios del XX. Sus dobles -en calibres tropicales- se lucieron en las batidas de tigres de Bengala a lomos de elefante en la India Imperial, tanto como en los extensos safaris en las llanuras del Masai Mara en la Kenia colonial.
Por esa razón, tenía muchas expectativas en conocer de primera mano, la trastienda de esta casa, sus bellas armas, sus lugares y su interesante historia, y todo esto en una visita guiada nada menos que con el presidente de firma.


La cita con Nigel Beaumont fue primeramente en la sede de la empresa conocida como Audley House, por estar ubicada en la esquina de las calles South Audley y Mount, en el recoleto barrio de Mayfair. Justo a mitad de camino entre el inmenso Hyde Park y la romántica Berkeley Square, que inspirara una famosa canción de jazz de la década del 30. El edificio de estilo victoriano que alberga hoy a James Purdey & Sons data del año 1883, y fue considerado durante muchos años el palacio de los fabricantes de armas londinenses. Su fachada exterior -con la bandera británica, el escudo del reino y sus columnas de mármol-  es inconfundible y sus vidrieras una invitación para todo aquel amante de las armas y la caza que tenga la dicha de recorrer Londres.


Ni bien uno traspasa sus puertas se mete de lleno en un ambiente que no puede estar más alejado del trajín diario de la ciudad. Es como un enorme catálogo de tiempos idos. Finos armeros con increíbles colecciones de rifles y escopetas (joyas de pletina larga y culata inglesa), trofeos africanos, taxidermias de aves, retratos de monarcas europeos, fotos de clientes célebres, diplomas, exhibidores con elegante indumentaria y accesorios para la caza, el tiro y la cetrería. En un cuarto, separado, hasta hay una pequeña y acogedora biblioteca con libros para la venta.
 Al fondo del salón, una puerta conecta con el denominado “Long Room”. Una sala privada que se utiliza como lugar de reuniones, y en donde se atiende a los clientes para tomar sus medidas corporales (como hacen los sastres), y confeccionar la fichas con los requerimientos que tengan para sus armas.  Además de esto, el Long Room es un museo de la empresa. Sus paredes están cubiertas con fotografías de reyes y marajás, cuadros con retratos de los fundadores de la dinastía familiar, documentos, armas antiguas (las primeras fabricadas por la empresa), fanales, libros, documentos, y en el centro una gran mesa de trabajo presidida por un hogar a leña debajo de una cornamenta de ciervo colorado. En algún momento hasta supo haber un piano y un armonio. Era allí también donde se ensamblaban las culatas, se realizaban los grabados y se daba el acabado a cada una de las armas que se fabricaban. Procesos que más tarde, pasaron a hacerse directamente en el taller.

Se cuenta que durante la Segunda Guerra Mundial, la sala era utilizada como lugar de reunión por el general Eisenhower y sus oficiales, y se dice que incluso allí fueron tomadas muchas de las decisiones que llevaron a la invasión aliada en Normandía en el recordado Día-D.
Más allá de esto, la guerra dejó sus huellas en Audley House. Aún pueden verse las marcas en las columnas de mármol del exterior provocadas por el bombardeo alemán del Blitz. Aunque de lo que ya no quedan rastros es de los daños que provocó un atentado del IRA en 1975, que destrozó todos los cristales del edificio.

