jueves, 27 de octubre de 2011

Jorge Alves de Lima. Aventuras de un White Hunter brasileño

Por Eber Gómez Berrade

Sobran los dedos de una mano para contar los cazadores profesionales sudamericanos que operaron en el continente africano. El brasileño Jorge Alves de Lima es uno de ellos. Cazador profesional, buscador de marfil, explorador, aventurero y viajero incansable, fue también uno de los impulsores de la caza deportiva en Angola y Mozambique. Su carrera en África no fue larga. Si bien tuvo el privilegio de ser parte de la era de oro de los safaris, también fue testigo de una época trágica plagada de caos político y guerras civiles que pusieron fin a su carera.

Jorge Alves de Lima Filho, nació en Brasil en 1926, proveniente de una familia acomodada de San Paulo. Cómo muchos adolescentes de su condición, sus padres lo enviaron a estudiar a los Estados Unidos para completar una educación patricia que había comenzado en su tierra natal.
Su afición por la caza nació seguramente persiguiendo catetos, capibaras, maracayás, sussuaranas y panteras. Luego, pasó a los ciervos cola blanca y mountain lions de América del Norte. Pero lo que a él lo desvelaba -como a la mayoría de los cazadores-, eran los grandes trofeos que vagaban libremente por el continente africano.
Su oportunidad apareció a la edad de 21 años, al finalizar sus estudios, cuando decidió probar suerte en África, y hacia allí se dirigió junto a dos de sus amigos y compañeros de cacería.
Partió de Nueva York a Londres, donde compró un doble Holland & Holland 500/465, al que le hizo grabar su nombre en una pieza de plata incrustada en la culata y en el cuero del estuche. Una obra de arte. Completaba su armero dos rifles Springfield 30-06.
Una vez en Londres, sus planes eran viajar a Paris y de allí navegar hacia el África Ecuatorial Francesa. Cuando llegó a Europa, se dio cuenta que le habían perdido todo el equipo que había comprado para esta primera expedición. No sería esta la única gran pérdida material que iba a padecer a lo largo de su vida.
De hecho, unos 21 años después, su venerable doble H&H iba a ser confiscado en Brasil por el gobierno y -según le aseguraron- “arrojado al mar”, con la excusa de que era un calibre prohibido. Por supuesto que nunca creyó semejante mentira.
Así llegó a Fort Archambault, una pequeña población a orillas del río Chari. En aquellos tiempos de colonias europeas, esa región era conocida como Ubangui- Chari (hoy República Centro Africana). Gracias a una carta de recomendación dio con un guide de chasses, o cazador profesional, quien lo invitó a un safari con un cliente durante dos meses. Tiempo que para Alves, fue suficiente para aprender sobre la caza del elefante y para decidir que eso era lo que más quería en su vida: Convertirse en un cazador de marfil.
Así fue como su nueva profesión lo llevaría a recorrer inexplorados parajes e ignotas aldeas en busca del oro blanco.
Sus safaris lo llevaron luego al Congo Belga y al Sudán Anglo Egipcio, y paralelamente a la caza de elefantes, Alves también obtuvo bongos, eland de Lord Derby, roan, kudus, leopardos, leones, hipopótamos, búfalos cafres y de foresta. Cazó en la zona conocida como Barotseland, que estaba conformada por Rodhesia del Norte (hoy Zambia), y los ríos Kwando  y Zambezi al sur. Allí no había ningún asentamiento europeo, solo aborígenes de la tribu Barotse. En esa área, obtuvo su mejor trofeo de león.
Con el dinero que obtenía de la venta del marfil, Alves pudo comprarse su primer vehículo de safari y vivir más o menos bien haciendo lo que más le gustaba: cazar y explorar.
Las limitaciones y restricciones hacia el comercio del marfil, sumada a la visita de su hermano Eduardo y su tío Anesio, un fazendeiro de Brasil muy rico, a la localidad de Ubangui-Chari para participar en un safari, marcaron de alguna manera, el inicio de su carrera como cazador profesional, que con el correr de los años sería muy exitosa. Al poco tiempo de guiar a sus parientes, su lista de clientes incluía empresarios y playboys -mayormente brasileños e italianos-, que llegaban a África deseosos de realizar un safari guiado por un compatriota suyo.