El principio de la dinastía Purdey
 
Todo comenzó en el año 1690 cuando un tal John Purdey decidió dejar su amada Escocia, y dirigirse a Londres en busca de nuevos horizontes y algunas libras para sostener a su familia. Allí, en la capital del Imperio, se estableció, prosperó y crió a sus cuatro hijos. El segundo de ellos, llamado James -nacido en 1737- se dedicó a la herrería trabajando para armeros en las cercanías de la Torre de Londres. Pero no fue hasta que un hijo suyo, -también llamado James- que el nombre de la familia se iba a relacionar directamente con la fabricación de armas deportivas. James hijo comenzó su carrera trabajando con su cuñado Thomas Keck Hutchinson. Allí se destacó como herrero y artesano, construyendo cañones con acero Damasco provenientes de herraduras de caballos, y aprendiendo todos los pasos necesarios para la construcción de escopetas. En 1805 una vez terminada su etapa de aprendizaje, James se fue a trabajar con Joseph Manton, un armero de renombre por aquel entonces, con quien completó sus conocimientos convirtiéndose en maestro culatero. Allí permaneció unos tres años. Luego de eso su ambición y sed de conocimientos lo llevaron a trabajar con otro armero de buena reputación, un tal Forsyth. Cuatros años solamente lo tuvieron bajo su tutela hasta que finalmente en 1814 (un año antes de la batalla de Waterloo donde el duque de Wellington derrotó a Napoleón Bonaparte), abrió su propio local en Leicester Square, dedicándose a la fabricación de armas de chispa, pistolas de duelo y rifles. Su reputación como eficiente artesano de armeros de renombre, hizo que pronto su apellido se posicionara como sinónimo de armas finas y de alto valor. Para esa época James Purdey era como un exclusivo sastre que hacía y reparaba las armas “a medida” de sus clientes, en todos los calibres disponibles en aquel entonces.


Su visión comercial lo llevó a vender además otros artículos relacionados con el deporte y las armas, como accesorios de caza, cuchillos, espadas, navajas de afeitar, polvoreras, equipos de pesca, cigarros, blancos de acero, y hasta gorriones vivos. Una mezcla de pulpería y armería moderna.
Su fama y prestigio eran tales que numerosas celebridades de la época se daban el gusto de regalarse una Purdey para ampliar sus armeros personales.
En 1831, el capitán Fitzroy y un joven naturalista llamado Charles Darwin, pasaron por el local de James para comprar un rifle doble, una escopeta, un par de pistolas de bolsillo y un par para duelo. Estaban aprovisionándose para lo que sería su famoso viaje de exploración alrededor del mundo a bordo del buque HMS Beagle.
En 1836, Lord Cardigan, comandante de la Brigada Ligera al momento de realizar la infausta carga en Balaclava durante la guerra de Crimea, también fue uno de sus clientes, claro que algunos años antes de lanzar su caballería alocadamente contra los nutridos cañones rusos, con el resultado esperable de una acción semejante.    
Un par de años después, el prestigio de Purdey se cristalizaría cuando la mismísima Reina Victoria le comisionó un encargo para su coronación: un par de pistolas que iban a ser presentadas como obsequio para el Iman de Muscat.


Otros James
Uno de los hijos de James, el fundador de la firma, también llamado James, fue el encargado de continuar y consolidar la fama de ser los mejores armeros del imperio. Por lo visto, lo que no tenían de creativos para elegir los nombres de sus hijos, lo tenían para ampliar el mercado y llegar a los más altos niveles de la sociedad británica. El camino de este James fue similar al de su padre y abuelo. Una etapa de aprendizaje, una como artesano y posteriormente una etapa como propietario de la casa Purdey. En el período que le tocó vivir fue testigo de importantes avances tecnológicos en el mundo de las armas de fuego, como la transición de los rifles y pistolas de chispa y avancarga por los de retrocarga. En materia comercial decidió mudar sus oficinas y local de ventas al actual edificio en el 57 de la calle South Audley, conocido como Audley House, y tuvo además la dicha de convertirse en proveedor oficial de armas de la casa real británica. Primero fue el Príncipe de Gales, -que sería luego Eduardo VII- el que en 1868 le otorgó su “Royal Warrant of Appointment”, y diez años después, la mismísima Reina Victoria lo nombró también su proveedor personal. Esta tradición no se detuvo hasta el presente, convirtiendo a Purdey en el armero real y proveedor de armas y cartuchos de los reyes Eduardo VII, Jorge V, Eduardo VIII, Jorge VI, y la actual Elizabeth II.
De hecho la reina de Inglaterra ha extendido su Royal Warrant a favor de Nigel Beaumont como titular de la bicentenaria compañía, al que se le ha agregado también la de su esposo el Duque de Edimburgo y la de Charles, Príncipe de Gales.

De la Gran Guerra a nuestros días
Los pasos de este James fueron seguidos por su hijo Athol, quien a su modo, también vivió una época interesante de crecimiento del negocio familiar, pasando de las despreocupadas batidas de caza organizadas por el rey Eduardo, hasta convertirse en proveedor de armas y equipo para el Departamento de Guerra durante el transcurso de la Primera Guerra Mundial.
Aquellas partidas conocidas como “shooting parties” impulsadas por Eduardo VII, no sólo estuvieron de moda en Inglaterra o Escocia. En el resto de Europa, por ejemplo tuvieron una gran aceptación, e incluso a principios del siglo XX el tiro al pichón se impuso como actividad deportiva en muchos países, especialmente en la península ibérica. El rey Alfonso XIII de España, fue un consumado tirador y cazador que raramente salía al campo sin su juego de Purdeys. A la realeza y aristocracia europea, también se le sumaban los Marajás de la India, y los incipientes sultanes y emires del oriente medio que ya comenzaban a vislumbrar los efectos que las reservas de petróleo mundiales tenían sobres sus economías personales. En Buenos Aires, por su parte, el tiro al pichón también atravesaba un muy buen momento, tanto es así que los registros de Purdey dan cuenta de un envío de 5000 cartuchos para la comisión directiva del Pigeon Club.
En 1929, año de la gran crisis económica y financiera que asoló a Estados Unidos y Europa, los hijos de Athol (Tom y James, para variar) se hicieron cargo de la empresa.  A pesar de la crisis las ventas se mantuvieron más o menos constantes hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939. En ese momento, una vez más, la empresa se orientó al esfuerzo de guerra, proveyendo al Estado de armas y repuestos para las tropas que combatían al Tercer Reich y al Emperador de Japón.
Luego de la Segunda Guerra, el mercado de armas finas y rifles dobles cayó estrepitosamente, pareciendo que ya nunca más se iba a recuperar. Por esa razón, los hijos de Athol, decidieron vender sus acciones de la firma familiar, que pasó a manos de un sobrino suyo, el Honorable Richard Beaumont en 1955. Durante su presidencia, la empresa decidió comercializar ropa y equipos de cacería, adquirió las instalaciones donde hoy está ubicada su fábrica y mantuvo los niveles de venta y calidad tradicional. Pero fue en 1994 cuando Richard decidió vender la empresa al Grupo Financiero Richemont, propietario de compañías de productos suntuarios como Cartier, Montblanc, Alfred Dunhill, Vacheron Constantin, y Baume & Mercier, entre otras.    
A pesar de esta transacción, la empresa se mantuvo ligada a la familia Beaumont, ya que en 1993, Nigel se convirtió en director gerente y en 2007 en el presidente de la empresa hasta el presente.

Rumbo a la fábrica
Luego de la experiencia de recorrer parte de la historia de Purdey, partimos con Nigel para la fábrica en Hammersmith, un típico barrio cerca de la costa del Támesis, de casas bajas, con iglesias, pubs, parques, estación de ferrocarril y ubicado a unos 20 minutos en dirección oeste del centro de Londres. La fábrica es una construcción no muy grande y sin ninguna señal externa que indique que allí se producen exclusivas armas de altísimo valor económico.
En primer lugar me aclara mi anfitrión que desde siempre todo el proceso de fabricación de rifles y escopetas se ha realizado en Londres y con artesanos ingleses que son entrenados por la misma firma. Aquí aún funciona la estructura del aprendiz y el maestro, muchas veces con conocimientos transmitidos de padres a hijos como ocurría en las logias de los constructores de catedrales de la Edad Media.
La primera vez que un Purdey decidió separar la fábrica del local de ventas fue en 1881 cuando adquirió un lugar cerca de donde estamos ahora, pero el lugar actual fue adquirido recién en 1979.