Cazador Profesional
A comienzos de los años ´50, Alves desembarcó en Tanganika (hoy Tanzania) en el este africano. Un paisaje totalmente diferente a las junglas y savanas del centro del continente y donde además se encontraba la crema de los cazadores profesionales. Allí Jorge o “George” como comenzaron a llamaros sus colegas, supo ganarse un lugar de prestigio gracias a sus conocimientos, pero también a sus maneras aristocráticas, su cultura, y su savoir faire, que entre otras cosas le permitía pasar del inglés al portugués, francés, español o italiano en una misma conversación prácticamente sin esfuerzo alguno. En sus años en el bush, también logró dominar una docena de dialectos nativos. Una personalidad así, sumado a su más de metro ochenta de estatura, no pasaba desapercibida fácilmente en el ambiente de la caza de origen anglo sajón.
En los años 50, el epicentro de este mundo estaba en Kenia, que -antes de la prohibición de la caza deportiva en 1977-, era el centro neurálgico de los safaris. Fue allí donde conoció a los propietarios de una de las dos compañías de safaris más importantes de África: los legendarios Ker & Downey, en sus oficinas del Hotel New Stanley de Nairobi.
En esta compañía trabajaba lo más granado de los cazadores profesionales, entre ellos Stan Lawrence-Brown, con quien Alves se asociaría comercialmente más tarde.
De Kenia pasó a Mozambique (colonia Portuguesa en aquel entonces), donde conoció a José Pardal, el renombrado autor de “Cambaco”, a Adelino Serra Pires, famoso cazador profesional de aquel país y ferviente difusor de la caza deportiva durante la época colonial y a Harry Manners, cazador de marfil y autor de “Kambaku” (no confundir con el título anterior).
Mozambique era en esa época un vergel de fauna silvestre, especialmente en los viejos distritos de Manica y Sofala, donde gracias a la abundancia de alimento, era posible ver interminables manadas de sables, cebras, waterbucks y elands. Otro lugar elegido por Alves para sus cacerías fue el río Rovuma, en la frontera con Tanzania, que hoy conforma la Reserva Niassa. En sus relatos, el brasileño menciona que allí obtuvo leones cebados, búfalos y naturalmente infinidad de hipopótamos.
Mientras estuvo en el este africano, Alves recorrió brevemente Uganda, Kenia -donde según afirma pasó más tiempo en Nairobi que en el bush-, y en Tanganika donde ejerció como cazador profesional free lance, para luego sí, asociarse a la compañía de Lawrence-Brown que contaba con oficinas en Nairobi y Arusha.
Inquieto como siempre, sus viajes de entonces lo llevaron también al Congo Belga en el centro del continente y a Angola en el sudoeste. Podría decirse que este fue el punto de inicio real de su carrera como empresario en la industria cinegética.
Fue así que luego de esa primera experiencia como socio de una compañía de safaris, Alves decidió probar suerte con su propio emprendimiento y creó Kirongozi Angola Safaris y Kirongozi Tanganika (que desactivaría más tarde para enfocarse exclusivamente en las colonias portuguesas).
A decir verdad, la mayoría del tiempo, lo pasaba con sus clientes en Angola (la otra colonia portuguesa existente en África). Era natural que siendo brasileño y con mayoría de clientes de ese país existiera una fuerte atracción hacia enclaves portugueses. Tanto fue así, que luego de un tiempo, decidió abrir una tercera sede de su organización en Mozambique. Con un pie en estos países, Alves podía garantizar a su selecta clientela internacional, un vastísimo menú de especies para cazar.
Angola contaba con rinocerontes magníficos, y era uno de los pocos países donde un deportista podía conseguir una licencia para cazarlos. Había también leones, leopardos y elefantes en abundancia, así como una enorme cantidad de especies de planicie clasificadas en los libros de récords. Los leones de Angola se caracterizaban por tener una muy buena melena, debido al clima frío y a la falta de montes espinosos. Los elefantes de esa región solían ser más pesados y masivos que los encontrados en el este del continente, y en cuanto a las especies de planicie, era uno de los pocos lugares donde habitaba el sable real y se podía cazar al esquivo sitatunga.
Por otra parte, Mozambique, ofrecía un complemento ideal al deportista, ya que allí podía encontrar mejores kudus, nyalas y búfalos.
La estrategia de Alves se basaba en tres puntos concretos. Por un lado, disponer de una amplia variedad de lugares y de especies para atraer a sus clientes, que ya empezaban a buscar algo diferente a lo que se cazaba habitualmente en Kenia y Tanzania. Moverse en territorios portugueses en donde sus clientes de Portugal y Brasil iban a sentirse más cómodos, y aprovechar las conexiones que existían entre ambos destinos. Había vuelos comerciales periódicos entre Luanda (capital de Angola) y Lourenco Marques (capital de Mozambique). Incluso, Alves ofrecía la opción de hacer ese trayecto entre capitales en vuelos privados, haciendo escala en Livingstone, Rhodesia del Norte (hoy Zambia) para ver las fabulosas cataratas Victoria, una de las grandes atracciones turísticas de esa parte del continente.
Muy pronto, ambas colonias portugueses se pusieron de moda entre los cazadores deportivos y el negocio fue una mina de oro. Los intereses de Alves en conseguir nuevas concesiones de caza no se detuvieron, e intentó obtener para su empresa las márgenes del río Rovuma, en la Reserva Niassa, donde tanto había cazado diez años atrás. En las negociaciones que resultaban de intercambiar concesiones, Alves conoció al Barón Werner von Alvensleben quien era propietario de Mozambique Safariland, y quien terminó proponiéndole una participación del 25% de su compañía.
El Barón era un reconocido cazador profesional, muy culto y refinado pero también muy honesto, y lo más importante, contaba con una extensa y prestigiosa lista de clientes en su haber, tales como Aristóteles Onassis, Jack O´Connor, Robert Ruark, el Rey Juan Carlos de España, y Valerie Giscard d´Éstaing, ex presidente de Francia.  
Esta relación comercial se extendió hasta mediados de la década del ’60, cuando el brasileño decidió dar por terminada su operación en Mozambique y abandonar el país.