Los siete pasos de la construcción
El proceso de fabricación de una escopeta por ejemplo, consta de siete pasos, me explica Nigel. En Audley House el cliente podrá elegir el largo de los cañones, el tipo de báscula, los chokes de cada cañón, el modelo de grabado, el patrón de segrinado del pistolet y la chimaza, el taco de nogal con el que se confeccionará la culata y el tipo de disparadores. Luego, uno de los asesores de la compañía, tomará nota de las medidas del cliente en una ficha personal, indicando cuál es su ojo director y si es diestro o zurdo. Con toda esta información se pondrá manos a la obra en el taller.
El primer paso es la construcción de los cañones, el ensamblado, la elección del  ángulo correcto en caso de que el arma sea yuxtapuesta y la definición de los chokes elegidos. Para ir llevando el material hacia un perfecto encastre se utiliza el negro de humo de manera de observar las superficies de cada parte que entrará en contacto con las otras piezas del arma. Cada cañón es ahora numerado para ser identificado en toda la línea de producción.
De allí pasamos al área donde se construyen las básculas y los disparadores. La precisión de cada una de las partes es asombrosa. Aquí las básculas son forjadas a mano, para ser luego mecanizadas y ensambladas. Solamente esta etapa lleva unas 140 horas de trabajo.
El paso siguiente es la construcción de las pletinas. En el caso de las Purdeys lo usual es utilizar el sistema de pletina larga. Estas piezas son el corazón del arma, y especialmente si se trata de rifles dobles, donde las presiones que deben soportar son mayores que en las escopetas. Estas también se forjan a mano, luego se mecanizan y se ensamblan a los cañones, para que una vez listas, pasen para ser grabadas con el diseño exterior elegido. Nigel me señala que fue precisamente aquí, donde se inventaron las pletinas con martillos ocultos y con cierre de apertura superior hace unos 130 años.
Una vez que los artesanos finalizaron las pletinas, guardamontes, cola del disparador y demás partes metálicas del arma, todo pasa al maestro grabador.
Si la impresión que da el artesano encargado de fabrica las básculas es la de un relojero, la del grabador, podría parecer la de un dentista. Sentado, con las piezas sujetas en una morsa y con monóculo especial, el artesano utiliza una batería de cinceles electrónicos muy similares a los tornos dentales. Estas herramientas producen micro percusiones casi imperceptibles que son reguladas por el maestro grabador de acuerdo a la profundidad de los trazos deseados. Los diseños pueden ser los estándares ofrecidos por Purdey o pueden ser los que el cliente requiera como escenas de caza, animales, etc. Es una tarea delicadísima que lleva muchísimas horas de trabajo y en donde no hay lugar para el más mínimo error. 
Algo similar sucede con la transformación del taco en culata. El ebanista, aquí es una mezcla de sastre y lutier. Con el taco de nogal elegido por el cliente y las medidas registradas en la ficha personal, el maestro culatero comienza un trabajo de alquimia que culminará con el carácter final del arma. Las maderas que utiliza Purdey provienen de nogales de los bosques de Dordoña en Francia, y tienen un estacionamiento de más de veinte años. Me dice Nigel que prefieren el nogal francés al turco, porque tiene vetas más profundas y con el lustre da un tono más  oscuro, algo que históricamente ha caracterizado a las armas de la firma.
Una vez que la culata ha alcanzado su forma final, le llega el turno al segrinado, cuyo diseño también será a elección del propietario. El proceso final, se lo dará la aplicación de la laca. En este caso, un mejunje llamado slackum, creado por Ernest Lawrence hace más de cien años, y cuya receta secreta se guarda tan celosamente con la de la Coca Cola.
Los últimos pasos que restan son la construcción y ensamblaje de los eyectores, el ensamblado de todas las piezas, el acabado final y la presentación del arma en su caja de madera, cuero y pana, junto a los accesorios necesarios para el mantenimiento y limpieza de la misma. Cabe recordar que en todo el proceso el arma es sometida al Banco de Prueba de Londres en dos oportunidades donde se le estampa los cuños de prueba que garantizan su seguridad y funcionamiento en cada detonación.
En total, todo el proceso de taller lleva alrededor de unas 450 horas de trabajo para una escopeta yuxtapuesta y unas 600 horas para el caso de las superpuestas. La producción anual raramente excede las 70 armas por año. Nada mal, si pensamos que el precio de cada una de estas piezas va desde los 100 mil hasta los 250 mil dólares.
Con la última etapa de la construcción concluyó mi visita a la fábrica, dejándome por qué no decirlo, con una sensación de sana envidia por aquellos que pueden acceder a un arma de esta clase. Solo faltaba una cosa, para completar una jornada perfecta, y era terminarla junto a Nigel en un pub cercano tomándonos una pinta de cerveza local y -como debe ser- charlando de historias, safaris y Purdeys.