Período postcolonial
Alves de Lima llegó a África luego de la Segunda Guerra Mundial y tuvo la suerte de vivir la última parte de lo que los cazadores denominamos “los años dorados”. Esa época retratada tantas veces en la literatura y en las películas de Hollywood, y en la que han vivido grandes cazadores hoy convertidos en leyendas. Sin embargo, también tuvo el triste privilegio de asistir a un período obscuro de desintegración política y social, que ocupó el lugar que las potencias europeas iban dejando en su retirada. La descolonización de la mayor parte de los países africanos fue muy traumática, y estuvo plagada de movimientos nacionalistas que veían en la guerra de guerrilla la herramienta más adecuada para lograr sus objetivos políticos, siempre respaldados por la omnipresente Unión Soviética.
Puede decirse que este período duró desde la llamada Emergencia Mau Mau en Kenia en la década del ’50, hasta los conflictos que azotaron el Congo, las Rhodesias, Sudáfrica, Namibia, Angola y Mozambique y que se extendieron por más de treinta años.
Es al comienzo de este período que Alves logró sus mayores logros profesionales y económicos en sus compañías de safaris, y por lo tanto esos éxitos no duraron mucho. A mediados de la década del ’60, su empresa Kirongozi Angola comenzó a tener problemas con el gobierno y a sufrir los embates del flagelo del terrorismo, debiendo afrontar severas pérdidas materiales sin derecho a recibir indemnización alguna. Todo aquello que había sido considerado un emprendimiento exitoso, se tornó rápidamente en una pesadilla.
Kirongozi Mozambique y Safariland Mozambique tampoco estuvieron ajenas a este proceso. En 1963 la lucha entre el Frente de Libertacao de Mocambique (Frelimo), y la Resistencia Nacional de Mozambique (Renamo) sumió al país en un caos sangriento que destruyó la industria del turismo y de los safaris en particular.

África en el recuerdo
De esta manera concluyó la operación de Mozambique. Sólo quedaba Angola. Pero no por mucho tiempo más.
Un día, hacia fines de 1969, Alves de Lima viajó a Brasil desde su concesión angoleña. Cinco días después de su llegada, estando en San Paulo, fue informado que su campamento había sido atacado por terroristas, y que todo su personal había sido asesinado. Las instalaciones fueron incendiadas y destruidas. La pérdida fue total.
Ese fue el fin para Alves de Lima. El fin de su operación en Angola y el fin de su vida en África. Nunca más volvió.
Desde entonces se estableció en Brasil. Hoy tiene 85 años de edad y vive plácidamente en una cómoda fazenda del interior del país. Ha atravesado dos matrimonios y mantiene su afición por la caza, en especial por la de los grandes felinos. Alves tuvo el privilegio de no solo haber cazado grandes leones y leopardos, sino también jaguares y tigres de Bengala en India. En su rancho tiene tres leones y cuatros tigres en cautiverio.
Sus historias de vida y de safaris están plasmadas en sus dos libros: “In the company of adventure”, y en “Chassing the horizon”, publicados a partir de 2006 por Trophy Room Books.
Allí, en su rancho -que se llama Kirongozi, como el nombre de su organización de safaris que lo acompaño en los años felices en su amada África- aún añora aquellos días de aventuras en la tierra donde según él, quedaron no solo su alma, sino también sus ganas de vivir.

Publicado en Revista Vida Salvaje
Octubre 2011